Desde tiempos remotos el ser humano ha venido construyendo una cultura en la cual los mitos y las leyendas han ocupado una parte fundamental. Los retos de antaño, rodeados de desconocidos peligros, han producido en la especie humana una fascinación especial compuesta de temor y atracción al mismo tiempo. La ciencia-ficción continúa de alguna manera el legado de aquellos antiguos relatos mezcla de mito y realidad que ayudaban a superar temores y a expandir el horizonte del conocimiento al proponer nuevas metas, rodeándolas de un halo mítico. En definitiva, una herramienta para manejar el ansia que nos produce lo que sabemos desconocido, aquello que somos conscientes que nos queda por saber. La eterna paradoja que ha marcado nuestra Historia. 

En el maravilloso vídeo Wanderers (Erik Wernquist, 2014) la profunda y emotiva voz de Carl Sagan describe a la Humanidad como una especie a la cuál la evolución le ha convertido en exploradora. Según las palabras del recordado divulgador científico, la fascinación irresistible hacia nuevas fronteras formaría parte de nuestra propia naturaleza.

Junto a todas esas leyendas han coexistido los mitos religiosos, respuestas para apaciguar el desasosiego que producía a los antiguos nuestra pequeñez y soledad en el vasto y desconocido universo que se extendía majestuosamente sobre sus cabezas. En la medida la ciencia-ficción es heredera de aquellas historias, es inevitable a la vez que controvertido, señalar que a pesar de llevar en la actualidad caminos divergentes parece que existe una aparente relación entre ambos ámbitos. Es en este punto de fricción donde aprovechándose de la ambigüedad se cuelan autores que adornan sus obras con elementos que enmascaran su verdadera condición. Autores que aprovechan lagunas y ámbitos sin descubrir más allá de los actuales horizontes de la ciencia, para realizar afirmaciones que no pueden demostrarse falsas, pero que tampoco merecen el grado de veracidad que se les concede.


Épico y embriagador video de la NASA narrado al estilo de la ciencia-ficción sobre la misión de exploración New Horizons a Pluto, el planeta más lejano del sistema solar al que nadie ha visto antes.

La malentendida zona limítrofe entre lo desconocido para la ciencia, las creencias místicas y la ficción propia de la literatura de entretenimiento, es un asunto que merece la pena abordar de alguna manera. En la serie documental Profetas (sic) de la ciencia-ficción (Ridley Scott), George Lucas es considerado como un visionario precisamente por la creación de uno de los términos más conocidos e influyentes en la ciencia-ficción que de alguna manera, podría representar esa frontera.

La difusa —pero existente— frontera

Son muchos los conceptos que la saga de Star Wars ha añadido al imaginario popular, pero hay uno que destaca notablemente sobre los demás. La idea de George Lucas de introducir un mito religioso completamente diferente a lo que se conocía, en un entorno cuya tecnología sólo los habitantes de aquella galaxia lejana podían distinguir de la magia, simboliza lo que los navegantes del medievo denominaban Terra Incógnita, aquella parte desconocida del planeta por explorar, pero de la que se tenía constancia que existía. La Fuerza en el universo de Star Wars insinúa nuestra capacidad natural y espontanea para alcanzar conocimiento, que nos acompaña desde milenios y que aún hoy no es comprendida.


El capítulo de «Profetas de la ciencia-ficción» de Ridley Scott dedicado a George Lucas se centra en La Fuerza y algunos de los aspectos científicos que llega a inspirar.

Antes de que el ser humano desarrollara el método científico, tuvo que pasar mucho tiempo para que llegara un fraile medieval llamado Guillermo de Occam que con su famosa navaja simplificó algo el proceso. Con todo, nuestra especie ha sido capaz de alcanzar conocimiento nuevo desde que existe como tal. En la obra Anochecer (Robert Silververg e Isaac Asimov, 1990) se postula con un mito ancestral milenario que alberga dentro de si un conocimiento adornado sin embargo de la apariencia necesaria para ser aceptado y difundido entre la población en forma de culto religioso. La cuestión es ¿nos ha hecho la ciencia olvidar la verdadera fuente de ideas que somos las personas y no el método que nos hace más eficaces? ¿es la Ciencia por si misma la respuesta o hay «algo más»? La Fuerza en Star Wars representa la circunstancia de que detrás de toda la tecnología y los descubrimientos científicos, son personas las que inicialmente comenzaron a darles forma partiendo de su imaginación y voluntad.

Al otro lado de esa borrosa y delgada, pero línea al fin y al cabo, aparecen las llamadas «ciencias paranormales» o parapsicología. Un conjunto de supersticiones y suposiciones de dudoso origen pero que sin embargo se resisten a ser completamente refutadas por la ciencia. Al contrario, en algunas universidades se han realizado controvertidos experimentos con resultados inexplicables que abren inciertas puertas a considerar otras posibilidades. En la mitología creada por George Lucas se incluiría la telepatía y la telequinesis —habituales en muchas obras de ciencia-ficción— así como sugestión e hipnosis.

La ciencia

¿Hay ciencia en La Fuerza? En un primer momento parece difícil tan siquiera proponerlo. Sin embargo, en el documental de Ridley Scott, el divulgador científico Michio Kaku muestra de manera entusiasta una relación entre la religión más antigua de la galaxia y una inexplicable fuerza de atracción galáctica. Esta fuerza se atribuye a la ocasionada por una hipotética masa llamada materia oscura, por no emitir ni interactuar con ninguna forma de radiación electromagnética y es por el momento de origen y composición desconocida —algunas teorías apuntan a un efecto físico llamado Unruh. Una realidad evidente cuya existencia puede intuir nuestra mente, pero que sin embargo permanece evasiva para la ortodoxia científica.

Energía y materia oscura es como se les llama, pero en realidad no se tiene ni idea de en qué consiste. Es una «tierra inexplorada» de la que se advierte su existencia, pero que no se puede ni detectar ni medir directamente, lo que desafía el propio concepto de teoría científica.

Pero hay más posibles relaciones entre La Fuerza y otros aspectos científicos que hasta hace poco nadie había comprobado experimentalmente. Recientemente se ha demostrado la existencia predicha por la ciencia de las ondas gravitatorias, las cuales transmiten a través del propio sustrato del continuo espacio-tiempo las «conmociones» que una importante alteración gravitatoria produciría. Circunstancia que todo buen aficionado a Star Wars relacionará a lo que siente Obi Wan Kenobi por la desaparición repentina de Alderaan, al ser destruido por la Estrella de la Muerte. En definitiva, La Fuerza era un concepto interesante y lleno de fuerza —ejem— hasta que llegaron las precuelas y la aberración de los milicodrianos, los cuales tenían la sana intención de darle un toque hard a la saga pero que ha resultado en la perdida de su halo mítico.

Los límites de la ciencia

    En la actualidad existe cierta tendencia a considerar la Ciencia como una especie de verdad última capaz de dar explicaciones a todo. Un llamado «cientificismo» que deja de lado cualquier cosa que no se ajuste a sus reglas aplicadas rígidamente, cuya naturaleza absoluta es contraria al espíritu nómada humano, en constante búsqueda de nuevas metas. Sin embargo, la propia ciencia ha de revisarse a si misma aplicando la ciencia de las ciencias o epistemiología. De esta manera, se enfrenta a sus propios límites llegando a postular teorías que a pesar de su correcta construcción, parecen quedar fuera de sus propios criterios, como ocurre con la teoría de cuerdas.

    Pero es siempre esa innata curiosidad, esa naturaleza exploradora que el querido Carl Sagan remarcó sobre nuestra especie, la fuerza interior que nos hace ir un paso más allá, mirar con ojos soñadores hacia esa frontera a lo desconocido, al tiempo que imaginamos historias de ciencia-ficción.


    [Publicado posteriormente en Planetas Prohibidos y El Sitio de Ciencia-ficción]

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    Especular sobre cuales son los límites de nuestra especie e imaginar que pueden superarse es una de las áreas exploradas en la ciencia-ficción y otros géneros relacionados. También en el ámbito científico se discute sobre esta posibilidad, especulando sobre inteligencias artificiales cuyo potencial supere al humano, situación que es denominada como la «singularidad tecnológica». Pero también existen postulados en los que mejoras tecnológicas o genéticas aplicadas a nuestros cuerpos lograrían un aumento tal en nuestras capacidades que conllevaría una modificación de nuestra propia condición como especie, desembocando en el llamado «transhumanismo».

    En la cultura popular, además de compuestos como el ginsen o la jalea real —que prometen todo tipo de mejoras desde físicas a mentales sin tener apenas efectos colaterales— se ha extendido el llamado mito del 10%, por el que se piensa que tan solo usamos una décima parte de nuestro cerebro. Al parecer, una serie de interpretaciones sacadas de contexto y quien sabe si el interés de algunos sectores paracientíficos, ha incrementado todavía más la confusión y el alcance de una leyenda que en cualquier caso, nadie sabe dar una explicación satisfactoria de su origen, cómo ha llegado hasta nuestros días y sobre todo, si realmente nuestro cerebro da de sí todo lo que puede —no se trataría de cuanto, sino de cómo es utilizado—. En un terreno más sólido desde el punto de vista científico —aunque sin estar exento de controversia— se encuentran los compuestos nootrópicos, mediante los cuales parece que mejoran nuestras capacidades cognitivas sin que en principio, existan efectos secundarios. Podría afirmarse que de alguna manera, existe un escenario posible o dentro de lo imaginable de mejorar nuestra percepción sensorial de forma similar a como se aumentan nuestras capacidades físicas —comúnmente conocido como «dopaje»— sin que se modifique nuestro organismo mediante implantaciones tecnológicas ni se modifique genéticamente nuestra condición como especie. Naturalmente que este sería un proceso temporal y en algunos casos, con el grave problema de sus efectos secundarios y la posibilidad de crear adicción, un mal que hace descartar esta vía.

    Volviendo al terreno de la ficción, en este caso de la científica, la cuestión que puede plantearse entonces es si puede aumentarse la capacidad de nuestro cerebro y en caso de ser así, que efectos tendría y que logros podrían alcanzarse. Dos películas recientes coinciden en especular sobre esta posibilidad mediante el uso de algún compuesto químico desarrollado en laboratorios. Sin embargo, cada una de ellas desarrolla su postulado con consecuencias sensiblemente distintas, circunstancia que se ha reflejado en la reacción de las criticas hacia una de ellas, mientras que la otra apenas ha sido mencionada a pesar de estrenarse más de dos años antes.

    Sin Límites (Neil Burger, 2011)

    El carismático Bradley Cooper es Edward Morra, un fracasado escritor que encuentra en una «droga de diseño» experimental una forma de salir de su situación. Al menos en la versión doblada a nuestro idioma no se hace exactamente referencia al mito del 10%, sino que en este caso por algún motivo se habla de un 20%, el porcentaje de nuestro cerebro que es utilizado normalmente. Este dato es citado en la obra por el ex-cuñado de Ed MorraVernon Gant (Johnny Whitworth), un traficante de droga que no es precisamente una autoridad científica, por lo que el uso de esta referencia debe considerarse como una especie de MacGuffin para aderezar la trama. El NZT-48 es como se le llama en la obra a la droga que en la película representa el supuesto científico que permite aprovechar todo el potencial de nuestro cerebro. Según Carl Sagan, este órgano puede almacenar unos 10 billones de páginas de enciclopedia, rellenadas con la información que día a día experimentamos. Lamentablemente, nuestro proceso de recuperación de esa memoria no funciona con toda la agilidad que nos gustaría algunas veces, por lo que sería interesante especular cuál sería el resultado si pudiéramos acceder a toda esa información de inmediato cuando la necesitásemos. En la película parecen responder a esta pregunta imaginando la aparición de toda una serie de habilidades emergentes consecuencia directa de hacer uso de esa capacidad. De alguna manera, tener a Google en nuestra cabeza no nos haría más inteligentes, pero lograría que lo pareciésemos.

    Lucy (Luc Besson, 2014)

    Lucy (Scarlett Johansson) recibe de forma «accidental» una sobredosis de un compuesto químico que en el supuesto de la obra permite usar el cerebro con todo su potencial. El personaje interpretado por Morgan Freeman es un científico que asume como cierto que el cerebro tan sólo es usado en un 10% —en realidad, la comunidad científica defiende lo contrario— y en base a esta teoría postula que de utilizarse en todo su potencial sería capaz de lograr proezas inimaginables. A partir de aquí el resto de la película se convierte en el uso de la premisa original como mero pretexto para una sucesión de fantasías, sin que haya razonamiento o conexión alguna con ella. Un deux ex machina en toda regla que poco o nada tiene que ver con la ciencia-ficción.

    Extrapolar no es fantasear

    Grande es el lastre que la ciencia-ficción arrastra debido a la incomprensión de sus argumentos, lo que provoca que se confunda en no pocas ocasiones con lo paranormal, ámbito con el que no tiene nada que ver y cuyas motivaciones son completamente dispares. Algunas veces por ignorancia del público, pero desgraciadamente en otras obras es debido al mal uso por parte de los propios creadores que bajo una apariencia, subyace otro tipo de contenido. La ciencia-ficción consiste inevitablemente en considerar una ficción como cierta, de otra manera no sería ficción. Es en la forma de tratar a esa ficción cuando surgen las diferencias entre géneros, cuando puede recibir el prefijo de «ciencia» o no. La diferencia entre unas y otras se ha de establecer en función de la relación entre el supuesto de partida y el resultado extrapolado a partir de él. En caso de Lucy ha importado más mostrar a su exuberante protagonista que otros factores.

    A esta circunstancia se le añade la confusión generada por usar un supuesto científico de forma seguramente incorrecta. Existen muchas incógnitas para las que la Ciencia no tiene respuestas y especular sobre ellas es admisible. Pero en este caso la comunidad científica tiene claro que el supuesto 10% de nuestro cerebro es incorrecto en el sentido que se hace en la obra, que es el conocido popularmente. Explotan esta confusión en lugar de matizarla. Incluso críticas de dentro y fuera del mundillo aumentan la confusión ya que en lugar de señalar hacia esta práctica incorrecta o a una extrapolación completamente fantasiosa, dirigen sus objetivos hacia el supuesto inicial, que si bien no es literalmente cierto, si que admite matices y es usado en otras obras de forma más respetuosa.

    Pero lo importante tal vez para los aficionados es que nuestro cerebro es y seguramente lo seguirá siendo por un tiempo, uno de los más apasionantes campos de estudio, tanto para comprender su funcionamiento y el alcance de su potencial, como para crear sistemas de inteligencia artificial con los que tal vez algún día podamos comprendernos mejor a nosotros mismos. Pero sobre todo, para crear obras de ciencia-ficción que nos entusiasmen.


    [Publicado posteriormente en Planetas Prohibidos]
    [Publicado posteriormente en El sitio de ciencia-ficción]

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    Se podría decir que la década de los 90 fue una época en la que salvo los ciudadanos de la antigua Yugoslavia, el resto del mundo la vivió con relativa calma. El cine y la ciencia-ficción, siempre en constante interacción con la sociedad, tuvieron que buscar nuevas amenazas y peligros para extrapolarlos en sus aventuras en la pantalla. Fue la época en la que el cyberpunk comenzó su letanía pesimista coincidente con la paulatina perdida de creatividad que ha llegado hasta nuestros días. Como consecuencia, esos nuevos peligros y enemigos contra los que combatir no eran tan nuevos. Uno de ellos fueron las invasiones de extraterrestres.

    Los EEUU ya no podían poner a nazis o comunistas amenazando el modo de vida americano, y ahora les tocaba el turno a amenazas venidas de fuera de nuestro planeta. Independence Day (Roland Emmerich, 1996) fue para el resto del mismo una de las más impresionantes «americanadas» que el cine había visto. Hacer coincidir el día de la independencia de dicho país con el día en el que nos salvan de una invasión alienígena, es una demostración sin pudor de su convencimiento de que representan al mundo entero. Una y otra vez recuren a su escasa pero bien aprovechada mitología, recordándonos por enésima vez su papel en el Desembarco de Normandía en la 2GM, o sin ir más lejos, en la propia Guerra de Yugoslavia comentada al inicio del artículo en el que los EEUU tuvieron que venir a «rescatar» a Europa... otra vez. En definitiva, una vuelta de tuerca tan inédita como demencial y bochornosamente panfletaria. No era la primera vez que Emmerich deseaba ganarse al público norteamericano como fuera: en Stargate (1993) una expedición militar de este país viajaba a un distante paraje desértico para salvar de las garras de un dictador a su indefenso pueblo. No, no estoy hablando de la Guerra del Golfo de 1991. Pero bueno, no estoy aquí para machacar merecidamente esta obra cinematográfica. Esto está muy visto, así que la idea es hacer lo contrario, salvarla. Además, poco después vinieron «maravillas» como Armaggedon (Michael Bay, 1998) o Battleship (Peter Berg, 2012), que dejaban la película protagonizada por Jeff Goldblum y Will Smith, como una broma simpática en comparación.

    Redefinición del genero

    Lo habitual en la ciencia-ficción cinematográfica hasta aquel momento sobre una hipotética invasión extraterrestre, era mostrar una superioridad tecnológica alienígena tan abrumadora que las fuerzas terrestres apenas podían ni empezar a defenderse. Un hueco que quedaba por llenar era postular sobre un hipotético enfrentamiento en el que hubiera una mayor igualdad que permitiera explotar mejor esta posibilidad. Roland Emmerich cumplió perfectamente este objetivo mostrando por primera vez espectaculares batallas aéreas entre cazas terrestres contra unidades alienígenas, que recordaban a Star Wars como el clásico en el que se había convertido con el tiempo. La película abrió a su vez una relativa moda de invasiones extraterrestres en el que se fundían los géneros bélicos con el de la ciencia-ficción. Un ejemplo claro de hace no mucho es Invasión a la TierraBattle: Los Ángeles— (Jonathan Liebesman, 2011).

    Efectos artesanales

    Empire State Building destrozado por los aliens

    Independence Day podrá ser recordada por ser una de las últimas grandes producciones realizada todavía principalmente con maquetas y a la vieja usanza. Los efectos digitales y el CGI apenas comenzaban entonces a dar sus primeros pasos. Estas carencias no impidieron que la destrucción del Empire State Building y la Casa Blanca tengan poco que envidiar a equivalentes producciones actuales.

    Errores que no son tales

    Y ahora viene la parte principal del artículo y el motivo verdadero que me ha llevado a escribirlo. Ocurre que cierto sector del publico, llevado por la indignación ante semejante propaganda americana, ha querido ver más defectos de los que ya de por si tiene. Esta obra ha sido fuertemente criticada por dos errores que muy probablemente no lo sean tanto. A estas alturas huelga decir que voy a contar el final de la película.

    Alteraciones gravitatorias

    Uno de los supuestos errores de la película es la inexistencia de las correspondientes alteraciones gravitatorias que una masa tan grande como las naves nodrizas alienígenas debería causar. No he visto la reciente secuela, pero parece que tocan este tema y probablemente lo aclaren con alguna versión que no tiene porque coincidir con la que se va a exponer. En las naves alienígenas que permanecen en la órbita terrestre hasta el ataque final, no se observa en ellas ningún método de propulsión basado en el efecto físico clásico newtoniano de acción-reacción. Por el momento esta es la única forma de propulsión que el ser humano conoce —salvo el recientemente postulado motor EmDrive— pero en la propia obra la unidad alienígena que guardan en el Área 51 tiene motores basados en un principio desconocido que ignora la propia atracción gravitatoria y le permite desplazarse fácilmente. Es un recurso habitual en las obras de ciencia-ficción el suponer que una especie que puede realizar vuelos interestelares posee alguna tecnología de impulsión avanzada —desconocida y ficticia, claro—. Arthur C. Clarke en Cita con Rama llamó a este imaginario concepto «impulso espacial». Si se da por supuesta la existencia de entidades alienígenas que construyen estos enormes artefactos, no veo el motivo para no dar un pequeño paso más y especular que dicha hipotética tecnología podría perfectamente evitar que la masa del artefacto tuviera influencia alguna con el entorno. Por supuesto, salvo que sea esta la intención.

    El virus

    En la época de la incipiente Internet y los virus electrónicos que se colaban en nuestros PC clónicos, todo el mundo se echaba las manos a la cabeza con la solución final usada en la película en la que infectan el sistema de control alienígena con un virus informático... ¡¡terrestre!! Tal vez porque entonces existía la creencia de que un simple y terrestre ordenador Macintosh o un x86 basado en Linux «no tenían virus», resultaba un despropósito postular que se pudiera infectar todo un computador alienígena avanzado. Bueno, ahora que ya sabemos que esto no es así en el caso de Apple, añado que cualquier sistema informático está expuesto a un ataque de virus y que no hay ninguno que esté exento de alguna vulnerabilidad. Aún así quedan algunos flecos como de donde habían sacado ese virus y cómo era posible que pudiera entrar en un sistema extraño y con protocolos de comunicación desconocidos. Aunque no lo parezca, la solución está en la propia película y una vez más está en el Área 51.

    Jeff Goldblum en el Área 51 donde investigan con PC una nave alien

    En el conocido hangar secreto —sí, parece una contradicción— del gobierno de los EEUU, el bueno de Brent Spinner dirigía un equipo de investigación donde con diversas herramientas entre ellas las informáticas, se analizaba la tecnología alienígena. Por tanto, presumiblemente tenían conocimiento previo y se habían conectado a ella. De ahí a programar un virus no hay más que un paso. Queda por ver cómo se lleva hasta los invasores.


    Jeff Goldblum de nuevo nos explica que las naves nodriza alienígenas utilizan los satélites de comunicaciones terrestres para poder establecer su red de comunicaciones. En realidad este es el punto débil de la película, ya que una tecnología tan avanzada podría haber desplegado ella misma su propia red. El caso es que este «truco» está puesto ahí por algo y con toda probabilidad es para poder justificar lo que luego vendría. Obviamente, en un blockbuster de este tipo pensaron que ya estaban dando demasiada explicación y al final, se quedaron cortos. El caso en definitiva, es que los aliens ya tenían un canal de entrada conectado a la red terrestre y usando nuestros propios protocolos de comunicaciones. Todo estaba listo, solo faltaban un par de valientes y simpáticos actores con ganas de fumarse un puro de la victoria.

    Antivirus

    Pero ¡un momento! ¿los aliens no tenían ni un miserable anti-virus? ¿ni un cochambroso corta-fuegos? Bien, esta es una de esas ocasiones en las que una idea se queda a medias porque su desarrollo implicaría convertir una película de entretenimiento en otra cosa. En mi opinión podrían haberlo intentado, pero mezclar algo de tipo más digamos intelectual, con mensajes patrióticos y nacionalistas, como que no encajan mucho. Al final como sabemos se quedaron con lo segundo. La cosa es que no conocemos otra especie inteligente, pero ¿es normal que una civilización dedique tiempo y recursos a programar pequeños fragmentos de código solo para joder un poquito? ¿podemos suponer que esto que hacemos los humanos es habitual en todos los lados de la galaxia? Si los aliens que se muestran en Independence Day son de tipo «colmena», no es descabellado teorizar que ni tan siquiera hubieran pensado en esta posibilidad por ser extraño para su comprensión natural como especie. Es cierto que llevaban años estudiando a la especie humana, pero los virus de ordenador tuvieron una aparición tardía en relación al momento de la película.

    El homenaje

    Tal vez lo más singular de imaginar un virus de ordenador salvando la especie humana contra una invasión alienígena, sea que nos recuerda a otra obra anterior. En el clásico de la ciencia-ficción La Guerra de los Mundos (H.G. Wells, 1898) nuestra especie, cuando toda su tecnología se había mostrado inútil y dando todo ya por perdido, se salva gracias a las propias carencias de los invasores que mueren infectados por microorganismos de nuestro planeta.


    Publicada posteriormente en El Sitio de ciencia-ficción 
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    Desde el fin de la trilogía original hasta que los aficionados tuvimos de nuevo a Star Wars en las pantallas, transcurrió una eternidad en la que crecimos imaginando sistemas planetarios nuevos, naves espaciales míticas, razas alienígenas y androides artificiales de casi todas las formas y colores. Todo un universo que George Lucas logró convertir como nadie en el fenómeno llamado franquicias cinematográficas. Sabíamos que era un negocio, pero lo pudimos perdonar durante al menos dieciséis años de nuestra adolescencia y juventud. Cuando tras ese tiempo llegaron los capítulos 1, 2 y 3, el mundo entero se lo empezó a cuestionar, pero ya era tarde. Nuevos seguidores aumentaron la nómina del tío George, y así durante otros dieciséis años, han crecido imaginando aventuras similares a las que los demás habíamos vivido a finales del siglo pasado. Pero todo tiene su tiempo. En cuanto la vaca del marketing empezó a renquear, fue el momento en el que el director de enorme papada decidió que no sería él, el que repetiría la misma jugada con la que se había enemistado con medio planeta.

    Disney y Marvel

    Con la decepción de las precuelas todavía fresca, llegó el anuncio de una nueva entrega de la saga más famosa de la ciencia-ficción popular. En esta ocasión el culpable de los defectos de la anterior ya no estaba involucrado, por lo que el público especuló que debía ser mejor. Si bien el consenso era claro sobre la capacidad creativa de Disney, no ocurría lo mismo sin embargo, sobre su ética comercial. Algo ocurrió mientras tanto que hizo que las dudas se dejaran a un lado: el estreno de Los Vengadores (Joss Whedom, 2012). La empresa fundada por Walt Disney reutilizaba una idea de hacía cincuenta años y le daba un aspecto nuevo, fresco y espectacular. Nada que objetar, salvo como se ha comentado, que no es original y que no se hacía más que aprovechar la moda iniciada con el Spiderman de Sam Reimi y el Batman de Christopher Nolan de una manera más comercialmente eficiente. El buen trabajo realizado con la compra de Marvel, hacía que el optimismo sobre el resultado de las nuevas aventuras de la familia Skywalker aumentase. Una vez más, todos comenzamos a soñar con aventuras por la galaxia. Pero vino el estreno y como Bill Murray en El día de la marmota, revivíamos la historia: una enorme expectación satisfecha de manera desigual, con un «capitulo 7» de estética Marvel: explosiones y disparos con mayor realismo y espectacularidad, sobre una idea calcada de la trilogía original.

    Reinicio encubierto

    El problema más visible del «capitulo 7» es el del exceso de auto-referencia. Casi cada escena, situación y personajes tiene un claro paralelismo con sus equivalentes de la trilogía original, circunstancia confirmada por su director. Esto ha llevado a considerar el «capitulo 7» realmente como un reinicio de la saga usando una fórmula poco habitual —al estilo de lo realizado con la Star Trek del mismo responsable— en lugar de como una continuación. Esto explicaría detalles como que la Alianza Rebelde continúe siendo «rebelde» y permanezca escondida —a pesar de haber derrotado al Imperio— o que todo un héroe de la rebelión como Han Solo siga trapicheando con contrabando de poca monta —además de ser un completo fracasado que hasta pierde nada más y nada menos que el Halcón Milenario—. Situaciones que chocan contra el legado de la saga original.
    la clave es honrar, no reverenciar lo que hubo antes de ti.

    El sable de luz

    Decir «sable de luz» es prácticamente sinónimo de Star Wars. No hay aficionado que no haya empuñado imaginariamente alguna vez en su vida, una de estas fabulosas y ficticias armas. La ilusión de abrazar la Fuerza y verte convertido en un Caballero Jedi, es una poderosa arma de la imaginación, pero el atractivo residía en lo excepcional, en lo único, en ser un personaje de leyenda empuñando un arma legendaria. Antes de que Ben Kenobi le cediera a Luke aquel artefacto en la trilogía original y viéramos aparecer el mítico haz de energía azul, nunca se había visto en una pantalla cinematográfica algo parecido. En aquel momento mágico se concentra la mayor parte del sentido de toda la saga tal y como la conocemos: Obi-Wan le cuenta al joven Luke sobre su padre, sobre las guerras clon y por primera vez desde que cayera la República, un sable de luz es empuñado por alguien que no pertenece a la Orden Jedi. El maestro se atreve a ceder un arma tan peligrosa a un novato, tal vez viendo en él una «nueva esperanza». Aunque en otra situación hubiera sido descabellado, en aquel momento tenía todo el sentido que un inexperto lo empuñara. En las precuelas que se estrenaron posteriormente ocurre lo que podríamos llamar el «efecto secuelas de Matrix»: una excesiva repetición que satura y hace perder el significado con la aparición de docenas de caballeros Jedi con sus bonitos y coloridos sables de luz. En el «capitulo 7» hemos asistido a un paso más en la vulgarización de la famosa arma ficticia, siendo empuñado por el primero que aparece y convirtiéndose en un aparato tecnológico cool. Algo así como un smartphone último modelo.
    un arma noble para tiempos más civilizados
    Maestro Obi-Wan Kenobi

    Curva de aprendizaje

    La ubicuidad y sencillez de la tecnología actual se considerarían ciencia-ficción hace unas décadas. Esta facilidad de uso provoca la paradójica circunstancia de que la formación necesaria de sus usuarios es cada vez menor. No son pocas las voces que avisan sobre los riesgos de esta sorprendente y anacrónica situación, en la que dicha formación difiere de manera opuesta con la enorme y creciente complejidad existente tras los potentes dispositivos que utilizan permanentemente, de los que se depende cada vez más. Puede que este sea el habitual escenario mostrado en Star Wars: androides y dispositivos con una IA comparable a la humana cuya dificultad de uso consiste simplemente en pedirles de viva voz lo que necesitas. Sin embargo, en la película original —la llamada después «capítulo 4»— el mensaje final consiste precisamente en la heroicidad de desprenderse de dicha tecnología. Lucas —inspirado tal vez en Frank Herbert y su Yihad Butleriana— había anticipado décadas antes los riesgos de la excesiva dependencia de algo que no se comprende. Una tecnología apenas «indistinguible de la magia» —en alusión a la Tercera Ley de Clarke— sino fuera porque forma parte de lo cotidiano en el universo particular de la saga. Frente a esta ubicuidad tecnológica se encuentra el contrapunto necesario en la excepcionalidad «mística» de La Fuerza, un concepto que no puede ser imitado por aquella y que únicamente depende de nuestra convicción, así como de un proceso de aprendizaje prolongado, complejo y duro —sin contar por supuesto, con la predisposición «genética» que se pueda tener—. En el «capitulo 7» todo esto desaparece, mostrando sin aparente explicación como cualquiera puede enfrentarse a enemigos expertos en el uso y dominio de La Fuerza, o usar de forma diestra un peligroso sable de luz. Star Wars se ha contagiado del vicio moderno de exigir que nos lo pongan fácil todo, sin obligarnos a ningún esfuerzo.

    La épica peculiar

    En la trilogía original el proceso de ataque a las Estrellas de la Muerte se mostraba como arriesgado y complicado. Los valientes que participaron en aquellas misiones sabían que no todos volverían y que las probabilidades de lograr el objetivo eran escasas. Héroes de la Alianza Rebelde por los cuales sufríamos cada vez que recibían un impacto y estallaban en el espacio. Sin embargo, en las batallas en el «capitulo 7» ocurren cosas como Poe dando gritos de euforia como si estuvieran jugando a un vídeo-juego o probando un nuevo X-Wing, mientras su amigo Finn comenta tranquilamente sus magistrales jugadas cuando a su alrededor, en pleno campo de batalla, en teoría se están descuartizando. Para remate final, la consabida y poco original destrucción de la super-arma de rigor, muestra a unos enemigos parsimoniosos y pusilánimes. En definitiva, una Starkiller tan decepcionante como inútilmente enorme.

    El fin del mito

    Más allá de estos problemas o de la simple falta de originalidad, la solución utilizada implica un grave inconveniente: se desvirtúa la saga original de una manera en la que ni las desastrosas precuelas de George Lucas lo hacían. Para entenderlo comparemos esta saga con lo que le ha pasado a Star Trek. Esta space-opera se caracteriza en que trata sobre los aspectos filosóficos de nuestra existencia. Si se lo quitas, pierde su identidad y se convierte en un simple entretenimiento con la misma apariencia como reclamo. Star Wars por otro lado, es épica, es mito, es aventura. Para lograr este cometido, la original se basaba en mitología extraída del acervo cultural del ser humano. Esta inspiración es la que convertía a la saga de las galaxias en algo especial y la diferenciaba de otras imitaciones posteriores. El «capítulo 7» sin embargo, se basa en una versión alterada de ella misma. Despojar a Star Wars de su principal contenido mitológico la convierte en algo cercano a un cascarón vacío, en un mero entretenimiento lucrativo como lo puedan ser Transformers. Se ha convertido, en una imitación de si misma.
    Todas esas historias son... ciertas
    Han Solo (El despertar de La Fuerza)


    Foto: DevianArt


    Publicado posteriormente en El sitio de ciencia-ficción
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    El final de la trilogía original y sus ositos de peluche ewoks del «capítulo 6», fueron el comienzo de lo que descubrimos después con La Amenaza Fantasma (1999): el desembarco de un ejercito de droides cuya estupidez tan solo era superada por un Jar-Jar Binks más tonto que todos ellos juntos. Tan tonto que acabó de senador en una República Galáctica que por tal error, se hacía merecedora de su fatal destino. Los tan esperados capítulos I, II y III que iban a dar respuesta a todos los misterios que habíamos alimentado desde nuestra niñez y a descubrir ese universo previo a la película original, lo que desvelaron realmente fueron los continuos conflictos internos de un George Lucas que acabó por desproveer de coherencia a la historia original, convirtió los símbolos en su contrapartida literal y aniquiló su potencialidad para analizar la mitología humana.

    La Fuerza

    La discusión sobre si Star Wars es ciencia-ficción o fantasía es un clásico de las reuniones de aficionados a la cultura popular. Como ya se ha comentado en otra ocasion, Star Wars trata sobre la gente, sobre el bien y el mal y sobre las mismas leyendas que en las obras de fantasía. Pero lo hace en un entorno definido por la ciencia-ficción, como son naves espaciales, robots con inteligencia artificial, hologramas, armas de energía, etc. Es decir, tanto si buscamos ciencia-ficción como fantasía, vamos a encontrar ambas. Un fenómeno similar al género de los superhéroes, pero en este caso tratándose de space opera.

    Los midiclorianos

    Una de las sorpresas de las precuelas escritas, dirigidas y producidas por George Lucas, fue la de pretender dar una explicación racional a la fuerza más poderosa de la galaxia, decantándose de esta manera por dar una visión más cercana a la ciencia-ficción, dejando el misticismo o magia que rodeaba a la Fuerza a un lado. La intención era buena, pero mal ejecutada en la práctica por dos motivos principales: por un lado los Jedi no necesitan de ninguna explicación racional. Son una institución milenaria cuyo conocimiento y dominio de la Fuerza no se ha logrado siguiendo criterios racionales, sino cultivándose en una disciplina más bien espiritual al estilo de las artes marciales orientales. Dichas artes permiten a sus practicantes realizar verdaderas proezas sin que hayan necesitado explicarlas de forma racional, lo importante es que les funciona. Pero sobre todo, el mayor problema de esta solución argumental es que de esta manera se desproveía de todo el fascinante halo mítico construido en la película original alrededor de la Fuerza.

    El Deus Ex Machina institucionalizado

    Paradójicamente, al mismo tiempo que se intentaba aportar un criterio racional para explicar una concesión a la realidad con la Fuerza, se usaba a esta como justificación de cualesquiera proezas que fueran necesarias para salir de todo tipo de atolladeros, convirtiendo a este concepto en el simple y archiutilizado comodín «mágico» de las obras de fantasía, echando a perder su verdadero potencial. Considerada como una religión en una galaxia en la que la ciencia y la tecnología no tienen apenas límites en sus proezas, originalmente la Fuerza podía representar a todo aquello que todavía queda por comprender. La parte de nuestra realidad a la que el desarrollo tecnológico no ha alcanzado, y que parece escurrirse una y otra vez. El estrecho margen para aquello que a pesar de no ser mensurable, no le impide influir en el entorno.

    ¿Es posible llegar a un conocimiento absoluto mediante la ciencia? ¿Existe el conocimiento en ámbitos fuera de lo estrictamente científico? ¿Todo lo demás son habladurías y supersticiones inútiles? Este es un asunto sensible que despierta grandes controversias. La ciencia-ficción suele brindar una buena oportunidad para tratar este tipo de temas que de otra manera resultan complicados, aburridos o rodeados de polémica. Star Wars podría haber sido un lugar para poder manejar esta cuestión, pero como todos sabemos, nada de esto ha ocurrido
    Creía que los Jedi sabíais distinguir entre conocimiento y sabiduría
    Dexter, el cocinero

    El tostonazo

    Alguien podrá argumentar que esta no es más que una obra de entretenimiento y que estas cuestiones son excesivamente profundas para ser tratadas en una space opera. Sin embargo, este argumento parece más una excusa para evitar dificultades ya que hay otras franquicias de space opera similares en las que se intenta acometer este reto, como Star Trek Galáctica. Precisamente, este es otro de los grandes debates en el mundo del entretenimiento: ¿deben tener las obras de este género alguna función didáctica o por el contrario, han de convertirse en eficaces herramientas para sacar el máximo dinero de los bolsillos de los espectadores? ¿es necesario abrumar tanto con publicidad o es que hay temor de que la gente encuentre por si misma otras maneras de entretenerse? La respuesta va ligada a otro debate más amplio sobre la forma de trabajar del mercado en general, pero por el momento podemos asumir que lo meritorio es dotar a la obra de algún valor añadido cultural, sin que por ello merme en la rentabilidad económica. La cuestión es que George Lucas se ahorró todas estas cuestiones culturales de gran potencial como elementos narrativos. Podría parecer que el director de origen californiano deseaba hacer un producto intrascendente y plano para hacerlo más digestible, pero no parece que fuera este su objetivo ya que una vez más contradiciéndose a sí mismo, nos metió en su lugar entre pecho y espalda un tostonazo inaguantable sobre política galáctica.

    Vader: de villano a psicópata

    Darth Vader probablemente sea uno de los villanos más famosos, no solo de la ciencia-ficción, sino en general de la cultura popular de nuestros días. Salvando las distancias, tan sólo el mismísimo Cthulhu de Lovecraft puede superarle como representante del Mal. La diferencia es que Vader es un humano caído en desgracia, un personaje que en el fondo nos gustaba. Toma decisiones inflexibles y extremas sin que su voz pierda firmeza y decisión, pero no está loco. Sabemos que en el fondo hace lo que hace porque su situación le aboca a ello. Tiene una gran inteligencia emocional, es un gran estratega y sabe reconocer en los demás sus aptitudes. No los menosprecia alegre e irresponsablemente. Alguien cuya mirada permanece oculta tras una oscura y terrible máscara a la que está atada de por vida, deshumanizando todo su ser. Genera una profunda impresión, compuesta al mismo tiempo de temor, pena y admiración. Miedo por lo que representa, tristeza por el infierno en el que vive y que le hace ser como es, y admiración por su gran poder y capacidad. Una combinación de circunstancias únicas y misteriosas que nos encogían el corazón, de alguien que tal vez en la soledad de su conciencia no sea más que un desgraciado atormentado, pero con una determinación que le obliga a mostrarse opaco e inflexible ante los demás.

    Vader, tal y como se nos presentó en la película original no siempre fue así. Fueron unas trágicas y misteriosas circunstancias las que le obligaron. Nada que ver con el niñato protestón abofeteable que se le ve venir desde el minuto uno. La figura del padre que Luke no tuvo, modelo a seguir en cuanto a sus capacidades pero también como objeto de odio por ser la causa de su orfandad, se convierte en un asesino barriobajero y despreciable, tan patético que mata a inocentes niños. Tal vez este personaje sea el mas perjudicado por la nueva visión de George Lucas en las precuelas.

    Se estrenaron con una gran expectación pero pocos esperaban que se iban a convertir en una de las mayores decepciones de la cultura popular de nuestros días. Una decepción comenzada años antes sin que nadie lo advirtiese. Una decepción fantasma de la que tardamos en ser conscientes, y que estaba a punto de despertar.


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    Momento en el que Vader le dice a Luke que es su padre, condicionando toda la historia

    George Lucas, catalogado en su momento como «un visionario» artífice de otras sagas tan importantes como Indiana Jones, acabó convertido «al lado oscuro» uniéndose a la orden de los «productores abominables», cayendo en todos y cada uno de los errores que él mismo había denunciado e incluso utilizado en su propia obra. El director californiano ha acabado creando su propio «ejercito de clones», formado por seguidores atraídos más por el marketing que por el acierto cultural de una obra que trataba nuestra mitología de una manera nueva y llena de maravillosas posibilidades. 
    «Ciegos estamos si la creación de ese ejército clon no pudimos ver»
    —Maestro Yoda

    ¿Cuando comenzó a estropearse todo? Tras el estreno de La Amenaza Fantasma pocos admitimos en aquel momento el desastre que acabábamos de presenciar. La expectación, la nostalgia, el ansia por ver nuevo material relacionado con la galaxia que dejamos en los lejanos años 80 o la esperanza de que el próximo estreno mejoraría lo visto, nos tenían cegados y nos impedían percibir, cual Yoda despistado, cómo el lado oscuro establecía su plan. El Ataque de los Clones cumplió nuestras peores expectativas y cuando Lucas quiso arreglarlo con La Venganza de los Sith, ya era tarde. A manos de su propio creador, uno de los fenómenos culturales más importantes de nuestro siglo había sido aniquilado.
    «Así muere la libertad, con un estruendoso aplauso»
    Padmé Amidala

    Si no lo vimos entonces ¿qué nos impide pensar que el inicio en tan tenebroso camino hubiera ocurrido antes, en la propia trilogía clásica?  Teniendo en cuenta con la perspectiva que ofrecen los años, que George Lucas nunca creyó de verás en el éxito de su creación, es posible que no llegara a entender los factores importantes del éxito de su obra. Seguramente alguien estará pensando que me he vuelto loco ya que Star Wars continua cosechando ganancias multimillonarias gracias al camino entonces emprendido. Ahora bien ¿convertir una obra en un producto comercial de masas es lo que los aficionados deseaban? ¿Implica tener un enorme colectivo de aficionados la conversión de Star Wars en un mero producto de consumo? ¿Qué ocurrió antes, fue la magnificencia de la obra la que la convirtió en un fenómeno multitudinario, o es su conversión en producto de consumo lo que le ha dado su definitiva forma actual? ¿Estamos los aficionados «maduritos» engañados por la irreal percepción infantil que desarrollamos cuando conocimos la trilogía clásica? En cualquier caso estoy convencido de que la saga de las galaxias merecía un destino mejor que convertirse en Lost o Walking Dead. Parece como si la enorme papada que Lucas ha desarrollado en las últimas décadas, fuera la evidencia de su transformación definitiva, cual Palpatine convertido en Darth Sidius, hacia el lado más oscuro y malvado del marketing que el mismo repudiaba, pero cuyo poder subestimó.
    «No subestime el poder de La Fuerza»
    Darth Vader

    El Imperio Contraataca (1980)

    La segunda entrega de la saga por orden cronológico  —conocido posteriormente como «capítulo 5»— es considerada la mejor película de la saga. Los motivos que se suelen escuchar son relativos al guión —Lawrence Kasdan— y a la dirección —Irvin Kershner—. Pero si por algo se le recuerda es por la magnífica Batalla de Hoth, con esos enormes AT-AT acercándose inexorables a la base clandestina de la Alianza Rebelde, representando uno de los más impactantes espectáculos vistos en toda la historia de la ciencia-ficción. Sin embargo, en el fondo es una película de transición: un principio poco espectacular con unas aburridas sondas de exploración saliendo de un destructor imperial —muy alejado de la película que le precedía— rematado con un final incompleto.

    Yo soy tu padre

    Pero sobre todo, la frase que destaca de toda la obra y uno de los símbolos más reconocibles de la saga al completo, es la que desvelaba la relación filio-paternal entre Skywalker y Vader que dejó a todo el mundo descolocado. Esta premisa sorprendente fue un gran acierto mediático, sin embargo, es precisamente la dependencia que se tiene de ella y la importancia que ha adquirido dentro de la saga, el germen del mal que tendría que venir después. El padre de Lucas SkyWalker no fue inicialmente el mismo Darth Vader. Este tenía una relación simbólica con la figura paterna, esto es indudable, pero convertir ese mito en algo literal significaba además de introducir incoherencias en el guion, una peligrosa tendencia al folletín telenovesco soap opera. Esto es lo que han sido en el fondo sagas como las mencionadas o es en lo que se han acabado convirtiendo otras como Star Trek Next Generation. La clave del valor añadido de Star Wars no fue convertir la galaxia entera en un salón doméstico donde se relataban problemas familiares, sino llevar a un terreno nuevo e inexplorado con las posibilidades que la ciencia-ficción ofrecía, la mitología del ser humano.

    El Retorno del Jedi (1983)

    Star Wars todavía se mantenía fresca en sus aciertos originales, a pesar de todo. El «capítulo 6» brindó a la ciencia-ficción otro de los más famosos personajes de la cultura popular: el Maestro Yoda. Pero si tras la última y peor película de la trilogía original no advertimos hacia dónde estaba derivando la saga, es porque no queríamos hacerlo. El lado oscuro nos emborronaba la visión y nos impedía admitir que a estas alturas, el argumento original comenzaba a no servir más que como excusa para inventarse una historia que no tenía nada que ver con aquella, ni tenía otro sentido más que el de continuar proporcionando material para el merchandising.

    Yo soy tu hermana

    Si lo de la paternidad de Vader podía perdonarse, la fraternidad entre Leia y Luke fue un verdadero despropósito, fuente de todo tipo de chistes sobre lo que originalmente representaba el mito de la princesa y el héroe. Otra de las premisas fundamentales que se desvanecían cual Obi-Wan atravesado por un sable de luz, es la del triangulo amoroso. De esta manera dos de los puntales en los que se basaba la historia original acababan de volatilizarse delante de nuestros ojos. Unos ojos demasiado emocionados con la victoria de la Alianza Rebelde sobre el malvado Imperio como para que nos sintiéramos extrañados o decepcionados, y mucho menos, advirtiésemos lo que iba a venir décadas después. Miramos para otro lado por no romper el mágico momento, mientras nos la metían bien doblada con nuestro consentimiento:

    Volvamos atrás nuestra mente por un momento y situémonos en el magnífico inicio de la película original —la Princesa Leia huyendo en su Corellian de un enorme destructor imperial— ¿Cuales son las probabilidades de que un par de robots huyan en una cápsula de salvamento y vayan a dar precisamente con el planeta donde se encuentra el hermano de la propia princesa, a pesar de que no le conocía? Alguien podrá señalar que Leia Luke tenían algo más en común entre ellos hasta el punto de que les permitía sentir su presencia. Por supuesto, La Fuerza ha acabado convertida en una excusa para justificar cualquier cosa, y de cualquier manera.

    Luke el caballero

    Mark Hamill era joven y podría decirse que agraciado cuando se estrenó Star Wars. Su personaje juvenil y atormentado tenía atractivo para determinado sector del público, aunque es cierto que en líneas generales resultaba algo sombrío. En cualquier caso, se podía conectar con él hasta el punto de llorar de alegría cuando logra su objetivo y recibe su merecida condecoración de mano de la propia Princesa Leia, en una épica ceremonia final. Pero el destino del actor se vio marcado por un accidente que le dejó algunas lesiones en el rostro desfigurándoselo, no demasiado, pero sí de forma apreciable. La solución no era sencilla, pero había que dar alguna explicación. El camino que escogió George Lucas trastocó para siempre la carrera del rubio actor, al justificar que el cambio físico de su semblante estaba relacionado con su transformación en Caballero Jedi, convirtiendo al personaje todavía más falto de carisma y carente de humor —de tal astilla, tal palo... ¿o es al revés?—. ¿De verdad Luke quería convertirse en esto tras ser un héroe? Supongo que es lo que le pasa a uno cuando descubres que tras arriesgar tu vida luchando contra todo un imperio impulsado por la deslumbrante belleza de la princesa amada, descubres que es en realidad, tu hermana.
    «¿Un caballero Jedi?... yo desaparezco un poco y a todos les
    entra delirios de grandeza
    »
    Han Solo

    La Guerra de las Galaxias, o el mito de la lucha entre el bien y mal por el dominio de una galaxia que perdimos, derrotados por los problemas familiares de su creador. Creímos haberla conquistado, pero sólo fue un sueño infantil.

    NOTA (18/05/2019): según explican en Rogue One, Leia Organa estaba buscando a Obi-Wan, por ese motivo su nave estaba en las cercanías del planeta. Al verse capturados, envía a los dos robots a buscarle con el mensaje. Pero esta situación presenta un problema: no había motivo para dirigirse a Tatooine en un principio una vez con los planos y logrando escapar, en lugar de ir a un enclave de la Alianza mejor pertrechado para recibirlos. Tal y como se presentaron los acontecimientos en el estreno de 1977, la decisión encomendada a R2D2 se decidía en aquel mismo momento como último recurso, nada hacía pensar que el plan era desde sus inicios llevar los planos de la Estrella de la Muerte a un viejo maestro Jedi desconectado de la galaxia. Por tanto, los detalles de la captura y por qué estaban en el sistema solar de Tatooine continúan siendo una laguna, pero todo apunta a que simplemente fue un hecho fortuito que en el momento de la captura pasasen por la cercanía de un planeta donde un joven granjero, sin saberlo, se convertíría en la salvación de la galaxia. Esta versión es mucho más acorde con la imagen romántica y legendaria que muchos teníamos de la saga.

    Publicado posteriormente en el blog Planetas Prohibidos y en El Sitio de ciencia-ficción
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    Finales de la década de los 70. El público acudía ataviado con pantalones de campana a las salas cinematográficas, donde estrenaban Fiebre del Sábado Noche —la película que dio fama a John Travolta— y estaba de moda el género de catástrofes aéreas. George Lucas ya había dirigido dos películas en aquel entonces con gran repercusión —en sus respectivos ámbitos—: THX 1138 (1971) y American Graffiti (1973), pero no fueron nada comparado con lo que vino a continuación. Star Wars (1977) fue algo nuevo y revolucionario, a la vez que clásico, que fascinó a multitudes. Tal vez, sin llegar a comprender su verdadera magnitud.

    Explicar lo que significó para los que tuvimos la suerte de vivir aquel momento es complicado. Jugaron un papel fundamental el panorama cultura popular de la época y la edad que entonces teníamos. Los prejuicios afloraban en todo su esplendor: los extraterrestres eran marcianos, eran de color verde, tenían antenas y algunas veces, trompetillas como orejas y nariz. Era así... muchas veces. La ciencia-ficción no hacía mucho por combatir esta idea, cayendo constantemente en los estereotipos de la época mostrando entornos de ciencia-ficción similares.


    Uno de ellos era el aspecto. El futuro se entendía como algo nuevo, por tanto, todo debía estar limpio y reluciente, allá donde iban. Las espacio naves eran la gran mayoría de las veces bruñidas y cromadas estructuras redondeadas, con forma de platillo volante o estilizados cohetes. Ni siquiera Star Trek (1966) ni 2001: Una Odisea del Espacio (1969) lograron romper con estos estereotipos —aunque sí lo hicieron con otros—.  Sin embargo, Star Wars nos impactó, destrozando nuestras ideas preconcebidas y rellenando un hueco en nuestro imaginario que hasta ese momento no sabíamos que teníamos: George Lucas nos mostró un universo previamente existente, cuyo pasado era un lugar de leyendas, héroes y la eterna lucha entre el bien y el mal. Una manera inédita de mostrar la ciencia-ficción en el cine, donde el foco de la historia no era el desarrollo tecnológico sino nuestro acervo cultural y mitológico.

    Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana


    Mucho se ha hablado de las obras en las que se inspiró para plasmar su obra. Los Siete Samurais (Akira Kurosawa, 1954) y el monomito de Joseph Campbell son a muy grandes rasgos los principales elementos culturales en los que se basó el director para agrupar en un único lugar todos los mitos del ser humano. Para ello era necesario un universo nuevo en una época reinventada, para poderla llenar sin más obstáculo que la estética —inmejorablemente asistido por el ilustrador Ralph McQuarrie— y la épica necesaria. No era la primera vez que en la literatura se había intentado algo así. «Había una vez» o «Hace mucho tiempo que...» han sido fórmulas clásicas usadas como preámbulo de cuentos y leyendas, situando al oyente o lector en una época indeterminada, dejándolo al pairo en el océano del tiempo. En los Cuentos de las mil y una noches su autor le da la vuelta al contador sobrepasando sus límites, yendo «más allá» de lo que la mente racional puede concebir. Se desconecta al lector de su realidad inmediata, se le evade de sus preocupaciones cercanas, para adentrarse en un mundo ubicado en un ignoto lugar y tiempo, donde todo es posible. La frase ya mítica con la que Star Wars nos recibía, acompañada de la excepcional fanfarria de John Williams, nos enviaba a través del hiperespacio, más rápido que la luz, a una galaxia y un tiempo muy, muy lejanos de nuestra monotonía diaria.

    El camino del héroe


    La teoría más famosa de Joseph Cambell es la que une a todas las historias de héroes. Una de las maneras más populares de representarla en el cine —con especial relevancia en los EEUU— es el del chico educado en un entorno sencillo, poco sofisticado y alejado de emociones fuertes, que le hace anhelar visitar nuevos mundos y conocer bellas y sorprendentes féminas. El mito americano del joven granjero que no está satisfecho con su vida y desea probar otras cosas. El ejemplo paradigmático sin lugar a dudas es Superman y su alter-ego terrestre Clark Kent, que creció en una humilde granja de un perdido pueblo de Kansas, pero destinado a metas mucho más universales. Luke Skywalker es otro joven que no conoció a sus padres biológicos, que tuvo que crecer con sus tíos en la granja de un planeta desértico, perdido en el último rincón de la galaxia. Pero algo en su interior le hacía mirar al espacio, anhelando otras metas a las que cree estar destinado, en lugares distantes extraños y maravillosos. Un buen día, el azar le hace encontrase con su destino, abocado a cumplir en circunstancias más duras de las que creía, iniciando así su madurez. Durante el camino, descubrirá que en efecto dentro de él se escondían dones que le convertirán en el elegido que la galaxia necesita.

    No subestimes el poder de La Fuerza


    La Fuerza en el universo de Star Wars posee varias interpretaciones. Para los propios Caballeros Jedi que la profesan es una religión, una filosofía de vida a la que se entregan por completo. Su poder proviene de un conocimiento acumulado durante milenios de tradición, explicada en un lenguaje místico comprensible para ellos. Dentro del universo de Star Wars su poder es real, aunque no pueda ser explicado. Para el resto de personas —incluyendo al espectador— representa unas fuerzas psíquicas que permanecen fuera del ámbito racional. La Fuerza en definitiva, representa la parte de nuestra realidad y de nuestra condición humana que todavía no puede ser explicada por la ciencia, pero cuya sospecha de existencia nos inquieta.

    La princesa valiente


    Como en todo buen relato clásico, no hay héroe sin una bella princesa a la que rescatar. Leia Organa cumple esa función, pero lo hace rompiendo la débil imagen que antaño se le daba a este rol. La Princesa Leia es una mujer de fuerte carácter que se enfrenta a todo un imperio, poniéndolo en jaque al liderar un plan para esconder los necesarios planos de la mortífera arma que está creando. No siente temor ante el propio Vader y resuelve situaciones complicadas en las que sus rescatadores acaban metiéndose. Sobre estos, Solo y Skywalker, representan el clásico dilema adolescente femenino sobre qué chico escoger: el rubito inocente o el bravucón bromista y mujeriego. En pocas ocasiones antes del año 1977 una cuestión de esta índole ocupaba un papel protagónico dentro de una producción cultural, conectando con todos los sectores del mundo adolescente, que tanto jugo y beneficios económicos han acabado proporcionado posteriormente en forma de un sin fin de sagas de esta temática. En definitiva, Leia Organa supuso antes que la Teniente Ripley de Alien, el octavo pasajero, un icono igualitario de la mujer, fundamental en la cultura popular de los años postreros.

    El padre oscuro


    Luke Skywalker creció con la ausencia de una figura paternal que su tío no supo suplir. Luke es el adolescente disconforme, sin guía, que siente que está perdiendo parte de su vida, falto de oportunidades donde demostrar su verdadera valía. Cuando comienzan los acontecimientos que cambiarán para siempre su vida, Obi-Wan —el mentor, dentro de los roles de la teoría de Campbell— le cuenta fascinantes historias sobre su padre, y cómo Vader —«padre» en el idioma holandés— se enfrentó a él y le venció. La imagen que se nos muestra de Darth Vader es la de un líder carismático, muy capacitado, de gran presencia física y fuerte personalidad. Un amigo fiel de su padre al que algún tipo de terrible tragedia le ha convertido en lo que es, al servicio del mal. Su máscara y atuendo, al que está atado de por vida, simbolizan la transformación a la que toda persona, incluidas las más nobles, pueden sufrir debido a los avatares del destino. Vader se convierte en ese instante en el causante de los males de Luke y siente como irremediablemente, está destinado a enfrentarse a él. Un sino que se convertirá de una manera o de otra en la guía que nunca tuvo, deseando redimir así la muerte de su padre. Vader es de esta manera, el lado oscuro de su progenitor.

    Una nueva mitología


    La parte más cercana a nuestros días que se ha visto representada en Star Wars es la mitología específica de la cultura en cuyo seno se creó. Desde los piratas que contribuyeron al dominio anglosajón en el mar en el siglo XVI o los contrabandistas que mitigaron el bloqueo que las potencias continentales impusieron sobre las Islas Británicas a principio del XIX, hasta la victoria aliada contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, están claramente representados en la obra. De alguna manera, George Lucas construía un conjunto de leyendas que suplía la falta de ellas de la relativamente joven nación estadounidense. Dada la influencia de la cultura anglosajona sobre el resto del mundo —gracias en parte precisamente al cine— se ha extendido a otros ámbitos culturales.

    Por supuesto, el acierto inicial de los creadores que participaron en esta obra al incluir todo tipo de referencias culturales —sobre las cuales se han escrito tantos artículos como estrellas en la galaxia— como samuráis o caballeros templarios, en grandes ciudades o en planetas desérticos, de la aristocracia o humildes pueblos, Star Wars trasciende su ámbito inicial y pasa a formar parte de nuestra cultura universal, aquella que relata leyendas de héroes y heroínas en la continúa lucha del ser humano contra su lado oscuro.



    Imágenes: Taringa 1 y 2

    NOTA: este artículo/reseña no trata sobre la saga de Star Wars, sino sobre la película original de 1977 y lo que representó en aquel momento. En lo que devino después se verá en otro artículo.

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    Adaptación a la televisión de El Hombre en el Castillo,
    de Philip K. Dick
    Se puede entender la ciencia-ficción como la imaginación de escenarios alternativos en los que se ha modificado algún parámetro de la realidad. Habitualmente es la física la rama de la ciencia que ve como algunas de sus premisas son alteradas para construir dichos escenarios. Por ejemplo, la ciencia-ficción hace comúnmente uso de «universos» ficticios en los que es posible el viaje a mayor velocidad de la luz o la alteración de los campos gravitatorios, entre otras proezas para las que la física actual no tiene explicación satisfactoria.

    En la ciencia-ficción llamada «dura», los autores enfocan su creatividad en dotar a esos nuevos escenarios de toda la consistencia posible. Pero hay otra ciencia-ficción que deja esta precisión en segundo plano, centrando la parte especulativa en cómo esas nuevas situaciones afectan a los protagonistas. La llamada ciencia-ficción «blanda» usa escenarios ficticios con la principal intención de hablar de desde la propia alma humana, hasta la manera en cómo nos organizamos social y políticamente. En Crónicas Marcianas (Ray Bradbury, 1950) su autor decidió usar un Marte alternativo y poco riguroso con la física, simplemente como un escenario lo suficientemente extraño pero al mismo tiempo, cercano y reconocible, para hablar —de una maravillosa manera— sobre nosotros y nuestros problemas. En la Trilogía marciana de Kim Stanley Robinson (1992) se aprovecha de nuevo nuestro planeta vecino como escenario —con mayor cuidado científico— para imaginar cómo la especie humana podría organizarse empezando de nuevo, aprovechando para hacer crítica de los sistemas políticos existentes. Otro ejemplo más reciente y preocupado por la elaboración del entorno con el objeto de especular que clase de organización social podría emerger es Dark Eden (Chris Beckett, 2012), en donde se especula sobre cómo un ambiente extremo puede condicionar la vida y por supuesto, la organización social.

    No es necesario irse a otros planetas para especular sobre como la tecnología afecta a nuestras relaciones sociales. El ciberpunk es un subgénero de la ciencia-ficción que consiste en mostrar el lado más pesimista de esta circunstancia. Distopías definidas por los efectos socialmente perniciosos que un mal uso de la tecnología puede producir a causa de nuestra falta de límites para su comercialización, para su consumo o para ser correctamente regulado por los poderes públicos. Estos así como las corporaciones comerciales, suelen aparecer en estas obras como participantes y cómplices de la situación, en una insana connivencia en la que la sociedad, sean humanos o replicantes, es explotada para favorecer a unos pocos. En la antología Mirrorshades (1986) se encuentran algunos de los ejemplos más representativos. Aunque se dan muchas discusiones sobre el término ciberpunk como movimiento cultural o corriente literaria y se defiende a sí mismo sobre sus connotaciones políticas, no cabe duda que alrededor de estos conceptos de alguna manera subyace un fondo de crítica. Más adelante especularemos sobre ello.

    Si se entienden las ciencias sociales y políticas como el estudio de las sociedades humanas y su organización, nos encontramos con que este propósito es similar al de las obras comentadas. Se advierte pues que la ciencia-ficción —al menos, un tipo de ella— se constituye en potencia como un equivalente de las propias ciencias sociales y políticas, aunque aplicadas a universos ficticios y alternativos. Ahora bien, modificar parámetros físicos, imaginar entornos extraños en planetas distantes o pensar en tecnologías inexistentes para poder encontrar un escenario adecuado, requiere un esfuerzo adicional si lo que realmente desea el autor es precisamente, hacer un ensayo o crítica política. Si el mejor escenario requerido no existe, hay que inventarlo. Para hacer esto sólo debería ser necesario modificar aquellos parámetros relacionados directamente con las ciencias políticas: los personajes y su entorno social.

    Modificando parámetros

    Todas las especies se organizan, aunque naturalmente, cuando se habla de política siempre nos referimos a especies inteligentes. De momento sólo entran dentro de este grupo la nuestra, la humana, pero si se modificara este parámetro podría especularse sobre otras formas de organizarse. La ciencia está «limitada» por este hecho, algo que no le ocurre a la fantasía. A la ciencia-ficción tampoco, salvo por la aplicación en mayor o menor medida del método científico para construir esa realidad alternativa. En la fantasía es habitual imaginar extrañas especies de seres como Orcos o Elfos, cada una de ellas con su organización social y política características, sin más explicación ni justificación de su origen. En el caso de la ciencia-ficción puede tratarse de sociedades alienígenas, de su organización política y qué clase de relación podrían tener con la sociedad humana. De la misma manera que la exobiología estudia las posibilidades de vida fuera de la Tierra, un término adecuado para definir este ámbito sería el de exopolítica, sino fuera porque ha sido «secuestrado» por el entorno pseudocientífico —tristemente relacionado con la ciencia-ficción en demasiadas ocasiones—.

    En sagas y obras como Star Wars o Avatar es corriente encontrarse con especies extrañas y sus respectivas organizaciones sociales y jerárquicas, aunque en estos casos ocurre algo similar que con las obras de fantasía: se usan realmente como un reflejo de nuestros propios problemas y prejuicios, más que como un ejercicio de especulación elaborado. Para encontrar algo parecido a esto habría que buscar entre la bibliografía, pudiendo encontrar algo en la de Jack Vance —repleta de ejemplos bastante ocurrentes sobre especies alienígenas pintorescas y sus organizaciones sociales— o tal vez en Los propios Dioses (Isaac Asimov, 1972), donde se describe una especie habitante en un universo paralelo.

    Tampoco es necesario recurrir a especies inteligentes desconocidas para especular sobre su organización política en función de sus características imaginarias. Nuestra propia especie puede sufrir cambios debido a avances tecnológicos que podrían alterar nuestra condición de manera significativa. Se trata de tecnología que está ahí, siendo aplicada en la actualidad a nuestros propios cuerpos, con ejemplos vivientes que en estos momentos, se pasean entre nosotros: Neil Harbisson, ciudadano del Reino Unido, ha sido el primero en obtener reconocimiento legal como un cyborg, al tener implantado en su cerebro un dispositivo óptico. Otro caso para el que todavía no existe una solución técnica pero para el que hay una voluntad declarada de alcanzarlo, es el proyecto del magnate ruso Dmitri Itskov, que consiste en traspasar su conciencia a un dispositivo informático lo suficientemente capaz, para de esta manera perpetuar su existencia. Estas y otras incipientes tecnologías vislumbran nuevos caminos intuidos por algunas obras de ciencia-ficción —Chappie (Neil Blomkamp, 2015)—. Entre ellos se encuentran, en un futuro cercano y en su necesario reflejo legal y político, otras nuevas rutas por descubrir.

    Una cuestión de género

    Si se definen los subgéneros de la ficción en función de los parámetros de la realidad que modifican para construir sus escenarios, se podría asociar alguno de ellos con la política. El término existente que más se acerca sería el de política-ficción, teniendo en cuenta que este género abarca un campo de obras mayor que el propio de la ciencia-ficción, incluyéndose obras como por ejemplo Ensayo sobre la lucidez (José Saramago, 2004) —en la Wikipedia en inglés hay más casos, llegando a incluir El Quijote dentro de este género—.

    Probablemente, el subgénero de ciencia-ficción donde no se requiere de conocimientos de física ni de ingeniería tanto como de ciencia políticas y sociales, es la ucronía: historias sobre realidades alternativas generadas a partir de la modificación de un suceso del pasado. El ejemplo más relevante podría ser El Hombre en el Castillo (Philip K. Dick, 1962), cuya reciente adaptación a televisión nos ha permitido comprobar cómo podrían haber sido unos Estados Unidos gobernados bajo un régimen nazi. La comparación entre la realidad alternativa y la situación real se presta a ácidas comparaciones de claro y polémico trasfondo político.

    La ciencia-ficción de la ucronía recrea políticamente un pasado que no existió, hasta nuestros días. Pero ¿qué podemos hacer si deseamos continuar hacia el futuro? No hay ciencia para dar respuesta a esta petición, pero sí existe en la ciencia-ficción un concepto muy famoso cuya época de estudio no es el pasado o el presente, sino el futuro: la psicohistoria, una ciencia ficticia que predice con apoyo de las matemáticas, los acontecimientos políticos futuros en un colectivo social de elevado número de individuos.

    La exposición del mensaje

    En obras como las conocidas 1984 (George Orwell, 1949) o Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932) se presentan de forma explícita escenarios en cuya construcción la política tiene un claro protagonismo. Sin embargo, en el ciberpunk sus historias nos hablan de antihéroes en forma de hackers, agentes peligrosos y malvados dueños de corporaciones. Son en definitiva historias sobre el bien y el mal, hasta cierto punto clásicas ¿Hay política en ellas? Fuera esta la intención inicial o no, algunos sospechan que se ha usado como vehículo de propaganda ideológica. En el género de ciberpunk esta no es explícita, sino que es su mensaje implícito el que de forma inadvertida, se transmite al público. La construcción de los personajes y su conexión con el mundo real —con cuyo parecido es algo más que simple coincidencia— son factores principales, hasta el punto de primar el mensaje sobre la construcción del escenario. Si se tiene en cuenta el momento de la aparición del ciberpunk, coincidente con la posmodernidad que surgió tras la caída del muro y el triunfo del capitalismo consumista, surgen algunas interesantes cuestiones:

    La desaparición de la Unión Soviética llevó tras de si el fin de la Guerra Fría pero también, la falta de freno al empuje del capitalismo global consumista. Esta podría ser una de las causas de la actual situación, en la que las corporaciones multinacionales tienen tanto o más poder que muchos estados, la mayoría de ellos endeudados al ser víctimas de una economía basada en la generación de deuda, de un dinero creado artificiosamente. La cuestión es: ¿es el ciberpunk una respuesta cultural contra el capitalismo? ¿O es por el contrario una creación de este mismo, para convertir en profecía autocumplida sus sueños más materialistas y ambiciosos? Por supuesto, esto no es más que política-ficción.

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