Ya se contó en
otra ocasión que cada historia sobre viajes en el tiempo se inventa su propia mecánica de funcionamiento, ya que el conocimiento que se dispone sobre este ámbito es limitado. Para adentrarse en esos terrenos desconocidos sin caer en incoherencias llamativas, los autores han de imaginar supuestos partiendo tan solo de su imaginación y de su capacidad de observar fielmente la realidad. Por ello, puede resultar interesante jugar con el concepto, acercarse y observar con detenimiento y minuciosidad, de qué está hecha y el tiempo que transcurre por ella. Pero antes tal vez debamos averiguar algo más sobre él.
¿Existe el tiempo?
Desde la Teoría de la Relatividad el tiempo suele colocarse como una dimensión más al lado de las conocidas tres dimensiones físicas. Sin embargo, mientras que estas pueden ser recorridas en ambos sentidos, no ocurre así con el tiempo. Aunque esto sólo ocurre a nuestro nivel de percepción, ya que a nivel físico, las ecuaciones que definen la naturaleza pueden evolucionar
tanto en un sentido como en otro. Es decir, sea lo que sea el tiempo, lo que nuestra mente percibe como tal en un único sentido del pasado al futuro, es
una construcción creada por ella misma.
Nuestro trabajo muestra que el tiempo no existe como algo que esté allá afuera corriendo del pasado al futuro, sino que es una propiedad emergente que depende de la habilidad del observador de preservar información de los eventos experimentados
—Robert Lanza,
director de Astellas Global Regenerative Medicine de la Universidad de Harvard
La naturaleza se muestra como tal una vez el mundo cuántico gobernado por probabilidades, adopta una forma final al interactuar entre sí siguiendo las leyes de la termodinámica. Nuestra mente y nuestra consciencia forman parte de ese mundo físico que en algún momento emerge, junto con el
sentido del tiempo.
La lotería
Volviendo a nuestro mundo tangible y rutinario, exploremos pues cuál es el papel del tiempo. Empecemos por algo «fácil»: un bombo de lotería. Las probabilidades de que salga un número determinado al extraer una de las bolas es una fracción que depende del número de ellas en el bombo, de manera que cuantas más bolas, menos probable es que salga un número que hayamos elegido. La cuestión es: supongamos que en el momento justo después de haber extraído una de las bolas saltamos atrás en el tiempo y aparecemos de nuevo en el bombo de lotería girando y a punto de hacer la misma extracción, en ese mismo instante. Surgen al menos un par de preguntas a esta situación:
¿Volvería a salir el mismo número?
Si las bolas dentro del bombo siguen exactamente los mismos movimientos todo debería repetirse en las mismas condiciones. Aunque a nivel macroscópico las bolas repiten sus movimientos individuales, cada una de las interacciones posee una pequeñísima probabilidad de no ofrecer exactamente la misma trayectoria. En esta escala puede no ser un efecto observable, pero en el caso del clima atmosférico se puede entender mejor. Aun así, la duda de si nuestro mundo se repite siguiendo los mismos caminos trazados presenta una cuestión transcendente: ¿está establecido nuestro futuro?
- Si nuestro futuro no está establecido y es una evolución de nuestro presente que se va construyendo a cada instante, al volver atrás en el tiempo estaríamos irremediablemente transportándonos a una nueva realidad donde los sucesos vuelven a generarse en función de una probabilidad determinada ―como la de la lotería―.
- Por el contrario, si está establecido, todo se repetiría cual mecanismo de relojería extraordinariamente complicado. En este caso, la existencia del libre albedrio sería, en principio, una ilusión fruto de nuestra incapacidad para ver el tiempo más allá de la simple linealidad secuencial.
El espacio y el tiempo son constructos de nuestros sentidos biológicamente limitados
Ahora bien, esta manera de plantear las cosas de manera dicotómica, aunque es muy propia de nuestra especie, tal vez no sea la mejor de las aproximaciones a la realidad ¿Podría existir otra alternativa más flexible? Al fin y al cabo la mecánica cuántica que gobierna la naturaleza se basa en probabilidades, por lo que podría existir una línea preestablecida más probable que el resto, pero sin constituir un futuro irremediablemente escrito. Podría ser que la mayoría de las veces nuestras voluntades no sean más que automatismos que funcionan bajo reglas establecidas, gobernadas por la química de nuestros cuerpos y sujetas a la inexorable entropía universal. Pero quizás exista una Zona Muerta (Stephen King, 1979), un estrecho, pero posible margen de probabilidades, donde nuestro libre albedrío genere nuevos caminos que desafíen a la predestinación.
Pero no hemos respondido a la pregunta ¿Qué bola saldría? siendo todas las condiciones las mismas y suponiendo a esta escala un funcionamiento mecanicista, saldría la misma bola con una gran probabilidad ya que las condiciones eran las mismas... o casi. Existía una condición que no se daba en la primera iteración, algo que no estaba la primera vez que se ha relatado la extracción de la bola, antes de efectuar el salto atrás en el tiempo: el propio viajante temporal.
¿Dónde estaba el viajante del tiempo o crononauta?
Stephen Hawkins argumentaba que el viaje en el tiempo no era posible ya que, de serlo, estaríamos recibiendo visitantes del futuro. Dejando a un lado la cuestión de que
tal vez es así pero no lo sabemos, en el ejemplo expuesto aquí, cuando se extrae por primera vez la bola solo había un «nosotros» contemplando girar el bombo, expectantes a verla salir. Es decir, no se trata —únicamente— si pueden existir o no dos versiones distintas de nosotros, sino que cualquiera que sea la persona que realiza el salto en el tiempo, no estaba allí —¿o sí? — antes de realizarse. Cuando la bola sale del bombo antes del salto, nadie había aparecido venido del futuro. Por tanto ¿Dónde está apareciendo nuestro
crononauta? De nuevo surgiría la opción de una nueva realidad que emerge al realizar el salto temporal. Como se puede comprobar, al igual que con la teoría de los
viajes Warp, el viaje en el tiempo parece implicar de una manera o de otra, una alteración traumática del propio entramado que conforma nuestra realidad.
Bucles temporales
Por lo visto hasta ahora, un viaje en el tiempo guarda cierto parecido con un bucle: un agente viaja hacia atrás en la «línea» temporal y causa con su irrupción un impacto cuyos efectos perduran en el transcurso de la línea temporal hasta alcanzar su origen. Estas alteraciones están limitadas por la propia naturaleza de nuestro universo y la necesidad de salvaguardar el principio de causa-efecto. Es decir, que no sería posible alterar los acontecimientos en la medida dichas modificaciones puedan impedir la causa que los provoca, lo que resultaría en una paradoja. De esta manera, la llamada línea temporal debería llamarse tal vez con mayor propiedad, línea de
causalidad.
Gráfico 01: bucle temporal en el supuesto de creación de nuevas líneas de causa-efecto (Fuente: elaboración propia)
En el gráfico 01, A y B son las líneas de causalidad de dos realidades alternativas. T1 a T6 son los intervalos de tiempo equivalentes —no proporcionales— de ambas líneas temporales en función del punto de ruptura ocasionado por un viaje atrás en el tiempo y la creación de un bucle temporal. En T1, la única línea de causalidad conocida es la A. Si suponemos que al viajar atrás en el tiempo estamos creando una nueva línea de causalidad cuyos acontecimientos dependen de lo que hagamos a partir de ese momento —¿incluso no viajar atrás en el tiempo? — esta sería B. En T2 el
crononauta venido del futuro y su yo del pasado, ambos, compartirían la misma línea de causalidad B. En T3 las cosas comienzan a complicarse: el
crononauta de A decide volver a su tiempo original, donde le pertenece, y el originario de B, supuestamente una nueva realidad creada, está a punto de realizar el mismo viaje temporal que A llevó a cabo en su línea temporal ¿Se crearía una nueva realidad alternativa C? ¿Podrían convivir los
crononautas de A y B indefinidamente si ninguno volviera a saltar en el tiempo? ¿Qué ocurriría con la línea temporal original de A, donde él ya no existiría? Puede que sea preferible asumir por aquello de la
navaja de Occam, que no hay creación de nuevas realidades. Sí que podría considerarse que
la línea de causalidad pueda verse modificada dentro de un cierto margen que como se comentaba, permita que la relación causa-efecto permanezca.
Gráfico 02: bucle temporal en el supuesto de modificación de una misma línea causa-efecto sin romper la causalidad (Fuente: elaboración propia)
En el gráfico 02, A y B son en esta ocasión dos versiones de la misma realidad que parece haberse visto modificada por el mero hecho de realizar un viaje en el tiempo. En T1 solo existe A, la original en este supuesto. En T2 es el momento crucial donde A ha viajado en el tiempo y aparece venido del futuro desde T5. Volvemos a la pregunta realizada ¿Dónde aparece el
crononauta A si en T2 no se tenía constancia de la existencia de B? Si A no se encuentra con su versión B venida del futuro en T2 es porque este encuentro no llega a suceder, lo que no significa que el viaje no se haya realizado. A podría —debería— aparecer como B de manera que A —su yo del pasado— no sea consciente de su aparición (
Primer —
Shane Carruth, 2004—). En el imaginario artefacto usado para realizar el salto temporal, se supone que habrá que establecer algún tipo de coordenada espaciotemporal. La precisión —o más bien la imposibilidad de establecerla hasta cierto punto— de este parámetro puede ser la clave que permita el margen necesario para que el viaje pueda ser realizado a un punto de destino que haga factible seguir una lógica de acontecimientos coherente. B aparecería en un momento y lugar tal que simplemente A, no se apercibirá de su existencia. La realidad y su trasfondo probabilístico gobernado por la mecánica cuántica, se encargaría del resto.
En T3, B podría decidir volver a su futuro. Pero según este postulado, desde que realiza el salto temporal de T5 a T2, su línea de acontecimientos deja de ser el patrón aparentemente estable y fijo al que creemos estar acostumbrados para pasar a ser una corriente o flujo fluctuante de estados superpuestos y sucesos por definir. Lo que se traduce en que una vez deja su línea temporal, esta ha dejado de ser la que era y ya nunca podrá volver a exactamente tal y como la recuerda. Aunque se trataría de la misma realidad física y con continuidad de la causalidad, existirían otras circunstancias posibles con probabilidades similares. Por tanto, al intentar volver al futuro mediante otro salto, podría encontrarse en T6 con esas sutiles diferencias y el mundo que él conocía en T5 habría dejado de existir.
Pero no acaban aquí las peculiaridades. Durante el intervalo en T2, A y B no han de tener un encuentro que contradiga la línea de acontecimientos —salvo que así hubiera sido para A durante el intervalo desde T2 hasta T5—. Es decir, al aparecer B en T2 venido desde T5, se encontrará con su yo desapercibido del pasado realizando todos los pasos que le han llevado hasta allí ¿Podría B encontrarse con A, incluso si no le interfiriera en su desempeño hasta realizar el salto temporal? ¿Qué efectos podría provocar en A y en sus recuerdos conscientes si B, su yo del futuro, logra aparecer abruptamente rompiendo la línea de acontecimientos, aunque no le impidan realizar el salto —lo que ocasionaría una paradoja—?
En este supuesto A y B son el mismo crononauta cuya diferencia consiste en que A es antes del salto temporal y B después. Es, por tanto, una misma consciencia. Sus recuerdos son los que son. De nuevo, surgen dos preguntas:
- ¿Puede B alterar la experiencia de A de alguna manera en la que este sea consiente?
- De ser así ¿Qué ocurriría con los recuerdos conscientes de B, que ya no serían los mismos? ¿Qué ocurriría con su mente? (Doce monos —Tery Gillian, 1995—)
De nuevo, la opción más abierta es suponer que existe un margen de posibilidades, estrecho, pero que permitiría alterar los acontecimientos dentro de ciertos límites: una sombra vista de reojo por parte de A viendo a su contrapartida B del futuro, o algún otro detalle del que no era consciente en su momento pero que a la luz de lo que descubre al realizar el salto y observarse a sí mismo, adquiere significado. Es decir, estaba ahí en efecto antes del salto, pero sin tener pleno conocimiento (Cronocrimenes —Nacho Vigalondo, 2007—). Según este experimento mental, parece como si la consciencia humana del crononauta tuviera un papel en el viaje temporal: sólo él sería consciente de los cambios entre las líneas temporales entre cada punto de salto, tanto antes como después y al intentar volver a la que él creía su línea temporal personal original. En cierta forma, es como un ser tridimensional en el mundo de Planilandia (Edwin Abbott, 1884), pero en este caso la temporal. El crononauta tendría acceso consciente a una dimensión del tiempo que el resto ignoraría.
Otra fascinante pregunta que se puede plantear es la siguiente: si cuando A salta atrás en el tiempo de T5 a T2 se «crea» una nueva versión suya B, de manera similar ¿podría esperarse la creación de otra versión suya C al saltar a su futuro, o incluso, a cualquier otro momento? En un salto al pasado sabemos que existe allí una versión nuestra y que antes o después realizará el salto que nos lleva hasta ese instante, pero si saltamos al futuro desde ese pasado, no está nada claro qué versión nuestra vamos a encontrar, si es que encontramos alguna ya que, en todo caso, ese futuro ha de incluir el supuesto de que hemos vuelto a nuestra línea temporal y continuamos desde donde lo dejamos. Es decir, al contrario de un viaje al pasado en el que el crononauta es consciente de lo que ocurre, si se encuentra con una versión C de sí mismo en el futuro, este debería disponer de un conocimiento del que carece el crononauta B, ya que él recordaría un viaje que su yo del pasado todavía no ha recorrido. Tal vez lo más coherente es postular que un viaje a un futuro lejano resultaría en una desaparición de esa línea temporal del propio crononauta, mientras que el resto del universo continuaría su lento transcurrir por el espacio-tiempo a la manera habitual. Parece que el Regreso al Futuro (Robert Zemeckis, 1985) resulta todavía más paradójico.
Pero, si se ha de considerar nuestra línea temporal como algo flexible y modificable, aunque sea dentro de ciertos parámetros ¿Qué ocurre con todo lo que existe cuando dejamos esa línea temporal y alteramos las probabilidades del espacio-tiempo? ¿Cómo afecta a las consciencias que ven desaparecer al crononauta realizar el salto? ¿Cómo experimentarán esos cambios todos aquellos que se han quedado a expensas de sus actos? ¿Qué ocurre con nuestras consciencias?
Tiempo y Mente
La Física lleva desconcertada desde que con el
experimento de la doble rendija descubriera que el hecho de observar conscientemente un experimento físico influía en el resultado —para el que acabe de aterrizar, comentar brevemente que en este experimento se da la extraordinaria circunstancia de que el resultado de emitir una pulsación de fotones a través de dos rendijas es diferente en función de si se está o no efectuando la detección de por donde pasa cada fotón, de manera que en un caso se tiene un patrón de interferencia (como onda) y en otro una agrupación aleatoria de los impactos en una placa sensible (como partícula). Esta sería en efecto una de las peculiaridades de la famosa dualidad onda-partícula del mundo subatómico—. Atónita, la Ciencia no ha tenido más remedio que aceptar la posibilidad de que la consciencia —sea lo que sea esto— tenga algún tipo de papel en la configuración de la realidad que nos rodea.
Como ya
se comentó anteriormente, la mente es una parte más del mundo físico por lo que la alteración de ambos debido a una modificación de los acontecimientos pasados que afecten al momento presente, no puede descartarse. Hasta ahora se ha estado postulando en este artículo de manera un tanto libre e imaginativa, con un experimento mental en el que una consciencia y su cuerpo físico correspondiente —el ya conocido
crononauta— entran en un bucle temporal y como consecuencia, los acontecimientos adquieren un determinismo líquido, en el sentido de que su resultado está sujeto a un fluctuar de probabilidades. El resultado sería un determinismo probabilístico, similar al del mundo cuántico que nuestra mente no percibiría ya que sería transformada junto con el mundo físico del que forma parte (
Frequency —
Gregory Hoblit, 2000—). En cualquier caso, dejando a un lado la mera especulación, existen algunos estudios científicos que añadidos a este experimento mental proporcionan un escenario que es como poco, sorprendente.
Si empezamos por el presente, diversos estudios han encontrado evidencias de que nuestra mente
no nos muestra la realidad tal cual, sino que está constantemente aplicando diversos filtros. Por un lado, por economía, para no tener que realizar un esfuerzo innecesario procesando información irrelevante, repetitiva o ya conocida, siempre a criterio de nuestro inconsciente. En este sentido es llamativo el
experimento del disfraz de gorila en el que se evidencia que, si nuestra mente no está preparada para percibir algo previsible, no lo hace o le resulta difícil por simple ahorro de recursos. Además de esta sorprendente revelación sobre como nuestra consciencia maneja los acontecimientos que situamos en nuestro presente,
otro estudio revela un funcionamiento no menos singular sobre los recuerdos, que normalmente situamos en el pasado. Nuestra mente no los almacena como una grabación en una cinta magnética, sino que accede a la memoria de los eventos pasados mediante una aproximación que incluye una reinterpretación de los mismos, según los conocimientos adquiridos posteriormente —ahora se entiende la gran afición de los humanos a
reinterpretar la historia—. En definitiva, la naturaleza de la información almacenada no se corresponde «fotograma a fotograma» con lo ocurrido, más bien sería un archivo comprimido que se reconstruye con información del presente para adecuarse a él. Pero ¿acaso no es este el mismo mecanismo que se postulaba para un bucle temporal que conserve la causalidad?
Cada vez que recordamos algo, reconstruimos los eventos en nuestra mente e incluso los cambiamos para que encajen con cualquier información nueva que pueda haber salido a la luz
—Elisabeth Loftus, psicóloga
Hipotéticamente, esa variabilidad de los recuerdos para ajustarse al presente podrían ser un reflejo de los reajustes que la realidad fundamentada en la probabilidad de la mecánica cuántica realiza para mantener la coherencia de la causalidad, de manera que esta preceda al efecto. Puede que lo que nosotros creemos que es la realidad como un transcurrir de sucesos de manera lineal no lo sea tanto y realmente sean flujos dinámicos de eventos probables que no adquieren presencia física hasta que es necesario que lo sea. Por ejemplo, ¿Qué ocurre con un vídeo que es grabado físicamente en un registro magnético o similar? Esos sucesos no podrían ser alterados ni, por tanto, la causa que los genera ¿Refuta pues el postulado? En absoluto, de la misma manera que en el experimento de la doble rendija, simplemente, esos sucesos ya habrían adquirido una forma definitiva por el mero hecho de efectuar un registro de ellos. Resulta fascinante la semblanza con las creencias de algunas tribus que no desean ser grabadas con cámara porque piensan que «les roba el alma».
¿Y qué hay del futuro? Por supuesto, la prospectiva que nuestra mente realiza hacía los acontecimientos venideros no es menos singular. La sorpresa es que cuando pensamos en lo que está por venir, la mente emplea los mismos mecanismos que para acceder a nuestra memoria del pasado, es decir, construye unos Recuerdos del Futuro (Erich von Däniken, 1968) con la información actualmente disponible. De alguna manera, nuestra mente a pesar de todo guarda esa simetría temporal que se comentaba al principio que el mundo tiene a nivel cuántico, pero que, a nivel macroscópico en nuestro día a día, está limitada por el segundo principio de la termodinámica. La cuestión es que, aunque nuestra consciencia forma parte del mundo físico, continúan existiendo esas dos incógnitas: ni se conoce qué es y cómo surge, ni se conoce cuál es ese misterioso tejido que forma nuestro universo en su nivel más básico, por lo que la relación entre ellas es también un intrigante misterio susceptible de ser fuente de fabulosos relatos.
Otro error que cometemos es asumir que imaginar el futuro es un proceso completamente diferente del de cómo pensamos sobre el pasado
—Elisabeth Loftus, psicóloga
El día de la marmota
Otra posibilidad de viaje temporal en la que la consciencia es la protagonista ha sido explorada en algunas obras de ciencia-ficción muy populares (Atrapado en el tiempo —Harold Ramis, 1993—) hasta el punto de constituirse como un subgénero, es aquella en la que lo que viaja en el tiempo no es el cuerpo físico de un crononauta, sino únicamente su consciencia. En estos postulados la consciencia de un sujeto viaja a su propio cuerpo, pero en un tiempo anterior repitiéndose el proceso una y otra vez. La consciencia seguiría el patrón supuesto en el gráfico 02, siendo esta A y el cuerpo B, pero con una sorprendente variante: al no existir otra versión física del crononauta, las reglas de causalidad no podrían romperse, hiciera lo que hiciera el individuo en cuestión. El sujeto podría recrear en cada iteración del bucle una nueva realidad, ya que no habría otro cuerpo físico que crease alguna paradoja. Sería una consciencia del futuro que reescribe la línea temporal a su antojo, limitado por supuesto por sus propias posibilidades de interactuar con su entorno. Su consciencia sería la única en conservar los recuerdos de cada futuro de cada una de las iteraciones temporales. Quién sabe si nuestros propios sueños podrían ser origen de déjà vus, como resultado de viajes de nuestra consciencia al futuro y su regreso a nuestro cuerpo anclado en el presente. Un detalle de esta y otras obras similares como Palm Springs (Max Barbakow, 2020) o El mapa de las pequeñas cosas perfectas (Ian Samuels, 2021) es que el punto de retorno es precisamente el de la interrupción de la consciencia durante el sueño. Sin embargo, en Al filo del mañana (Doug Liman, 2014) son un poco más drásticos: el sujeto ha de fallecer para producirse el reinicio del bucle. Otro caso que destaca por su propuesta original es Código Fuente (Duncan Jones, 2011) donde la consciencia de una persona aparece en bucle durante ocho minutos en otra línea temporal... al menos en apariencia.
La ciencia
Aunque todavía hay mucho camino por conocer, la ciencia tiene algo definido sobre la posibilidad del viaje en el tiempo. El primer paso en este sentido fue dado como consecuencia de la Teoría de la Relatividad General del archiconocido
Albert Einstein: las
curvas cerradas temporales. Según esta teoría, existe una posibilidad de que las curvas temporales similares a las que se ha especulado en estas líneas puedan existir, teniendo como una de las consecuencias que un efecto pueda ser simultáneo con su causa, dicho de otra manera, que un efecto sea su propia causa (
Todos ustedes, zombis —
Robert A. Heinlein, 1959—). Dentro de una curva cerrada temporal, la causalidad solo se mantiene a través de esta singularidad en la que
cualquier cosa puede ser su causa. Esto significa que la aparición abrupta de algo nuevo no podría determinarse a partir de los sucesos anteriores, creando a partir de ese momento una línea temporal renovada. En cualquier caso, esta curva cerrada siempre habría existido (
El Final de la Cuenta Atrás —
Don Taylor, 1980—), es decir, en el caso del bombo de lotería, este era realmente un bombo trucado que un viajante del futuro puso en lugar del correcto, proporcionando el resultado adecuado cuyo premio permitió financiar un proyecto para crear una máquina del tiempo y así, viajar al pasado y sustituir el bombo de lotería. Por ejemplo. Por supuesto, el propio
Stephen Hawking propuso la conocida
conjetura de protección cronológica por la que supuestamente las leyes del universo impedirían un viaje en el tiempo y también, el físico
Novikov propuso en sentido favorable el
principio de autoconsistencia, que sí permitía los viajes temporales pero establecía límites para mantener la coherencia.
Estudios posteriores coinciden en estas posibilidades. Por ejemplo, los investigadores
Ben Tippet y
David Tsang han desarrollado el modelo teórico que permitiría construir un bucle temporal, que, si bien sería matemáticamente posible, exige un uso de energías que lo hace inviable... de momento. En cuanto a las paradojas temporales que podría producir, otros dos investigadores, el estudiante
Germain Tobar y el doctor
Fabio Costa, han hallado en
su estudio que la causalidad podría mantenerse gracias a «reajustes» que la propia realidad efectuaría que, si bien alterarían los acontecimientos, no así con la causa que los provoca.
Exploradores del Tiempo
Puede que lo que escondan en el fondo todas estas historias sobre viajes en el tiempo, sea esa ensoñación que nos produce la posibilidad de volver a aquel momento de nuestras vidas y hacer las cosas de otra manera, reparar nuestros errores, aprovechar aquella oportunidad... o decidle a aquella chica lo que nunca te atreviste. Pero lo que nos acaban mostrando estos relatos es que el pasado es de cristal, si se rompe, ya no se vuelve a unir como antes, con resultados impredecibles. Que lo único que podemos cambiar es a nosotros mismos hablando con nuestro yo anterior. Son nuestras consciencias, en su caminar por la senda del tiempo, las que convierten los futuros posibles por explorar en pasados por recordar. De alguna manera, no solo somos exploradores del universo como Carl Sagan definía a nuestra especie, sino que también lo somos del tiempo, cuyo presente es su resultado. Somos en definitiva, constructores de presentes y soñadores de futuros.