A lo largo de la Historia de la cultura han surgido determinados patrones en forma de ciclos o estructuras literarias que han modelado o servido de andamiaje para la creación de relatos clásicos. Entre estos patrones destaca el llamado ciclo del héroe, donde similar composición de personajes y relato pueden verse en sucesivas historias en las que los cambios principales son estéticos o de ambientación. Tal vez el ejemplo que mejor muestra esta circunstancia son los relatos de caballeros andantes, princesas y villanos, que aunque surgieron en una ambientación medieval de fantasía épica, fue en Star Wars donde al situarse en un entorno de ciencia-ficción cobró una nueva e inesperada perspectiva. De similar manera, los personajes forman parte de ese mismo patrón creándose a lo largo de los tiempos ciertos arquetipos míticos, como el propio mismo de héroe y su nemesis, el clásico malvado villano representativo de la maldad y del reverso oscuro del propio héroe. Estos patrones se dice que forman parte de nuestra propia esencia de ser humano, un legado de nuestro pasado que ha conformado el acervo cultural de nuestra especie. Pero lejos de profundizar sobre este extenso en interesante asunto, la propuesta a plantear en esta ocasión es distinta ¿están surgiendo nuevos arquetipos, nuevas historias, como resultado de nuestra escasa y lenta, pero constante e inevitable evolución cultural?

El jefe cómplice

En las décadas recientes, tan prolíficas de conspiraciones, crisis y gobiernos de dudoso proceder, parece que han surgido un nuevo tipo de héroes. En la cultura anglosajona ya era habitual el uso de marginados o fueras de la ley, pero en este caso los héroes son gente poco popular, excluidos o apartados en sus trabajos, fracasados pero que a pesar de ello, continúan haciendo lo que creen correcto, aunque les aleje del camino del éxito. Los casos citados a continuación comparten ese mismo esquema: un grupo apartado, poco conocido o directamente secreto, formado por personas competentes pero por circunstancias sociales o políticas y no por deméritos o falta de capacidad, poco considerados o excluidos de los premios y del protagonismo. La paradoja es que en el fondo son los que realmente acaban haciendo el trabajo importante.

Expediente-X

Agente Fox Mulder (David Duchovny)Agente Dana Scully (Gillian Anderson)Director adjunto Walter Skinner (Mitch Pileggi)

Poco se puede decir de X-Files (FOX, 1993~2002) que no sepa todo el mundo. Es una de las series míticas sin las cuales una gran parte de la cultura popular de nuestros días no se entendería. En ella, sus protagonistas desempeñan su poco reconocida labor diaria en un apartado cubículo alejado de la pompa y el protagonismo. Un trabajo incomodo para los demás pero que a ellos acaba apasionando al descubrir tramas políticas escondidas e ignoradas por una mayoría que sucumbe bajo la carga de sus propios prejuicios. Su superior inmediato, conocedor de las circunstancias y victima de sus propias necesidades políticas, se convierte en el muro de contención entre ambos mundos: el de los problemas y misterios que resuelven y el mundo de las influencias y de la política.

The Wire


The Wire (HBO, 2002~2008) es un ejemplo de producción alejada de los habituales parámetros comerciales para convertirse en un producto con miras más altas que la mera audiencia y retorno económico. Como resultado, se la considera una de las mejores series jamás realizadas y uno de los mejores trabajos de ficción de todos los tiempos. De nuevo, un grupo de policías entregados a su labor y por ello, poco populares, son marginados en un sótano con la aburrida tarea de las escuchas telefónicas. Sin embargo, se acaban dando cuenta de que de esta manera —un grupo de profesionales entregados y sin injerencias políticas ni burocráticas— es como el trabajo es realizado y los resultados son alcanzados. Su superior es una vez más el enlace entre ellos y un mundo politizado y corrupto, protegiéndoles a pesar de las apariencias y obligaciones políticas a las que está atado. El lector atento habrá observado que esta serie no es de ciencia-ficción, cierto, pero ha sido inevitable su inclusión ya que uno de los personajes ha sido utilizado de manera realmente similar en otra de las series más influyentes de los últimos tiempos... de ciencia-ficción.

Fringe

Agente Olivia Dunham (Anna Torv)Consultor Peter Bishop (Joshua Jackson)Director Phillip Broyles (Lance Reddick)

Si hay un ejemplo de serie inspirada en la producción cultural anterior para lograr no obstante un resultado original, innovador y en definitiva, con su propio aporte fundamental, ese es Fringe (Warner Bros, 2008~2015). Una evolución de Expediente-X en el sentido de que se trata de un grupo de peculiares agentes del FBI que investigan casos fuera de lo normal en el límite de lo que la ciencia puede explicar. Sus muy competentes protagonistas están marcados sin embargo por circunstancias afectivas complicadas lo que les convierte en socialmente rechazados o auto-excluidos. Su superior, encarnado por el mismo actor que hacía un papel similar en The Wire, es nuevamente su principal defensor, aunque tenga que mantener las apariencias frente a la maquinaria burocrática federal.

El Ministerio del Tiempo

Temporadas 1 y 2

Julián Martínez (Rodolfo Sancho)Amelia Folch (Aura Garrido)Subsecretario Salvador Martí (Jaime Blanch)

Temporada 3

'Pacino' (Hugo Silva)Lola Mendieta joven (Macarena García)Subsecretario Salvador Martí (Jaime Blanch)

La serie creada por los hermanos Pablo y Javier olivares y con guiones de este último y Anaïs Schaaff representa como se ha comentado en otro momento —aquí y aquí— un salto cualitativo y un cambio de paradigma en la producción cultural popular española. Sus creadores parecen haber continuado con el uso de los nuevos arquetipos usados en el panorama cultural internacional, pasando de esta manera a ser parte activa en su formación junto al resto de países, a diferencia de las habituales series rancias. El esquema es equivalente: un grupo secreto formado por miembros escogidos por su valía y por su capacidad para pensar de manera alternativa e independiente, además de su responsabilidad y fidelidad con sus compañeros. Al frente de ellos, un superior que una vez más es su protector, el muro entre las incomodas necesidades políticas y trabas burocráticas, y la realidad del presente a la que se han de enfrentar día tras día, para construir nuestro futuro (Nota: para mantener el paralelismo se ha omitido un personaje que puede no obstante sea uno de los más carismáticos y que por ello no se deja de recordar: Alonso de Entrerríos)

Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda)

El empresario creativo

Con el advenimiento del ciberpunk hablar de cualquier cosa relacionada con el capitalismo equivalía a hacerlo de grandes y malvadas corporaciones con oscuros e ilegítimos intereses. Pero la realidad nos ha dado a magnates como Jim Bezos (Amazón, Blue Origin), Richard Branson (Virgin Group) y por supuesto, el inefable y sorprendente Elon Musk (SpaceX, Tesla Motors) que se dedican a proyectos interesantes, innovadores y que aportan elementos de calidad a la sociedad —junto a estos nombres pueden colocarse otros como Larry Page y Sergey Brin (Google) o incluso Jimmy Wales y Larry Sanger (Wikipedia)—. Estos empresarios —o «emprendedores»— sin llegar al extremo de decir que son unos angelitos, al menos el beneficio monetario que sus empresas obtienen es re-invertido en sus proyectos demostrando que a través de sus organizaciones es posible materializar sus sueños, fantasías y anhelos por un mundo mejor, por ese mundo algo más parecido al menos, al imaginado antaño en la ciencia-ficción.

APB

Detective Theresa Murphy (Natalie Martinez) y Gideon Reeves (Justin Kirk)

Esta es una serie policíaca que sigue el esquema clásico procedural, solo que en este caso la persona que está al frente de toda una comisaria es nada más y nada menos que un ingeniero, un «clon» de Elon Musk llamado Gideon Reeves (Justin Kirk) dueño de una empresa tecnológica, cuyas innovaciones son puestas al servicio de la ley. La serie es original en sus primeros capítulos pero acaba resultado presa de sus propias premisas.

Salvation

Grace Barrows (Jennifer Finnigan) y Darius Tanz (Santiago Cabrera)

Esta serie trata sobre un meteorito que se acerca a nuestro planeta y el mundo ha de organizarse para evitar el desastre, descubriéndose mientras tanto toda una serie de intrigas. Las mejores mentes se ponen manos a la obra para resolver el acuciante problema, entre ellas nuestro protagonista, el multimillonario tecnológico con carisma Darius Tanz (Santiago Cabrera). Entretenida.

Missions

Jeanne Renoir (Hélène Viviès) y William Meyer (Mathias Mlekuz)

También a este lado del Atlántico hay millonarios excéntricos con inquietudes filantrópicas, en este caso del país donde está la pasta: William Meyer (Mathias Mlekuz) es un excéntrico millonario Suizo que ha financiado una misión a Marte que aunque llega después de su competidor, el también millonario tecnológico Ivan Goldstein (Vincent Londez) dueño de la empresa Zillion, descubre que en el Planeta Rojo todavía les aguardaba alguna sorpresa. Es la mejor de estas tres series mencionadas.

Ivan Goldstein (Vincent Londez)

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De alguna manera parece que a pesar de lo que mucha gente cree al decir que está todo inventado, nuestra cultura continua produciendo cosas nuevas de vez en cuando.

Publicada posteriormente en el blog Planetas Prohibidos
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Viñeta de 'Un policía en la Luna', de Tom Gauld

Se puede decir que la cultura popular es en alguna medida, un reflejo de la sociedad. Esta produce, fomenta y aplaude determinado tipo de obras que surgen en su seno, las cuales a su vez promueven y fomentan de nuevo otras tendencias, formando un ciclo cultural que se realimenta continuamente. El panorama resultante estará formado por un espectro de todo tipo de géneros y audiencias, sin que haya fronteras definidas en muchos de los casos y cuyos porcentajes variarán, aunque se puede afirmar sin temor a error que habrá una parte de obras de consumo rápido mayor que otras obras de culto, de autor o de un perfil más elaborado. En cualquier caso, tanto unas obras como otras cumplen con su función, cada una a su manera.

Pero la ciencia-ficción, además de constituirse como un vehículo útil y valioso para reflejar los anhelos y miedos que la sociedad del presente tiene sobre su futuro, ha sido el género que ha procurado explorar todas las posibilidades, aunque le suponga navegar contracorriente. Sin ir más lejos, el propio surgir del género fue como una advertencia a la corriente utópica y tecnólatra de la época: el Frankenstein de Mary Shelley. Desde entonces la ciencia-ficción ha sido prácticamente un «medidor» del pulso de la sociedad: desde sus inicios en la Revolución Industrial, al posmodernismo y el brutalismo de las burbujas inmobiliarias, pasando por los superheroes de las grandes crisis económicas.

La actualidad está marcada en el medio cinematográfico por la vuelta de la evasión y la utopía de la space opera de Star Wars o Star Trek, o la vuelta de las oscuras y pesimistas Alien y Blade Runner. Aunque en la televisión la oferta es mucho más variada, las mayores audiencias son para la fantasía épica de Juego de Tronos. En un mundo marcado por el maniqueísmo es habitual ceñirse a la realidad como una dualidad entre opciones: optimismo/pesimismo, utopía/distopía, evasión/realismo. La tendencia de asociar evasión con utopía y realismo con distopía, resulta casi inevitable. Muchos de los que hemos vivido los años ochenta observamos con pesar la actual situación, en la que resulta muy difícil la propuesta de futuros grandiosos sin ser tachado de infantil o ingenuo. Treinta años después de creer que la humanidad había superado por fin la amenaza nuclear, tenemos a un par de botarates amenazándose con tirar algún misil. Se ha llegado a un punto en el que no se puede ni hablar del tiempo sin que nos venga a la mente la visión de huracanes destrozando viviendas.

El pesimismo es el sentimiento habitual ante esta situación. Es la respuesta lógica y puede que hasta necesaria. Nuestra mente se prepara antes de que ocurra la catástrofe, minimizando el impacto en caso de que esta llegue. Pero aunque esta negatividad como advertencia o preparación ante lo peor tiene su utilidad, no deja de resultar agorera y nos bloquea para seguir adelante. ¿Qué otro sentimiento puede ayudarnos a procesar la situación pero con una visión de futuro más positiva?

Un policía en la luna (Tomas Gauld, 2016) es una visión nostálgica pero al mismo tiempo divertida, de la visión de futuro que se tenía en los años sesenta. Su autor se siente fascinado por esa melancolía, pero es muy critico con las actuales visiones cínicas y pesimistas enfocadas excesivamente en la parte negativa, sin recordar los grandes logros alcanzados y sin tener en cuenta los que todavía, si nos lo proponemos, se pueden alcanzar. No serán tan magníficos como habíamos imaginado antaño, pero tampoco tienen que ser catastróficos. Puede que simplemente nos haga falta algo de modestia, de humildad, recapacitar sobre los errores. Fue entonces cuando me acordé de la última película de Pixar que había visto.

Del revés (Pete Docter, Ronnie Del Carmen, 2015), es una obra de animación en la que la tristeza es una de las protagonistas, como uno de los sentimientos clave de nuestra personalidad. Lejos de ser una tragedia, las fases melancólicas son imprescindibles en nuestra evolución como individuos, y por qué no, puede que también como sociedad. Así pues, abracemosla sin remordimiento, sintámonos tristes y melancólicos por ese futuro que nunca será como imaginábamos. Lloremos por los sueños rotos, sumerjámonos en lo más hondo del pozo, porque una vez allí, el único camino es subir hacia la luz.

Publicado posteriormente en el blog Planetas Prohibidos y en El Sitio de ciencia-ficción
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El siguiente es un artículo del escritor Neal Stephenson acerca del progresivo deterioro científico e innovador que la sociedad en la que vivimos viene sufriendo. Fue publicado a finales del año 2011 y afortunadamente, en los años recientes se están sucediendo logros notables en diversos ámbitos, a destacar los relacionados con la exploración espacial cuyos proyectos actualmente en marcha hacen parecer algo ridículas a algunas de las que propone el autor como innovadoras en su momento, hace apenas un lustro. Una nueva carrera ha surgido —esta vez con un trasfondo mucho más positivo y productivo— entre agencias gubernamentales como la NASA y compañías privadas como SpaceX, Virgin Galactic o Blue Origin. Incluso tenemos cerca la muy agradable sorpresa de la española PLD Space, que recientemente ha sido contratada por la ESA gracias a su propuesta completamente innovadora que llena un hueco hasta ahora inédito de micro-proyectos espaciales. Sin embargo, a pesar del atisbo de optimismo que la situación aparenta presentar, conviene no olvidar cuáles son las amenazas que continúan vigentes y el relevante papel que la ciencia-ficción desempeña en este proceso. Sirva con este propósito el siguiente texto del citado autor, traducido por el que escribe las líneas de esta pequeña introducción.
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Cartel promocional de la película prácticamente desconocida en España 'Idiocracia'

Se asocia la ciencia-ficción con apocalípsis, cataclismos y sociedades totalitarias y distópicas. Que duda cabe que este género ha alumbrado obras excepcionales que entran dentro de estas descripciones convertidas en verdaderos clásicos de la literatura como 1984 o ¿Un mundo feliz?. Pero otros clásicos como Fundación, Dune o Crónicas Marcianas, por citar algunos ejemplos, muestran con mayor o menor realismo, con mayor o menor optimismo, otras visiones igual o más complejas de la Humanidad combinadas con un mensaje más constructivo. El pesimismo insistente del ciberpunk ha copado la producción audiovidual de este género hasta hace muy poco, desvirtuando su concepción clásica y envolviéndolo de un aire oscuro y supuestamente «adulto», priorizando un tipo de obras concreto de ciencia-ficción —BallardDick como casos más significativos— mientras que el resto del género ha quedado relegado a ámbitos minoritarios o secundarios, debiendo recurrir a las franquicias calificadas como «de frikis» ―adjetivo al que sus aficionados han acabado contribuyendo― para encontrar una aceptación mayoritaria. La implacable actualidad de las décadas recientes en las que las odiseas espaciales solo existían en galaxias lejanas, la ciencia-ficción seria y adulta debía ser apocalíptica, oscura y destructiva ¿Qué hay de justificable en esta situación? Es decir, ¿hasta qué punto es compatible un gran desarrollo tecnológico con mantener a salvo nuestro planeta o nuestra especie? ¿Estamos condenados a sucumbir finalmente a nuestros propios e inevitables defectos? ¿Tiene razón el ciberpunk?

Fotograma de "Los Supersónicos", serie animada de TV sobre una sociedad en la que la tecnología está completamente dominada y a su servicio

En el optimismo de épocas anteriores no era descabellado suponer que lo próximo por venir seria una alfabetización completa de toda la población del planeta y posteriormente, una paulatina mejora en los sistemas educativos de manera que resultaba plausible postular un futuro en el que el conocimiento científico y tecnológico sería ubicuo y más que aceptable. Sin embargo en la actualidad, el desarrollo social es en la práctica inexistente y salvo en los años más recientes ―hasta el famoso bosón de Higgs― los eventos científicos del tipo «pequeño paso para el individuo pero grande para la humanidad» han brillado por su ausencia durante cuarenta años.



En las tres citas de conocidos divulgadores científicos que se mostrarán a continuación, recopiladas a lo largo de los últimos años, se puede extraer que el mundo científico parece coincidir en que la humanidad se encuentra en un momento complicado. La primera de ellas es del conocido Carl Sagan, el cual se lamentaba hace ya veinte años ―en pleno auge del posmodernismo― de la repentina parálisis cultural y científica de la sociedad, haciendo alusión a sus representantes políticos, apartado que ha empeorado notablemente desde entonces. Otro divulgador, el reconocido paleontólogo Juan Luis Arsuaga, mostraba su preocupación con la posibilidad de que la evolución —un proceso aleatorio en origen— nos haya arrastrado a una situación incoherente estando en constante contradicción con nosotros mismos.
Como resultado final de nuestra historia evolutiva conviven en cada uno de nosotros dos identidades, la individual y la colectiva. Negar la existencia de cualquiera de las dos naturalezas humanas es cerrar los ojos a la realidad. Mientras que la identidad individual nos empuja al egoísmo y a la insolidaridad, la colectiva nos puede llevar al abismo, porque nos hace fácilmente manipulables [..] ¿Será posible que algún día el ser humano pueda superar su permanente contradicción entre el individuo y el grupo? ¿Nos habrá conducido la evolución hacia un callejón sin salida?
Juan Luis Arsuaga (El collar del neandertal)

Por último, José Luis Pinillos expone en La Mente Humana (1969) que una ciencia y tecnología cada vez más ubicuas y poderosas, son gobernadas sin embargo por el mismo ser igualmente frágil e inestable que vive dentro de nosotros desde hace miles de años. Un ser que ante una evolución biológica estancada tiene la obligación de evolucionar culturalmente ya que de lo contrario, será probablemente incapaz de evitar que el ser irracional que todavía llevamos dentro cometa una imprudencia que en esas circunstancias, sería catastrófica.

Por si fuera poco, si bien un arma se construye desde el primer momento con intención destructora, con otras tecnologías no se advierte tan fácilmente a partir de qué momento se convierten en perjudiciales. Todos aplaudimos los potentes dispositivos que llevamos en nuestros bolsillos, sin embargo, un mal uso que nadie se preocupa con eficacia en advertir —mucho menos en prevenir— puede ser origen de aislamiento social o convertirse en adicción, al estimular hábitos que hasta ese momento permanecían «aletargados». La tecnología, el marketing y las tarifas planas, nos permiten llevar nuestras aficiones hasta extremos que nunca antes podían imaginarse. Una multi-tarea continua que nos consume, a nosotros como individuos y al resto del planeta. En este escenario, el único límite sería nuestro autocontrol, capacidad que los sistemas educativos oficiales solo recuerdan cuando se trata de ser sumisos y obedientes ciudadanos.
Amigo Daneel, ya he dejado de maravillarme ante la capacidad de la mente humana de mantener dos emociones opuestas simultáneamente. Me limito a aceptarlo —R. Giskaard Reventlov
Robots e Imperio (IsaacAsimov, 1985)

Se puede concluir por tanto que el peligro es real. En este caso la ciencia-ficción nos advierte con todo el sentido. No se trata de simples fantasías, sino escenarios construidos con detalle cuyas ficciones obedecen a un propósito determinado.

1ª parte: el techo evolutivo

En la obra de Arthur C. Clarke es recurrente suponer que nuestro espontáneo y aleatorio proceso evolutivo está vigilado por alguna especie de seres superiores que de vez en cuando dan algún empujoncito por aquí o por allá para ir desencadenando y corrigiendo cosas. Además de la conocida 2001: Una Odisea del Espacio, en El Fin de la Infancia (1953) su autor postula con que una especie alienígena nos visita para «corregir» el rumbo de nuestra especie, la cuál se encuentra al borde de su autodestrucción al desarrollar tecnologías cuyo poder no ha aprendido a controlar. Los overlords o «superseñores», como se les llama en la obra, han de que actuar... de nuevo, con resultados preocupantes. La Utopía, un lugar donde no hay guerras, ni hambre, ni injusticia, es sin embargo un lugar intelectualmente yermo, sin arte, sin genio, sin ciencia ¿somos incompatibles con un futuro idílico? ¿es el sino de la humanidad vivir en constante enfrentamiento para poder manifestar nuestro potencial? Otra visión sobre este asunto es la de Isaac Asimov en su obra El fin de la Eternidad, en la que se advierte de las consecuencias negativas que una sobreprotección pueden tener sobre el brillo y genio de la humanidad, un aspecto que los guardianes de La Eternidad no habían tenido en cuenta.

La Humanidad como un virus

Matrix —junto con Blade RunnerNeuromante y otras obras, cada una en su ámbito— es uno de los citados ejemplos a destacar de esa visión pesimista y negativa de nuestro futuro, base y seña de identidad del ciberpunk. El agente Smith mantiene una definitoria conversación con Neo que sienta algunas bases del mensaje de la famosa saga de los Wachowsky: por un lado, la necesidad de nuestra especie de vivir en un entorno hostil y precario, como un recuerdo atávico del mundo en el que se desarrolló y evolucionó, configurándose como hoy conocemos. A consecuencia, se carece de capacidad de autocontrol, siendo dicho entorno el único límite a nuestros excesos. Nos abandonamos arruinándolo todo a nuestro alrededor hasta lograr el paisaje apocalíptico que este tipo de ciencia-ficción no deja de advertir, hasta el punto tal vez de convertirse en profecía autocumplida. La humanidad acaba convertida en una plaga vírica, una masa sin mente que inunda y consume todo aquello allá donde se establece.

Señales

La actualidad nos ofrece algunos indicios que alertan de la posibilidad de que estemos ya inadvertidamente, en una distopía. Signos que estaban ya presentes en las obras de ciencia-ficción mencionadas. Tal y como se relata en la recreación de una hipotética conversación entre George Orwell y Aldous Huxley —basada en la obra de Neil Postman (Divertirse hasta morir, 2013) y los dibujos de Stuart McMillen— parece que es el creador de ¿Un mundo feliz? el que más acierto tuvo al especular sobre las formas de tener controlada a la sociedad. Algunas de estas evidencias, tal vez discutibles para algunos, serían: redes sociales que fomentan la procrastrinación y —paradójicamente— el aislamiento social; inteligencia artificial y robots que nos sustituyen paulatinamente y sin control sobre su ética de proceder; perdida continua del derecho a la privacidad, sistemas políticos infestados de mediocres y corruptos que sin embargo, manejan una increíble cantidad de información vital sobre la sociedad lo que les permite manipularla a su antojo, en su propio beneficio y en perjuicio de la misma, al servicio de corporaciones transaccionales más poderosas que los propios Estados; falta de control y límite a la destrucción del medio ambiente; terrorismo internacional al alcance de la misma tecnología que crea una brecha de injusticia entre primer y tercer mundo; falta de formación científica, falta de formación humanística y filosófica, falta de educación cívica a todos los niveles y una capacidad intelectual de la sociedad en paulatina disminución, tragedia predicha con mucho sarcasmo en Idiocracia (Mike Judge, 2006)

2ª parte: el optimismo en la ciencia-ficción

Frente a este escenario se encuentra una ciencia-ficción que poca gente de entre los más jóvenes reconocen hoy en día. Gestada a mediados del siglo pasado, confundida por la space ópera galáctica y el frikismo trekkiano, relegada al ostracismo por el postmodernismo y sepultada bajo la «oscuridad» que ha llegado hasta nuestros días ¿Cuál es el sentido de este tipo de ciencia-ficción? ¿es un entretenimiento infantil, sobre un mundo irreal y fantasioso? Este tipo de ciencia-ficción dejó de tener interés a pesar del esfuerzo que pusieron muchos autores en diversos medios para convertirse progresivamente en sinónimo de paisajes apocalípticos, quedando el resto relegada a ámbitos minoritarios o a «cosas de frikis». Sin embargo, algunos autores como Neal Stephenson, Neil Gainman o incluso el propio George R.R. Martin, advierten que la ciencia-ficción que imagina soluciones en lugar de problemas es completamente imprescindible, y que hay que recuperarla, para hacer frente al desánimo y favorecer el estímulo. Sorprendentemente, el escenario parece que está cambiando en los últimos tiempos ya que a pesar de existir todavía muchos problemas, las buenas noticias sobre nuevas soluciones para explorar el espacio y colonizar la Luna o Marte —¡¡incluso Venus!!— o soluciones médicas sobre prótesis humanas controladas mentalmente, parecen indicar que mantener la constancia acaba proporcionando frutos gratificantes, a pesar de los constantes tropiezos y adversidades.

La maldición entrópica

Si algo puede salir mal, probablemente saldrá mal
Ley de Murphy (Edward A. Murphy Jr.)

El segundo principio de la termodinámica indica que el nivel de desorden tiende a aumentar en todo sistema cerrado. El único límite a este fenómeno es la presencia de alguna influencia externa al sistema o la emergencia de algún orden espontáneo como consecuencia del azar, tal y como sucede en algunos sistemas caóticos. Dicen que la vida es uno de estos fenómenos, un orden surgido del caos en un universo condenado al desorden. Según el mito bíblico, los humanos fuimos expulsados del paraíso, de la utopía en la que el orden es eterno. Esta mitología evidencia que en verdad el problema es tan viejo como nuestra especie. Desde hace miles de años que los humanos hemos de trabajar duro todos los días para salir adelante —bueno, todos no, me temo— pero lo que hace distinta la situación a la que nos acercamos peligrosamente es que se ha logrado un desarrollo tecnológico de tal calibre que manejados incorrectamente por ejemplo, la energía nuclear, la inteligencia artificial o la biotecnología, puede provocar más destrozos que mejoras. La tozuda realidad ha demostrado que precisamente por simple dejadez, algún desastre acaba ocurriendo tarde o temprano, debido a la mala costumbre de los humanos de complicarnos la vida. Seres habitantes de un universo de cuya entropía creciente somos víctimas. O tal vez no.

3ª parte: ¿un único camino?

Una de las premisas habituales de las películas sobre invasiones alienígenas para justificar su hostilidad, consiste en suponer que toda civilización avanzada tiende a someter y esclavizar sistemáticamente a las menos desarrolladas tecnológicamente. Pero, también es conocida la tendencia a mirarnos el ombligo y a creer que todo el universo va a hacer lo mismo que nosotros en cualquier circunstancia. Tampoco ha de suponerse como una norma fija que lo que ha ocurrido en el pasado va a tener que suceder de igual manera en el futuro. Parece cierto asumir que desde que la humanidad se convirtió en sedentaria, las disputas por los territorios y sus recursos han condicionado un modelo de expansión basado en la conquista y esclavización, factor que podría considerarse común a la mayoría de culturas del globo. Pero, ¿se puede extrapolar indefinidamente en el tiempo este paradigma? ¿no es posible postular con un punto de inflexión equivalente a las revoluciones culturales como las que han ocurrido en otros ámbitos clásicos como el greco-latino, la Ilustración o incluso la Revolución Industrial? —a pesar de ser fuente de los problemas medioambientales actuales, también es cierto que este periodo ha traído más prosperidad a nuestra especie que ningún otro anteriormente— ¿acaso el mismo desarrollo tecnológico que puede producir una singularidad tecnológica no puede ser también origen de un cambio de paradigma socio-cultural en nuestra especie?
el avance tecnológico de una civilización trae aparejado una disminución y finalmente un abandono de la violencia
Jill Tarter (SETI)

La Llegada (Denis Villeneuve, 2016) es una película atípica en el sentido que otorga una importancia a las humanidades mayor que a las ciencias físicas, las cuales han tenido tradicionalmente una atención mayor en el género. Aunque este aspecto tal vez lo lleva demasiado lejos, no obstante, la obra del director canadiense ha suscitados algunos debates interesantes sobre las consecuencias de un contacto alienígena: salvo el caso poco probable pero posible de una especie nómada que vaga por el espacio en busca de recursos —Independence Day— la comunidad científica piensa que un aumento de tecnología implica una disminución de la violencia, hasta incluso su desaparición. La lógica de este argumento resulta en el fondo aplastante: una civilización que no desarrolla una sociedad madura y equilibrada está condenada a sucumbir bajo el poder de su propia tecnología. De esta manera los escenarios más coherentes en este sentido son —además del citado— tanto las distopías en las que se ha consumado una total o parcial destrucción del medio ambiente terráqueo —Blade Runner— como por el contrario, aquellas en las que la humanidad viaja a las estrellas con confianza y arrojo —Star Trek—. Quedarían fuera de esta clasificación obras como la saga de Alien o Avatar, donde la avanzada tecnología, las carencias educativas y el desprecio por el medio ambiente conviven, inexplicablemente, sin aparente problema.

El Reloj del Apocalípsis

Siendo igualmente válidas ambas posturas, es la optimista sin embargo la verdaderamente imprescindible ya que como se ha visto, el desorden se adviene sin esfuerzo y es el orden el que hay que estimular continuadamente. La cuestión es ¿qué hace falta para lograr dar ese paso que nos falta? ¿el Reloj del Apocalípsis avanza inexorable hasta nuestro Juicio Final o se logrará detener, incluso invertir, la cuenta atrás? Para perder nuestro tiempo abandonándonos, no hacía falta haber aparecido sobre la faz de un pequeño planeta rocoso en la tercera órbita de una estrella amarilla de tamaño medio. En Star Trek: Más Allá (Justin Lin, 2016) parecen haberse planteado la misma pregunta. En ella, los tripulantes de la Enterprise se enfrentan al enemigo que simboliza su pasado ―nuestro futuro inmediato― mientras que sus protagonistas pertenecen a una nueva era de la civilización en la que se ha superado por fin el paradigma comentado al inicio: el uso de los mismos motivos de siempre como excusa para repetir una y otra vez, las mismas guerras.

4ª (y última) parte: caminando hacia algún lugar

Lo que no me mata, me hace más fuerte
Friedrich Nietzsche (1844-1900)

Tal vez el principal problema de la humanidad es que se enfrenta a una situación paradójica provocada por sus propias características como especie. Se podría decir de manera muy resumida que al mismo tiempo que el ser humano modifica su entorno para que sus necesidades más perentorias queden completamente satisfechas, la falta de estas provoca sin embargo el acomodamiento y el excesivo nihilismo de la sociedad. A su vez, el sistema de mercado alimenta de manera cada vez más «eficiente» gracias a la tecnología la satisfacción del resto de necesidades, tanto reales como inventadas para la ocasión, realimentando el sistema y entrando en un bucle de acoplamiento que de no cortarse, nos llevaría al conocido escenario apocalíptico. Aunque la situación parece estar bastante complicada, existen algunos ejemplos que muestran que es posible alcanzar algún tipo de control sobre ella. Ciñéndose a los hechos para no repetir argumentos oídos anteriormente y que puede que resulten manidos, en el ámbito de los países del norte de Europa se pueden encontrar algunos logros notables en materia social, política, educativa y cultural, que vendrían a demostrar que hay mucho margen de mejora hacia donde encaminarse:

  • Un sistema educativo (Finlandia) basado en la cooperación en lugar de la autoridad y que responsabiliza a los alumnos al mismo tiempo que les da más poder de decisión.
  • Sistemas judiciales que simplemente funcionan (Dinamarca) y que seguramente como consecuencia hace que sus niveles de corrupción estén completamente contenidos.
  • Economías inclusivas y con poca desigualdad social (Noruega) con las que se alcanzan niveles máximos de desarrollo humano.
  • Políticas de sanción, rehabilitación y reinserción social tan efectivas que lleva incluso a tener que cerrar cárceles (Suecia).
  • Y además, hacen buenas series de TV.

Pero no significa que sean perfectos. Problemas como tasas de suicidio (Finlandia) relativamente elevadas comparadas con el entorno mediterráneo —aunque aún por debajo de países como China o Rusia— o también, el efecto negativo de políticas sociales que con la intención de aumentar la independencia del individuo alejándolo de un entorno familiar limitador (Suecia) han obtenido sin embargo algunos efectos indeseados como soledad o aburrimiento.
Lo importante de Star Trek no es la tecnología sino la noción de humanidad común y la confianza en nuestra habilidad para resolver problemas
Barack Obama

La Utopía, entendida como un lugar en donde no existen los problemas, es en el universo que conocemos tan imposible como perjudicial para nuestra naturaleza ¿Significa esto que necesitamos vivir en el entorno hostil que recriminaba el agente Smith de Matrix? ¿nos gustan los problemas como dice la canción? Depende de cómo quiera verlo cada uno, pero siendo inevitable la existencia de problemas a los que enfrentarse, el momento en que nos sentimos verdaderamente realizados y satisfechos, cuando sale a relucir lo mejor de nuestra especie, es resolviéndolos.

[Esta entrada se comenzó a escribir el 28 de Febrero y fue publicada el 12 de mayo de 2017 en este blog y posteriormente en Planetas Prohibidos]

Artículo publicado posteriormente en el blog 'Planetas Prohibidos' el 17 de septiembre de 2017
Artículo publicado posteriormente en 'El Sitio de ciencia-ficción' el 7 de octubre de 2018
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    La 'Estrella de la Muerte' en un fotograma de la película 'Rogue One'
    La 'Estrella de la Muerte' en un fotograma de la película 'Rogue One'
    Si hay algo que puede hacer la ciencia-ficción es el situar al público en lugares en los que de ninguna otra manera podrían estar. Alguien podrá argumentar que toda obra de ficción usa escenarios cuya «similitud con la realidad es pura coincidencia». Es cierto, pero en estos casos el alejamiento de la realidad consiste en presentar lugares y personajes anónimos para que el espectador no pueda asociarlos con nada ni nadie en concreto. O lo que es lo mismo, que puedan representar situaciones aplicables a cualquier momento o lugar en la vida de cualquiera. En la ciencia-ficción por el contrario, el espectador es impelido a reinventar el mundo a su alrededor siguiendo las pautas que el autor le va dejando en la obra. Por este motivo las obras de ciencia-ficción puede decirse que tienen un «plus», ya que además de la trama en sí, se ha de crear un vínculo entre autor y lector/espectador en el que ambos son cómplices de las desviaciones respecto a lo real.

    El sentido de la maravilla puede ser explotado al máximo en este género al alimentar nuestra mente con justamente aquello que puede producirle ese efecto y que con menor probabilidad puede encontrarse en el mundo «clásico» o real. La ciencia-ficción como herramienta para imaginar dimensiones colosales, que rompan nuestra imagen mental sobre las escalas espaciales a las que estamos acostumbrados. Una manera de condicionar nuestra mente para retos excepcionales, sin estar limitados a escenarios constreñidos por la realidad cotidiana.

    La ciencia-ficción es prácticamente por definición, un género cuya finalidad principal consiste en romper estereotipos, dogmas, prejuicios y limites auto-impuestos. Un género que no tiene miedo al error y que se adentra sin tapujos en lo desconocido, en lo inalcanzable, en lo desmesurado, en aquello tan poco probable que parece imposible de imaginar, hasta que se hace en forma de obra de ciencia-ficción. Antes de ver la Estrella de la Muerte de George Lucas en el año de su estreno, con esos abismales pasillos, patios e interminables conductos, pocos habíamos podido tan siquiera soñar con una visión tan nítida de una construcción de esas características. Pascual Enguidanos con su Saga de los Aznar (1953~1978) nos dio los auto-planetas, estructuras artificiales del tamaño de planetoides. Pero puede que sea esta una de las escasas ocasiones en las que el medio audiovisual mejora al literario o incuso al del cómic, marcado por un surrealismo que le hace perder veracidad comparado con el relativamente mayor realismo inherente del lenguaje cinematográfico, el cuál dota a las enormes estructuras que se pueden ver en la gran pantalla desde aquel año, de una magnificencia inconmensurable que sobrecoge al espectador, destrozando las escalas geométricas que hasta entonces tenía establecidas.

    Pero el mundo del papel no tiene las limitaciones presupuestarias que tiene el cine, por lo que su atrevimiento todavía puede ser mayor. Autores como Olaf Stapledon en Hacedor de Estrellas (1937), imagina a civilizaciones capaces de mover sistemas solares enteros de una galaxia a otra, o cubrir las estrellas para aprovechar su energía al completo. Larry Niven en Mundo Anillo (1970) recrea un mundo formado sobre su misma órbita alrededor de su estrella, mostrándonos un paisaje abrumador cuyo horizonte invertido se vuelca sobre sus observadores, un mundo en cuya mitología lo plano pasa a tener forma de arco. También Arthur C. Clarke en Cita con Rama (1973) nos presenta una construcción modesta en comparación pero lo suficientemente enorme para desbordar lo que se entendía como hábitat natural únicamente como una superficie planetaria, llevándolo con osadía a los lejanos confines del espacio.

    Estos nuevos hábitats del espacio imaginados en la ciencia-ficción —y que inspiraron a científicos como Dyson o Gerad K O'Neil— crean un continuo entre las grandes construcciones espaciales y nuestros propios hábitats naturales: los planetas, sea la propia Tierra o algún otro hipotético que permita albergar vida humana. Pero si existe un proyecto auténticamente atrevido y gigantesco, no es otro que transformar toda la faz de un planeta y su atmósfera para adecuarlo a nuestras condiciones. Esto es lo que Kim Stanley Robinson nos detalla con gran profusión en su Trilogía de Marte, la creación en él de una biosfera que permita una vida similar a la que disfrutamos en la Tierra. Un proyecto megalómano cuyos plazos implican una absoluta confianza y seguridad en el poderío de la especie humana, alargándose durante décadas y traspasando las fronteras de los siglos.

    La necesaria implicación del lector en imaginar el escenario inverosímil en el que el autor le impele a estar, ocasiona que tenga que dejar a un lado momentáneamente el mundo en apariencia plano pero que un buen día se descubrió que en realidad era una gran esfera. La conmoción que aquel descubrimiento sin duda significó en las maneras de pensar de los habitantes del planeta sobre su mundo hogar, se recrea de nuevo al tener que abarcar en la mente las nuevas situaciones propuestas en las obras de este género. La ciencia-ficción nos permite acercarnos a lo que entonces significó conocer que nuestro hogar no era como se creía. Nos permite vislumbrar lo que puede significar un viaje a lo desconocido y el descubrimiento de nuevos mundos.

    Artículo publicado en el especial Proyectos Faraónicos de El Sitio de ciencia-ficción
    Artículo publicado posteriormente en Planetas Prohibidos
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