¿Cuándo no ha vivido la humanidad tiempos difíciles? Se ha acabado convirtiendo en un tópico expresar lo duros que son los tiempos y lo bien que se vivía antes. Porque cada época ha tenido sus problemas, y sus respectivas sociedades han padecido el sesgo de percibir que todo se reducía a lo que ocurría en aquel momento. Sin embargo, parece claro que han habido épocas peores que otras. La humanidad ha dado muchos tumbos de un lado para otro, con cambios culturales, religiones y revoluciones políticas con resultados diversos. Pero desde cierto momento de la historia de la humanidad y su turbulento deambular, algo podría haber cambiado respecto a épocas anteriores. 

Un momento de cambio

El método científico brindó a la humanidad una herramienta para avanzar en el conocimiento de manera prácticamente constante. Es cierto que cegados por un exceso de optimismo que devenía en prepotencia, se han llevado algunas premisas demasiado lejosla teoría mecanicista del universo, que lo concebía como un sistema de engranajes predecible, fue desafiada por la mecánica cuántica. De manera similar, los intentos por crear un sistema axiomático matemático completo fueron descartados gracias a las investigaciones de Russell y Gödel, al demostrar que era una meta inalcanzable— Sin embargo, estos episodios ocasionados por el ansia humana de certezas, lejos de ser retrocesos, demuestran la capacidad de la ciencia para autocorregirse y avanzar hacia una comprensión más profunda de la realidad.

Teniendo en cuenta todos estos factores, puede aventurarse afirmar que desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad, el progreso tecnológico protagonizado sobre todo por Occidente, no lo ha sido tanto en los ámbitos morales, éticos, sociales o simplemente, humanos: guerras mundiales, desigualdad, polarización, desinformación, problemas educativos, adiciones tecnológicas, consumismo, cortoplacismo económico —obsolescencia programada, errores de previsión logísticos de alcance mundial— cortoplacismo político —falta de un plan económico que reduzca el paro o los actuales retos de transición ecológica— problemas medioambientales y problemas de salud ocasionados por el estrés que produce la incertidumbre y la falta de propósito laboral o los ocasionados por una vida sedentaria.

El estancamiento de lo humano

Es decir, mientras la ciencia y la tecnología avanzan de manera imparable, el ser humano no parece que aplique estos conocimientos en la construcción de mejores sociedades. El resultado de esta tendencia asimétrica es que la producción cultural y la sociedad, en su habitual círculo de mutua influencia, han reaccionado con unas preferencias culturales en la que la distopía ha ocupado un papel preponderante. Hasta ahora todo normal, pero se podría decir que el trasfondo destructivo de la distopía ha generado una singularidad en la que la generación de nuevas ideas ha quedado estancada. No hay más que echar un vistazo a lo que ha ocurrido desde que el pesimismo del ciberpunk hizo su aparición a finales del siglo pasado: si bien tuvo un pico de creatividad en la década final del siglo, los inicios de este dejan claro que algo ha cambiado profundamente. Y no a mejor.

Sin embargo, sobre todo este desolador panorama, coexiste desde hace décadas una producción cultural que ha resistido todos los envites de la distopía. Una producción audiovisual que se originó en el contexto de las reivindicaciones políticas de finales de la década de los 60, tal vez el último periodo de optimismo reciente. Desde entonces, ha pretendido ser el eje vehicular de la lucha contra la discriminación, contra la rigidez de ideas, contra los prejuicios, a favor de la colaboración, del trabajo en equipo, del mérito personal, sin que el ruido de las clases sociales o de la diferente biología interfieran en su reconocimiento. Efectivamente, esta serie es Star Trek.

Lamentablemente, su intento por mostrar un futuro más esperanzador para nuestra peculiar especie no ha logrado la repercusión equivalente que, en el ámbito de la cultura popular, ha cosechado esta obra de ciencia-ficción. O puede que hayamos caído también en señalar el lado negativo y no reconocer la influencia de esta serie, precursora junto a Star Wars de las franquicias mediáticas. No obstante, es inevitable señalar que esta producción parece haber divergido en relación al resto del panorama cultural, hasta el punto de ser considerada una excentricidad, una frikada, objeto de burla y menosprecio por sus colores chillones, jerga tecnológica y, especialmente, su visión optimista de la organización humana

El optimismo como desafío

Star Trek ha vuelto al medio audiovisual, sobre todo el de la televisión, gracias al fenómeno del streaming. Sin embargo, continúa sin deshacerse de su «halo friki» a pesar de haber mejorado mucho en estética, carácter aventurero y mayor énfasis en el humor, como en la serie Star Trek: Strange New Worlds, sin descuidar temas filosóficos o humanistas. El mayor problema de la serie para cierto sector de la población no es otro, al parecer, que el optimismo. En esta producción televisiva, cuyo sistema político y económico ha sido objeto de largos y complejos estudios en los que no se va a profundizar, muestran una organización política centralizada basada en el mérito, en el que el protagonismo alcanzado es aprovechado para el propósito del colectivo al que representan, en lugar de para medrar en él.

La polarización política y el panorama que nos muestra la actualidad, hace complicado «imaginar» una situación como la que desde hace más de cincuenta años proponen en la obra creada por Gene Rodenberry, oponiéndose a dicho ruido mediático, lo que ha ocasionado que el mensaje llegue cada vez a un sector más específico de aficionados y menos al «público general», ávido consumidor de distopías. Es en esta situación donde se puede observar otra «singularidad»: ¿Acaso la ciencia-ficción no consiste en imaginar caminos alternativos por improbables que parezcan? Parafraseando a Fredric Jameson, nos resulta más fácil imaginar a un replicante con sentimientos o a la Nostromo surcando el Cosmos, que la existencia de políticos decentes o que actúen en un sistema que fomente el que lo sean.

¿Hasta qué punto los prejuicios de la sociedad en un momento o época determinada permiten que los postulados en las obras de ciencia-ficción se consideren «posibles»? La política no debería estar exenta de postular con una posibilidad así. Naturalmente, no se trata de que un sistema «ideal» consista en modificar genéticamente nuestra condición o imponer sistemas políticos que castiguen ciertos aspectos de nuestra naturaleza para que seamos menos «volubles». Algo así devendría rápidamente en una distopía en la que una «élite» decidiría, qué, cómo y a quién vetar los sentimientos o libertades que nos definen como personas.

El humanismo de Star Trek

Entonces ¿Qué postulan en Star Trek? Se puede decir que proponen justamente lo contrario a la deshumanización que suele ser habitual en las distopías: promover el espíritu humano en la mejor versión posible de nosotros. Cierto es que en la serie no se especifica en detalle cuál sería ese hipotético sistema en el que primase la colaboración y el mérito ¿Pero acaso se explican en las obras de ciencia-ficción distópica cómo las élites transfieren sus consciencias a cuerpos jóvenes o como una Matrix recrea un universo virtual en nuestras mentes dormidas? La serie no pretender tomar parte en la imposición de un modelo político concreto, sino acometer la necesidad de llegar a una solución y explorar la posibilidad de lo que se podría conseguir, especulando con su resultado. 

La sociedad en Star Trek ha dejado atrás todos los vicios de hoy en día que nos lastran como la avaricia, la acumulación y el beneficio inmediato, lo que puede recordar a algunos sistemas políticos conocidos —se habla de un socialismo europeo proto-post-escasez—. No obstante, aunque en otras series y capítulos de la extensa saga se menciona que es una sociedad meritocrática a la que se ha llegado tras una guerra traumática de la que surgió un nuevo humanismo cosmológico, parece claro que es un modelo que todavía no conocemos, de la misma manera que las tribus del Paleolítico no conocían la democracia o el concepto de Estado. Porque en eso consiste la ciencia-ficción, en imaginar escenarios sin importar lo poco probables que puedan parecer en un determinado momento de la historia.

El espectador atrapado en la vorágine distópica se preguntará qué motivaciones pueden impulsar a los individuos de dicha sociedad más allá del placer inmediato que nos brinda la actualidad. Y cierto es que si los seres humanos no pueden aprender a encontrarlas en el amor, el arte, la ciencia, la literatura, el deporte y en definitiva, en descubrir nuevos mundos y nuevas civilizaciones y llegar a donde nadie ha llegado antes, pues entonces ya todo daría igual. 

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La definición de ciencia-ficción ha tenido desde siempre variadas interpretaciones proporcionadas desde sus más ilustres representantes. Señalar los elementos que caracterizan a cada género ha sido objeto de una controversia, a la que ya se han enfrentado los mejores. Sin embargo, no deja de ser un ejercicio intelectual interesante. Nos puede ayudar que dentro de la producción cultural, de todo aquello que implique contar una historia, existe cierto consenso sobre algunos elementos narrativos que pueden ser útiles a la hora de conocer el género. O al menos, para crear un catálogo de ellos que refleje la imaginación de los creadores para ambientar sus historias.

Arquetipo 

Sería un modelo universal de personaje o situación que se repite a lo largo de diversas culturas y épocas. Patrones básicos de comportamiento, reconocidos de manera intuitiva y que ayudan a comprender las historias. En la literatura clásica, encontramos arquetipos como el héroe, el villano o el mentor. En la ciencia-ficción es más difícil encontrar estos elementos ya que por definición, se trata de constructos culturales de épocas pasadas que con el tiempo han adquirido su significado. Sin embargo, el género ha sabido desarrollar sus propios arquetipos de ciencia-ficción como el «alienígena», el «ciborg», el «viajero del tiempo», o la inteligencia artificial que se rebela contra el ser humano, arquetipo que podría derivar de otros clásicos representados en el «golem» o el mismísimo «monstruo» de Frankenstein. HAL9000 sería una representación evolucionada y más sofisticada de ese mismo arquetipo relacionado con la vida y la consciencia artificial.

Tropo

Un elemento narrativo recurrente que se convierte en la estructura de una historia. Se trata muchas veces de patrones o clichés, «atajos» que permiten al lector reconocer el tipo de obra en cuestión. Convenciones reconocibles en todo el ámbito cultura, efectivas y versátiles a la hora de transmitir una emoción o idea con su sola presencia. Por ejemplo, tropos de la cultura en general serían, «el elegido», «el viaje del héroe», «la lucha entre el bien y el mal» o «el triángulo amoroso» (en los cuales se incluye la presencia de sus correspondientes arquetipos). Sin embargo, la ciencia-ficción puede tener sus propios tropos intrínsecamente de mayor originalidad en comparación, como: «el viaje interestelar», «el viaje a través del tiempo», la «invasión alienígena» o la inteligencia artificial consciente y/o rebelde. 

Jeroglífico

Los tropos en la ciencia-ficción acaban actuando también como lo que Neal Stephenson denominó jeroglífico, símbolos que trascienden la ficción y actúan como parte de un lenguaje común, convirtiéndose en referentes que mejoran la fluidez en el esfuerzo colectivo por comprender el mundo y desarrollar nuevas tecnologías. Un ejemplo podrían ser las Leyes de la robótica de Isaac Asimov, que son una representación concreta del tropo del «temor a las máquinas», lo que el propio autor llamó Complejo de Frankenstein. Estas ideas han inspirado desde hace décadas a la sociedad y continúan, ahora más que nunca, poniendo de relieve la necesidad de poner límites a los sistemas de inteligencia artificial. La misma palabra «robot» fue acuñada por el autor checo Karel Čapek y nuestro patilludo escritor favorito Isaac Asimov creo a partir de ella el término «robótica», integrándose en nuestro lenguaje cotidiano y en el ámbito tecnológico, demostrando el poder educativo y transformador de la ciencia-ficción.

Arquetipo + tropo

Como manera de ilustrar la complejidad a la hora de establecer fronteras entre categorías y los límites intrínsecos de etiquetar conceptos, en ocasiones no queda claro donde colocar a alguno de ellos. Uno de estos casos podría ser el mito de «el elegido». En este caso se usa el arquetipo básico del héroe como alguien que ha sido obligado por las circunstancias a cumplir con una misión transcendental para la que inicialmente no se ve preparado, pero una vez recorre el tropo del «camino del héroe» y se descubre a si mismo como tal, resulta decisivo finalmente a la hora de lograr el objetivo. El mito de «el elegido» sería una combinación especial de arquetipo y tropo, presentes en todo tipo de obras, desde las de narrativa clásica hasta las de fantasía y ciencia-ficción (Neo, de Matrix, Luke o Anakin Skywalker en Star Wars).

McGuffin

El McGuffin debe su nombre al enigmático director Alfred Hitchcok que lo nombraba para referirse a un elemento en la trama que no tiene importancia en si misma para el público, pero sí para los personajes por lo que representa o simboliza, convirtiéndose en el motor para que la historia se desarrolle. Ejemplos clásicos sería el maletín de Pul Fiction, el Santo Grial en Indiana Jones o el anillo único de El Señor de los Anillos. En el caso de la ciencia-ficción se podrían citar como ejemplos los planos de la Estrella de la Muerte de Star Wars o el condensador de fluzo, de Regreso al FuturoEn ocasiones puede evolucionar adquiriendo una importancia más significativa como por ejemplo, el Arca de la Alianza en En busca del arca perdida o la protomolécula en The Expanse.

Tropo + McGuffin

Podría darse el caso de existir un tropo por ser un elemento recurrente en la narrativa, pero al mismo tiempo tratarse de un objeto físico que no es relevante para el público por su constitución sino, además de por su simbolismo, ser la motivación de los personajes para avanzar en la trama. Un caso clásico de este tipo sería El halcón maltes (John Huston, 1941), una estatua que representa la ambición y la búsqueda de poder y, a la vez, es el objeto que motiva la acción. En la ciencia-ficción tal vez el caso más significativo sería el Monolito de 2001: Una Odisea del Espacio (Kubrick, 1968): al mismo tiempo que representa lo desconocido y el mito del origen de la singularidad de la especie humana, es también un objeto físico de origen, composición y funcionalidad desconocida, que sin embargo, aparece en determinados momentos desencadenando acontecimientos y motivando la acción de los protagonistas.

Arquetipo + Tropo + McGuffin

Llegados hasta aquí ¿por qué no ir más allá? ¿podría darse algún elemento narrativo que fuera una combinación de todo lo visto? En la literatura de no ficción es complicado hallar un elemento que sea simbólico, a la vez que un objeto físico que, a su vez, represente un arquetipo humano o relacionado con «lo humano». Apurando las definiciones, tal vez Ernest Shackleton y su expedición a la Antártida podrían ser un arquetipo (el «héroe»), un tropo («el viaje del héroe») y un McGuffin (la propia Antártida, entonces desconocida, misteriosa y motivadora de la acción). La ficción y la sobre todo la ciencia-ficción, al no estar limitada por las restricciones de la realidad, puede explorar conceptos más complejos y multifacéticos. Por ejemplo, los robots pueden ser vistos simultáneamente como un arquetipo (el «humano artificial»), un tropo (la «creación de vida») y un McGuffin (el objetivo de la trama, como en Planeta Prohibido). HAL9000, en 2001: Una Odisea del Espacio, es otro ejemplo de un elemento que combina estos tres conceptos: representa la conciencia artificial (arquetipo), la creación de un ser inteligente (tropo) y la fuerza impulsora de la trama (McGuffin).

Novum

Queda claro que la ciencia-ficción tiene unas características que no poseen ni el genero de la ficción ni el género de fantasía, donde se podrían ubicar también las clásicas mitológicas. En las obras pertenecientes a estos géneros clásicos se trata sobre lo humano o de nuestra relación con lo metafísico, una percepción que al fin y al cabo nos acompaña desde que existimos como especie. Pero la ciencia-ficción alberga en su seno una creación especial humana que nos relaciona con la realidad de una manera distinta a todo lo anterior: la ciencia. En las obras de ciencia-ficción existe un concepto que desafía lo anterior, que abre nuevas puertas, expande el horizonte. Ese concepto se le llama el Novum.

La ciencia-ficción se caracteriza como tal por poseer una concesión científica imaginaria o alternativa, que implica reconstruir el mundo alrededor siguiendo las mismas pautas y premisas por las que se rige nuestro mundo actual. Ambos mundos, real e imaginado, comparten el método científico como herramienta para establecer las pautas sobre las que se construye, pero el novum es el vínculo entre ambos. Es la «puerta» que une nuestro mundo real con otro con sus mismas normas, pero ampliado por las nuevas posibilidades imaginadas. Por ejemplo, el viaje en el tiempo abre un abanico de posibilidades y paradojas que han de ser manejadas con el mejor criterio científico, en la medida sea posible, en función del autor y del público a quien va destinado.

El novum de las obras de ciencia-ficción podría incluirse así mismo en cada uno de los conceptos tratados anteriormente. En el ejemplo del viaje en el tiempo, el novum podría considerarse el tropo de la propia posibilidad del mismo o el McGuffin en cuanto al dispositivo utilizado. Sin embargo, aquí podría observarse una sutil cualidad en el concepto de novum debido a su condición especial de vínculo cognitivo entre mundos, real e imaginado. Por ejemplo, si bien el Condensador de Fluzo es un McGuffin claro, sería difícil incluirlo como novum precisamente por que no es más que un disparate —gracioso y efectivo— cuya importancia reside en ser la excusa para justificar la posibilidad del viaje en el tiempo. Sin embargo, en La Máquina del Tiempo de H.G. Wells, el dispositivo utilizado es una representación del vehículo postulado para recorrer la dimensión temporal que su autor imaginó, adelantándose a la Teoría de la Relatividad de Einstein. El señalado vinculo cognitivo es mucho más evidente al poner a prueba los conocimientos establecidos y postular con nuevas posibilidades y sus consecuencias.

Sin embargo, otra condición necesaria para que un novum pueda considerarse un arquetipo, un tropo o un McGuffin, es la de su conversión a clásico. Un novum en efecto, comienza abriendo una nueva posibilidad, pero por su cualidad intrínsecamente novedosa, no puede ser considerado un «elemento narrativo recurrente». Tal vez, si su impacto es efectivo, puede convertirse en uno. Por ejemplo, cuando Karel Čapek metaforizó sobre la opresión humana y la rebelión, usando a «robots» creados por el ser humano, lo que en principio era un novum ha acabado convirtiéndose en uno de los tropos más recurrentes de la producción cultural: la rebelión de las máquinas contra sus creadores. Un concepto que Mary Shelley ya lo empleó en su pionera obra Frankenstein: el moderno Prometeo. Pero en el caso del escritor en lengua checa, la rebelión es colectiva, añadiendo otro matiz político que no tenía la obra de la británica, más filosófica y existencial. En ambos casos, lo que en su momento fue un novum (la «vida artificial») ha acabado convirtiéndose en dos de los más influyentes tropos en la cultura universal como la rebelión de las máquinas y el significado de ser humano.

Por la relación de estos novums y tropos con la manifestaciones culturales en general, se podría establecer una conexión entre cada uno de estos elementos y el tipo de obra de la que se trata, de manera que cada subgénero se caracterizaría por sus elementos (novums, tropos, arquetipos, McGuffin) específicos. En el caso de la ciencia-ficción se intuye una relación clara entre cada tipo de elementos usados (robots, máquinas del tiempo, inteligencias artificiales, naves interestelares, etc.) y la clase de obra que va a resultar. Es ahora, cuando se va a explorar una nueva relación entre un subgénero muy popular y un novum específico:

El novum de la space opera

Por si no se hubiera dado las suficientes vueltas a los conceptos, una nueva posibilidad puede añadirse. Un tipo de tropo/McGuffin/novum nuevo específico de la ciencia-ficción que define el género de las «óperas espaciales», también llamadas space operas. Este novum específico es un tropo que existe junto a otros habituales de las obras del género, pero por sus características, sobresale del ámbito conceptual de la obra. Es decir, en las space operas es habitual su desarrollo en entornos altamente tecnificados con grandes posibilidades imaginarias: desde robots inteligentes y autónomos, motores de gravedad artificial, hasta viajes más rápidos de la luz. Si bien la mayoría de ellos pueden considerarse extrapolaciones tecnológicas, científicas o sociales de nuestro mundo real, sin embargo, sobre todos esos novum/tropos/arquetipos destaca un concepto fuera del marco conceptual de la propia obra que al mismo tiempo, la define y la identifica. 

La Fuerza (Star Wars)

En el universo de la célebre saga creada por George Lucas, la tecnología avanzada establece un marco tecnoficticio que, inconsistencias aparte, puede considerarse una extrapolación de la tecnología conocida sobre la que destaca un novum diferente. Una «fuerza» que desafía dicho marco al representar un conocimiento del Universo inalcanzable para la mente racional, cuyo origen reside en unos organismos presentes en todas las formas de vida y que de alguna manera, establece un puente entre ciencia y misticismo. El sable de luz, un arma tecnológica cuyo manejo ha de realizarse a través del dominio de La Fuerza, ejemplifica dicho vínculo

La Lente (El Hombre de La Lente)

La obra de Edward E. Smith, precursora de la space opera, introduce un elemento clave: La Lente, un dispositivo con poder psiónico, resultado de un experimento alienígena. Al igual que en Star Wars, en este universo tecnológico destaca un poder especial que requiere entrenamiento para manifestarse. Lo interesante es el vínculo entre lo tecnológico y lo místico, representado por un artefacto pseudo-vivo que despierta poderes psíquicos latentes, cuyo origen alienígena, desconocido y ajeno a lo comprensible, está completamente integrado en el mundo descrito.

La protomolécula (The Expanse)

La obra de James S. A. Corey nos sitúa en un futuro cercano donde la humanidad ha colonizado el Sistema Solar, con sus inevitables tensiones políticas y sociales. En este escenario aparece la protomolécula, una sustancia pseudo-viva y de origen extraterrestre que altera el equilibrio entre las facciones humanas. Este novum, por su carácter único al poseer propiedades físicas, biológicas y genéticas más allá de lo conocido, representa tanto el arquetipo de la vida alienígena como el tropo de la amenaza exterior. Además, actúa como un MacGuffin, ya que su presencia impulsa tramas políticas y fomenta la exploración más allá de nuestro sistema solar.

La especia melange (Saga de Dune

La obra de Frank Herbert es conocida por su construcción precisa de universos y ecosistemas, pero su trama gira en torno a un concepto que trasciende la ciencia: la especia melange. Esta sustancia, cuyo origen orgánico y propiedades inexplicables solo se encuentran en Arrakis, desafía la comprensión humana, acercándose a lo que, según Clarkese podría definir como «magia» en ciertos entornos. La melange no solo influye en los protagonistas, sino que impulsa los conflictos políticos entre las grandes casas y define la tecnología de navegación interestelar. Es este contraste entre lo humano y lo inexplicable lo que caracteriza a la space opera.

El Flujo (Saga de La Interdependencia)

En la obra de John Scalzi, encontramos los elementos clásicos de la space opera: un imperio galáctico y una red de relaciones políticas que, como en Dune, dependen de un recurso clave. Este recurso es El Flujo, un fenómeno físico de origen desconocido y espontáneo, similar a los agujeros de gusano, que permite a la humanidad viajar grandes distancias entre las estrellas. Tras su descubrimiento, El Flujo define las dinámicas de poder político y es un novum que, aunque incomprensible, enmarca toda la acción de la historia.

El teletransporte (Star Trek)

La saga creada por Gene Roddenberry presenta un universo tecnológico que no solo extrapola lo conocido, sino que ha inspirado innovaciones reales. Dispositivos como los comunicadores portátiles adelantaron los futuros teléfonos móviles, y el Tricorder anticipó los smartphones. Sin embargo, uno de los conceptos más innovadores y arriesgados fue el teletransporte, creado para solventar problemas de presupuesto, pero que se convirtió en un pilar de la serie. A partir de él se derivaron tecnologías como el replicador de alimentos y la holocubierta. Además, el motor de curvatura, que justifica los viajes más rápidos que la luz, tuvo un gran impacto cultural e inspiró estudios teóricos sobre su viabilidad.

La dedona (La Saga de los Aznar)

Escrita por Pascual Enguidanos, es considerada desde 1978 la mejor saga de ciencia ficción europea, aunque su reconocimiento no ha trascendido mucho más allá del ámbito hispano y de la cultura pulp. A pesar de estos obstáculos, la serie destaca por la imaginación y coherencia con la que extrapola la ciencia y tecnología de su tiempo. El novum y elemento más innovador es la dedona, un material de origen alienígena 20,000 veces más pesado que el agua y con propiedades antigravitatorias. El descubrimiento de un material de origen extraño e inexplicable, transforma sin embargo de manera consecuente sociedades y redefine el poder, especialmente por su capacidad para revolucionar las estrategias bélicas.

Estos son algunos ejemplos de cómo las nuevas ideas definen a las obras que las albergan y además, abren nuevas expectativas culturales. La space opera, a menudo menospreciada, sin embargo, pone de manifiesto cómo un elemento inesperado desafía nuestras expectativas y nos obliga a repensar nuestra relación con el universo. Los novum de la space opera son el puente entre la ciencia y la magia, entre lo conocido y lo desconocido. Son la frontera donde la realidad se funde con la imaginación, y donde la humanidad se enfrenta a los misterios del cosmos. Al leer una space opera, nos encontramos con la oportunidad de explorar nuevos horizontes, de maravillarnos ante lo desconocido y de conectar con una parte de nosotros que anhela lo extraordinario.

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