Una de las principales virtudes de una buena obra de Ciencia-Ficción es su capacidad para crear escenarios hipotéticos que sirvan de inspiración para posteriores debates, filosóficos, sociales o científicos en general. Sin embargo, existe una tendencia seguramente equivocada al pensar que la respuesta a los enigmas que la humanidad ha buscado desde el principio de los tiempos se encuentra dentro de estas obras, cuando lo que en realidad se pretende en la mayoría de los casos es plantear preguntas, señalar dudas y advertir de desconocidos, pero inquietantemente posibles, peligros futuros.
Como ya dijo unos de los padres de la filosofía, allá en la Grecia clásica hace unos veinticinco siglos, saber que no se sabe algo, es ya saber mucho. Por lo tanto la duda, el ser conscientes de nuestra falta de conocimiento, es el primer paso para alcanzar este. A partir de este momento, es cada espectador o lector, el que decide cómo desea alcanzarlo. Es cierto no obstante, que en algunas obras artísticas de todo tipo, la intención no es únicamente la de transmitir esa duda, sino también la de
llenarla con unas ideas decididas por los autores, guionistas, directores o productores. Esto puede incluir desde el promover una moralina determinada, hasta inculcar la más pura propaganda ideológica.
Dentro de este género de obras, nos podríamos encontrar con
Ultimátum a la Tierra (
Robert Wise, 1951 y
Scott Derrickson, 2008),
1984 (
George Orwell, 1948) o
Tropas del Espacio (
Robert A. Heinlein, 1959), en las que se observa como de alguna forma, se utiliza la Ciencia-Ficción para realizar crítica social o política, desde el punto de vista particular de sus creadores. En
Blade Runner (BR en adelante) —donde se transmite la visión pesimista y oscura del creador de la novela en la que se basa, y que marcaría la tónica general postmoderna de las décadas siguientes no solo en la Ciencia-Ficción, sino en la sociedad en general— se plantean principalmente dudas, sin necesariamente pretender darles respuesta. Es ahora, desde aquí, cuando vamos a buscar algunas de ellas.
Blade Runner y Frankenstein
En Frankenstein (
Mary Shelley, 1818), su autora nos mostró las dudas que el vertiginoso y aparentemente descontrolado desarrollo tecnológico le suscitaban. En
BR se reeditan todas estas dudas y preocupaciones, añadiéndoseles otros matices y profundizando más en ellas, seguramente debido al mismo temor que
Philip K. Dick sentía en alguna de las fases pesimistas por las que pasaba.
Básicamente, el autor nos muestra los riesgos que supone el excesivo y desenfrenado avance científico, sin que ello vaya acompañado de un conocimiento parejo en lo social y/o moral, y cuestiona el papel del hombre en el mundo. Si a esto le añadimos que estos avances se realizan en terrenos relacionados con la vida y los sentimientos, aspectos no explicados detalladamente por la ciencia y que hasta ahora eran terreno casi exclusivo de la religión, el debate está servido.
En los inicios de la investigación de la Energía Nuclear, también surgieron algunas voces catastrofistas que continúan oyéndose, al igual que cuando surge cualquier otro descubrimiento que afecta a nuestra forma de ver el mundo y a nosotros mismos. Películas como
El Síndrome de China (
James Bridges, 1978) advertían de las consecuencias que un uso irresponsable de semejante capacidad de producir energía podía conllevar. Lamentablemente para los habitantes de
Chernóbil, los sucesos que allí ocurrieron demostraron que estas advertencias eran fundamentadas.
En BR, los seres humanos se presentan como afectados por el
Complejo de Prometeo, por el cual la especie humana busca desesperadamente a través del desarrollo científico y la búsqueda de conocimiento, alcanzar cotas de divinidad llegando incluso a pretender crear lo que hasta ahora era patrimonio de los dioses: la vida. Otra forma de considerarlo, es la del
Complejo de Edipo, que causaría que la Humanidad en el papel de Hijo, deseara sustituir al Dios Padre para ser la amante de la Madre, que en este caso sería una vieja y maltratada por los abusos de sus hijos, Planeta Tierra o
Gaia.
En cuanto a la supuesta vida creada, los Replicantes son unos entes biológicos artificiales con una enorme capacidad intelectual; de forma que, si bien no era esa la pretensión inicial, acaban desarrollando sus propios sentimientos y su propia concepción del universo y de si mismos; siendo conscientes de su limitada existencia, en clara analogía a como hace la propia especie humana.
Dejando las cuestiones de
metafísica o
existenciales, y adentrándose directamente en el campo de la
Antropología Filosófica, cabría preguntarse: ¿Que diferencia a los humanos de los
replicantes? ¿Los recuerdos? ¿La capacidad de procreación?. Aparte de estas diferencias que podrían ser solventadas en base a posteriores desarrollos tecnológicos o mediante la implantación de recuerdos tal y como sucede con
Rachael —y puede que con alguno más—, y dejando a un lado aspectos cuantitativos como inteligencia, fuerza o la menor duración de su existencia, es precisamente en esta certidumbre de su duración limitada, y el conocimiento de los responsables de dicho límite, lo que marcaría principalmente la diferencia entre humanos y
replicantes.
El ser humano debe gran parte de sus peculiaridades a la certidumbre de su muerte, a su limitada existencia sobre este planeta, confiriéndole así un deseo intenso y especial en aprovechar cada minuto que permanezca sobre este planeta, preguntándose constantemente de donde vienen y qué vendrá después. El replicante pasa por esta misma vicisitud, con la diferencia de conocer con gran precisión el momento de su muerte y a los responsables de esa situación, su creador.
De alguna forma, los
replicantes serían víctimas de su equivalente del
Complejo de Edipo, al desear acabar con sus creadores, los humanos, lo que visto desde el lado de estos correspondería con el
Complejo de Frankenstein, en el que las propias creaciones se vuelven contra sus creadores. Se trataría del mismo complejo, pero visto desde partes distintas, como si fuera algo inevitable, tal y como el propio
Freud pensaba, que toda criatura creada pasaba ineludiblemente por la fase de anhelar sustituir al padre.
Los robots de Isaac Asimov
Desde el punto de vista de la Ciencia-Ficción algo más
dura, todo esto tal vez no sea más que una parafernalia innecesaria, salvo para que el autor de rienda suelta a sus miedos o fobias.
Isaac Asimov solucionó todos estos temores, imaginando que los seres humanos implantarían en el diseño de los cerebros
positrónicos de sus
robots, unas leyes interdependientes que evitarían que representaran un peligro a la humanidad, a la vez que dotaban a los
robots, tal vez inadvertidamente, de un fin por el cuál dar pleno sentido a su existencia: proteger a la humanidad de ella misma, gracias a las
Tres Leyes de la Robótica. Estas tres leyes, que luego serían
cuatro, son las que llevarían al
robot positrónico R. Daneel Olivaw en el
Ciclo de la Fundación a tener un papel fundamental en dicha serie.
En El hombre bicentenario (
Isaac Asimov, 1976) se trata una cuestión similar a la de tratar o no a los
replicantes como seres humanos: ¿se puede considerar a un
robot, como si de una persona reconocida jurídicamente se tratase? Sin enfangarse en terrenos filosóficos, lo que está en discusión es el reconocimiento legal de alguien o algo como un ser independiente y libre, aunque siga siendo un
robot… de momento, pero con suficiente capacidad para comprender su condición.
Conclusión
El ser humano, es capaz de grandes logros, pero algunos de ellos acaban siendo catastróficos. Con la energía nuclear, las necesidades energéticas se veían enormemente satisfechas, pero esta gran capacidad para construir, tenía su contrapartida destructiva, en casi la misma medida. Es como un niño manejando cosas que no entiende y que albergan un gran peligro potencial para si mismo. Su gran virtud es a la vez, su peor peligro.
Al crear a los
replicantes y darles de alguna forma la capacidad para ser conscientes de
si mismo y de su cercana muerte, se estaba creando a un ser desdichado, conocedor del responsable de esa circunstancia: los humanos, seres inteligentes muy parecidos a el, pero cargados de grandes defectos y debilidades, a los que culpa por haberle hecho como es, y no de otra forma.
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¿Qué haríamos los seres humanos si pudiéramos tener, frente a frente y a nuestro mismo nivel, a nuestro creador? ¿Acaso no habría un buen número de personas que le echarían en cara no ser más altas, más fuertes… o más longevas? |
Gracias a
BR y sus
replicantes, es posible acercarse con mayor facilidad al dilema de cuál es
el puesto del hombre en el cosmos, y el anhelo constante de adquirir conocimiento para comprender el universo y así acercarnos a nuestro creador, tal vez para sustituirlo. La diferencia entre humanos y
replicantes no es tal, pero si lo son sus objetivos en el mundo y en el universo. Son sus distintas circunstancias las que marcan las diferencias y similitudes entre ambos. Los
robots de
Asimov eran también seres con capacidades similares a los seres humanos, pero esa no era la característica primordial. A diferencia de los
replicantes, los
robots de
Asimov eran inmortales, y sus cerebros poseían implícito un destino en la vida gracias a sus
leyes.
Una solución a todas estas paradojas, nos la proporciona de nuevo
Isaac Asimov. En su novela ya mencionada
El hombre bicentenario, un
Tribunal Internacional ante la petición del
robot a ser reconocido jurídicamente como un ser humano, responde:
No hay derecho a negar la libertad a ningún objeto que posea una mente tan avanzada como para entender y desear ese estado
Nada más y nada menos.
Artículo publicado posteriormente en Planetas Prohibidos el 3 de junio de 2012
Artículo publicado posteriormente en El sitio de ciencia-ficción el 3 de junio de 2012