Un año antes de la cancelación de la Star Trek Original se estrenó 2001: Una Odisea del Espacio (1968), asombrando a la audiencia con su precisa y espectacular recreación del espacio. Nueve años después, en el polo opuesto de la ciencia-ficción pero compartiendo una magnificencia similar en el apartado visual, se estreno Star Wars (1977). Tras estos hitos cinematográficos, uno se preguntaba cómo hubiera sido aquella Star Trek de mediados de los 60 si hubieran dispuesto de recursos similares para contar su fascinante y emocionante aventura a través de las estrellas. Finalmente, la respuesta vino diez años después con el estreno en la gran pantalla de Star Trek: the motion picture (Robert Wise, 1979)
Con esta película se reunían las generaciones de dos épocas: por un lado, la de la Odisea Espacial, que vio nacer la serie original y asistió a su conversión en fenómeno social. Por otro, con la generación del surgir de la posmodernidad de comienzos de los 80, acostumbrada a pomposas producciones como la mencionada de Star Wars, Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg, 1977) o Superman: la película (Richard Donner, 1978). define así el resultado de la primera versión cinematográfica de Star Trek
Para este logro se contó con la participación de monstruos de la talla de Isaac Asimov como asesor científico, Douglas Trumbull —Encuentros en la tercera fase— y John Dykstra —Star Wars— para los efectos y a un inconmensurable Jerry Golsdmith que compuso la mejor banda sonora de la franquicia, de las mejores de todo el panorama cinematográfico.
Sin embargo, la película tuvo una fría acogida por parte del público. Ansiosa por imitar el éxito de Star Wars, la Paramount prometió una space opera divertida y llena de acción, pero lo que ofreció fue más 2001: Una Odisea del Espacio. Al publico no le suele gustar que les ofrezcan algo distinto a lo anunciado, salvo que te engatusen muy bien —¿alguien dijo James Cameron?—. Como consecuencia, el rendimiento en taquilla fue aceptable, pero no pasó de un aprobado justo. Lo suficiente para continuar con la franquicia en el cine, pero teniendo que pasar por algunos ajustes.
La primera, la original, la irrepetible, es también la más imaginativa, audaz y visionaria de la saga
Para este logro se contó con la participación de monstruos de la talla de Isaac Asimov como asesor científico, Douglas Trumbull —Encuentros en la tercera fase— y John Dykstra —Star Wars— para los efectos y a un inconmensurable Jerry Golsdmith que compuso la mejor banda sonora de la franquicia, de las mejores de todo el panorama cinematográfico.
Uno de ellos fue del guión, que provocó la disputa entre el creador Rodenberry y la productora. Algunos argumentaban que era demasiado humanista y trascendente, sin recordar que Star Trek trataba precisamente de eso. Puede que el error fuera rebajar en exceso el humor, también característico de la serie. No se supo equilibrar la calidad del guión, con el atractivo para el público.
Tal vez lo que ocurría es que una nueva forma de entender el cine y el entretenimiento se estaba gestando. Las franquicias iban a acompañarnos durante mucho tiempo y para ello debían ser rentables. Pero lograr contentar al público exigente, a la vez que convertirlo en un fenómeno de masas, es uno de los retos más complicados a los que el cine se ha enfrentado y que continúa sin resolver completamente.
La Star Trek original fue cancelada por no captar la suficiente audiencia del tipo de público genérico que requería la hora en la que era emitida. La redifusión actual en los EEUU que hace rentables a las series aunque su publico objetivo sea restringido, aún no había llegado. Reunir a numerosos y grandes aficionados, pero circunscritos en sus ámbitos concretos, no es lo que hace rentable a una franquicia. Sí que lo es el convertirla en entretenimiento para el mayor rango transversal posible de espectadores, sin que sea necesario que estos se conviertan en seguidores habituales —esto sería un efecto secundario, pero no necesario—. Por tanto, todo apuntaba que los cambios para la nueva franquicia del universo Trekkie iban a significar un distanciamiento del original.
Tal vez lo que ocurría es que una nueva forma de entender el cine y el entretenimiento se estaba gestando. Las franquicias iban a acompañarnos durante mucho tiempo y para ello debían ser rentables. Pero lograr contentar al público exigente, a la vez que convertirlo en un fenómeno de masas, es uno de los retos más complicados a los que el cine se ha enfrentado y que continúa sin resolver completamente.
La Star Trek original fue cancelada por no captar la suficiente audiencia del tipo de público genérico que requería la hora en la que era emitida. La redifusión actual en los EEUU que hace rentables a las series aunque su publico objetivo sea restringido, aún no había llegado. Reunir a numerosos y grandes aficionados, pero circunscritos en sus ámbitos concretos, no es lo que hace rentable a una franquicia. Sí que lo es el convertirla en entretenimiento para el mayor rango transversal posible de espectadores, sin que sea necesario que estos se conviertan en seguidores habituales —esto sería un efecto secundario, pero no necesario—. Por tanto, todo apuntaba que los cambios para la nueva franquicia del universo Trekkie iban a significar un distanciamiento del original.
Star Trek en el cine
En la gran pantalla, las diferencias respecto al guión de la primera película provocaron que Roddenberry —en principio, más fiel a la idea original— quedara apartado de la franquicia cinematográfica. En su lugar apareció un tal Harve Bennett cuyo lema era:Cuando uno va a donde ningún Hombre ha ido antes, tiene que construir cosas, por lo que empieza a volverse caro
Todo un «filósofo». Parece que la necesidad de ajustes económicos fue lo que predominó para escoger a Bennett. Este productor tenía experiencia en la televisión y estaba acostumbrado a trabajar con presupuestos reducidos. Por tanto, llegó a Star Trek con el objetivo de gastarse la menor cantidad posible de dinero. El problema de presupuesto no era nuevo, pero lo que en sus inicios se solucionó con creatividad, se arregló posteriormente con experiencia y ahorro. Si se añade a esta situación que la legión de aficionados previamente formada de la serie se conformaba con todo lo que llevara su nombre, se dio forma así a la franquicia que conocemos. En palabras de Ángel Luis Sucasas (ScifiWorld):
su influencia [Bennett] se nota muchísimo en la serie clásica de películas Trek, porque todas tienen ese aire de cutredad y de serie B de la que carecen otros productos que sí parecen superproducciones, como Star Wars.
Star Trek en la televisión
Mientras tanto, aunque relegado a la pequeña pantalla, Gene Roddenberry fue el amo y señor de la franquicia. Para renovar la serie, pensó que había que contratar actores completamente distintos, tanto en rol como en apariencia. Para él, era necesario evitar cualquier identificación con la tripulación original. Su idea era crear personajes más homogéneos con la intención de lograr mayores posibilidades dramáticas. Pero el resultado fue un conjunto de actores faltos de carisma, con una carga interpretativa demasiado repartida y monótona. Colocar a un «actor shakesperiano inglés calvo de mediana edad» —el esplendido Patrick Stewart— al frente de la Enterprise, no era mala idea y sí muy acorde con el espíritu trekkie, pero no suficiente como para sostener en él todo el atractivo de la saga.
Los guiones
Roddenberry se había endiosado tanto que retocaba todos los guiones e hizo que su «biblia» —o la guía que suelen tener los productores— fuera seguida de forma escrupulosa. Su presencia y la obsesión por controlar la «fidelidad» de los contenidos con la idea original, provocó que algunos escritores colaboradores «huyeran», quedando guionistas de series de TV como Falcon Crest (Katharyn Powers) o series animadas (Michael Reaves), destacando tal vez Joseph Stefano (The Outer Limits). Es decir, alejaron a los artistas y se quedaron los profesionales.
Lo que había sido uno de los elementos diferenciadores en la serie original por su calidad, innovación y atrevimiento, en Star Trek: la nueva generación (TNG) consistieron en guiones muy convencionales, donde predominaban las relaciones entre los miembros de la tripulación. Con unos roles que en el fondo eran un remedo de la serie original, entre los cuales siempre aparecía uno para ocupar un rol spockiano —el androide Data, homenaje a Asimov y principal aportación de TNG al universo Trek (junto con la Holocubierta y el dispensador de alimentos)—. El resto consistía en una imitación superficial de la critica social y convivencia entre razas, pero lo que en aquel entonces era rompedor, un par de décadas después no pasaba de tópicos didácticos políticamente correctos, que acentuaba el ya de por si aire juvenil de las series de finales del siglo XX.
Algo así debieron entender los responsables de la primera adaptación cinematográfica cuando decidieron darle su característica estética futurista, pero sobria y moderada. El motivo no es que la estética imperante de cuando se estrenó fuera así —nada más lejos de la realidad en la época del techno y del punk—, pero siguiendo en cierta manera con la idea de fondo de la Star Trek Original, así es como imaginaban que El Futuro sería, con la Humanidad en su madurez y sin necesidad de autoafirmarse mediante el exceso visual.
Pero por algún motivo, alguien decidió que no. Star Trek no debía ser así, había que ser más hortera. Vinieron las casacas rojas —siendo honestos, no estaban mal del todo— que se notaba que estaban diseñadas para disimular las barrigas incipientes de los ya mayorcitos héroes de la Enterprise. Se acabó de arreglar con TNG donde de los «pijamas» de colores se pasó a los «chándal de diseño» con hombreras en plan «fashion», «informales, pero arreglados».
Esta pretendida «modernización» basada en la superficialidad pone la «guinda» en los navíos espaciales. Lo de cambiar la antena de comunicaciones de la NCC-1701 por un óvalo con colorines, es un despropósito. Al igual que darle a todo un aire más redondeado, en plan «aerodinámico».
En general, uno tiene la impresión de que toda la franquicia tras el estreno de la película, ha sido una manera de aprovechar el seguimiento incondicional de una legión de espectadores, como una vía en la que todo el que ha podido ha metido cabeza para poder «sentirse realizado»: actores que hacen de directores —Shatner, Nimoy o Frakes—, o productores que son actores —hasta el propio Harve Bennett llegó a intervenir en un episodio—.
Star Trek en la televisión ha disfrutado de un gran éxito. TNG se ha prolongado unas siete temporadas y han surgido un par de spin-offs, también con buen resultado —en términos de la Paramount— como Star Trek: Voyager y Star Trek: Espacio Profundo Nueve —esta última, la más madura, no en vano Ronald D. Moore es uno de sus guionistas—. Además, le han sido otorgados varios premios. Estos datos son difícilmente rebatibles, salvo que algunas veces, las meras y frías cifras no son lo único que importa.
Star Trek y Star Wars comparten entre otros aspectos, que en ambos casos su afición se divide en dos tipos principales: los más veteranos que añoramos el producto original y las «nuevas generaciones», acostumbradas a las producciones más modernas. A Rodenberry también le pasó como a George Lucas: tuvo una idea innovadora y deslumbrante que cambió el paradigma y que le encumbró, pero que se convirtió posteriormente en su obsesión, incapaz de llegar a la brillantez inicial.
De intentar volver a ser lo que en su día fue, para convertirse en un mero producto comercial estirado al máximo de sus posibilidades. De las aventuras de una tripulación que en cada capítulo se enfrentaba a un nuevo enigma completamente desconocido, a convertirse en todo lo convencional que puede ser una sit-com espacial futura, con toques de aventura y tramas sentimentales paralelas en las que actores y guionistas podían dar su talla en cuanto a lo profesional, pero aportando poco al significado cultural de la obra.
El lado bueno es que ha sido una manera de mantener el espíritu trekkie a lo largo del tiempo. Una vez agotado el filón de TNG, la Paramount que sabe que la nostalgia es un gran gancho para una parte importante del público, ha decidido retomar la tripulación original. ¿Volverán a explorar nuevos mundos y nuevas civilizaciones, a romper viejos prejuicios, a mostrar nuevos paradigmas?
[NOTA: mi gratitud hacía Elwin de El cubil del Cíclope, gran seguidor de TNG, a quien le debo algunas ideas del artículo]
Artículo publicado posteriormente en :
¡Vivan los novios! |
La estética
Que duda cabe que las camisetas de colores chillones configuran una estética muy definida que, más de cuarenta años después de que aparecieran en las pocas televisiones en color de la época «kistch», resultan excesivas y hasta cierto punto ridículas —sobre todo ahora en la era de la «oscuridad»—. Pero en aquella época, ademas de evidenciar el carácter multidisciplinario de la expedición, la ropa informal, alegre y cómoda, intentaba representar una crítica hacía el exceso formalismo y rigidez de la sociedad —entroncando con los movimientos de protesta de finales de los 60—.Algo así debieron entender los responsables de la primera adaptación cinematográfica cuando decidieron darle su característica estética futurista, pero sobria y moderada. El motivo no es que la estética imperante de cuando se estrenó fuera así —nada más lejos de la realidad en la época del techno y del punk—, pero siguiendo en cierta manera con la idea de fondo de la Star Trek Original, así es como imaginaban que El Futuro sería, con la Humanidad en su madurez y sin necesidad de autoafirmarse mediante el exceso visual.
Las eternas cuestiones de la humanidad: ¿quienes somos, hacia donde vamos y qué modelito será el siguiente?
Pero por algún motivo, alguien decidió que no. Star Trek no debía ser así, había que ser más hortera. Vinieron las casacas rojas —siendo honestos, no estaban mal del todo— que se notaba que estaban diseñadas para disimular las barrigas incipientes de los ya mayorcitos héroes de la Enterprise. Se acabó de arreglar con TNG donde de los «pijamas» de colores se pasó a los «chándal de diseño» con hombreras en plan «fashion», «informales, pero arreglados».
Esta pretendida «modernización» basada en la superficialidad pone la «guinda» en los navíos espaciales. Lo de cambiar la antena de comunicaciones de la NCC-1701 por un óvalo con colorines, es un despropósito. Al igual que darle a todo un aire más redondeado, en plan «aerodinámico».
En general, uno tiene la impresión de que toda la franquicia tras el estreno de la película, ha sido una manera de aprovechar el seguimiento incondicional de una legión de espectadores, como una vía en la que todo el que ha podido ha metido cabeza para poder «sentirse realizado»: actores que hacen de directores —Shatner, Nimoy o Frakes—, o productores que son actores —hasta el propio Harve Bennett llegó a intervenir en un episodio—.
Star Trek en la televisión ha disfrutado de un gran éxito. TNG se ha prolongado unas siete temporadas y han surgido un par de spin-offs, también con buen resultado —en términos de la Paramount— como Star Trek: Voyager y Star Trek: Espacio Profundo Nueve —esta última, la más madura, no en vano Ronald D. Moore es uno de sus guionistas—. Además, le han sido otorgados varios premios. Estos datos son difícilmente rebatibles, salvo que algunas veces, las meras y frías cifras no son lo único que importa.
Star Trek y Star Wars comparten entre otros aspectos, que en ambos casos su afición se divide en dos tipos principales: los más veteranos que añoramos el producto original y las «nuevas generaciones», acostumbradas a las producciones más modernas. A Rodenberry también le pasó como a George Lucas: tuvo una idea innovadora y deslumbrante que cambió el paradigma y que le encumbró, pero que se convirtió posteriormente en su obsesión, incapaz de llegar a la brillantez inicial.
De intentar volver a ser lo que en su día fue, para convertirse en un mero producto comercial estirado al máximo de sus posibilidades. De las aventuras de una tripulación que en cada capítulo se enfrentaba a un nuevo enigma completamente desconocido, a convertirse en todo lo convencional que puede ser una sit-com espacial futura, con toques de aventura y tramas sentimentales paralelas en las que actores y guionistas podían dar su talla en cuanto a lo profesional, pero aportando poco al significado cultural de la obra.
El lado bueno es que ha sido una manera de mantener el espíritu trekkie a lo largo del tiempo. Una vez agotado el filón de TNG, la Paramount que sabe que la nostalgia es un gran gancho para una parte importante del público, ha decidido retomar la tripulación original. ¿Volverán a explorar nuevos mundos y nuevas civilizaciones, a romper viejos prejuicios, a mostrar nuevos paradigmas?
[NOTA: mi gratitud hacía Elwin de El cubil del Cíclope, gran seguidor de TNG, a quien le debo algunas ideas del artículo]
Artículo publicado posteriormente en :
- Planetas Prohibidos el 26 de octubre de 2014
- El Sitio de ciencia-ficción el 21 de mayo de 2019