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La actual proliferación de canales en-línea de televisión ha permitido que la audiencia pueda acceder a contenidos que de otra manera no iban a encontrar en los clásicos canales generalistas. Aunque otros nuevos problemas han surgido debido a esta facilidad, la cuestión es que tras años de intentos parece que finalmente se podrá ver adaptada a la pantalla una de las más míticas y famosas series literarias de ciencia-ficción: la epopeya galáctica de Isaac Asimov, la Saga de la Fundación.

El porqué de esta tardanza en adaptar una de las más famosas sagas a la pantalla es un tema que va unido con toda probabilidad al de la también escasa adaptabilidad de su autor. Esta situación se hace todavía más singular al compararse con otras sagas igual o más complejas como Dune, que han sido merecedoras de mayor dedicación y esfuerzo para ser adaptadas al medio visual. Como ya se comentó, la facilidad y la intensidad de las imágenes que son capaces de evocar las versiones literarias, son seguramente uno de los motivos por los que acaban convertidas a la pantalla. En el caso de La Fundación, si bien la idea de un imperio galáctico inspiró a sagas visuales como Star Wars, la complejidad de la historia con unas tramas políticas que tanto daño hicieron también en la saga de George Lucas, no han ayudado seguramente. Otros dos factores se podrían añadir a esta coyuntura: una de ellas son las tendencias oscuras y pesimistas de las décadas recientes, que no parecían ir en la misma línea. El otro sería la consideración de su autor como escritor.

Hasta hace poco existía un cierto consenso sobre la poca «clarividencia» de Asimov en su prospectiva de futuro, incluso parecía que se le consideraba un autor infantil o intrascendente por la poca madurez o relevancia social o política de sus obras, en contraste con los temas crudos, realistas y «adultos» del ciberpunk. Este «poco realismo» parecía confirmarse con el hecho de que no fue capaz de «predecir» en sus obras al no aparecer en ellas, cosas como Internet, los móviles o ¡ni tan siquiera los computadores domésticos! Pero tal vez las mismas características como creador literario, que no lo hacían «apto» para ser adaptado a otros medios, impedían que sus obras tuvieran una inmediata relación con los futuros que iban a comenzar a vivirse desde aquel momento. Sin embargo, el propio autor en una entrevista, fuera del medio literario, sí que supo dar una visión certera del futuro que vivimos. Más de treinta años después de su época, se comprueba como muchos miraron el dedo que la señalaba en lugar de la Luna. Lo importante de Asimov no eran ni sus paisajes, ni sus personajes ni la tecnología que imaginaba, sino las consecuencias que iba a tener en la sociedad. No le preocupaba el aspecto físico de los dispositivos que describía de manera sencilla en sus obras, sino que le sirvieran para mostrar cómo nos afectaría. Computadores, Inteligencia Artificial y teléfonos móviles inteligentes tal vez podrían fundirse en un único objeto: los robots. Estos le sirvieron para postular con los espacianos, que serían la parte de la humanidad que vive excesivamente dependiente de la tecnología, así como especular sobre los problemas éticos, políticos y sociales de las inteligencias artificiales. Las Tres Leyes de la Robótica eran una manera de hacer manejable el problema actual de establecer límites éticos a las mismas. En definitiva, si nos fijamos en el resultado en lugar de en el trayecto literario que nos ha llevado hasta allí, es donde se encuentra el significado importante de su obra. 

Pero hay otro aspecto de su legado, de presencia fundamental en esta adaptación que pronto se verá en la pantalla, que surge majestuoso hoy en día en la época del big data, de las redes sociales y del trafico de datos personales. Pero sobre todo, del tratamiento con algoritmos informáticos de toda esa ingente cantidad de información de colectivos sociales, para mediante la aplicación de psicología y matemáticas, lograr predecir nuestro comportamiento e incluso influir políticamente: la psicohistoria. Esta ciencia ficticia que su autor inventó simplemente como un recurso literario y que apenas describió como un conjunto de técnicas combinadas de psicología, matemáticas e historia, se fundamentaba en el manejo de un gran conjunto de datos, el mismo principio que ahora se usa en las técnicas analíticas del big data por parte de matemáticos especializados que manejan dicha cantidad de información. 

¿Por qué llega ahora esta adaptación? ¿Va a ser otro producto televisivo que se amontonará junto al resto del catálogo? ¿Es una iniciativa desesperada de un canal nuevo que necesita llamar la atención con algo que los demás no se han atrevido por su dificultad? ¿Sabrán en definitiva, aprovechar la oportunidad para explorar todos estos conceptos que en su día apenas se intuían pero que hoy en día son de vigente actualidad? 

En esta época de pandemias y de declive de una cultura occidental cuyos gobiernos sucumben ante sus propias ambiciones y contradicciones, una China que no le importa controlar y vigilar masivamente a sus ciudadanos es la que parece que es la favorecida. Esperemos que la caída del Imperio relatada en la magna saga no sea otro de sus aciertos. De cualquier manera, los aficionados a la ciencia-ficción siempre podremos ser esa Fundación que preserve la cultura y la civilización para el futuro.

Publicada posteriormente en el blog Planetas Prohibidos y en El Sitio de Ciencia-ficción
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¿Qué es lo que hace que algunos autores sean adaptados a la pantalla en más ocasiones que otros de igual o mayor fama dentro del género de la ciencia-ficción? ¿Influye en su actual reconocimiento esta sobredifusión de obras suyas en un medio de gran audiencia? Si se tiene en cuenta que algunas de las obras escogidas para ser adaptadas a la pantalla no son más que meras anécdotas en comparación con las grandes obras del género, es inevitable sospechar que probablemente no fueron sus cualidades literarias las que primaron en su momento. Si en su día Philip K. Dick o Stephen King no fueron considerados de igual manera es porque tenían a su lado autores como Robert A. HeinleinArthur C. ClarkeFrank HerbertStanislaw Lem o Isaac Asimov, tan gigantes en comparación como incomprensiblemente desconocidos para el gran público.

Por poner un par de ejemplos de novelas sobre viajes en el tiempo ¿acaso es mejor obra Equipo de Ajuste (Philip K. Dick, 1958) —adaptada a la pantalla como Destino Oculto (George Nolfi, 2011)— que El Fin de la Eternidad (Isaac Asimov, 1955) —cuya versión en pantalla es prácticamente desconocida—? Entonces, ¿cuales pueden ser esos factores que logran que algunas obras sean merecedoras del presupuesto y esfuerzo de unos profesionales para dar forma a los personajes y color a los paisajes que hasta ese día tan solo existían en la imaginación del autor y en la de los lectores? La explicación podría encontrarse en las propias características de cada medio, aquellas que los distinguen más allá de lo evidente. Por ejemplo, podría ser un factor determinante la limitada duración del medio audiovisual —en el cual el espectador ha de asimilar la historia para lograr su disfrute— frente al tiempo comparativamente ilimitado del medio literario que permite al lector ser el que decide el ritmo al que avanza en la obra.

La facilidad para adaptar un relato de un medio a otro puede estar marcada por estas características, más aún cuando en las décadas recientes el medio cinematográfico está decididamente inclinado hacia los ritmos trepidantes y los efectos visuales. De esta manera podría explicarse por qué unos autores son fácilmente adaptados mientras que otras obras sufren adaptaciones cuestionables o costosas. Podría citarse a Dune (Frank Herbert, 1965) obra de incuestionable calidad, cuya adaptación a cargo de David Linch (1984) no acabó de convencer y en la que el director de origen chileno Alejandro Jodorowsky se quedó con las ganas en un proyecto que ha dado más de hablar que la propia película del norteamericano.

Además de la estructura en tres actos común a la mayoría de las obras e independientemente del medio en el que sean difundidas, para que estas sean tenidas en cuenta a la hora de ser adaptadas a la pantalla han de tener un argumento que permita ser seguido y explicado con imágenes de manera adecuada. Si nos ponemos en la piel de los responsables de decidir cuales son esas obras, la idea es que la historia a contar sea lo más descriptiva y «visual» con la menor cantidad de palabras posibles —recordando el famoso refrán, todo lo que pase de mil palabras requiere de más imágenes—. Por tanto, tendrán que ser argumentos que no requieran tanto de complicadas argumentaciones como sí de mucha descripción visual, aspecto que en el celuloide se soluciona de manera óptima por razones obvias.

Para intentar ilustrar este concepto podría escogerse a dos autores como Philip K. Dick e Isaac Asimov, digamos que «opuestos» según su tipo de obras. En el caso de Dick el tema recurrente es la coexistencia de realidades paralelas y cómo podían interactuar entre sí, manifestándose los sucesos de otra realidad alternativa en la del protagonista. Un tema de marcado carácter visual característico del Ciberpunk, en el que el autor de Ubik lograba la proeza de mediante palabras, sumergirnos en una trascendente mezcla de realidades. Asimov sin embargo es muy parco en descripciones de este tipo. Sus personajes son planos, descritos superficialmente, casi de tebeo. Tampoco es prolífico a la hora de adornar el escenario donde desarrolla la acción de sus obras. Sin embargo, lo importante en ella es la construcción del propio escenario, pero recurriendo a conceptos en lugar de imágenes: el resurgir de la galaxia de las cenizas de un imperio, leyes y proposiciones algebraicas sobre un nuevo concepto como la robótica, la creación de una ciencia imaginaria como la psicohistoria, o la aparición de una nueva especie de humanos conocidos como los espaciales. En ambos casos, la matriz creadora de las obras tanto de Dick como de Asimov, destaca por lo que se construye más allá del propio recurso literario. La diferencia consiste en el contenido visual de lo que sus autores nos recrean en la mente. Otros ejemplos vienen de la mano de Arthur C. Clarke. El trascendental y a veces extraño guión de 2001: una odisea del espacio no fue lo que convirtió a esta película en un clásico de la ciencia-ficción sino el esplendoroso trabajo visual de su director Stanley Kubrik. Lo que sí logró el guión fue relegarla a cierta incomprensión y público minoritario. Otra obra del mismo autor sin embargo, tan solo ha sido objeto de atención por parte de algunos artistas que han convertido Cita con Rama en un corto cinematográfico.

Pero más allá de la discusión sobre cuál de los autores de ciencia-ficción merece mayor o menor reconocimiento y la utilidad de las adaptaciones a la pantalla como medida de este, lo más curioso de todo es que la ciencia-ficción no es tenida en cuenta por su calidad literaria. Y probablemente esté justificado, ya que en este género lo importante está más allá de la propia literatura, la cual no es más que un medio para construir una realidad alternativa en la que autor y lector puedan compartir una aventura determinada, que no podría ocurrir en la realidad a la que estamos acostumbrados. Según un reciente estudio, la ciencia-ficción tiene unas características que le hacen diferente al resto de géneros. Una de las interpretaciones es que los lectores empatizamos menos con los personajes y prestamos menos atención al aspecto literario en sí mismo. Esto que es señalado como un problema por algunos, es debido a que en efecto, tras el aspecto literario se descubre la construcción de una nueva realidad, fenómeno que no se da en la literatura tradicional. El medio audiovisual tiene también por supuesto su propio lenguaje: todas y cada una de las tomas y elementos que aparecen en cada cuadro tienen —o pueden tener— una función en el aporte a la historia que se desea contar. La cuestión es si cuando vemos una película se está construyendo esa otra realidad en nuestra mente tal y como ocurre en la literatura de ciencia-ficción, o por el contrario, el hecho de presentarse en pantalla con una forma acabada y finalizada impide que esto ocurra.

En cualquier caso, lo que es evidente es que parte del trabajo del autor de literatura de ciencia-ficción viene dado cuanto ésta se adapta a la pantalla. Son esas imágenes de otros mundos construidas en nuestra mente sin más herramientas que las palabras, donde el autor de ciencia-ficción muestra su maestría. Una ardua tarea que tal vez no es reconocida lo suficiente. Por eso, si tienen oportunidad, lean ciencia-ficción antes de que sea adaptada a otro medio.


Enlace relacionado: Las 11 películas que han adaptado al escritor más inadaptable.


Publicada posteriormente en el blog de Planetas Prohibidos y en El sitio de ciencia-ficción
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La 'Estrella de la Muerte' en un fotograma de la película 'Rogue One'
La 'Estrella de la Muerte' en un fotograma de la película 'Rogue One'
Si hay algo que puede hacer la ciencia-ficción es el situar al público en lugares en los que de ninguna otra manera podrían estar. Alguien podrá argumentar que toda obra de ficción usa escenarios cuya «similitud con la realidad es pura coincidencia». Es cierto, pero en estos casos el alejamiento de la realidad consiste en presentar lugares y personajes anónimos para que el espectador no pueda asociarlos con nada ni nadie en concreto. O lo que es lo mismo, que puedan representar situaciones aplicables a cualquier momento o lugar en la vida de cualquiera. En la ciencia-ficción por el contrario, el espectador es impelido a reinventar el mundo a su alrededor siguiendo las pautas que el autor le va dejando en la obra. Por este motivo las obras de ciencia-ficción puede decirse que tienen un «plus», ya que además de la trama en sí, se ha de crear un vínculo entre autor y lector/espectador en el que ambos son cómplices de las desviaciones respecto a lo real.

El sentido de la maravilla puede ser explotado al máximo en este género al alimentar nuestra mente con justamente aquello que puede producirle ese efecto y que con menor probabilidad puede encontrarse en el mundo «clásico» o real. La ciencia-ficción como herramienta para imaginar dimensiones colosales, que rompan nuestra imagen mental sobre las escalas espaciales a las que estamos acostumbrados. Una manera de condicionar nuestra mente para retos excepcionales, sin estar limitados a escenarios constreñidos por la realidad cotidiana.

La ciencia-ficción es prácticamente por definición, un género cuya finalidad principal consiste en romper estereotipos, dogmas, prejuicios y limites auto-impuestos. Un género que no tiene miedo al error y que se adentra sin tapujos en lo desconocido, en lo inalcanzable, en lo desmesurado, en aquello tan poco probable que parece imposible de imaginar, hasta que se hace en forma de obra de ciencia-ficción. Antes de ver la Estrella de la Muerte de George Lucas en el año de su estreno, con esos abismales pasillos, patios e interminables conductos, pocos habíamos podido tan siquiera soñar con una visión tan nítida de una construcción de esas características. Pascual Enguidanos con su Saga de los Aznar (1953~1978) nos dio los auto-planetas, estructuras artificiales del tamaño de planetoides. Pero puede que sea esta una de las escasas ocasiones en las que el medio audiovisual mejora al literario o incuso al del cómic, marcado por un surrealismo que le hace perder veracidad comparado con el relativamente mayor realismo inherente del lenguaje cinematográfico, el cuál dota a las enormes estructuras que se pueden ver en la gran pantalla desde aquel año, de una magnificencia inconmensurable que sobrecoge al espectador, destrozando las escalas geométricas que hasta entonces tenía establecidas.

Pero el mundo del papel no tiene las limitaciones presupuestarias que tiene el cine, por lo que su atrevimiento todavía puede ser mayor. Autores como Olaf Stapledon en Hacedor de Estrellas (1937), imagina a civilizaciones capaces de mover sistemas solares enteros de una galaxia a otra, o cubrir las estrellas para aprovechar su energía al completo. Larry Niven en Mundo Anillo (1970) recrea un mundo formado sobre su misma órbita alrededor de su estrella, mostrándonos un paisaje abrumador cuyo horizonte invertido se vuelca sobre sus observadores, un mundo en cuya mitología lo plano pasa a tener forma de arco. También Arthur C. Clarke en Cita con Rama (1973) nos presenta una construcción modesta en comparación pero lo suficientemente enorme para desbordar lo que se entendía como hábitat natural únicamente como una superficie planetaria, llevándolo con osadía a los lejanos confines del espacio.

Estos nuevos hábitats del espacio imaginados en la ciencia-ficción —y que inspiraron a científicos como Dyson o Gerad K O'Neil— crean un continuo entre las grandes construcciones espaciales y nuestros propios hábitats naturales: los planetas, sea la propia Tierra o algún otro hipotético que permita albergar vida humana. Pero si existe un proyecto auténticamente atrevido y gigantesco, no es otro que transformar toda la faz de un planeta y su atmósfera para adecuarlo a nuestras condiciones. Esto es lo que Kim Stanley Robinson nos detalla con gran profusión en su Trilogía de Marte, la creación en él de una biosfera que permita una vida similar a la que disfrutamos en la Tierra. Un proyecto megalómano cuyos plazos implican una absoluta confianza y seguridad en el poderío de la especie humana, alargándose durante décadas y traspasando las fronteras de los siglos.

La necesaria implicación del lector en imaginar el escenario inverosímil en el que el autor le impele a estar, ocasiona que tenga que dejar a un lado momentáneamente el mundo en apariencia plano pero que un buen día se descubrió que en realidad era una gran esfera. La conmoción que aquel descubrimiento sin duda significó en las maneras de pensar de los habitantes del planeta sobre su mundo hogar, se recrea de nuevo al tener que abarcar en la mente las nuevas situaciones propuestas en las obras de este género. La ciencia-ficción nos permite acercarnos a lo que entonces significó conocer que nuestro hogar no era como se creía. Nos permite vislumbrar lo que puede significar un viaje a lo desconocido y el descubrimiento de nuevos mundos.

Artículo publicado en el especial Proyectos Faraónicos de El Sitio de ciencia-ficción
Artículo publicado posteriormente en Planetas Prohibidos
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Spiderman con las desaparecidas Torres Gemelas reflejadas en sus lentes
Spiderman y las desaparecidas «Torres Gemelas» reflejadas en sus lentes.

En los catorce años que transcurrieron desde 1968 hasta 1982, el mundo cinematográfico vivió tres revoluciones consecutivas. La primera fue 2001: Una odisea del espacio (Kubrick, 1968), cuya frescura e innovación continúan intactas en nuestros días, al contrario que otras producciones cuyo paso del tiempo les ha tratado francamente mal. Esta película tiene el extraño honor de ser de las primeras de ciencia-ficción que entendió poca gente, en una época en la que este género era tomado por regla general muy poco en serio, por lo simples y estereotipadas situaciones que relataban.
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