Miracleman, una visión realista del mito del superhéroe Las circunstancias que rodean el fenómeno social de los años 60 de los superhéroes, provocan que este peculiar género esté rodeado de cierta ridiculización. En muy pocas ocasiones se ha analizado con un mínimo de relativa seriedad el origen de esta moda. Como principales excepciones se puede citar a Watchen (Alan Moore, Dave Gibbons, 1987) —adaptado al cine recientemente— y sobre todo, si existe un cómic que trate con desgarradora realidad este icono de la cultura popular no es otro que Miracle Man, versioneado por el mismo guionista (Alan Moore, Neil Gaiman, 1982). Sin embargo, en este artículo propongo a los lectores que vayamos más allá, y que busquemos su origen en las entrañas de la Historia y el alma humanas.

El origen

Ilustración del recientemente desaparecido Frank Frazetta No es difícil imaginar que en los tiempos antiguos, donde La Tierra era un planeta virgen dejado a merced de los poderosos y tiranos que sometían a esclavitud a todos aquellos pueblos menos organizados o menos pertrechados tecnológicamente, que las gentes anhelaran la aparición de algún campeón que les librara de la opresión. Un héroe o heroína, especialmente dotados de habilidades, que les permitieran marcar por ellos solos la diferencia. Alguien anónimo y altruista, obligado por sus misteriosas circunstancias —en probable anticipación de la identidad secreta— y en ocasiones, apuesto y atractivo por añadidura.

Tiempos en los que a falta de otra forma de comprender su entorno natural, eran la magia y el misticismo las principales formas de pensar de unos seres humanos abrumados por la ingente cantidad de incógnitas que el universo sobre ellos les ofrecía. Los héroes eran imaginados en fantásticas aventuras épicas cuya exageración era avivada por el fuego alrededor del cuál eran relatadas. Por lo tanto, parece lógico pensar que entre otras muchas leyendas surgiera la de un héroe con magníficos poderes exagerados por la necesidad, la imaginación y por la influencia de la cultura de la época, en la que el entorno natural, el cielo, las montañas y los bosques, cobraban vida propia.

La época clásica

«Hércules», en la versión de Marvel Visto desde la superficialidad con la que los profanos nos acercamos la Historia, se puede decir que si hay una época y lugar especialmente prolíficos en mitología heroica y de la que todavía tenemos suficiente recuerdo, es la Grecia clásica. En este excepcional momento de la existencia de nuestra especie, la Humanidad osaba competir con los mismísimos dioses, disputándose con ellos la existencia en el pequeño Universo que en aquel entonces alcanzaban a comprender. Heracles —también llamado Hércules por los romanos— era considerado el mayor de los héroes, al ser poseedor de un poder sobrehumano —¿antecedente del superpoder?—, otorgado al ser descendiente del dios Zeus, la deificación del poder de la naturaleza.

Esta circunstancia es más importante de lo que parece, ya que hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos la mayor fuente de energía conocida era el fuego, el cuál precisamente había sido otorgado a los Hombres gracias al dios Prometeo —según la propia mitología, claro—. El átomo era en aquella época tan solo una elucubración filosófica, muy alejada de lo que se descubriría siglos después. Se puede decir por lo tanto, que los dioses eran el comodín que la Humanidad tenía para explicar —o más bien no tener que hacerlo— el origen de las tremendas fuerzas que se desarrollaban en el universo que ellos creían acotado a la bóveda celeste y a un mar llamado Mediterráneo.

La Edad Media

Caballero de La Orden del Temple (Templario) Tras la caída del Imperio Romano lo único que quedo de aquel fue el Cristianismo en su variante católica. El culto heroico ya no era posible y en su lugar era obligado el monoteísmo. Santos y devotos se convirtieron en los nuevos personajes receptores de las esperanzas de los afligidos. Como las peticiones al Cielo suelen tener una manifestación en el mundo terrenal cuanto menos tardía y en cualquier caso, «difícil en ocasiones de apreciar», fue necesario apelar a un nuevo personaje terrenal más expeditivo: El Caballero Andante

Una de las ordenes de caballería más conocidas fue la de los Templarios, que si bien su existencia fue real, ha estado rodeada de grandes mitos y misterios aún hasta nuestros días. En las zonas de Europa donde la influencia del catolicismo fue menor se observa una todavía mayor cantidad de leyendas caballerescas, como la igualmente famosa aunque mítica de Los Caballeros de la Tabla Redonda, seña de identidad de la Nación Británica . Estos individuos, aunque normalmente sometidos al un código de honor de la orden de caballería a la que servían, actuaban de forma independiente y a criterio propio. 

Todos estos mitos —al igual que la religión— fueron cayendo en desprestigio, bien por sus abusos o por su evidente exageración. Existen dos casos que marcan un antes y después en la Literatura y en la Historia mundial sobre estas leyendas, los cuales en España conocemos muy bien: Tirante el Blanco (Joanot Martorell, 1490) y Don Quijote de La Mancha (Miguel de Cervantes , 1605).

En la obra escrita por el valenciano Joanot Martorell  —a su vez un caballero de la época— no trata a estos como semidioses bendecidos por extraños encantamientos que les dotaban de capacidades extraordinarias. Por el contrario, se les muestra como personas tan esclavas de los mismos defectos que el resto de los mortales. En la inmortal obra de Don Miguel de Cervantes se demostró definitivamente que los caballeros andantes ya no servían para su función, y con ello, la Humanidad pasó a ver la literatura y el mundo que había dejado de estar limitado por las míticas Columnas de Hércules, de otra manera.

Desde la Edad Moderna hasta nuestros días

«Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad»Nada fue lo mismo desde el descubrimiento de América. Antiguos mitos cayeron mientras que nuevas fronteras eran descubiertas. El Renacimiento (S.XV-XVI), La Ilustración (S.XVIII) y finalmente la Revolución Industrial (S.XVIII-XIX) trajeron consigo a Darwin y su Teoría de la Selección Natural (1859), la exploración de los Polos (1880-1920), la conquista de la cima del Everest (1953), la Relatividad (Einstein, 1905), la Mecánica cuántica (Bohr, Planck, 1920), la energía nuclear y la llegada a la Luna. Tras este proceso el ser Humano ya no necesitaba a los dioses, la propia humanidad se creía un dios, capaz de alcanzar cualquier objetivo que desease. La Ciencia daba explicaciones que parecían satisfacer la antigua y atávica necesidad de comprender unas fuerzas que gracias a ella, comenzaban a manejar con desparpajo y orgullo temerario. 
¡Bien! ¡Adelante! ¡Vosotros hombres superiores! Ahora es cuando la montaña del futuro humano está de parto. Dios ha muerto: ahora nosotros queremos -que viva el superhombre

Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra

Explosión nuclear
Sin embargo, el Siglo XX acabaría cortando de cuajo aquel optimismo de los felices años 20. Todo este desarrollo científico y tecnológico no evitó —en gran parte catalizó— que la Humanidad se viera abocada a sufrir el horror de la guerra y el genocidio con dos conflictos a nivel mundial. El comunismo de Stalin y el fascismo de Hitler a modo de trágico intermedio de una película que acabaría con una explosión nuclear que sesgó la vida de miles de personas, continuando con conflictos como la Guerra de Vietnam y la Guerra Fría.

La perdida de antiguos valores morales debida a estar sustentados en mitos carentes ya de significado, tuvo como consecuencia que la sociedad vagaba sin rumbo, sin ideales, sin objetivos. Tiempos mediocres, alejados del honor y el esfuerzo de antaño. Mientras aún hoy en el Sigo XXI, seguimos buscando un horizonte esperanzador para la especie Humana, la necesidad de buscar héroes retornó con fuerza a mediados del siglo pasado. Pero ¿quien o qué nos devolvería a nuestros caballeros, a nuestros campeones capaces de enfrentarse a gigantes de un solo ojo y a hidras de siete cabezas?

La Ciencia-Ficción y el liberalismo

En 1938 nace el primer superhéroe: Superman (con permiso del Hombre Fantasma) Derrumbados ya completamente los antiguos mitos místicos y divinos, la Ciencia era la mejor posicionada para sustentar al nuevo culto heroico. Como es evidente, la ciencia conocida era insuficiente para dotar de poderes especiales a nuestros campeones, por lo que la especulación sobre ella, es decir, la ciencia-ficción, se convirtió en la vía de escape para la creación de los héroes modernos.

Por otro lado, en lo que se ha visto de la mitología heroica los protagonistas eran individuos únicos a los que el destino les había rodeado de extrañas circunstancias. Personas independientes, solitarias, con gran autoestima y alto sentido del deber y del honor. Todas las papeletas estaban de lado de un país como el tradicionalmente liberal, puritano y conservador EE.UU., lo que junto con el crack económico del 29 que asoló aquél país y el alejamiento de una Europa que estaba ocupada en autodestruirse, fue suficiente para que surgieran los nuevos héroes:
"no es casual que el período que va desde el "crash" (sic) de 1930, pasando por los años sangrientos de la revolución española, hasta el comienzo de la segunda guerra mundial, coincida con la aparición de Superman, Batman, Capitán Marvel"


De esta forma surgió el genero de los superhéroes, con el cómic como medio de difusión principal con sus surrealistas características y sus limitaciones técnicas propias que obligaron a vestir de colorines vistosos a los protagonistas. Esta vez, los poderes de nuestros campeones no provenían de Damas del Lago ni a genes divinos, sino a la procedencia de planetas de lejanos sistemas solares, picaduras de insectos radiactivos, o mutaciones genéticas, entre una multiplicidad de variantes solo limitadas por la imaginación y los límites propios de la ciencia-ficción, siempre en continua discusión.

En la actualidad

La mítica Marvel ha sido adquirida por Disney, famosa por sus relatos infantiles y puritanamente correctos. Cada vez más las clásicas colecciones de superhéroes languidecen en los puestos de venta, y los aficionados observamos como se versionean en el cine, reinventadas una y otra vez, usadas como pretextos para ocultar las carencias creativas, vacíos de su contenido original y rellenos con estereotipos a gusto de la masa consumidora.

Vivimos una nueva era del género súper-heroico. Queda ver cuando se agotará definitivamente su uso comercial y el actual culto al héroe pase de nuevo al olvido, como otras veces ha ocurrido antes. Watchmen o Miracle man son los Tirante el Blanco de nuestra era. Cuando llegue un Quijote que los desmitifique definitivamente significará que el mundo a nuestro alrededor estará cambiando y ya no los necesita. De no ser así, a buen seguro que otro tipo de héroes los sustituirá.

Mientras tanto, tal vez no debamos obsesionarnos intentando encontrar explicación a las historias de personas dotadas de superpoderes y debatir sobre su sentido, sus costumbres, sus extrañas vestimentas y en definitiva, su verosimilitud, sino comprender la causa de la existencia de estos relatos que seguramente no es otra que la necesidad humana de crearlos.

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Artículo publicado nuevamente en el portal Planetas prohibidos el 10 de diciembre de 2010
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