¿Cuándo no ha vivido la humanidad tiempos difíciles? Se ha acabado convirtiendo en un tópico expresar lo duros que son los tiempos y lo bien que se vivía antes. Porque cada época ha tenido sus problemas, y sus respectivas sociedades han padecido el sesgo de percibir que todo se reducía a lo que ocurría en aquel momento. Sin embargo, parece claro que han habido épocas peores que otras. La humanidad ha dado muchos tumbos de un lado para otro, con cambios culturales, religiones y revoluciones políticas con resultados diversos. Pero desde cierto momento de la historia de la humanidad y su turbulento deambular, algo podría haber cambiado respecto a épocas anteriores. 

Un momento de cambio

El método científico brindó a la humanidad una herramienta para avanzar en el conocimiento de manera prácticamente constante. Es cierto que cegados por un exceso de optimismo que devenía en prepotencia, se han llevado algunas premisas demasiado lejosla teoría mecanicista del universo, que lo concebía como un sistema de engranajes predecible, fue desafiada por la mecánica cuántica. De manera similar, los intentos por crear un sistema axiomático matemático completo fueron descartados gracias a las investigaciones de Russell y Gödel, al demostrar que era una meta inalcanzable— Sin embargo, estos episodios ocasionados por el ansia humana de certezas, lejos de ser retrocesos, demuestran la capacidad de la ciencia para autocorregirse y avanzar hacia una comprensión más profunda de la realidad.

Teniendo en cuenta todos estos factores, puede aventurarse afirmar que desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad, el progreso tecnológico protagonizado sobre todo por Occidente, no lo ha sido tanto en los ámbitos morales, éticos, sociales o simplemente, humanos: guerras mundiales, desigualdad, polarización, desinformación, problemas educativos, adiciones tecnológicas, consumismo, cortoplacismo económico —obsolescencia programada, errores de previsión logísticos de alcance mundial— cortoplacismo político —falta de un plan económico que reduzca el paro o los actuales retos de transición ecológica— problemas medioambientales y problemas de salud ocasionados por el estrés que produce la incertidumbre y la falta de propósito laboral o los ocasionados por una vida sedentaria.

El estancamiento de lo humano

Es decir, mientras la ciencia y la tecnología avanzan de manera imparable, el ser humano no parece que aplique estos conocimientos en la construcción de mejores sociedades. El resultado de esta tendencia asimétrica es que la producción cultural y la sociedad, en su habitual círculo de mutua influencia, han reaccionado con unas preferencias culturales en la que la distopía ha ocupado un papel preponderante. Hasta ahora todo normal, pero se podría decir que el trasfondo destructivo de la distopía ha generado una singularidad en la que la generación de nuevas ideas ha quedado estancada. No hay más que echar un vistazo a lo que ha ocurrido desde que el pesimismo del ciberpunk hizo su aparición a finales del siglo pasado: si bien tuvo un pico de creatividad en la década final del siglo, los inicios de este dejan claro que algo ha cambiado profundamente. Y no a mejor.

Sin embargo, sobre todo este desolador panorama, coexiste desde hace décadas una producción cultural que ha resistido todos los envites de la distopía. Una producción audiovisual que se originó en el contexto de las reivindicaciones políticas de finales de la década de los 60, tal vez el último periodo de optimismo reciente. Desde entonces, ha pretendido ser el eje vehicular de la lucha contra la discriminación, contra la rigidez de ideas, contra los prejuicios, a favor de la colaboración, del trabajo en equipo, del mérito personal, sin que el ruido de las clases sociales o de la diferente biología interfieran en su reconocimiento. Efectivamente, esta serie es Star Trek.

Lamentablemente, su intento por mostrar un futuro más esperanzador para nuestra peculiar especie no ha logrado la repercusión equivalente que, en el ámbito de la cultura popular, ha cosechado esta obra de ciencia-ficción. O puede que hayamos caído también en señalar el lado negativo y no reconocer la influencia de esta serie, precursora junto a Star Wars de las franquicias mediáticas. No obstante, es inevitable señalar que esta producción parece haber divergido en relación al resto del panorama cultural, hasta el punto de ser considerada una excentricidad, una frikada, objeto de burla y menosprecio por sus colores chillones, jerga tecnológica y, especialmente, su visión optimista de la organización humana

El optimismo como desafío

Star Trek ha vuelto al medio audiovisual, sobre todo el de la televisión, gracias al fenómeno del streaming. Sin embargo, continúa sin deshacerse de su «halo friki» a pesar de haber mejorado mucho en estética, carácter aventurero y mayor énfasis en el humor, como en la serie Star Trek: Strange New Worlds, sin descuidar temas filosóficos o humanistas. El mayor problema de la serie para cierto sector de la población no es otro, al parecer, que el optimismo. En esta producción televisiva, cuyo sistema político y económico ha sido objeto de largos y complejos estudios en los que no se va a profundizar, muestran una organización política centralizada basada en el mérito, en el que el protagonismo alcanzado es aprovechado para el propósito del colectivo al que representan, en lugar de para medrar en él.

La polarización política y el panorama que nos muestra la actualidad, hace complicado «imaginar» una situación como la que desde hace más de cincuenta años proponen en la obra creada por Gene Rodenberry, oponiéndose a dicho ruido mediático, lo que ha ocasionado que el mensaje llegue cada vez a un sector más específico de aficionados y menos al «público general», ávido consumidor de distopías. Es en esta situación donde se puede observar otra «singularidad»: ¿Acaso la ciencia-ficción no consiste en imaginar caminos alternativos por improbables que parezcan? Parafraseando a Fredric Jameson, nos resulta más fácil imaginar a un replicante con sentimientos o a la Nostromo surcando el Cosmos, que la existencia de políticos decentes o que actúen en un sistema que fomente el que lo sean.

¿Hasta qué punto los prejuicios de la sociedad en un momento o época determinada permiten que los postulados en las obras de ciencia-ficción se consideren «posibles»? La política no debería estar exenta de postular con una posibilidad así. Naturalmente, no se trata de que un sistema «ideal» consista en modificar genéticamente nuestra condición o imponer sistemas políticos que castiguen ciertos aspectos de nuestra naturaleza para que seamos menos «volubles». Algo así devendría rápidamente en una distopía en la que una «élite» decidiría, qué, cómo y a quién vetar los sentimientos o libertades que nos definen como personas.

El humanismo de Star Trek

Entonces ¿Qué postulan en Star Trek? Se puede decir que proponen justamente lo contrario a la deshumanización que suele ser habitual en las distopías: promover el espíritu humano en la mejor versión posible de nosotros. Cierto es que en la serie no se especifica en detalle cuál sería ese hipotético sistema en el que primase la colaboración y el mérito ¿Pero acaso se explican en las obras de ciencia-ficción distópica cómo las élites transfieren sus consciencias a cuerpos jóvenes o como una Matrix recrea un universo virtual en nuestras mentes dormidas? La serie no pretender tomar parte en la imposición de un modelo político concreto, sino acometer la necesidad de llegar a una solución y explorar la posibilidad de lo que se podría conseguir, especulando con su resultado. 

La sociedad en Star Trek ha dejado atrás todos los vicios de hoy en día que nos lastran como la avaricia, la acumulación y el beneficio inmediato, lo que puede recordar a algunos sistemas políticos conocidos —se habla de un socialismo europeo proto-post-escasez—. No obstante, aunque en otras series y capítulos de la extensa saga se menciona que es una sociedad meritocrática a la que se ha llegado tras una guerra traumática de la que surgió un nuevo humanismo cosmológico, parece claro que es un modelo que todavía no conocemos, de la misma manera que las tribus del Paleolítico no conocían la democracia o el concepto de Estado. Porque en eso consiste la ciencia-ficción, en imaginar escenarios sin importar lo poco probables que puedan parecer en un determinado momento de la historia.

El espectador atrapado en la vorágine distópica se preguntará qué motivaciones pueden impulsar a los individuos de dicha sociedad más allá del placer inmediato que nos brinda la actualidad. Y cierto es que si los seres humanos no pueden aprender a encontrarlas en el amor, el arte, la ciencia, la literatura, el deporte y en definitiva, en descubrir nuevos mundos y nuevas civilizaciones y llegar a donde nadie ha llegado antes, pues entonces ya todo daría igual. 


La definición de ciencia-ficción ha tenido desde siempre variadas interpretaciones proporcionadas desde sus más ilustres representantes. Señalar los elementos que caracterizan a cada género ha sido objeto de una controversia, a la que ya se han enfrentado los mejores. Sin embargo, no deja de ser un ejercicio intelectual interesante. Nos puede ayudar que dentro de la producción cultural, de todo aquello que implique contar una historia, existe cierto consenso sobre algunos elementos narrativos que pueden ser útiles a la hora de conocer el género. O al menos, para crear un catálogo de ellos que refleje la imaginación de los creadores para ambientar sus historias.

Arquetipo 

Sería un modelo universal de personaje o situación que se repite a lo largo de diversas culturas y épocas. Patrones básicos de comportamiento, reconocidos de manera intuitiva y que ayudan a comprender las historias. En la literatura clásica, encontramos arquetipos como el héroe, el villano o el mentor. En la ciencia-ficción es más difícil encontrar estos elementos ya que por definición, se trata de constructos culturales de épocas pasadas que con el tiempo han adquirido su significado. Sin embargo, el género ha sabido desarrollar sus propios arquetipos de ciencia-ficción como el «alienígena», el «ciborg», el «viajero del tiempo», o la inteligencia artificial que se rebela contra el ser humano, arquetipo que podría derivar de otros clásicos representados en el «golem» o el mismísimo «monstruo» de Frankenstein. HAL9000 sería una representación evolucionada y más sofisticada de ese mismo arquetipo relacionado con la vida y la consciencia artificial.

Tropo

Un elemento narrativo recurrente que se convierte en la estructura de una historia. Se trata muchas veces de patrones o clichés, «atajos» que permiten al lector reconocer el tipo de obra en cuestión. Convenciones reconocibles en todo el ámbito cultura, efectivas y versátiles a la hora de transmitir una emoción o idea con su sola presencia. Por ejemplo, tropos de la cultura en general serían, «el elegido», «el viaje del héroe», «la lucha entre el bien y el mal» o «el triángulo amoroso» (en los cuales se incluye la presencia de sus correspondientes arquetipos). Sin embargo, la ciencia-ficción puede tener sus propios tropos intrínsecamente de mayor originalidad en comparación, como: «el viaje interestelar», «el viaje a través del tiempo», la «invasión alienígena» o la inteligencia artificial consciente y/o rebelde. 

Jeroglífico

Los tropos en la ciencia-ficción acaban actuando también como lo que Neal Stephenson denominó jeroglífico, símbolos que trascienden la ficción y actúan como parte de un lenguaje común, convirtiéndose en referentes que mejoran la fluidez en el esfuerzo colectivo por comprender el mundo y desarrollar nuevas tecnologías. Un ejemplo podrían ser las Leyes de la robótica de Isaac Asimov, que son una representación concreta del tropo del «temor a las máquinas», lo que el propio autor llamó Complejo de Frankenstein. Estas ideas han inspirado desde hace décadas a la sociedad y continúan, ahora más que nunca, poniendo de relieve la necesidad de poner límites a los sistemas de inteligencia artificial. La misma palabra «robot» fue acuñada por el autor checo Karel Čapek y nuestro patilludo escritor favorito Isaac Asimov creo a partir de ella el término «robótica», integrándose en nuestro lenguaje cotidiano y en el ámbito tecnológico, demostrando el poder educativo y transformador de la ciencia-ficción.

Arquetipo + tropo

Como manera de ilustrar la complejidad a la hora de establecer fronteras entre categorías y los límites intrínsecos de etiquetar conceptos, en ocasiones no queda claro donde colocar a alguno de ellos. Uno de estos casos podría ser el mito de «el elegido». En este caso se usa el arquetipo básico del héroe como alguien que ha sido obligado por las circunstancias a cumplir con una misión transcendental para la que inicialmente no se ve preparado, pero una vez recorre el tropo del «camino del héroe» y se descubre a si mismo como tal, resulta decisivo finalmente a la hora de lograr el objetivo. El mito de «el elegido» sería una combinación especial de arquetipo y tropo, presentes en todo tipo de obras, desde las de narrativa clásica hasta las de fantasía y ciencia-ficción (Neo, de Matrix, Luke o Anakin Skywalker en Star Wars).

McGuffin

El McGuffin debe su nombre al enigmático director Alfred Hitchcok que lo nombraba para referirse a un elemento en la trama que no tiene importancia en si misma para el público, pero sí para los personajes por lo que representa o simboliza, convirtiéndose en el motor para que la historia se desarrolle. Ejemplos clásicos sería el maletín de Pul Fiction, el Santo Grial en Indiana Jones o el anillo único de El Señor de los Anillos. En el caso de la ciencia-ficción se podrían citar como ejemplos los planos de la Estrella de la Muerte de Star Wars o el condensador de fluzo, de Regreso al FuturoEn ocasiones puede evolucionar adquiriendo una importancia más significativa como por ejemplo, el Arca de la Alianza en En busca del arca perdida o la protomolécula en The Expanse.

Tropo + McGuffin

Podría darse el caso de existir un tropo por ser un elemento recurrente en la narrativa, pero al mismo tiempo tratarse de un objeto físico que no es relevante para el público por su constitución sino, además de por su simbolismo, ser la motivación de los personajes para avanzar en la trama. Un caso clásico de este tipo sería El halcón maltes (John Huston, 1941), una estatua que representa la ambición y la búsqueda de poder y, a la vez, es el objeto que motiva la acción. En la ciencia-ficción tal vez el caso más significativo sería el Monolito de 2001: Una Odisea del Espacio (Kubrick, 1968): al mismo tiempo que representa lo desconocido y el mito del origen de la singularidad de la especie humana, es también un objeto físico de origen, composición y funcionalidad desconocida, que sin embargo, aparece en determinados momentos desencadenando acontecimientos y motivando la acción de los protagonistas.

Arquetipo + Tropo + McGuffin

Llegados hasta aquí ¿por qué no ir más allá? ¿podría darse algún elemento narrativo que fuera una combinación de todo lo visto? En la literatura de no ficción es complicado hallar un elemento que sea simbólico, a la vez que un objeto físico que, a su vez, represente un arquetipo humano o relacionado con «lo humano». Apurando las definiciones, tal vez Ernest Shackleton y su expedición a la Antártida podrían ser un arquetipo (el «héroe»), un tropo («el viaje del héroe») y un McGuffin (la propia Antártida, entonces desconocida, misteriosa y motivadora de la acción). La ficción y la sobre todo la ciencia-ficción, al no estar limitada por las restricciones de la realidad, puede explorar conceptos más complejos y multifacéticos. Por ejemplo, los robots pueden ser vistos simultáneamente como un arquetipo (el «humano artificial»), un tropo (la «creación de vida») y un McGuffin (el objetivo de la trama, como en Planeta Prohibido). HAL9000, en 2001: Una Odisea del Espacio, es otro ejemplo de un elemento que combina estos tres conceptos: representa la conciencia artificial (arquetipo), la creación de un ser inteligente (tropo) y la fuerza impulsora de la trama (McGuffin).

Novum

Queda claro que la ciencia-ficción tiene unas características que no poseen ni el genero de la ficción ni el género de fantasía, donde se podrían ubicar también las clásicas mitológicas. En las obras pertenecientes a estos géneros clásicos se trata sobre lo humano o de nuestra relación con lo metafísico, una percepción que al fin y al cabo nos acompaña desde que existimos como especie. Pero la ciencia-ficción alberga en su seno una creación especial humana que nos relaciona con la realidad de una manera distinta a todo lo anterior: la ciencia. En las obras de ciencia-ficción existe un concepto que desafía lo anterior, que abre nuevas puertas, expande el horizonte. Ese concepto se le llama el Novum.

La ciencia-ficción se caracteriza como tal por poseer una concesión científica imaginaria o alternativa, que implica reconstruir el mundo alrededor siguiendo las mismas pautas y premisas por las que se rige nuestro mundo actual. Ambos mundos, real e imaginado, comparten el método científico como herramienta para establecer las pautas sobre las que se construye, pero el novum es el vínculo entre ambos. Es la «puerta» que une nuestro mundo real con otro con sus mismas normas, pero ampliado por las nuevas posibilidades imaginadas. Por ejemplo, el viaje en el tiempo abre un abanico de posibilidades y paradojas que han de ser manejadas con el mejor criterio científico, en la medida sea posible, en función del autor y del público a quien va destinado.

El novum de las obras de ciencia-ficción podría incluirse así mismo en cada uno de los conceptos tratados anteriormente. En el ejemplo del viaje en el tiempo, el novum podría considerarse el tropo de la propia posibilidad del mismo o el McGuffin en cuanto al dispositivo utilizado. Sin embargo, aquí podría observarse una sutil cualidad en el concepto de novum debido a su condición especial de vínculo cognitivo entre mundos, real e imaginado. Por ejemplo, si bien el Condensador de Fluzo es un McGuffin claro, sería difícil incluirlo como novum precisamente por que no es más que un disparate —gracioso y efectivo— cuya importancia reside en ser la excusa para justificar la posibilidad del viaje en el tiempo. Sin embargo, en La Máquina del Tiempo de H.G. Wells, el dispositivo utilizado es una representación del vehículo postulado para recorrer la dimensión temporal que su autor imaginó, adelantándose a la Teoría de la Relatividad de Einstein. El señalado vinculo cognitivo es mucho más evidente al poner a prueba los conocimientos establecidos y postular con nuevas posibilidades y sus consecuencias.

Sin embargo, otra condición necesaria para que un novum pueda considerarse un arquetipo, un tropo o un McGuffin, es la de su conversión a clásico. Un novum en efecto, comienza abriendo una nueva posibilidad, pero por su cualidad intrínsecamente novedosa, no puede ser considerado un «elemento narrativo recurrente». Tal vez, si su impacto es efectivo, puede convertirse en uno. Por ejemplo, cuando Karel Čapek metaforizó sobre la opresión humana y la rebelión, usando a «robots» creados por el ser humano, lo que en principio era un novum ha acabado convirtiéndose en uno de los tropos más recurrentes de la producción cultural: la rebelión de las máquinas contra sus creadores. Un concepto que Mary Shelley ya lo empleó en su pionera obra Frankenstein: el moderno Prometeo. Pero en el caso del escritor en lengua checa, la rebelión es colectiva, añadiendo otro matiz político que no tenía la obra de la británica, más filosófica y existencial. En ambos casos, lo que en su momento fue un novum (la «vida artificial») ha acabado convirtiéndose en dos de los más influyentes tropos en la cultura universal como la rebelión de las máquinas y el significado de ser humano.

Por la relación de estos novums y tropos con la manifestaciones culturales en general, se podría establecer una conexión entre cada uno de estos elementos y el tipo de obra de la que se trata, de manera que cada subgénero se caracterizaría por sus elementos (novums, tropos, arquetipos, McGuffin) específicos. En el caso de la ciencia-ficción se intuye una relación clara entre cada tipo de elementos usados (robots, máquinas del tiempo, inteligencias artificiales, naves interestelares, etc.) y la clase de obra que va a resultar. Es ahora, cuando se va a explorar una nueva relación entre un subgénero muy popular y un novum específico:

El novum de la space opera

Por si no se hubiera dado las suficientes vueltas a los conceptos, una nueva posibilidad puede añadirse. Un tipo de tropo/McGuffin/novum nuevo específico de la ciencia-ficción que define el género de las «óperas espaciales», también llamadas space operas. Este novum específico es un tropo que existe junto a otros habituales de las obras del género, pero por sus características, sobresale del ámbito conceptual de la obra. Es decir, en las space operas es habitual su desarrollo en entornos altamente tecnificados con grandes posibilidades imaginarias: desde robots inteligentes y autónomos, motores de gravedad artificial, hasta viajes más rápidos de la luz. Si bien la mayoría de ellos pueden considerarse extrapolaciones tecnológicas, científicas o sociales de nuestro mundo real, sin embargo, sobre todos esos novum/tropos/arquetipos destaca un concepto fuera del marco conceptual de la propia obra que al mismo tiempo, la define y la identifica. 

La Fuerza (Star Wars)

En el universo de la célebre saga creada por George Lucas, la tecnología avanzada establece un marco tecnoficticio que, inconsistencias aparte, puede considerarse una extrapolación de la tecnología conocida sobre la que destaca un novum diferente. Una «fuerza» que desafía dicho marco al representar un conocimiento del Universo inalcanzable para la mente racional, cuyo origen reside en unos organismos presentes en todas las formas de vida y que de alguna manera, establece un puente entre ciencia y misticismo. El sable de luz, un arma tecnológica cuyo manejo ha de realizarse a través del dominio de La Fuerza, ejemplifica dicho vínculo

La Lente (El Hombre de La Lente)

La obra de Edward E. Smith, precursora de la space opera, introduce un elemento clave: La Lente, un dispositivo con poder psiónico, resultado de un experimento alienígena. Al igual que en Star Wars, en este universo tecnológico destaca un poder especial que requiere entrenamiento para manifestarse. Lo interesante es el vínculo entre lo tecnológico y lo místico, representado por un artefacto pseudo-vivo que despierta poderes psíquicos latentes, cuyo origen alienígena, desconocido y ajeno a lo comprensible, está completamente integrado en el mundo descrito.

La protomolécula (The Expanse)

La obra de James S. A. Corey nos sitúa en un futuro cercano donde la humanidad ha colonizado el Sistema Solar, con sus inevitables tensiones políticas y sociales. En este escenario aparece la protomolécula, una sustancia pseudo-viva y de origen extraterrestre que altera el equilibrio entre las facciones humanas. Este novum, por su carácter único al poseer propiedades físicas, biológicas y genéticas más allá de lo conocido, representa tanto el arquetipo de la vida alienígena como el tropo de la amenaza exterior. Además, actúa como un MacGuffin, ya que su presencia impulsa tramas políticas y fomenta la exploración más allá de nuestro sistema solar.

La especia melange (Saga de Dune

La obra de Frank Herbert es conocida por su construcción precisa de universos y ecosistemas, pero su trama gira en torno a un concepto que trasciende la ciencia: la especia melange. Esta sustancia, cuyo origen orgánico y propiedades inexplicables solo se encuentran en Arrakis, desafía la comprensión humana, acercándose a lo que, según Clarkese podría definir como «magia» en ciertos entornos. La melange no solo influye en los protagonistas, sino que impulsa los conflictos políticos entre las grandes casas y define la tecnología de navegación interestelar. Es este contraste entre lo humano y lo inexplicable lo que caracteriza a la space opera.

El Flujo (Saga de La Interdependencia)

En la obra de John Scalzi, encontramos los elementos clásicos de la space opera: un imperio galáctico y una red de relaciones políticas que, como en Dune, dependen de un recurso clave. Este recurso es El Flujo, un fenómeno físico de origen desconocido y espontáneo, similar a los agujeros de gusano, que permite a la humanidad viajar grandes distancias entre las estrellas. Tras su descubrimiento, El Flujo define las dinámicas de poder político y es un novum que, aunque incomprensible, enmarca toda la acción de la historia.

El teletransporte (Star Trek)

La saga creada por Gene Roddenberry presenta un universo tecnológico que no solo extrapola lo conocido, sino que ha inspirado innovaciones reales. Dispositivos como los comunicadores portátiles adelantaron los futuros teléfonos móviles, y el Tricorder anticipó los smartphones. Sin embargo, uno de los conceptos más innovadores y arriesgados fue el teletransporte, creado para solventar problemas de presupuesto, pero que se convirtió en un pilar de la serie. A partir de él se derivaron tecnologías como el replicador de alimentos y la holocubierta. Además, el motor de curvatura, que justifica los viajes más rápidos que la luz, tuvo un gran impacto cultural e inspiró estudios teóricos sobre su viabilidad.

La dedona (La Saga de los Aznar)

Escrita por Pascual Enguidanos, es considerada desde 1978 la mejor saga de ciencia ficción europea, aunque su reconocimiento no ha trascendido mucho más allá del ámbito hispano y de la cultura pulp. A pesar de estos obstáculos, la serie destaca por la imaginación y coherencia con la que extrapola la ciencia y tecnología de su tiempo. El novum y elemento más innovador es la dedona, un material de origen alienígena 20,000 veces más pesado que el agua y con propiedades antigravitatorias. El descubrimiento de un material de origen extraño e inexplicable, transforma sin embargo de manera consecuente sociedades y redefine el poder, especialmente por su capacidad para revolucionar las estrategias bélicas.

Estos son algunos ejemplos de cómo las nuevas ideas definen a las obras que las albergan y además, abren nuevas expectativas culturales. La space opera, a menudo menospreciada, sin embargo, pone de manifiesto cómo un elemento inesperado desafía nuestras expectativas y nos obliga a repensar nuestra relación con el universo. Los novum de la space opera son el puente entre la ciencia y la magia, entre lo conocido y lo desconocido. Son la frontera donde la realidad se funde con la imaginación, y donde la humanidad se enfrenta a los misterios del cosmos. Al leer una space opera, nos encontramos con la oportunidad de explorar nuevos horizontes, de maravillarnos ante lo desconocido y de conectar con una parte de nosotros que anhela lo extraordinario.

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Imagen: Bing Creator (DALL-E3)

La ciencia-ficción lleva postulando con la Inteligencia Artificial (IA) prácticamente desde que existe como género. Sin embargo, no ha sido hasta hace poco cuando ha pasado a formar parte de nuestro día a día y por tanto, cuando el público ha comenzado a hacerse muchas de las preguntas que los aficionados llevamos viendo planteadas en innumerables obras del género. Una de las primeras reacciones ante el sorprendente avance en poco tiempo que han experimentado las aplicaciones basadas en esta tecnología, ha sido la de asombro y en algunos casos, temor. Un miedo ancestral a nosotros mismos y a nuestras creaciones, las cuales parecen no tener un final en cuanto al límite de sus capacidades, hasta postular con dejarnos atrás como especie dominante y convertirnos para ellas en meras hormigas intelectuales. Sin embargo, una vez superada esa inicial sorpresa, lo que se ha visto es que las herramientas que usan IA no son más que «organizadores» de información y que al tener acceso a una cantidad ingente de esta, el resultado es extraordinario. No obstante, también se ha evidenciado que queda mucho camino por delante en aspectos como los siguientes:

  • Generan un contenido a partir del trabajo de otros autores sin tener en cuenta la autoría.
  • Dicho contenido generado por la IA a partir de material original humano, está siendo reutilizado de nuevo por la IA sin distinguir unos de otros, distorsionando el resultado y obligando a los proveedores y buscadores a etiquetar el contenido para poder realizar dicha diferenciación.
  • Para alimentar los algoritmos de IA con modelos adecuados, es necesario un «ejército» de trabajadores mal pagados para realizar tareas de corrección de todo aquello que ha de ser revisado —incluyendo pornografía y mutilaciones—

Ahora bien, ese «largo camino» que queda por recorrer implica que la IA todavía puede mejorarse mucho. Esto no ha acabado aquí, aunque de momento, se puede reflexionar sobre lo que llevamos.

El atrevimiento de la ignorancia 

El dicho popular señala que suele presumir aquel que menos tiene para hacerlo. También, que el que permanece más calmado es el que menos sabe lo que pasa. Y por último, está el atrevimiento del ignorante. Esos sesgos están contemplados en un concepto llamado efecto Dunning-Kruger, por el cuál las personas de bajo desempeño tienden a sobrestimarse, es decir, son menos capaces para la autocrítica, precisamente por dicha carencia. Una IA puede parecer cualquier cosa menos carente de desempeño, sin embargo, para poder autoevaluarse —para poder dar una medida estimada del posible error de sus respuestas— es necesario poseer alguna consciencia de este. Es necesario «saber» que no lo sabes todo, que «hay más ahí fuera». Una IA asume que todo lo que existe es lo que tiene en su memoria, no tiene manera de considerar lo que no tiene. Aunque la IA se asume que aprende, lo hace a partir de un modelo y de los datos con los que se la alimenta, pero no tiene en cuenta lo que no se le está ofreciendo. Por tanto, una IA no tiene medida alguna de sus errores. Se limita a ofrecer de forma genérica advertencias para que revisemos los datos en algunos casos, como los avisos de los medicamentos para mantener fuera del alcance de los niños.
«Su defecto más profundo es la ausencia de la capacidad más crítica que posee cualquier inteligencia: decir no solo lo que ocurre, lo que ocurrió y lo que ocurrirá, sino también lo que no ocurre y lo que podría y no podría ocurrir»

Noam Chomsky, lingüista y experto en ciencia cognitiva (enlace)

Errar es de humanos

El ser humano es falible por naturaleza. No somos «perfectos». Debido precisamente a nuestros prejuicios, se suele considerar nuestra condición despectivamente como algo defectuoso, sujeto a disonancias de todo tipo. Sin embargo, un análisis algo más objetivo nos advierte que esto es sencillamente inevitable. En verdad, el ser humano es una entidad que funciona bastante bien la mayoría de las veces, adaptándose a circunstancias muy volátiles y diversas. Pretender cierto grado de perfección es probablemente aberrante. Esta no existe más que en acotados diseños teóricos —como los de una IA—. Por tanto, nuestra inevitable y a veces molesta falibilidad, probablemente sea nuestra principal característica que nos diferencie frente a ella. Pero no en sentido negativo por el fallo en sí mismo, sino por la capacidad que nos proporciona ser conscientes de nuestro alejamiento de ese ideal que solo existe en nuestra imaginación. Un motor y reflejo de nuestra creatividad, tan simple para nosotros pero tan complicado para una IA.
«la respuesta escapaba a mi comprensión porque requería de una mente inferior, o quizá menos limitada por los parámetros de la perfección»

 —El Arquitecto (Matrix Reloaded Wachowsy's)

ChatGPT
Respuesta proporcionada por las IA de OpenAI 'ChatGPT' y Google 'Bard' a la pregunta de si
usan programación probabilística en su código —no las usan—

Existen varios casos y estudios que apoyan esta visión. En el 2018 Google y Uber, introdujeron modelos de programación probabilísticos para mejorar sus algoritmos de predicción. Es decir, aplicaron un factor de error —al menos, un grado de incertidumbre— para mejorar su modelo, lo que no deja de resultar paradójico. Desde entonces el único inconveniente que parece que tengan estos paradigmas probabilísticos son los elevados requerimientos de computación. A día de hoy no parece que se haya llegado a una solución definitiva, evidenciando que las posibles mejoras parece que se encuentran en el ámbito de cómo la IA maneja la incertidumbre.
«mientras una inteligencia no demuestre ese punto de duda e inseguridad, ansiedad ante la posibilidad del fracaso y la capacidad de adaptar según las circunstancias el grado de éxito respecto al objetivo original, no habrá realmente inteligencia»

F. J. Suñer Iglesias (El Sitio de ciencia-ficción)

De manera paralela, en el otro lado de esta ecuación se encuentran los estudios sobre la consciencia humana y qué hace hace a nuestra inteligencia tan particular y distinta de la artificial. Precisamente, varios estudios concuerdan que es el carácter probabilístico de la mecánica cuántica la que mejor podría explicar cómo funciona nuestra mente y una de las conclusiones más llamativas es que la principal característica que nos define es la de cometer errores. En definitiva, tanto para mejorar la inteligencia artificial en si misma, como para hacerlo con la interacción de esta con los humanos, es necesario contemplar el error como parte de un proceso de interacción con el mundo real. Un mundo de probabilidades donde las cosas no siempre salen como queremos. Un mundo en el que la humanidad ha tenido que aprender a vivir, convencidos de una seguridad como manera de hacer frente a la incertidumbre que no deseamos aceptar del todo, pero que en el fondo sabemos que está ahí. Unos humanos que a pesar de sus tropiezos y errores, hemos sabido aprovecharlos y aprender de ellos, para lograr llegar hasta donde estamos.

Enlaces

  • Rubio, Isabel. La creación de la World Wide Web fue un accidente. (17/05/2020). Noticias & Protagonistas (publicado originalmente en El País) [acceso el 25/10/2023] <enlace>
  • Green, Tristan. Quantum cognition theory explains why humans make stupid decisions (20/01/2020). The Next Web. [acceso el 25/10/2023] <enlace>
  • Niel, David. Here's Why Our Most Irrational Decisions Could Be a Result of Quantum Theory. (17/09/2015). Science Alert. [acceso el 25/10/2023] <enlace>

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Un elemento habitual en la mayoría de obras de ciencia-ficción es postular con la existencia de vida extraterrestre. La ciencia no puede negar la posibilidad de la existencia de algún tipo de vida en otra parte del universo. Gracias a esto, los autores pueden usar este recurso como herramienta para relatar aspectos sobre nosotros que de otra manera sería más difícil contar. Esta dificultad no consiste únicamente en el esfuerzo artístico, sino en sortear los prejuicios culturales del público. Gracias a usar un elemento ficticio, pueden contarse situaciones que, a pesar de ciertas evidentes similitudes, no puede establecerse un vínculo directo con las coyunturas reales sobre las que tratan. Por ejemplo:

La invasión de los ladrones de cuerpos

Basada en la obra The Body Snatchers (Jack Finney, 1955) la película de 1956 (Don Siegel) fue versionada de nuevo en otra aceptable adaptación (Philip Kaufman, 1978). En ellas se relata la inadvertida transformación de nuestros agradables vecinos en seres con personalidad uniforme y monotemática y, lo peor de todo, insistiendo en que nos «convirtamos» a la «nueva situación». Mucho se ha hablado de su relación con el creciente pavor al comunismo que en la sociedad de los EEUU tenían en aquella época. En cualquier caso, puede ser utilizado para reflexionar sobre los peligros de verse atraído por un entorno agresivo y ominoso de tendencias sociales, bien vacías de contenido o de tenerlo, ideológico y político. La obra puede usarse como una defensa de la libertad e independencia de criterio del individuo. Lo paradójico del asunto es que si bien comenzó como temor al comunismo, parece que al final ha sido el más puro y duro consumismo capitalista el que nos ha acabado abduciendo a todos.

La Guerra de los Mundos 

Escrita por H. G. Wells (1898), adaptada a la radio (Orson Welles, 1938), al cine (—Byron Conrad Haskin, 1953—, —Steven Spielberg, 2005—) y a televisión (—BBC, 2019—, —FOX/C+, 2019—), los alienígenas son el tropo usado para criticar a todas las guerras en general. Si bien la obra literaria incluía criticas al imperialismo y colonialismo británico, las adaptaciones posteriores han ido adaptándose a las circunstancias de sus momentos particulares, por ejemplo, en la adaptación al cine de 1956 el temor a una invasión soviética era la idea de fondo. Luego se han añadido otros conceptos como daño al medio ambiente en la versión francesa para la televisión. En definitiva, los alienígenas son una versión de nosotros que no queremos creer que tenemos, que no queremos aceptar que es probable, por eso se simbolizan como extraños y diferentes pero lo suficientemente cercanos y temibles como para que aparezcan súbita y terriblemente, representando el peligro que acecha a nuestra especie proveniente de nosotros mismos, materializado en violencia en cualquiera de sus formas.

Ultimátum a La tierra

La película dirigida por Robert Wise en 1951 y versionada en el 2008 (Scott Derrickson) nos plantea una nueva situación con los alienígenas como protagonistas. En este caso no aparecen como invasores dispuestos a arrebatarnos nuestro espacio vital, sino todo lo contrario. Un extraterrestre con un aspecto muy similar a nosotros aparece acompañado de una tecnología extraordinaria y poderosa, lo que le dota de cierta autoridad, o al menos, es lo que se pretende simbolizar: una «entidad» protectora a nuestra «imagen y semejanza» que vigile el cumplimiento de ciertas normas o al menos, no cruzar ciertos límites. El fallecido y recordado divulgador científico Carl Sagan en el último de los capítulos de su famosa serie Cosmos: ¿Quién habla en nombre de la Tierra? (Sagan/Druyan, 1980) señalaba en aquel entonces la necesidad de un organismo o entidad que fuera «consciente» de los efectos que a nivel de las distintas naciones que pueblan nuestro planeta, estamos produciendo sobre él. Si bien la motivación era el peligro del armamento nuclear, en nuestros días bien podrían ser el cambio climático, las crisis económicas o las energéticas, cuyas consecuencias repercuten también en la biosfera global, mientras el entorno geopolítico se muestra incapaz de coordinar una respuesta única, pese a las graves consecuencias. En Ultimátum a La Tierra, los llegados de fuera de nuestro planeta representarían de manera simbólica esa consciencia global.

Los alienígenas en la obra de Arthur C. Clarke

Los alienígenas en la obra del autor de origen británico comparten unas características hasta cierto punto homogéneas. Una de ellas es que suelen ser representados de manera incorpórea la mayoría de las veces, bien sea por tratarse de entidades inmateriales o porque su avanzada tecnología les permite ejercer su influencia sin necesidad de presencia física. Además de evitar abordar el asunto de su constitución corpórea, esta carencia enfatiza todavía más el carácter «omnipresente» y vigilante de estas entidades hipotéticas. Además, esta influencia que aplican sobre la humanidad es de naturaleza paternalista, cuidadora pero también castigadora o correctora. Por otro lado, los temas que Clarke trata suelen girar alrededor de los mismos tópicos: el avance de la especie humana en el conocimiento y la búsqueda de su papel en el Cosmos. Algunos ejemplos importantes serían: La ciudad y las estrellas (1956), Saga de 2001: una odisea del espacio (1968~1997), El fin de la infancia (1953), Saga de Cita con Rama (1972~1993). En estas obras, Clarke usa las inteligencias extraterrestres como un Mcguffin subyacente que sirve de justificación para hacer que nuestra especie camine por esa senda del conocimiento que tanto anhelaba el escritor, que de otra manera —es decir, sin la presencia de estas inteligencias extraterrestres que condicionan en el relato a nuestra especie a actuar de cierta manera— sería difícil de explicar. 

Uno de los aspectos comunes en estas obras es el uso de otras inteligencias para poner a la humanidad frente a si misma y a las consecuencias de sus actos, para hacerla consciente de sus virtudes y defectos. De similar manera a la que Isaac Asimov usó con un robot, una inteligencia artificial pero sometida a unas estrictas leyes para defendernos de nosotros mismos, en estos supuestos, estas inteligencias que nos transcienden serían esa «consciencia colectiva» de la que carecemos, que nos alerte de un camino «equivocado», definición que es objeto de interminables conflictos pero que es en cualquier caso, dejando a un lado cualquier aspecto político o territorial, necesaria probablemente para nuestra supervivencia. Tal vez el individuo pueda decidir sobre su destino o tal vez no, pero lo que de verdad hemos de preguntarnos es, si es la Humanidad la que puede hacerlo.




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La humanidad ha vivido desde el amanecer de los tiempos sujeta al devenir de unos acontecimientos que era incapaz de predecir porque sobre todo, no podía comprender. El conocimiento ha sido desde aquella temprana época hasta hoy en día, sinónimo de poseer el poder de anticipar un resultado. Para obtener dicho conocimiento, la única herramienta que aquellos seres humanos disponían para comenzar a escudriñar los entresijos de la realdad y avanzar, a tientas y con tropiezos en la compresión del universo a su alrededor, era la imaginación.

No es posible partir de un conocimiento sólido y consistente cuando, obviamente, se carece de él. El primer paso ha de ser por tanto, resultado de una invención. La mayoría de las veces esta idea imaginada era probablemente resultado de una experiencia empírica, de una observación. Pero no todo estaba sujeto a la posibilidad de someterse a prueba: el Sol, los astros, el clima, la muerte, muchos ámbitos requerían partir de una idea algo descabellada para poder comenzar a manejar el asunto. Naturalmente, el desarrollo del método científico logró que todas esas elucubraciones fueran filtradas y escogidas por su validez para predecir los tan ansiados resultados. No obstante, es importante señalar que sin esta idea inicial producto de un «salto al vacío», el progreso posterior probablemente hubiera tardado más en llegar. 


Hoy en día continúan siendo necesarias grandes dosis de imaginación. Puede que más que nunca, ya que los retos actuales exigen cada vez mayores cotas de atrevimiento a la hora de postular nuevas vías de investigación, en los misterios que la naturaleza continúa escondiendo en lugares cada vez más lejanos e inaccesibles. Sin embargo, el mundo científico se ve sometido por unas necesidades de financiación que no se llevan bien con las «apuestas arriesgadas». Como muestra del importante papel que la imaginación ha cobrado en el desarrollo científico hasta nuestros días, se pueden citar los famosos experimentos mentales de Albert Einstein, postulando en su imaginación lo que no podía hacerse de otra manera, salvo con costosos —o inviables— experimentos físicos. Otro ejemplo sería el del neutrino: cuando los físicos no tenían manera de explicar ciertos fenómenos, el físico Wolfgang Pauli, famoso por sus postulados surgidos de imágenes oníricas, propuso una idea surgida de su imaginación acerca de una partícula desconocida e indetectable, pero que ayudaba a explicar el funcionamiento del universo. Y de hecho, eso es lo que ha estado haciendo desde que fue detectado finalmente. Algo similar puede decirse de la materia oscura, de la teoría de cuerdas o de la hipotética existencia de agujeros de gusano. Postulados que hoy en día no pueden confirmarse pero al igual que pasó con la partícula, podrían ser la clave para lograr un extraordinario avance en el conocimiento del Cosmos y de nuestra realidad. Pero si existe un concepto literalmente imposible, matemáticamente inalcanzable, que, sin embargo, está presente en todos los recientes desarrollos tecnológicos y científicos, que convive con nosotros en nuestros hogares y sin el cuál el mundo a nuestro alrededor no podría ser explicado, no es otro que el número imaginario.

El número imposible


Todo empezó cuando a un matemático italiano se le ocurrió una idea que mucha gente hubiera rechazado de plano: ¿Cuál es la raíz cuadrada de un número negativo? Bien, resulta que todo numero negativo multiplicado por sí mismo —esto es, elevado al cuadrado— siempre da un número positivo, por tanto, los números negativos no pueden tener una raíz cuadrada —la operación inversa a la de elevar al cuadrado—. Aún así, aquellos matemáticos valientes continuaron con el postulado y encontraron que la raíz cuadrada de un número negativo elevada a su vez al cuadrado... ¡¡tenía como resultado el propio número negativo!!! La humanidad acababa de encontrar que un concepto imposible podía ser con todo, tratado como algo manejable y producir resultados no solo coherentes, sino que desde entonces han sido cada vez más útiles con aplicaciones clave desde el cálculo de circuitos eléctricos hasta la mecánica cuántica. Aquella raíz cuadrada de -1 se le llamó «i» o número imaginario y forma parte de las más avanzadas matemáticas, imprescindible para enfrentarse a los retos científicos que quedan por delante.
«La historia de los números complejos ejemplifica una cualidad fundamental de las matemáticas: que un avance teórico, en apariencia un tanto artificial, se puede convertir en el momento menos pensado, en un pilar del progreso tecnológico que trasciende a las matemáticas»
Fuente de la cita: Café y Teoremas (El País

El número imaginario fue llamado así por no poder ser definido por la ortodoxia del momento, sin embargo, lo que vino a evidenciar es que alrededor de nosotros, en este universo, conviven conceptos que no conócenos pero que están ahí, esperando ser descubiertos. Muchos de ellos no se limitan a esperar ocultos en las sombras de lo imposible, sino que sin que seamos conscientes, nos han estado influyendo desde el principio de los tiempos. Agazapados, desafiándonos, ocultos tras el velo de lo desconocido, existe todo un universo de misterios llamando a la puerta de nuestra imaginación, esperando ser revelados para alterar para siempre la forma en la que vemos el mundo. Puede que si escuchamos con atención los oigamos. Y si no lo logramos, tal vez la ciencia-ficción pueda suplir esa carencia.


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Destruir siempre ha sido, es y será, más fácil que construir. Por este motivo, las distopías o aquellos relatos donde las personas han sucumbido a sus instintos más simples y primitivos, van a triunfar con mayor probabilidad sobre otros en los que se intente mostrar constructos sociales algo más elaborados. Entonces ¿Cómo lograr un lenguaje utópico que no se vea absorbido por el distópico, que logre superar dicha limitación de la que se parte? Aquí algunos apuntes que tal vez puedan dar una respuesta:

Igual para todos

Para desmarcarse de la distopía, una utopía no ha de tener delimitaciones en cuanto a cómo es interpretada por los protagonistas o por la sociedad ubicada en ella. En las distopías es habitual que, por demacrada que sea la situación, siempre hay alguien que saca beneficio de ella. Es decir, en las distopías —no confundir con lo apocalíptico— existe una mayoría oprimida por una minoría, la cual vive en su utopía particular. Intentar mostrar una utopía sin tener en cuenta esta circunstancia y definir paisajes idílicos, implica limitarse a relatar el reverso utópico de una distopía. Esta manera de crear utopías no es más que otro método para lograr distopías. Por tanto, independientemente de como se quiera definirla, una «verdadera» utopía lo ha de ser para todos. Esto fuerza la definición de una sociedad que contemple de manera verosímil cómo son logrados y repartidos los recursos y los problemas. Un mundo que sea abundante y lo sea igual para todos, exige una premisa fundamental que lo defina, aunque sea ficticia, como por ejemplo lo es el dispensador de alimentos de Star Trek.

Existencia de problemas

De lo anterior se desprende que el nuevo lenguaje utópico ha de reservar un espacio para la existencia de problemas. La ausencia de problemas no ha de ser el factor que defina a una utopía. Como se mostraba, las distopías no son simplemente lugares caracterizados por una gran cantidad de problemas sino por el reparto de estos de una forma desigual y en base a criterios políticos, de clase, raciales, biológicos o tecnológicos. En definitiva, sociedades organizadas de manera que se perciban como desiguales o injustas. Por tanto, siguiendo con este razonamiento, la utopía no sería un lugar caracterizado por la ausencia de problemas, sino por la existencia de algún criterio ético o racional de su reparto que sea percibido como equitativo y justo por parte de la sociedad.

Qué contar y cómo contar

Parece fácil ¿verdad? Sin embargo, no lo es. En teoría la idea es presentar en una obra de ciencia-ficción un modelo de sociedad que no presente la mayoría de problemas debidos a tensiones o desigualdades actualmente existentes, relatada con el habitual rigor, coherencia y verosimilitud que caracteriza a la ciencia-ficción. Pero en la práctica nos encontramos con un extraño bloqueo y una serie de problemas: 

El primero de ellos es el de las propias ideologías y anhelos políticos, acerca de un orden tal vez idealizado y construido como consecuencia de impulsos viscerales no reconocidos provenientes de pasados familiares no demasiado alegres. Lograr la necesaria objetividad para construir una propuesta de orden social que logre lo señalado no es sencillo, pero es indispensable.

El segundo es que en algunos casos son percibidos como auténticos ataques políticos a los responsables de la situación que exista en el momento de la propuesta, aunque su verdadera intención no sea esa en absoluto. De una u otra manera, habrá que enfrentarse a la maquinaria institucional del establishment que de manera ciega, filtra todo lo que no encaja dentro de sus reglas diseñadas para garantizar su autosubsistencia. No sería la primera vez que los autores han de camuflar sus obras para que no se vean arrinconadas en el ostracismo. En este caso se hace especialmente complicado ya que es necesaria cierta visión explícita y evidente para que las ideas lleguen a su destino. Aunque parece que en los tiempos recientes esta respuesta reaccionaria se está relajando.
Con la iglesia hemos dado, Sancho
―don Quijote de la Mancha

La tercera, la peor y más complicada de todas —en cuanto se intenta poner sobre la mesa se acaba entrado en un jardín de difícil salida o en un charco de profundidad desconocida— sería la paulatina perdida del sentido de lo correcto. La peor porque es la que más tiempo lleva haciendo camino en toda la cultura occidental. Sin entrar en demasiados detalles, podría establecerse un punto de inflexión en el que el patrón de pensamiento de la sociedad del que se partía era el siguiente: 

    1. Creo en mis ideas.
    2. Creo en ellas porque creo que son correctas, sino no creería en ellas.
    3. Como mis ideas son las correctas, lo que hacen los demás es incorrecto.
    4. En la medida pueda, lo correcto sería obligar a los demás a hacer lo correcto.
    5. Si llego al poder, estaré legitimado a usar la capacidad coactiva del estado a obligar por ley a los demás a que hagan lo correcto, es decir, mis ideas. 

Naturalmente, el lector más avezado habrá identificado que el mencionado punto de inflexión no sería otro que la 2GM. Todos concordaremos en que en efecto era necesario mejorar dicho patrón y que había que ponerse manos a la obra. El problema es que a lo que se ha llegado es a esto:

    1. No creo en nada en concreto ya que todas las ideas son igual de buenas (o malas)
    2. Como no existe entonces un criterio de qué es lo correcto, hago lo que me da la gana (o lo que me dejan).
    3. Los demás hacen también lo que les da la gana (o lo que les dejan), y yo me junto con los que hacen lo mismo que yo, y los demás son raros (o frikis, o «no tienen ni puta idea»).
    4. Si alguien opina que lo que hace alguien es incorrecto, es un fascista porque intenta imponer su visión del mundo.
    5. Para llegar y estar en el poder se ha de contentar a la máxima cantidad de gente para que le voten. Como no se puede contentar a todos, los que no le voten harán lo que les dé la gana (o lo que les dejen). 
Sinceramente, la sensación es que la sociedad comenzó bien pero en determinado momento se perdió en el proceso. No hay apenas frontera divisoria entre pensar que un concepto es incorrecto con que te acusen de pretender prohibirlo o imponer una idea que lo sustituya. Es algo así como la falacia de la pendiente resbaladiza, no hay término medio. Pero lo peor de todo son las consecuencias: como cada uno hace lo que le da la gana (o lo que …), continúan igual o en aumento los casos de abusos sexuales; la falta de criterio de la sociedad es tal que es inevitable que la aprovechen con manipulación a través de propaganda tanto de medios públicos como privados; líderes populistas de ambos signos se alzan por doquier; inestabilidades políticas graves en países que hasta hace poco eran ejemplos de la cultura occidental y finalmente, el uso de la fuerza coactiva del estado para reprimir de cuajo problemas sociales. Todo esto ocurre porque la cuestión de si es correcto o no se convierte en una cuestión de mera ideología.
Hay un culto a la ignorancia en Estados Unidos y siempre lo ha habido. La tensión del anti-intelectualismo ha sido una amenaza constante haciéndose camino a través de nuestra vida política y cultural, nutrida por la falsa noción de que la democracia equivale a decir que “mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento”
Isaac Asimov

Para que una utopía cumpla con los puntos propuestos y no se trate de la implantación de una propuesta particular e interesada de un sector concreto, sino de una que sea asumida por la sociedad de manera profunda, tiene el problema de que es imposible en la situación actual en la que cada individuo cree en lo que le da la gana (…). Tal vez no le guste de verdad a casi nadie ya que habría que tomar decisiones difíciles. En general, todos, de una u otra ideología, deberían hacer autocrítica y prescindir voluntariamente de parte de sus dogmas, por mucho que les cueste. No por ningún motivo concreto, sino porque tal vez no haya otra manera de alcanzarla. No obstante, en la ciencia-ficción de momento sí que pueden hacerse propuestas que partan de un supuesto que añada ese factor aglutinador de la sociedad de manera que nos convenza para dar el paso. En definitiva, aun a riesgo de parecer ingenuo, lo que le falta a la utopía, somos nosotros.

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La utilidad de la ciencia-ficción

El arte y la literatura de ficción en general cumplen con una importante función para nuestras mentes. La ciencia-ficción además, tiene algunas peculiaridades que hacen de ella algo especial. La siguiente es una lista de algunas de esas facetas singulares que un servidor ha acumulado a lo largo de los recientes años, sobre la capacidad potencial de la ciencia-ficción para influir positivamente en nosotros:

Pensamiento alternativo

Incluso la ciencia-ficción más clásica y conservadora puede provocar en el lector la necesidad de reformular el mundo a su alrededor con diferentes premisas. Aunque las motivaciones puedan variar, el género lleva consigo un cuestionamiento de las convenciones sobre lo establecido (no solo lo tecnológico, sino también político, ético o social). Al transitar por caminos inexplorados, prepara las mentes de los lectores para convertir en realidad algunos de esos caminos que comenzaron en la imaginación.

Romper las escalas 

Estamos circunscritos a desenvolvernos dentro de nuestros ámbitos, limitados por las posibilidades tecnológicas del momento. Por ejemplo, en el medievo el mundo en el que vivían los seres humanos se reducía a poco más que el poblado donde nacían. Hoy en día, es posible viajar a la otra punta del planeta en un día, gracias a lo cual la Humanidad comienza a pensar globalmente. Por tanto, para prever retos futuros o para encontrar soluciones más allá del horizonte, es necesario superar esas limitaciones. Antes de que existan las posibilidades tecnológicas para lograrlo, la ciencia-ficción nos permite romper las escalas temporales y geográficas en las que estamos habituados a pensar, ayuda a expandir la mente más allá de nuestro entorno, a derribar prejuicios y muros conceptuales, situándonos ante escenarios extraordinarios, preparándonos para enfrentarnos a retos nunca antes experimentados.

Evita prejuicios 

Al no estar sujetos a un lugar, sociedad o época determinada, el lector puede evitar asociarlo con alguna coyuntura conocida junto con los prejuicios que arrastre. Este aspecto es compartido con la Fantasía con la diferencia de que en la ciencia-ficción no son mundos mágicos alejados completamente de nuestra realidad, sino aquellos que aun siendo ficticios son al mismo tiempo lo suficientemente reconocibles como para identificarnos con ellos. El autor de ciencia-ficción podrá de esta manera tanto ubicar al lector en un Marte improbable como desubicarlo en una galaxia muy lejana, lo necesario que le permita escoger con detalle aquellos aspectos de la realidad que le sean útiles para transmitir el mensaje deseado.

Mayor precisión narrativa

La ciencia-ficción no está sujeta a los límites de lo real, lo que no implica que tenga que desligarse de ello, como ocurre en la Fantasía. Esta ausencia controlada de limites permite al autor ubicar con mayor precisión un relato concreto sobre nuestra realidad en el presente, sin verse condicionado. Se modificaran o eliminaran aquellas partes que entorpezcan el relato, sustituyéndolas de manera coherente con los elementos ficticios adecuados, como situarnos en un futuro con tecnologías y sociedad acorde. 

Complicidad lector-autor

En la Fantasía los mundos expuestos no tienen pretensión de ser tratados como si fueran reales, siendo los únicos límites los estéticos, además de los de toda obra cultural. En la ciencia-ficción sin embargo, aunque existen partes modificadas o añadidas que son ficticias, los mundos se muestran con pretensión de verosimilitud. Esto implica que en la ciencia-ficción se han de seguir unas normas de coherencia para que el resultado aparente ser consistente. Dada esta situación el principal parámetro que va a permitir ser valorada una obra correctamente por los lectores es el de la comprensión por parte de estos del esfuerzo realizado por el autor para recrear ese mundo. De lo contrario puede ocurrir que el género sea malinterpretado y confundido con ciertos ensayos que sin mostrar claramente la frontera entre ficción y realidad, relatan la visita de antiguos alienígenas y otra falsa mitología similar. No cabe duda que esta necesidad de comprensión por parte del público lector representa un inconveniente en cuanto a popularidad, pero es el precio a pagar para lograr un objetivo más importante, como es el de implicar un actitud del lector activa. Este ha de estar atento no solo a la trama del relato y los personajes, sino a la propia construcción y características del mundo en el que se desenvuelve la acción, comprendiendo sus repercusiones.

Experimentos mentales

Para contar con la precisión necesaria la historia que desea, el autor de ciencia-ficción ha de alterar las «piezas» de ese grandioso puzle que constituye nuestra realidad. Para sostener el universo resultante de esa modificación, esas piezas han de ser sustituidas por otras ficticias recreadas adecuadamente para que encajen en los huecos dejados, por lo que es necesario seguir las mismas reglas de la realidad para poder lograrlo. Este mecanismo es exactamente el que científicos como Albert Einstein siguieron para elaborar la Teoría de la Relatividad, al imaginar cómo se vería el mundo si un objeto con masa como nosotros pudiera viajar a la velocidad de la luz, concepto que en principio no era ––ni es— posible realizar. Por este motivo, las obras de ciencia-ficción son experimentos mentales cuyo alcance es indeterminado. Tal vez ilimitado.

Lenguaje común (añadido el 03/05/2023)

Por todo lo visto, la ciencia-ficción ha venido creando desde que comenzó su andadura una serie de conceptos que han ido añadiéndose al acervo cultural de las sociedades. Estas ideas sirven para simbolizar retos y expectativas para las que todavía no existe un lenguaje formal, pero que tarde o temprano, las comunidades de especialistas, ingenieros y científicos tendrán que diseñar nuevas soluciones. De esta manera, el género sirve de lenguaje compartido que dota de símbolos reconocibles que mejoran la eficiencia del trabajo en equipo y la comunicación, al dotarnos de una base sobre la que partir.

Imaginar futuros

Se hace difícil imaginar un futuro en un mundo y una época tan cambiante como la reciente en la que los traumas ocasionados por pandemias, guerras o crisis económicas, provocan una incertidumbre paralizante. Sin embargo, es necesario hacerlo si deseamos dejar de repetir un mismo presente deprimente una y otra vez. La ciencia-ficción permite alejarse lo suficiente de ese mundo tan decepcionante en la actualidad, pero no demasiado como para perderse en evasiones atrayentes y fáciles. Futuros posibles a los que se llega a través de una ruta mental trazada por caminos pavimentados con la solidez de una especulación racional y coherente.

Alimentar el sentido de la maravilla

Pero lo más importante y cuya escasez aumenta en una sociedad tan saturada de información redundante que sucumbe a la llamada economía de la atención, es la capacidad de asombro. En este contexto de medios de información orientados a captar esa codiciada atención en los que las buenas noticias y los logros importantes pocas veces aparecen en los titulares, la ciencia-ficción nos ofrece la posibilidad de recrearnos con maravillas tecnológicas o con extraordinarios paisajes de planetas distantes. Imágenes ficticias que sin embargo, dejan en nuestras mentes el anhelo por alcanzarlas, convirtiendo el mensaje en un reducto de esperanza.

Imágenes generadas con tecnología DALL·E (Image Creator Bing)

Entrada publicada posteriormente en el blog Planetas Prohibidos y en la plataforma LinkedIn


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