Películas de fin de siglo de ciencia-ficción

Cuando todavía perduraban en la memoria obras como 2001: Una Odisea en el Espacio (1968) o Star Wars (1977), la sociedad tuvo que asistir al desvanecimiento de su repercusión cultural y el cambio de paradigma que supusieron cada una de ellas en sus respectivos ámbitos, tras la apisonadora que fueron Alien: el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982), ambas de Ridley Scott —2010: Odisea Dos (Peter Hyams, 1984) fue una buena película pero pasó desapercibida y La Amenaza Fantasma no apareció hasta 1999—. Aún así, los últimos años del siglo pasado todavía iban a ofrecernos obras destacables en el medio cinematográfico, más allá del imparable avance de la distopía y el ciberpunk. Sin embargo, a pesar de la repercusión que tuvieron algunos de aquellos estrenos, no fueron considerados mucho más que lo que entonces se denominaba blockbuster —producciones que partían con una estética y presupuesto característicos para atraer al publico. Campañas de marketing medidas y una amplia distribución—. Pero esta circunstancia no fue obstáculo para que los responsables creativos como director y guionistas, supieran camuflar o introducir entre líneas, mensajes más complejos que incluso hoy en día hacen que superen a producciones actuales o son origen de adaptaciones, secuelas y precuelas. Es decir, supieron moverse entre las necesidades comerciales de las productoras y sus inquietudes como artistas, algo que parece que hoy en día se le atraganta a la mayoría. Pero ¿Qué tenían aquellas obras? ¿Qué era lo que las hacía especiales?  

Depredador

(John McTiernan, escrita por Jim Thomas y John Thomas), 1987

Naru (Predator: La Presa)

Cuando se estreno esta obra, una buena parte del publico estaba acostumbrado a películas como Commando (Mark L. Lester, 1985) o la saga de Rambo (1982~2019), con Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone, tendencia a la que se sumarían otros actores en los años siguientes como Jean-Claude Van Damme
 en obras como Soldado Universal (Roland Emmerich, 1992). Sin embargo, el cine de acción con personajes hiper-musculados ha decaído hasta casi desaparecer —incluso el género de los superhéroes matiza esta circunstancia— mientras que la Saga Predator ha perdurado hasta la reciente precuela Predator: La presa (Dan Trachtenberg, 2022). Tal vez alguien argumente que es la tendencia a presentar protagonistas femeninas la causante de este cambio de paradigma, explicación a la que se sumarán probablemente los críticos a esta reciente entrega de la saga cuya protagonista es una mujer joven originaria de América del Norte. Sin embargo, el mensaje principal de ambas obras, común a la saga, es el mismo: prevalece la creatividad y la inteligencia frente al conservadurismo y la fuerza. En ambas obras la supervivencia se logra gracias a superar prejuicios, saber observar e identificar lo desconocido y crear nuevos paradigmas, para superar a una nueva amenaza frente a la cual las viejas soluciones ya no son útiles.

RoboCop

(Paul Verhoeven, escrita por Edward Neumeier y Michael Miner), 1987

Logo de la empresa ficticia OCP (RoboCop)

Mucho antes de  que las empresas tecnológicas tuvieran el peso que ahora tienen en el desarrollo social e incluso político, esta obra de Paul Verhoeven ya advertía de lo que podría ocurrir a la sociedad si dependiese en algunos aspectos básicos de un poder económico descontrolado cuyo principal fin es el de la mayor ganancia inmediata posible. Naturalmente que no hay robots asesinos patrullando las calles —ejem—, pero los hacinados trabajadores de empresas occidentales en China, las crisis económicas y las trágicas consecuencias que ocasionan en las economías más débiles, la enorme degradación del medio ambiente o el uso de información personal como mercancía, todo bajo la mirada distraída de los poderes políticos que de una u otra manera, acaban siendo partícipes, es bastante similar. Pero esta «predicción» no es lo más destacable de esta cinta de acción, violencia y corrupción a raudales. Su protagonista es un trabajador de a pie, un padre de familia que disfruta viendo con su hijo una serie de acción, una persona normal, un buen compañero de trabajo que tiene la desgracia de convertirse en el eslabón más débil de una situación que nunca debió ocurrir si todo fuera como pretenden que es. Sus restos acaban en el corazón de una fría máquina policial extraordinariamente capaz. Todo parece haberse perdido para él, aquel ser humano ya no está, desparecido tras fuerzas que parecen ignorar al común de la sociedad. Sin embargo, un pequeñísimo resquicio de voluntad oculto bajo los escombros de un cerebro devastado, el espíritu de un ser humano que anhela la el amor y la justicia, acaba superando todas las adversidades, emergiendo de lo más profundo de una máquina para al final, ponerla a su servicio, ayudado por una programación basada en directivas que recuerdan a las Leyes de la Robótica de Asimov. Robocop es en definitiva, una historia de superación personal, de reafirmación. Es la historia de Murphy.

Tropas del Espacio

(Paul Verhoeven, guion de Edward Neumeier basada en la obra homónima de Robert A. Heinlein), 1997

Escena de 'Tropas del Espacio' donde se muestra propaganda del régimen

De nuevo Paul Verhoeven, esta vez adaptando una obra del grandísimo Robert A. Heinlein. Por desgracia no pudimos ver las armaduras de la Infantería Móvil por falta de presupuesto, pero sí que supo transferir al medio audiovisual la sutil ironía y mordaz crítica política de la obra original, escrita en 1959, en el periodo tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, una época en la que el Occidente vencedor se creía totalmente legitimado y nadie osaba poner en duda a las democracias de dicho ámbito geopolítico. Bueno, nadie menos Heinleinque si se distinguía por algo era por no dejar títere con cabeza cuando se ponía a dar argumentos y a presentar situaciones. Aunque escritor y director probablemente tuvieran distintas visiones políticas sobre el asunto, el resultado es en cualquier caso enriquecedor y no deja indiferente. Lo que se relata en la obra original queda magníficamente visualizado en la obra cinematográfica: en este caso, el director se apoya en las características del medio en presentar una sociedad muy influida por el ámbito mediático donde las noticias mostradas por los medios obedecen a guiones destinados a dar una apariencia a los hechos conveniente para los intereses de los responsable políticos —¿le suena a alguien esto?— En la obra se ponen también sobre la mesa cuestiones como el derecho a voto, la ciudadanía, el mérito o el esfuerzo, conceptos que hoy en día continúan sin tener un modelo apropiado o al menos, convincente, por no decir peor que entonces.

Juez Dredd

(Cómic creado por el guionista John Wagner y el dibujante Carlos Ezquerra), 1977

Juez Anderson y Juezz Dredd en acción

Aunque en esta ocasión se trata de un cómic en lugar de una obra cinematográfica, el motivo de incluirla es por un lado, por tratarse igualmente de una creación del siglo pasado que todavía hoy en día continua dando frutos, además de que Sylvester Stallone en el año 1995 protagonizó una adaptación (Juez DreddDanny Cannon). Si bien esta cinta añadía más bien poco y muchos prefieren olvidarla, lo más significativo es que propició que en el 2012 se reversionara esta vez con un resultado más que notable: Dredd (Pete Travis, 2012) nos devuelve a ese mundo masificado y criminalizado de finales de siglo pasado, para traernos a un Dredd (Karl Urban) todavía más frio que Robocop en sus inicios, pero que finalmente ha de enfrentarse a la incoherencia de un sistema que ataca los síntomas, en lugar de solucionar las causas. En Mega-City One, la presión policial ha aumentado tanto que juez, jurado y ejecutor se convierten en un único agente, solución que no parecer acarrear otra cosa más que agravar los problemas que pretende solucionar. Dredd, a pesar de ser el más rígido e implacable de los jueces, acaba comprendiendo gracias a escuchar a su compañera, novata pero extraordinaria (Olivia Thirlby), que en ocasiones es necesaria la autocritica y cuestionarse los dogmas establecidos, cuando ya no cumplen con su función. Si Dredd puede hacerlo, nosotros ¡debemos hacerlo!.

Muchas de estas obras que hoy en día son recordadas con secuelas, remakes o adaptaciones a la televisión, contribuyeron a construir la visión que hoy en día la sociedad tiene sobre sí misma. Tal vez el resultado no sea todo lo estupendo que queramos, pero si existe alguna posibilidad de que la humanidad vuelva a retomar una senda más constructiva, sin duda que sin estas obras la situación sería mucho peor. En líneas generales, a finales de siglo pasado el incipiente ciberpunk permeaba a todas las producciones culturales: corrupción, capitalismo desmedido, totalitarismos encubiertos y una relación insana entre el ser humano y la tecnología. Pero en estas obras todavía perduraba un mensaje positivo, un trasfondo optimista y una gran confianza en el espíritu humano como agente transformador. 

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Stephen Hawkins dando la bienvenida a su fiesta a los viajantes del futuro

Ya se contó en otra ocasión que cada historia sobre viajes en el tiempo se inventa su propia mecánica de funcionamiento, ya que el conocimiento que se dispone sobre este ámbito es limitado. Para adentrarse en esos terrenos desconocidos sin caer en incoherencias llamativas, los autores han de imaginar supuestos partiendo tan solo de su imaginación y de su capacidad de observar fielmente la realidad. Por ello, puede resultar interesante jugar con el concepto, acercarse y observar con detenimiento y minuciosidad, de qué está hecha y el tiempo que transcurre por ella. Pero antes tal vez debamos averiguar algo más sobre él.

¿Existe el tiempo?

Desde la Teoría de la Relatividad el tiempo suele colocarse como una dimensión más al lado de las conocidas tres dimensiones físicas. Sin embargo, mientras que estas pueden ser recorridas en ambos sentidos, no ocurre así con el tiempo. Aunque esto sólo ocurre a nuestro nivel de percepción, ya que a nivel físico, las ecuaciones que definen la naturaleza pueden evolucionar tanto en un sentido como en otro. Es decir, sea lo que sea el tiempo, lo que nuestra mente percibe como tal en un único sentido del pasado al futuro, es una construcción creada por ella misma.
Nuestro trabajo muestra que el tiempo no existe como algo que esté allá afuera corriendo del pasado al futuro, sino que es una propiedad emergente que depende de la habilidad del observador de preservar información de los eventos experimentados
Robert Lanza,
director de Astellas Global Regenerative Medicine de la Universidad de Harvard

La naturaleza se muestra como tal una vez el mundo cuántico gobernado por probabilidades, adopta una forma final al interactuar entre sí siguiendo las leyes de la termodinámica. Nuestra mente y nuestra consciencia forman parte de ese mundo físico que en algún momento emerge, junto con el sentido del tiempo.

La lotería

Volviendo a nuestro mundo tangible y rutinario, exploremos pues cuál es el papel del tiempo. Empecemos por algo «fácil»: un bombo de lotería. Las probabilidades de que salga un número determinado al extraer una de las bolas es una fracción que depende del número de ellas en el bombo, de manera que cuantas más bolas, menos probable es que salga un número que hayamos elegido. La cuestión es: supongamos que en el momento justo después de haber extraído una de las bolas saltamos atrás en el tiempo y aparecemos de nuevo en el bombo de lotería girando y a punto de hacer la misma extracción, en ese mismo instante. Surgen al menos un par de preguntas a esta situación:

¿Volvería a salir el mismo número?

Si las bolas dentro del bombo siguen exactamente los mismos movimientos todo debería repetirse en las mismas condiciones. Aunque a nivel macroscópico las bolas repiten sus movimientos individuales, cada una de las interacciones posee una pequeñísima probabilidad de no ofrecer exactamente la misma trayectoria. En esta escala puede no ser un efecto observable, pero en el caso del clima atmosférico se puede entender mejor. Aun así, la duda de si nuestro mundo se repite siguiendo los mismos caminos trazados presenta una cuestión transcendente: ¿está establecido nuestro futuro?
  1. Si nuestro futuro no está establecido y es una evolución de nuestro presente que se va construyendo a cada instante, al volver atrás en el tiempo estaríamos irremediablemente transportándonos a una nueva realidad donde los sucesos vuelven a generarse en función de una probabilidad determinada ―como la de la lotería―.
  2. Por el contrario, si está establecido, todo se repetiría cual mecanismo de relojería extraordinariamente complicado. En este caso, la existencia del libre albedrio sería, en principio, una ilusión fruto de nuestra incapacidad para ver el tiempo más allá de la simple linealidad secuencial.
El espacio y el tiempo son constructos de nuestros sentidos biológicamente limitados

Ahora bien, esta manera de plantear las cosas de manera dicotómica, aunque es muy propia de nuestra especie, tal vez no sea la mejor de las aproximaciones a la realidad ¿Podría existir otra alternativa más flexible? Al fin y al cabo la mecánica cuántica que gobierna la naturaleza se basa en probabilidades, por lo que podría existir una línea preestablecida más probable que el resto, pero sin constituir un futuro irremediablemente escrito. Podría ser que la mayoría de las veces nuestras voluntades no sean más que automatismos que funcionan bajo reglas establecidas, gobernadas por la química de nuestros cuerpos y sujetas a la inexorable entropía universal. Pero quizás exista una Zona Muerta (Stephen King, 1979), un estrecho, pero posible margen de probabilidades, donde nuestro libre albedrío genere nuevos caminos que desafíen a la predestinación.

Pero no hemos respondido a la pregunta ¿Qué bola saldría? siendo todas las condiciones las mismas y suponiendo a esta escala un funcionamiento mecanicista, saldría la misma bola con una gran probabilidad ya que las condiciones eran las mismas... o casi. Existía una condición que no se daba en la primera iteración, algo que no estaba la primera vez que se ha relatado la extracción de la bola, antes de efectuar el salto atrás en el tiempo: el propio viajante temporal.

¿Dónde estaba el viajante del tiempo o crononauta?

Stephen Hawkins argumentaba que el viaje en el tiempo no era posible ya que, de serlo, estaríamos recibiendo visitantes del futuro. Dejando a un lado la cuestión de que tal vez es así pero no lo sabemos, en el ejemplo expuesto aquí, cuando se extrae por primera vez la bola solo había un «nosotros» contemplando girar el bombo, expectantes a verla salir. Es decir, no se trata —únicamente— si pueden existir o no dos versiones distintas de nosotros, sino que cualquiera que sea la persona que realiza el salto en el tiempo, no estaba allí —¿o sí? — antes de realizarse. Cuando la bola sale del bombo antes del salto, nadie había aparecido venido del futuro. Por tanto ¿Dónde está apareciendo nuestro crononauta? De nuevo surgiría la opción de una nueva realidad que emerge al realizar el salto temporal. Como se puede comprobar, al igual que con la teoría de los viajes Warp, el viaje en el tiempo parece implicar de una manera o de otra, una alteración traumática del propio entramado que conforma nuestra realidad.

Bucles temporales

Por lo visto hasta ahora, un viaje en el tiempo guarda cierto parecido con un bucle: un agente viaja hacia atrás en la «línea» temporal y causa con su irrupción un impacto cuyos efectos perduran en el transcurso de la línea temporal hasta alcanzar su origen. Estas alteraciones están limitadas por la propia naturaleza de nuestro universo y la necesidad de salvaguardar el principio de causa-efecto. Es decir, que no sería posible alterar los acontecimientos en la medida dichas modificaciones puedan impedir la causa que los provoca, lo que resultaría en una paradoja. De esta manera, la llamada línea temporal debería llamarse tal vez con mayor propiedad, línea de causalidad.


Gráfico 01: bucle temporal en el supuesto de creación de nuevas líneas de causa-efecto (Fuente: elaboración propia)

En el gráfico 01, A y B son las líneas de causalidad de dos realidades alternativas. T1 a T6 son los intervalos de tiempo equivalentes —no proporcionales— de ambas líneas temporales en función del punto de ruptura ocasionado por un viaje atrás en el tiempo y la creación de un bucle temporal. En T1, la única línea de causalidad conocida es la A. Si suponemos que al viajar atrás en el tiempo estamos creando una nueva línea de causalidad cuyos acontecimientos dependen de lo que hagamos a partir de ese momento —¿incluso no viajar atrás en el tiempo? — esta sería B. En T2 el crononauta venido del futuro y su yo del pasado, ambos, compartirían la misma línea de causalidad B. En T3 las cosas comienzan a complicarse: el crononauta de A decide volver a su tiempo original, donde le pertenece, y el originario de B, supuestamente una nueva realidad creada, está a punto de realizar el mismo viaje temporal que A llevó a cabo en su línea temporal ¿Se crearía una nueva realidad alternativa C? ¿Podrían convivir los crononautas de A y B indefinidamente si ninguno volviera a saltar en el tiempo? ¿Qué ocurriría con la línea temporal original de A, donde él ya no existiría? Puede que sea preferible asumir por aquello de la navaja de Occam, que no hay creación de nuevas realidades. Sí que podría considerarse que la línea de causalidad pueda verse modificada dentro de un cierto margen que como se comentaba, permita que la relación causa-efecto permanezca.


Gráfico 02: bucle temporal en el supuesto de modificación de una misma línea causa-efecto sin romper la causalidad (Fuente: elaboración propia)

En el gráfico 02, A y B son en esta ocasión dos versiones de la misma realidad que parece haberse visto modificada por el mero hecho de realizar un viaje en el tiempo. En T1 solo existe A, la original en este supuesto. En T2 es el momento crucial donde A ha viajado en el tiempo y aparece venido del futuro desde T5. Volvemos a la pregunta realizada ¿Dónde aparece el crononauta A si en T2 no se tenía constancia de la existencia de B? Si A no se encuentra con su versión B venida del futuro en T2 es porque este encuentro no llega a suceder, lo que no significa que el viaje no se haya realizado. A podría —debería— aparecer como B de manera que A —su yo del pasado— no sea consciente de su aparición (Primer Shane Carruth, 2004—). En el imaginario artefacto usado para realizar el salto temporal, se supone que habrá que establecer algún tipo de coordenada espaciotemporal. La precisión —o más bien la imposibilidad de establecerla hasta cierto punto— de este parámetro puede ser la clave que permita el margen necesario para que el viaje pueda ser realizado a un punto de destino que haga factible seguir una lógica de acontecimientos coherente. B aparecería en un momento y lugar tal que simplemente A, no se apercibirá de su existencia. La realidad y su trasfondo probabilístico gobernado por la mecánica cuántica, se encargaría del resto.

En T3, B podría decidir volver a su futuro. Pero según este postulado, desde que realiza el salto temporal de T5 a T2, su línea de acontecimientos deja de ser el patrón aparentemente estable y fijo al que creemos estar acostumbrados para pasar a ser una corriente o flujo fluctuante de estados superpuestos y sucesos por definir. Lo que se traduce en que una vez deja su línea temporal, esta ha dejado de ser la que era y ya nunca podrá volver a exactamente tal y como la recuerda. Aunque se trataría de la misma realidad física y con continuidad de la causalidad, existirían otras circunstancias posibles con probabilidades similares. Por tanto, al intentar volver al futuro mediante otro salto, podría encontrarse en T6 con esas sutiles diferencias y el mundo que él conocía en T5 habría dejado de existir.

Pero no acaban aquí las peculiaridades. Durante el intervalo en T2, A y B no han de tener un encuentro que contradiga la línea de acontecimientos —salvo que así hubiera sido para A durante el intervalo desde T2 hasta T5—. Es decir, al aparecer B en T2 venido desde T5, se encontrará con su yo desapercibido del pasado realizando todos los pasos que le han llevado hasta allí ¿Podría B encontrarse con A, incluso si no le interfiriera en su desempeño hasta realizar el salto temporal? ¿Qué efectos podría provocar en A y en sus recuerdos conscientes si B, su yo del futuro, logra aparecer abruptamente rompiendo la línea de acontecimientos, aunque no le impidan realizar el salto —lo que ocasionaría una paradoja—?

En este supuesto A y B son el mismo crononauta cuya diferencia consiste en que A es antes del salto temporal y B después. Es, por tanto, una misma consciencia. Sus recuerdos son los que son. De nuevo, surgen dos preguntas:
  1. ¿Puede B alterar la experiencia de A de alguna manera en la que este sea consiente?
  2. De ser así ¿Qué ocurriría con los recuerdos conscientes de B, que ya no serían los mismos? ¿Qué ocurriría con su mente? (Doce monosTery Gillian, 1995—)
De nuevo, la opción más abierta es suponer que existe un margen de posibilidades, estrecho, pero que permitiría alterar los acontecimientos dentro de ciertos límites: una sombra vista de reojo por parte de A viendo a su contrapartida B del futuro, o algún otro detalle del que no era consciente en su momento pero que a la luz de lo que descubre al realizar el salto y observarse a sí mismo, adquiere significado. Es decir, estaba ahí en efecto antes del salto, pero sin tener pleno conocimiento (CronocrimenesNacho Vigalondo, 2007—). Según este experimento mental, parece como si la consciencia humana del crononauta tuviera un papel en el viaje temporal: sólo él sería consciente de los cambios entre las líneas temporales entre cada punto de salto, tanto antes como después y al intentar volver a la que él creía su línea temporal personal original. En cierta forma, es como un ser tridimensional en el mundo de Planilandia (Edwin Abbott, 1884), pero en este caso la temporal. El crononauta tendría acceso consciente a una dimensión del tiempo que el resto ignoraría.

Otra fascinante pregunta que se puede plantear es la siguiente: si cuando A salta atrás en el tiempo de T5 a T2 se «crea» una nueva versión suya B, de manera similar ¿podría esperarse la creación de otra versión suya C al saltar a su futuro, o incluso, a cualquier otro momento? En un salto al pasado sabemos que existe allí una versión nuestra y que antes o después realizará el salto que nos lleva hasta ese instante, pero si saltamos al futuro desde ese pasado, no está nada claro qué versión nuestra vamos a encontrar, si es que encontramos alguna ya que, en todo caso, ese futuro ha de incluir el supuesto de que hemos vuelto a nuestra línea temporal y continuamos desde donde lo dejamos. Es decir, al contrario de un viaje al pasado en el que el crononauta es consciente de lo que ocurre, si se encuentra con una versión C de sí mismo en el futuro, este debería disponer de un conocimiento del que carece el crononauta B, ya que él recordaría un viaje que su yo del pasado todavía no ha recorrido. Tal vez lo más coherente es postular que un viaje a un futuro lejano resultaría en una desaparición de esa línea temporal del propio crononauta, mientras que el resto del universo continuaría su lento transcurrir por el espacio-tiempo a la manera habitual. Parece que el Regreso al Futuro (Robert Zemeckis, 1985) resulta todavía más paradójico.

Pero, si se ha de considerar nuestra línea temporal como algo flexible y modificable, aunque sea dentro de ciertos parámetros ¿Qué ocurre con todo lo que existe cuando dejamos esa línea temporal y alteramos las probabilidades del espacio-tiempo? ¿Cómo afecta a las consciencias que ven desaparecer al crononauta realizar el salto? ¿Cómo experimentarán esos cambios todos aquellos que se han quedado a expensas de sus actos? ¿Qué ocurre con nuestras consciencias?

Tiempo y Mente

La Física lleva desconcertada desde que con el experimento de la doble rendija descubriera que el hecho de observar conscientemente un experimento físico influía en el resultado —para el que acabe de aterrizar, comentar brevemente que en este experimento se da la extraordinaria circunstancia de que el resultado de emitir una pulsación de fotones a través de dos rendijas es diferente en función de si se está o no efectuando la detección de por donde pasa cada fotón, de manera que en un caso se tiene un patrón de interferencia (como onda) y en otro una agrupación aleatoria de los impactos en una placa sensible (como partícula). Esta sería en efecto una de las peculiaridades de la famosa dualidad onda-partícula del mundo subatómico—. Atónita, la Ciencia no ha tenido más remedio que aceptar la posibilidad de que la consciencia —sea lo que sea esto— tenga algún tipo de papel en la configuración de la realidad que nos rodea.

Como ya se comentó anteriormente, la mente es una parte más del mundo físico por lo que la alteración de ambos debido a una modificación de los acontecimientos pasados que afecten al momento presente, no puede descartarse. Hasta ahora se ha estado postulando en este artículo de manera un tanto libre e imaginativa, con un experimento mental en el que una consciencia y su cuerpo físico correspondiente —el ya conocido crononauta— entran en un bucle temporal y como consecuencia, los acontecimientos adquieren un determinismo líquido, en el sentido de que su resultado está sujeto a un fluctuar de probabilidades. El resultado sería un determinismo probabilístico, similar al del mundo cuántico que nuestra mente no percibiría ya que sería transformada junto con el mundo físico del que forma parte (Frequency Gregory Hoblit, 2000—). En cualquier caso, dejando a un lado la mera especulación, existen algunos estudios científicos que añadidos a este experimento mental proporcionan un escenario que es como poco, sorprendente.

Si empezamos por el presente, diversos estudios han encontrado evidencias de que nuestra mente no nos muestra la realidad tal cual, sino que está constantemente aplicando diversos filtros. Por un lado, por economía, para no tener que realizar un esfuerzo innecesario procesando información irrelevante, repetitiva o ya conocida, siempre a criterio de nuestro inconsciente. En este sentido es llamativo el experimento del disfraz de gorila en el que se evidencia que, si nuestra mente no está preparada para percibir algo previsible, no lo hace o le resulta difícil por simple ahorro de recursos. Además de esta sorprendente revelación sobre como nuestra consciencia maneja los acontecimientos que situamos en nuestro presente, otro estudio revela un funcionamiento no menos singular sobre los recuerdos, que normalmente situamos en el pasado. Nuestra mente no los almacena como una grabación en una cinta magnética, sino que accede a la memoria de los eventos pasados mediante una aproximación que incluye una reinterpretación de los mismos, según los conocimientos adquiridos posteriormente —ahora se entiende la gran afición de los humanos a reinterpretar la historia—. En definitiva, la naturaleza de la información almacenada no se corresponde «fotograma a fotograma» con lo ocurrido, más bien sería un archivo comprimido que se reconstruye con información del presente para adecuarse a él. Pero ¿acaso no es este el mismo mecanismo que se postulaba para un bucle temporal que conserve la causalidad?
Cada vez que recordamos algo, reconstruimos los eventos en nuestra mente e incluso los cambiamos para que encajen con cualquier información nueva que pueda haber salido a la luz
Elisabeth Loftus, psicóloga

Hipotéticamente, esa variabilidad de los recuerdos para ajustarse al presente podrían ser un reflejo de los reajustes que la realidad fundamentada en la probabilidad de la mecánica cuántica realiza para mantener la coherencia de la causalidad, de manera que esta preceda al efecto. Puede que lo que nosotros creemos que es la realidad como un transcurrir de sucesos de manera lineal no lo sea tanto y realmente sean flujos dinámicos de eventos probables que no adquieren presencia física hasta que es necesario que lo sea. Por ejemplo, ¿Qué ocurre con un vídeo que es grabado físicamente en un registro magnético o similar? Esos sucesos no podrían ser alterados ni, por tanto, la causa que los genera ¿Refuta pues el postulado? En absoluto, de la misma manera que en el experimento de la doble rendija, simplemente, esos sucesos ya habrían adquirido una forma definitiva por el mero hecho de efectuar un registro de ellos. Resulta fascinante la semblanza con las creencias de algunas tribus que no desean ser grabadas con cámara porque piensan que «les roba el alma».

¿Y qué hay del futuro? Por supuesto, la prospectiva que nuestra mente realiza hacía los acontecimientos venideros no es menos singular. La sorpresa es que cuando pensamos en lo que está por venir, la mente emplea los mismos mecanismos que para acceder a nuestra memoria del pasado, es decir, construye unos Recuerdos del Futuro (Erich von Däniken, 1968) con la información actualmente disponible. De alguna manera, nuestra mente a pesar de todo guarda esa simetría temporal que se comentaba al principio que el mundo tiene a nivel cuántico, pero que, a nivel macroscópico en nuestro día a día, está limitada por el segundo principio de la termodinámica. La cuestión es que, aunque nuestra consciencia forma parte del mundo físico, continúan existiendo esas dos incógnitas: ni se conoce qué es y cómo surge, ni se conoce cuál es ese misterioso tejido que forma nuestro universo en su nivel más básico, por lo que la relación entre ellas es también un intrigante misterio susceptible de ser fuente de fabulosos relatos.
Otro error que cometemos es asumir que imaginar el futuro es un proceso completamente diferente del de cómo pensamos sobre el pasado

Elisabeth Loftus, psicóloga  

El día de la marmota

Otra posibilidad de viaje temporal en la que la consciencia es la protagonista ha sido explorada en algunas obras de ciencia-ficción muy populares (Atrapado en el tiempo Harold Ramis, 1993—) hasta el punto de constituirse como un subgénero, es aquella en la que lo que viaja en el tiempo no es el cuerpo físico de un crononauta, sino únicamente su consciencia. En estos postulados la consciencia de un sujeto viaja a su propio cuerpo, pero en un tiempo anterior repitiéndose el proceso una y otra vez. La consciencia seguiría el patrón supuesto en el gráfico 02, siendo esta A y el cuerpo B, pero con una sorprendente variante: al no existir otra versión física del crononauta, las reglas de causalidad no podrían romperse, hiciera lo que hiciera el individuo en cuestión. El sujeto podría recrear en cada iteración del bucle una nueva realidad, ya que no habría otro cuerpo físico que crease alguna paradoja. Sería una consciencia del futuro que reescribe la línea temporal a su antojo, limitado por supuesto por sus propias posibilidades de interactuar con su entorno. Su consciencia sería la única en conservar los recuerdos de cada futuro de cada una de las iteraciones temporales. Quién sabe si nuestros propios sueños podrían ser origen de déjà vus, como resultado de viajes de nuestra consciencia al futuro y su regreso a nuestro cuerpo anclado en el presente. Un detalle de esta y otras obras similares como Palm Springs (Max Barbakow, 2020) o El mapa de las pequeñas cosas perfectas (Ian Samuels, 2021) es que el punto de retorno es precisamente el de la interrupción de la consciencia durante el sueño. Sin embargo, en Al filo del mañana (Doug Liman, 2014) son un poco más drásticos: el sujeto ha de fallecer para producirse el reinicio del bucle. Otro caso que destaca por su propuesta original es Código Fuente (Duncan Jones, 2011) donde la consciencia de una persona aparece en bucle durante ocho minutos en otra línea temporal... al menos en apariencia.

La ciencia

Aunque todavía hay mucho camino por conocer, la ciencia tiene algo definido sobre la posibilidad del viaje en el tiempo. El primer paso en este sentido fue dado como consecuencia de la Teoría de la Relatividad General del archiconocido Albert Einstein: las curvas cerradas temporales. Según esta teoría, existe una posibilidad de que las curvas temporales similares a las que se ha especulado en estas líneas puedan existir, teniendo como una de las consecuencias que un efecto pueda ser simultáneo con su causa, dicho de otra manera, que un efecto sea su propia causa (Todos ustedes, zombisRobert A. Heinlein, 1959—). Dentro de una curva cerrada temporal, la causalidad solo se mantiene a través de esta singularidad en la que cualquier cosa puede ser su causa. Esto significa que la aparición abrupta de algo nuevo no podría determinarse a partir de los sucesos anteriores, creando a partir de ese momento una línea temporal renovada. En cualquier caso, esta curva cerrada siempre habría existido (El Final de la Cuenta AtrásDon Taylor, 1980—), es decir, en el caso del bombo de lotería, este era realmente un bombo trucado que un viajante del futuro puso en lugar del correcto, proporcionando el resultado adecuado cuyo premio permitió financiar un proyecto para crear una máquina del tiempo y así, viajar al pasado y sustituir el bombo de lotería. Por ejemplo. Por supuesto, el propio Stephen Hawking propuso la conocida conjetura de protección cronológica por la que supuestamente las leyes del universo impedirían un viaje en el tiempo y también, el físico Novikov propuso en sentido favorable el principio de autoconsistencia, que sí permitía los viajes temporales pero establecía límites para mantener la coherencia.

Estudios posteriores coinciden en estas posibilidades. Por ejemplo, los investigadores Ben Tippet y David Tsang han desarrollado el modelo teórico que permitiría construir un bucle temporal, que, si bien sería matemáticamente posible, exige un uso de energías que lo hace inviable... de momento. En cuanto a las paradojas temporales que podría producir, otros dos investigadores, el estudiante Germain Tobar y el doctor Fabio Costa, han hallado en su estudio que la causalidad podría mantenerse gracias a «reajustes» que la propia realidad efectuaría que, si bien alterarían los acontecimientos, no así con la causa que los provoca. 

Exploradores del Tiempo

Puede que lo que escondan en el fondo todas estas historias sobre viajes en el tiempo, sea esa ensoñación que nos produce la posibilidad de volver a aquel momento de nuestras vidas y hacer las cosas de otra manera, reparar nuestros errores, aprovechar aquella oportunidad... o decidle a aquella chica lo que nunca te atreviste. Pero lo que nos acaban mostrando estos relatos es que el pasado es de cristal, si se rompe, ya no se vuelve a unir como antes, con resultados impredecibles. Que lo único que podemos cambiar es a nosotros mismos hablando con nuestro yo anterior. Son nuestras consciencias, en su caminar por la senda del tiempo, las que convierten los futuros posibles por explorar en pasados por recordar. De alguna manera, no solo somos exploradores del universo como Carl Sagan definía a nuestra especie, sino que también lo somos del tiempo, cuyo presente es su resultado. Somos en definitiva, constructores de presentes y soñadores de futuros.

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John Carter [wallpaper]

La libertad es uno de los derechos más preciados por la sociedad. A poca gente se le ocurriría poner en duda lo más mínimo este derecho ineludible del ser humano. No faltan los que en cuanto se pretende acotar el término sospechan de ciertas tendencias políticas o ideológicas, haciendo uso de etiquetas muy manidas para espetárselas al que ha osado abrir la boca, llegando a la paradójica auto-contradicción. Pero empecemos por el principio: ¿libertad para qué?

Desde que en España comenzamos a disfrutar del actual periodo llamado democrático, uno se encuentra con extraordinaria frecuencia la idea de que gracias a ello, se puede hacer «lo que uno quiera». A mi personalmente siempre me ha llamado mucho la atención esta frase. Si bien estoy por supuesto de acuerdo en un sentido amplio, me surgían muchas preguntas para las que no encontraba respuesta. Por ejemplo: si puedo hacer «lo que quiera» ¿Significa que puedo estar haciendo todo el día tonterías y diciendo chorradas? ¿O significa que cualquier cosa que haga va a dejar de ser considerada como una «tontería»? ¿No se debería intentar hacer «lo correcto»?

Claro, esto era y sigue siendo incómodo, ya que obliga a definir qué es lo correcto. Como consecuencia, ayudados por un ambiente político que consiste en decir a la gente lo que quiere escuchar, se ha pasado a la obligatoriedad en la ausencia de definición con frases aparentemente irrefutables como «todas las opiniones y posturas son respetables» ¿A que es difícil poner pegas a esto? ¿A que nos resulta «cómodo» seguir con nuestras ideas sin intentar corregir a nadie, ni a nosotros? —total, voy a tener igual el Barça/Madrit en la tele—. Las redes sociales han amplificado todavía más esta situación con la creación de burbujas autoconvencidas y un ambiente político extremadamente polarizado que consiste en machacar ideológicamente al contrario, cuyo principal error es el de pensar diferente a ti.

«Cuando todos piensan igual, es que ninguno está pensando»

Walter Lippmann

Naturalmente, el problema no reside en que todo el mundo tiene derecho a tener su postura y a manifestarla. Esto es innegable. El problema es, sin embargo, no añadir a continuación la obligación de cuestionarnos su validez o de aceptar que puede estar equivocada. Y créanme, por pura lógica universal matemática, cuando existen dos posturas contrapuestas una a otra, una de ellas no puede ser cierta. No se puede opinar que algo es blanco y es negro al unísono. Ambas posturas son «respetables» pero una al menos, no puede ser cierta: no es incompatible lo respetable con lo equivocado. Puede ocurrir, no obstante, que sea gris y que cada uno vea sólo lo que quiere ver, lo que puede que pase la mayoría de las veces.

Hay que añadir que no se trata de cuestiones culturales o de modas. Estas, por definición, dependen de los criterios que marca la sociedad y son ambiguos o imposibles de determinar objetivamente ya que dependen de preferencias personales y estimaciones arbitrarias. Por ejemplo, no se trata de si es «correcto» llevar sandalias con calcetines subidos hasta la rodilla o todo lo contrario. Y también hay conceptos para los que no existe una respuesta que nos guste, ya que dependen a su vez de otros problemas cuya solución está al alcance de la decisión de muy pocos.

La realidad tiene muchos matices, pero todos llevan al mismo punto. Si alguien está pensando en la mecánica cuántica y aquello de que la realidad depende del observador, del cristal con el que se mira, etc., etc... aunque la física apoya esta aparente subjetividad, una vez la realidad adquiere presencia lo hace dentro de un margen estrecho definido por precisas leyes físicas. Es decir, aun admitiendo que la realidad la construye el observador, sin embargo, no puede crear cualquier realidad, sino solo una muy bien determinada.

Otra frase característica de este periodo actual en el que se encuentra nuestra sociedad, es la de «tu verdad» o «mi verdad», que refuerza la idea de que cada uno puede creer en lo que le de la gana con la única condición de que los demás puedan hacer lo mismo. Como si la verdad dependiera del capricho de cada uno —o lo que es lo mismo, dogmatismo puro y duro—. Y todos tan contentos. Sí, es verdad que cada uno puede creer en lo que le de la gana, pero nadie garantiza si se está o no creyendo en una gilipollez —¿alguien dijo terraplanismo?—.

A la sociedad le preocupa más la «libertad» para escoger una descripción de nuestro mundo, que la correspondencia de esta con el mundo real. No le importa el tiempo, recursos y esfuerzo que una sociedad puede desperdiciar por no tener una versión del mundo que se ajuste a una realidad física. No le ha importado hasta ahora, por ejemplo, todo el daño que un modelo económico basado en la creencia irreal de un crecimiento ilimitado le causaba al medio ambiente. No le ha importado creer en un modelo económico que generaba deuda de un dinero irreal que posteriormente ha quebrado la economía real —la de comer todos los días— de familias con recursos limitados.

¿Cuándo ha empezado esta aversión a la búsqueda de la verdad? Al parecer la culpa de todo esto la tuvieron los nazis, no porque sea fácil echarles la culpa de todo a ellos —que también—, sino porque desde entonces se ha confundido la manera en la que ellos creyeron en su verdad, con el hecho de creer en una verdad. El problema de los nazis no era que creyesen en unos principios y los defendieran con firmeza, sino —entre muchos otros— en creerse con superioridad para imponerla al resto. Es decir, en no considerar que pudieran estar equivocados. 

Esta confusión fue provocada por el ansia en dejar como sea atrás el nazismo y colocar a los ganadores resultantes de aquel desastre como unos salvadores muy por encima de la situación, lo que no era ni es del todo cierto. Como consecuencia, la historiografía y la cultura social resultante construida desde entonces en las democracias occidentales, huye como de la peste de la firmeza en la defensa de las ideas y principios propios y del ansia de conocimiento, en lugar de buscar la autocrítica o el debate

Alguien estará pensando cómo se puede ser firme en la defensa de las ideas y a la vez ser autocrítico. Bien, aquí es dónde está la gracia. Hay una cosa que se llama línea argumental y todo el mundo debería establecer la suya propia para llegar a una conclusión. Saber por qué hace las cosas. Cuando se entra en contacto con otras personas y se comparten dichas líneas argumentales, surge la oportunidad de poner en cuestionamiento las propias y someter a crítica la de los demás. No por el deseo de tumbar ideológicamente al oponente, sino para ayudar al prójimo a que se corrija él mismo su línea argumental propia. La idea sería aprender gracias a compartir con los demás estos argumentos, algo que es para lo que deberían servir las redes sociales. Sin embargo, como sabemos, es justamente al contrario.

Sin ánimo de hacer especulaciones gratuitas, es como si el germen del fascismo que ya existía antes del conflicto en aquellos ganadores de la Segunda Guerra Mundial, pero que no pusieron en práctica como sí ocurrió en Alemania, sin embargo, haya evolucionado en un postfascismo que huye de las etiquetas clásicas nazis y al mismo tiempo, las usa para desviar la atención y permanecer inadvertido. El resultado, sea cual sea la explicación, es que por mucho se supone que hayan intentado evitarlo, han generado una sociedad dogmatizada y polarizada ideológicamente, que huye de la verdad y abraza lo intranscendente, lo vulgar y lo directamente falso. Lo fake y lo viral, son las nuevas señas de identidad de la actualidad.

«la eugenesia. Todo el mundo piensa que se circunscribe a la Alemania de Hitler, pero en realidad empezó en Virginia, en la América profunda, y luego Francia y solo después Alemania»

¿Qué tiene esto que ver con la ciencia-ficción? Pues mucho por varios motivos. Uno es que este género suscita los más acalorados debates —por llamarlos de alguna manera— alrededor de su producción cultural. Se llega al punto de que actores son cancelados de la opinión pública por su raza, por su sexo o por alguna cosa que dijeron que hicieron, en alguna parte, hace un tiempo. Y el otro motivo ha sido por propia experiencia en dos situaciones: 

Una de ellas es sobre la reciente serie de televisión de La Fundación en una conocida red social. La cuestión era qué grado de acierto podía lograrse en una critica de esta serie sin haber leído los libros. Tanto la serie como el asunto mencionado podrían ser objeto de largos artículos, pero por resumir, parece bastante razonable argumentar que para adaptar una obra a un medio distinto al suyo original, es al menos conveniente conocer las particularidades de este. Es decir, no es que no se pueda opinar, pero el análisis va a estar cojo con una gran probabilidad de no ser así. Pero si esta discusión puede parecer de traca, el remate es cuando se puede leer la frase «la crítica es libre». Confieso que no entendí lo que ocurría hasta hace poco, cuando he decidido escribir sobre ello. La crítica es en efecto libre, pero nadie discutía eso, sino la validez del argumento expuesto. 

Y el otro caso tiene algo más de tiempo y fue en la misma red social —lamentablemente, los tweet están bloqueados por la autora—. En este caso fue de nuevo otra adaptación de una obra literaria, la película John Carter y las criticas hacía ella por su parecido con Star Wars de la que —decían— no era más que una «copia». En otra red social pretendí —no estoy seguro de con cuanto acierto— explicar que no podía ser una copia ya que la obra original en la que se basaba la película era nada menos de hace más de cien años, literalmente. O sea, a cada uno le puede gustar o no una película o una serie, pero si el principal argumento con el que te has formado tu opinión no tiene ni pies ni cabeza, algo falla. Por mucha libertad que tengas. Continuaba argumentando que tal vez fuera un problema de mercadotecnia, algo que ocurre en bastantes situaciones cuando no se acierta con el mensaje enviado al publico que ocasiona que acudan a las salas con una idea distinta a lo que realmente va a ver. El tiempo me ha dado la razón al hacerse públicas diversas declaraciones de los responsables de la producción admitiendo que la campaña de marketing fue un total desastre. Pero la prueba de que la gente se equivocaba en su juicio a esta película a causa de un argumento falso no es solo por esto: ahora, diez años después, el que ha podido acceder a esta obra sin un prejuicio previo, la está valorando mucho mejor que lo que entonces se hizo.

En estos dos casos el problema ha sido la falta de conocimiento de las obras originales. Esta circunstancia también fue en el lado opuesto, una de las claves del éxito de Avatar, una película plagada de clichés del cine de entretenimiento, cuyo principal aporte fue una nueva manera de hacer dinero y cuya originalidad proviene en su mayor parte de obras literarias las cuales solo un ínfimo porcentaje de los espectadores que la aplauden han leído. Es como si la ignorancia del público se convirtiera en un valor de mercado. Sin embargo, cuando la intención es difundir un mensaje más sofisticado proveniente de una saga literaria a otro medio más popular, la principal crítica, incluso del entorno mediático, se apoya en el desconocimiento de la obra de la que se parte, siendo un blanco fácil ya que en efecto, es desconocida para una mayoría. Parece como si existiese un filtro impuesto por un establishment que opera entre bastidores. En fin, espero estar equivocado.


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El Eternauta

En el año en el que El Eternauta (Oesterheld-Solano, 1957) fue publicado, las invasiones de extraterrestres que aparecían en el ámbito anglosajón eran sobre todo, reflejos del temor a la inestable situación que en plena Guerra Fría se vivía. Pero el resto del mundo tenía además de esta, otras preocupaciones más inmediatas y que afectaban de manera más directa y en ocasiones dura, sus vidas. En el mundo hispano de ambos lados del océano, los problemas provenían de regímenes dictatoriales y sociedades de cultura militar impuesta. 

Siguiendo este mismo principio de utilidad de la ciencia-ficción para manejar las preocupaciones del presente, el escritor Héctor G. Oesterheld usó una ficción sobre una invasión extraterrestre para reflejar la coyuntura que en aquellos momentos definía sus vidas, en los aspectos más inmediatos. Pero en lugar de presentar un escenario dominado por unas fuerzas extrañas ―el poderoso y lejano enemigo― ideó un modelo estratégico por fases de invasión alienígena basado en la eficiencia, que eliminaba de manera precisa la resistencia local o la reutilizaba en su favor, dejando intactos los recursos del planeta. Un enemigo que pasaba a formar parte desde ese día, de una rutina donde el sometimiento y la permanente sensación de derrota y dominio inevitables eran la norma. Aunque en La Invasión de los ultracuerpos (Jack Finney, 1955) se acercan a esa situación, este modelo no parecía ser aceptado como propio por los orgullosos países de ámbito anglosajón-protestante ―los llamados WASP― en los que no se admitía que estos problemas pudieran formar parte de su cultura. Sin embargo, la verdad es que con el tiempo ha acabado sirviendo de inspiración en nuestros días en obras culturales que tratan el mismo tema, empezando tal vez en la serie Falling Skies (Rodat-Spielberg, 2011~2015) siguiendo por Colony (Cuse-Condal2016~2018) o Nación Cautiva (Rupert Wyatt, 2019). En estas obras, sus sociedades acaban acatando aunque sea parcialmente ―o usando el recurso de un ficticio dispositivo de control mental― el dominio totalitario, definiendo su funcionamiento y sus jerarquías, donde algunos de entre sus gentes acatan el poder a cambio de ser acogidos en el poderoso regazo de las autoridades, traicionando a su gente o a sus teóricos principios para lograr un protagonismo que de otra manera no conseguirían. Situación que recuerda a la que en países como Francia no quieren recordar y han procurado ocultar, en relación al periodo de ocupación nazi en la 2ª GM y el papel que el funcionariado de aquel país tuvo colaborando con los invasores.


En cuanto a la parte artística, aunque el estilo oscuro del dibujante Francisco Solano se presentaba absolutamente sucio y demacrado, lo cierto es que le otorgaba una sensación angustiosa al relato totalmente oportuna que ayudaba a reflejar esa sensación de fatalidad lúgubre, que el inevitable destino aparentemente presagiaba. 

Tras muchos intentos y discusiones sobre la propiedad cultural de la obra, sus herederos han acordado con una cadena de video por suscripción la realización de una serie, gracias a la gran repercusión cosechada en todo el ámbito hispano y en el mundo del cómic a nivel internacional. Sin olvidar que en su país de origen, Argentina, fue toda una conmoción política lo que junto con  la extraña desaparición de su autor, ha transformado la obra en un mito. De alguna manera, logró inadvertidamente traspasar el cuarto muro del cómic, ya que el autor hace acto de presencia en el propio relato mientras contempla una de las apariciones del protagonista, el viajante de la eternidad. Quizás es tal vez allí el lugar donde se encuentre el desaparecido escritor. En cualquier caso, él y su creación continuarán su viaje en nuestra imaginación, hasta encontrarnos con ellos al final de la eternidad.

[Esta entrada es un fragmento actualizado y ampliado de otro artículo anterior]
[Artículo publicado posteriormente en El sitio de ciencia-ficción y en el blog de Planetas Prohibidos]
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Logo y créditos iniciales de 'Star Trek: Discovery'

Desde hace 55 años que Star Trek o Viaje a las Estrellas viene mostrándonos que lo importante no es alcanzar un horizonte lejano y utópico, sino que el objetivo es el propio viaje al recorrerlo. Un camino que la Humanidad viene realizando en su lento deambular alrededor del Sol, tropezándose continuamente con sus inevitables defectos. La Star Trek original, conocida como TOS (Trek Original Series), nos mostraba a una tripulación interdisciplinar, interracial y en la que el género no era tan siquiera un asunto del que se hablara. Su autor, Gene Rodenberri, no pretendía mostrar un futuro en el que no hubiera problemas, sino uno en el que la Humanidad sabía enfrentarse a ellos como equipo, como colectivo. Desde entonces, aquella pretensión ha ido sufriendo desgaste ante el roce con el resto de la producción cultural, obsesionada con la reproducción mimética de los problemas del presente, extrapolados y llevados a sus consecuencias más exageradas, asumiendo que no hay nada que hacer al respecto y prácticamente, convirtiéndose en profecía autocumplida.

Star Trek Next Generations (TNG) estiró la idea inicial y permitió que la saga alcanzara el fin de siglo, pero su importante ―aunque limitado― aporte de nuevas ideas, quedó parcialmente oculto tras la repetición de los mismos clichés de décadas anteriores. Esto hizo que los acontecimientos del siglo entrante se la llevaran por delante. Star Trek dejó de existir a pesar del intento fallido —para algunos— de Enterprise. Antes de esto, un suceso iba a señalar una circunstancia que actualmente, más de dos décadas después, continua definiendo nuestro día a día —pero en el mal sentido—: en un buen intento por mantener la saga viva, Espacio Profundo Nueve mostraba otra visión del universo Trek, pero fue entonces cuando el fenómeno social por el cual alrededor de un concepto cultural se creaba una legión de seguidores y constituía su éxito, comenzó a desvelar un oscuro aspecto: un sector de la comunidad de aficionados de la franquicia «entregados» a la causa trekkie y aferrados al concepto original, no lo asimilaron y lo consideraron como algo cercano a una herejía, una traición al «espíritu» de la saga. Lo paradójico de todo este asunto es que ocurría sobre una idea que pretendía que la humanidad fuera flexible, tolerante, comprensiva y se adaptara a los tiempos para resolver los problemas, no para crear otros nuevos. Una contradicción que viene persiguiendo a la humanidad desde que comenzó a caminar. Espacio Profundo Nueve era una historia ambientada en el mismo universopero en una situación diferente, por lo que la respuesta y la acción de los personajes no tenía porque ser la misma que la de TOS. Sí debía de ser, no obstante —y así de hecho cumplía la serie— la filosofía subyacente con la que se manejaban las situaciones, que en este caso no eran insondables misterios de zonas desconocidas del universo, sino de la convivencia de varias razas enfrentadas entre si en un área fronteriza del estado político formado por la Federación de Planetas. Efectivamente, en el universo imaginario creado alrededor de la saga original, no todo el mundo embarcaba en misiones de cinco años a lugares donde nadie había llegado antes.

Tras el cambio de paradigma en el mundo audiovisual, con el mítico reinicio de la saga Battlestar Galactica, faltaba que esta transformación cultural alcanzase al universo trekkie. Y así parecía ser cuando se anunció que una nueva serie ambientada en dicho universo iba a aparecer: Star Trek: Discovery. Ya desde el principio avisaron que cambiarían el foco: la serie no estaría centrada en el capitán, y que sería mujer. Es decir, no solo desafiaban la inercia cultural de presentar como protagonista a un hombre, sino que también se pretendía desafiar al propio concepto de orden jerárquico, y por consiguiente, al concepto de meritocracia, fundamental en el universo de Star Trek y objeto de gran controversia hasta nuestros días. Esta declaración de intenciones era un aviso de lo que iba a venir.

La protagonista

Michael Burnham (Sonequa Martin-Green) en el puente de mando de la 'Discovery'

Una mujer, de raza negra ocupando posiciones inferiores en la jerarquía organizativa. Además, engreída, prepotente, desafiante, insubordinada, sabelotodo y con necesidad de ser continuamente el centro y creer que de ella depende la responsabilidad, le corresponda o no, de salvar a todo el mundo. Alguien podrá pensar que estoy siendo despectivo, racista, misógino y puede que un montón de cosas más. En estos términos se han estado dando divisiones entre los aficionados, protagonizando discusiones polarizadas al máximo, desgraciadamente, tan clásicas y que tanto abundan en estos días. Los aficionados se culpan unos a otros, no por lo que piensan sobre la obra, sino por el mero hecho mismo de pensar algo diferente a «lo correcto», que suele coincidir curiosamente con lo que le conviene a cada uno. En definitiva, verdaderas aberraciones a estas alturas de siglo. Volviendo al tema, al parecer, pocos han pensado en la posibilidad de que los creadores de la serie hayan puesto a esta protagonista así, intencionadamente, con esa personalidad y esas características. Y tendría sentido y sería coherente con lo que se ha visto en la saga: Michael Burnham (Sonequa Martin-Green) está desde los inicios moviéndose en el terreno de lo ilegal, lo irresponsable y lo temerario, por lo que no logra ser comandante hasta... ¡la cuarta temporada! El único que confía en ella resulta ser un intruso de un universo paralelo «oscuro» ―un clásico de la saga, sin embargo, tal vez la parte más incoherente―. Su hermano, nada menos que Spock (Ethan Peck), la define con precisión y hasta que él aparece nadie la pone en su sitio ―lo que repetiría el Almirante de la flota en la 3ª temporada― confirmando que su hermana es realmente así, no es que nosotros seamos «malos» por pensarlo. Discovery, continuando con la filosofía del universo Trek, nos hace enfrentarnos a nuestros prejuicios y nos obliga a replantear que incluso la gente que pueda parecernos impertinente en un principio, merece también una oportunidad.

La jerarquía y los roles

Sylvia Tilly (Mary Wiseman)

El concepto de meritocracia en Star Trek ha sido siempre una de sus importantes señas identitarias al desafiar los conceptos establecidos en su época. Sin embargo, su tratamiento era implícito en el propio planteamiento de la serie. Es decir, en raras ocasiones se hacía alusión a ello de manera explícita. De ocurrir, era normalmente cuando entraban en contacto con otra cultura y surgía algún conflicto que nuestros héroes de la Enterprise tenían ya superado. Algo que actualmente, en nuestra cultura, no se ha logrado. Con todo, TOS podría decirse que adolecía, desde este punto de vista, de haber sucumbido a colocar como foco del protagonismo a un varón caucasiano heterosexual como máxima autoridad. De hecho, según se cuenta, la intención inicial era la de colocar a una mujer de capitán, lo que lograron con Star-Trek: Voyager —incluso pusieron en TNG de comandante hasta... ¡un calvo!—. Probablemente, la circunstancia de necesitar adaptarse a los prejuicios de la época era y ha sido un freno. Es decir, nos encontramos ante la paradoja —otra— de intentar ofrecer un producto que rompa con esos prejuicios para ofrecérselos a una necesaria audiencia que está dominada por ellos. Pues bien, exactamente el mismo problema se tiene en nuestros días. Unos prejuicios diferentes, por lo que —y una vez más siguiendo con la misma intención de la serie original— Discovery pretende romper con una parte de ellos también ofreciendo un producto diferente, porque el público y la situación, no son las mismas. Por eso, se ha llegado a ver en la serie a una chica rellenita, la teniente Sylvia Tilly (Mary Wiseman) —¡pelirroja, que escándalo!— al frente de una nave estelar.

Los géneros

Doctor Hugh Culber (Wilson Cruz)

Los roles de género, llamando así a las tendencias, afinidades y roles en las relaciones en las que el sexo biológico es tan solo una de las variables, han sido otro de los asuntos que, dado su relevancia en el funcionamiento social, ha tenido su parte importante de tratamiento en la saga. Pero claro, de aquella Uhura, tan hermosa como absolutamente eficiente en su trabajo, en la que tras una hora de capítulo una mujer de raza negra trabajaba a la misma altura que cualquier otro componente de la tripulación sin que nadie dijera nada, ni a favor ni en contra ya que daba igual su sexo, raza o lo que fuera; a dedicar un capítulo entero varias décadas después para tratar de forma explícita lo mismo, uno se da cuenta de que algo no funciona. Que si gays, que si trans, todo debe de tener su capítulo, su personaje y su trama bien evidente para que se vea clarito que los trekkies son muy guais y tolerantes. Esto no significa que en TOS no hubieran capítulos explícitos hasta casi la parodia, pero no era la norma y parecía tener una mayor justificación en el guión. En Discovery hay un romance gay protagonizado por el teniente científico Paul Stamets (Anthony Rapp) y el médico de a bordo, Dr. Hugh Culber, cuyo interprete Wilson Cruz lo define así:
«no es como si estuviéramos teniendo un episodio especial de dos horas sobre las relaciones homosexuales en el espacio. No es eso. Simplemente están enamorados y resultan ser compañeros de trabajo»

Es decir, que sean pareja no es más que una circunstancia como tantas otras, y las consideraciones sobre la relación en sí quedan embebidas dentro de la trama, como algo absolutamente habitual. Además, por primera vez se introduce una pareja transgénero y «no-binaria» —confieso que era la primera vez que oía hablar de este rol de género, así que en mi caso ya han logrado algo. Eso sí, la pareja que forman sigue siendo binaria, es decir, de dos—. Están interpretados por Blue del Barrio y Ian Alexander cuyos personajes así como los actores en la vida real, usan pronombres neutros. Hay que señalar que no obligan a nadie a usarlos, simplemente piden a las personas de confianza que se dirijan a ellos de esa manera —sin apuntarles con un fáser, lo que es un detalle—.

El problema

Star Trek: Discovery, a pesar de no seguir el mismo patrón que la serie original, emula parte de sus pretensiones de innovación social, pero aplicadas a las circunstancias y público actual. Pero no todo el mundo lo ve de igual manera. El movimiento social que se originó alrededor de una serie de televisión en el año 1966, y que entonces fue un suceso único en la historia, es hoy en día algo habitual. Foros y redes sociales arden en discusiones enfervorizadas, verdaderas luchas tribales entre fanáticos seguidores de una u otra saga cultural. Las corporaciones de entretenimiento se frotan las manos mientras tanto, pero en el caso de Star Trek, esta situación choca por completo con lo que se pretendía: una humanidad que ha dejado atrás los enfrentamientos basados en la emotividad, viscerales, con escasa o nula racionalidad. La serie pretende poner patas arriba las convenciones sociales para que dejemos atrás de una vez por todas algunos prejuicios que todavía se siguen sin superar. Esto es loable, por supuesto, pero incluir en una misma obra todos y cada uno de ellos, afecta a la historia, forzándola a desviarse, por mucho cuidado que se haya hecho intentando que las reivindicaciones sean implícitas. Lo han convertido en su principal objetivo, dejando con poco protagonismo otros aspectos igualmente característicos del universo Trek. A pesar de todo, en Star Trek: Discovery todos los personajes tienen un gran trasfondo y están bien construidos, la tercera temporada es un mensaje de esperanza y optimismo característicos de la filosofía Trek y la cuarta, con Burham de capitán y enfrentándose a un enemigo desconocido capaz de destruir planetas, es lo más parecido a la serie original hasta ahora. Sin duda, es una buena serie, pero tal vez, no sea la serie que todavía seguimos esperando.


Esta entrada fue publicada anteriormente en el blog de Planetas Prohibidos

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