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Logo y créditos iniciales de 'Star Trek: Discovery'

Desde hace 55 años que Star Trek o Viaje a las Estrellas viene mostrándonos que lo importante no es alcanzar un horizonte lejano y utópico, sino que el objetivo es el propio viaje al recorrerlo. Un camino que la Humanidad viene realizando en su lento deambular alrededor del Sol, tropezándose continuamente con sus inevitables defectos. La Star Trek original, conocida como TOS (Trek Original Series), nos mostraba a una tripulación interdisciplinar, interracial y en la que el género no era tan siquiera un asunto del que se hablara. Su autor, Gene Rodenberri, no pretendía mostrar un futuro en el que no hubiera problemas, sino uno en el que la Humanidad sabía enfrentarse a ellos como equipo, como colectivo. Desde entonces, aquella pretensión ha ido sufriendo desgaste ante el roce con el resto de la producción cultural, obsesionada con la reproducción mimética de los problemas del presente, extrapolados y llevados a sus consecuencias más exageradas, asumiendo que no hay nada que hacer al respecto y prácticamente, convirtiéndose en profecía autocumplida.

Star Trek Next Generations (TNG) estiró la idea inicial y permitió que la saga alcanzara el fin de siglo, pero su importante ―aunque limitado― aporte de nuevas ideas, quedó parcialmente oculto tras la repetición de los mismos clichés de décadas anteriores. Esto hizo que los acontecimientos del siglo entrante se la llevaran por delante. Star Trek dejó de existir a pesar del intento fallido —para algunos— de Enterprise. Antes de esto, un suceso iba a señalar una circunstancia que actualmente, más de dos décadas después, continua definiendo nuestro día a día —pero en el mal sentido—: en un buen intento por mantener la saga viva, Espacio Profundo Nueve mostraba otra visión del universo Trek, pero fue entonces cuando el fenómeno social por el cual alrededor de un concepto cultural se creaba una legión de seguidores y constituía su éxito, comenzó a desvelar un oscuro aspecto: un sector de la comunidad de aficionados de la franquicia «entregados» a la causa trekkie y aferrados al concepto original, no lo asimilaron y lo consideraron como algo cercano a una herejía, una traición al «espíritu» de la saga. Lo paradójico de todo este asunto es que ocurría sobre una idea que pretendía que la humanidad fuera flexible, tolerante, comprensiva y se adaptara a los tiempos para resolver los problemas, no para crear otros nuevos. Una contradicción que viene persiguiendo a la humanidad desde que comenzó a caminar. Espacio Profundo Nueve era una historia ambientada en el mismo universopero en una situación diferente, por lo que la respuesta y la acción de los personajes no tenía porque ser la misma que la de TOS. Sí debía de ser, no obstante —y así de hecho cumplía la serie— la filosofía subyacente con la que se manejaban las situaciones, que en este caso no eran insondables misterios de zonas desconocidas del universo, sino de la convivencia de varias razas enfrentadas entre si en un área fronteriza del estado político formado por la Federación de Planetas. Efectivamente, en el universo imaginario creado alrededor de la saga original, no todo el mundo embarcaba en misiones de cinco años a lugares donde nadie había llegado antes.

Tras el cambio de paradigma en el mundo audiovisual, con el mítico reinicio de la saga Battlestar Galactica, faltaba que esta transformación cultural alcanzase al universo trekkie. Y así parecía ser cuando se anunció que una nueva serie ambientada en dicho universo iba a aparecer: Star Trek: Discovery. Ya desde el principio avisaron que cambiarían el foco: la serie no estaría centrada en el capitán, y que sería mujer. Es decir, no solo desafiaban la inercia cultural de presentar como protagonista a un hombre, sino que también se pretendía desafiar al propio concepto de orden jerárquico, y por consiguiente, al concepto de meritocracia, fundamental en el universo de Star Trek y objeto de gran controversia hasta nuestros días. Esta declaración de intenciones era un aviso de lo que iba a venir.

La protagonista

Michael Burnham (Sonequa Martin-Green) en el puente de mando de la 'Discovery'

Una mujer, de raza negra ocupando posiciones inferiores en la jerarquía organizativa. Además, engreída, prepotente, desafiante, insubordinada, sabelotodo y con necesidad de ser continuamente el centro y creer que de ella depende la responsabilidad, le corresponda o no, de salvar a todo el mundo. Alguien podrá pensar que estoy siendo despectivo, racista, misógino y puede que un montón de cosas más. En estos términos se han estado dando divisiones entre los aficionados, protagonizando discusiones polarizadas al máximo, desgraciadamente, tan clásicas y que tanto abundan en estos días. Los aficionados se culpan unos a otros, no por lo que piensan sobre la obra, sino por el mero hecho mismo de pensar algo diferente a «lo correcto», que suele coincidir curiosamente con lo que le conviene a cada uno. En definitiva, verdaderas aberraciones a estas alturas de siglo. Volviendo al tema, al parecer, pocos han pensado en la posibilidad de que los creadores de la serie hayan puesto a esta protagonista así, intencionadamente, con esa personalidad y esas características. Y tendría sentido y sería coherente con lo que se ha visto en la saga: Michael Burnham (Sonequa Martin-Green) está desde los inicios moviéndose en el terreno de lo ilegal, lo irresponsable y lo temerario, por lo que no logra ser comandante hasta... ¡la cuarta temporada! El único que confía en ella resulta ser un intruso de un universo paralelo «oscuro» ―un clásico de la saga, sin embargo, tal vez la parte más incoherente―. Su hermano, nada menos que Spock (Ethan Peck), la define con precisión y hasta que él aparece nadie la pone en su sitio ―lo que repetiría el Almirante de la flota en la 3ª temporada― confirmando que su hermana es realmente así, no es que nosotros seamos «malos» por pensarlo. Discovery, continuando con la filosofía del universo Trek, nos hace enfrentarnos a nuestros prejuicios y nos obliga a replantear que incluso la gente que pueda parecernos impertinente en un principio, merece también una oportunidad.

La jerarquía y los roles

Sylvia Tilly (Mary Wiseman)

El concepto de meritocracia en Star Trek ha sido siempre una de sus importantes señas identitarias al desafiar los conceptos establecidos en su época. Sin embargo, su tratamiento era implícito en el propio planteamiento de la serie. Es decir, en raras ocasiones se hacía alusión a ello de manera explícita. De ocurrir, era normalmente cuando entraban en contacto con otra cultura y surgía algún conflicto que nuestros héroes de la Enterprise tenían ya superado. Algo que actualmente, en nuestra cultura, no se ha logrado. Con todo, TOS podría decirse que adolecía, desde este punto de vista, de haber sucumbido a colocar como foco del protagonismo a un varón caucasiano heterosexual como máxima autoridad. De hecho, según se cuenta, la intención inicial era la de colocar a una mujer de capitán, lo que lograron con Star-Trek: Voyager —incluso pusieron en TNG de comandante hasta... ¡un calvo!—. Probablemente, la circunstancia de necesitar adaptarse a los prejuicios de la época era y ha sido un freno. Es decir, nos encontramos ante la paradoja —otra— de intentar ofrecer un producto que rompa con esos prejuicios para ofrecérselos a una necesaria audiencia que está dominada por ellos. Pues bien, exactamente el mismo problema se tiene en nuestros días. Unos prejuicios diferentes, por lo que —y una vez más siguiendo con la misma intención de la serie original— Discovery pretende romper con una parte de ellos también ofreciendo un producto diferente, porque el público y la situación, no son las mismas. Por eso, se ha llegado a ver en la serie a una chica rellenita, la teniente Sylvia Tilly (Mary Wiseman) —¡pelirroja, que escándalo!— al frente de una nave estelar.

Los géneros

Doctor Hugh Culber (Wilson Cruz)

Los roles de género, llamando así a las tendencias, afinidades y roles en las relaciones en las que el sexo biológico es tan solo una de las variables, han sido otro de los asuntos que, dado su relevancia en el funcionamiento social, ha tenido su parte importante de tratamiento en la saga. Pero claro, de aquella Uhura, tan hermosa como absolutamente eficiente en su trabajo, en la que tras una hora de capítulo una mujer de raza negra trabajaba a la misma altura que cualquier otro componente de la tripulación sin que nadie dijera nada, ni a favor ni en contra ya que daba igual su sexo, raza o lo que fuera; a dedicar un capítulo entero varias décadas después para tratar de forma explícita lo mismo, uno se da cuenta de que algo no funciona. Que si gays, que si trans, todo debe de tener su capítulo, su personaje y su trama bien evidente para que se vea clarito que los trekkies son muy guais y tolerantes. Esto no significa que en TOS no hubieran capítulos explícitos hasta casi la parodia, pero no era la norma y parecía tener una mayor justificación en el guión. En Discovery hay un romance gay protagonizado por el teniente científico Paul Stamets (Anthony Rapp) y el médico de a bordo, Dr. Hugh Culber, cuyo interprete Wilson Cruz lo define así:
«no es como si estuviéramos teniendo un episodio especial de dos horas sobre las relaciones homosexuales en el espacio. No es eso. Simplemente están enamorados y resultan ser compañeros de trabajo»

Es decir, que sean pareja no es más que una circunstancia como tantas otras, y las consideraciones sobre la relación en sí quedan embebidas dentro de la trama, como algo absolutamente habitual. Además, por primera vez se introduce una pareja transgénero y «no-binaria» —confieso que era la primera vez que oía hablar de este rol de género, así que en mi caso ya han logrado algo. Eso sí, la pareja que forman sigue siendo binaria, es decir, de dos—. Están interpretados por Blue del Barrio y Ian Alexander cuyos personajes así como los actores en la vida real, usan pronombres neutros. Hay que señalar que no obligan a nadie a usarlos, simplemente piden a las personas de confianza que se dirijan a ellos de esa manera —sin apuntarles con un fáser, lo que es un detalle—.

El problema

Star Trek: Discovery, a pesar de no seguir el mismo patrón que la serie original, emula parte de sus pretensiones de innovación social, pero aplicadas a las circunstancias y público actual. Pero no todo el mundo lo ve de igual manera. El movimiento social que se originó alrededor de una serie de televisión en el año 1966, y que entonces fue un suceso único en la historia, es hoy en día algo habitual. Foros y redes sociales arden en discusiones enfervorizadas, verdaderas luchas tribales entre fanáticos seguidores de una u otra saga cultural. Las corporaciones de entretenimiento se frotan las manos mientras tanto, pero en el caso de Star Trek, esta situación choca por completo con lo que se pretendía: una humanidad que ha dejado atrás los enfrentamientos basados en la emotividad, viscerales, con escasa o nula racionalidad. La serie pretende poner patas arriba las convenciones sociales para que dejemos atrás de una vez por todas algunos prejuicios que todavía se siguen sin superar. Esto es loable, por supuesto, pero incluir en una misma obra todos y cada uno de ellos, afecta a la historia, forzándola a desviarse, por mucho cuidado que se haya hecho intentando que las reivindicaciones sean implícitas. Lo han convertido en su principal objetivo, dejando con poco protagonismo otros aspectos igualmente característicos del universo Trek. A pesar de todo, en Star Trek: Discovery todos los personajes tienen un gran trasfondo y están bien construidos, la tercera temporada es un mensaje de esperanza y optimismo característicos de la filosofía Trek y la cuarta, con Burham de capitán y enfrentándose a un enemigo desconocido capaz de destruir planetas, es lo más parecido a la serie original hasta ahora. Sin duda, es una buena serie, pero tal vez, no sea la serie que todavía seguimos esperando.


Esta entrada fue publicada anteriormente en el blog de Planetas Prohibidos

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¿Qué ha pasado en España desde que Televisión Española estrenara El Ministerio del Tiempo? ¿Qué ha pasado antes, que no hayamos advertido? La nueva serie española de televisión de ciencia-ficción —se hace raro decirlo, o mejor dicho, se hacía—, nos ha dejado a mucha gente ciertamente sorprendidos. Y ha sido así porque está bien hecha.

Los capítulos son algo largos —la duración creo que es cosa de las productoras, por motivos que sólo ellos entienden—, en ocasiones se palpa en los exteriores que el presupuesto es reducido y no se aclaran con el funcionamiento de las puertas. Pero se nota en ambientación y vestuario que han cuidado algunos detalles importantes: por ejemplo, la ropa de las distintas épocas parece de verdad, es decir, castigada por el uso. Si fuera de otra manera  —con la ropa reluciente en plena época medieval, como en la serie Toledo, cruce de destinos (2012)— el resultado no es satisfactorio, siendo uno de esos momentos en los que la famosa frase «se nota que la serie es española» hace su incomoda aparición.

Pero en este caso, los hermanos Pablo —fallecido recientemente— y Javier Olivares han creado un buen guión con muchas posibilidades, en el que no es necesario algo como un D'Lorean como máquina del tiempo —la obra de referencia es Las puertas de Anubis (Tim Powers, 1983)—. De esta manera se ha logrado un ajuste equilibrado entre lo que se puede hacer, y lo que finalmente se hace, denotando que los creadores de Isabel (2012~2014) y Victor Ros (2014~2015), saben muy bien hasta donde pueden llegar.

En definitiva, El Ministerio del Tiempo (MdT) es una serie que cuando la ve el espectador español habitual de series anglosajonas, no le rechinan los dientes en exceso. Se ve con agrado. Se ve con normalidad e incluso, con genuina satisfacción en ocasiones. Pero lo mejor, lo que hace pensar que por fin la ciencia-ficción ha encontrado un camino en España, es lo que queda tras acabar el capítulo correspondiente. Durante el mismo no hay una gran acción, ni trepidantes persecuciones ni un gran despliegue de efectos, sino el pausado desarrollo de una historia, cercana, entretenida y sin renunciar a los recursos clásicos, pero que va generando en nuestro interior nuevas reflexiones. No es una serie trivial ni meramente juvenil. Tiene aspiraciones, sin ser pretenciosa.

El pasado que nos persigue

No es que no se note que, en cierta forma, se imite el estilo anglosajón, que diría que lo hacen. El arte de aprovechar el medio audiovisual para contar historias educativas o que hablen de problemas relevantes —que de otra manera serían aburridas— lo tienen ya muy practicado en Reino Unido o los EEUU —con sus innumerables películas sobre Vietnam, por ejemplo—. Aprender de los mejores es lo que toda persona honrada, humilde, digna e inteligente debe hacer. Hasta Isaac Newton admitió que caminaba «sobre hombros de gigantes».

De esta manera, MdT cumple un papel fundamental como lugar de encuentro común donde purgar nuestros pecados y nuestros errores históricos. Con un espíritu positivo, con un espíritu de construir, para aceptarnos como somos pero con el ánimo de poder cambiarnos en el futuro. Para ello, nada como una ciencia-ficción ligera utilizada como vehículo de forma similar a lo que Doctor Who —pero con otra fórmula completamente distinta— logra en el Reino Unido, reviviendo la memoria colectiva de forma mucho más entretenida y eficaz que aquella rancia, casposa y pretenciosa Memoria de España.

El personaje «español»

Pero a pesar de todo es una serie «nuestra». Es decir, las situaciones, el humor, los personajes, no son una mera transliteración de otros homólogos foráneos. El cambio más importante de la serie respecto a lo que hasta ahora era habitual, son el tipo de personajes. No porque no sean de aquí, sino porque no era costumbre darles voz y protagonismo. En el mundo anglosajón se dieron cuenta hace mucho tiempo que en ocasiones, las soluciones se encuentran precisamente donde nadie había mirado antes. De la mano de personas que quedaban fuera de la «norma» social, muchas veces inadaptados pero no por ello menos capaces en absoluto. De esta manera, piratas, bandoleros, contrabandistas, borrachines, frikis, mutantes, y «gente así», marginal, se han convertido en un arquetipo de protagonista característico de la cultura anglosajona. En la idiosincrasia española lo más cercano era la parodia de Torrente, el brazo corto de la ley. Aparte de esto, este tipo de personaje no existía en nuestra cultura. Hasta ahora.

Los protagonistas de MdT no son inventados. Existen o han existido a lo largo de los siglos, pero han sido cualquier cosa menos los líderes, los famosos o los populares. Al contrario, no los quieren ver ni en pintura. Esta es la razón en la serie por la que son usados como agentes para el MdT, una institución gubernamental que se limita a cumplir su función publica de mantener las cosas como están. Sin más oficio ni beneficio. Pero para el espectador el mensaje es sin embargo que en el fondo, el destino de un país entero está en manos de los que en cada época respectiva son considerados parias: un soldado con honor y leal a sus compañeros, que se enfrenta a la una autoridad carente de legitimidad —Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda)—. Una mujer mucho más inteligente que sus compañeros masculinos, pero que no es considerada como es debido por su condición femenina —Amelia Folch (Aura Garrido)—. Un trabajador especializado válido, eficaz y entregado a su trabajo, pero cuya dedicación no gusta ni a sus propios compañeros, que piensan más en la juerga y el «jurgol» —Julián Martínez (Rodolfo Sancho)—. Los que sólo por ser distintos al resto de los de su época, la sociedad no llega a apreciar sus grandes aptitudes, perdiendo un capital humano que podría ser usado en beneficio de la misma sociedad que les rechaza. En definitiva, el futuro, que ha de construirse a cada instante, sólo puede lograrse con ideas nuevas. De otra manera, se permanece anclado en glorias pasadas, perdidas hace mucho, debido a unos garrafales errores que ya no se pueden reparar. Es el presente, el momento que nos debe preocupar y por el que hay que luchar.

De El Barco a El Ministerio del Tiempo

¿Ha sido repentino este cambio de paradigma en la ciencia-ficción española? Seguramente no. Este ha sido gradual, aunque es su manifestación la que tal vez nos ha pillado a todos algo descolocados. Fuera de la ciencia-ficción, hay varias obras cinematográficas que vistas ahora podían ser algunas de esas señales que avisaban del cambio que poco a poco parece que se está dando, por fin, en la producción audiovisual española: Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014), La Isla Mínima (Alberto Rodríguez, 2014) y Magical Girl (Carlos Vermut, 2014) —tres películas notables todas en el mismo año—. ¿Que tienen estas obras que no tuvieran otras anteriores? No soy critico de cine. Hablo de películas pero como un medio para difundir la ciencia-ficción, que es el tema principal. Lo que puedo decir es que la primera de ellas ha batido todos los records de taquilla —como obra española— y que la valoración de los espectadores es completamente homóloga a la de cualquier otra película, por no decir que mejor en la mayoría de los casos. Algo que no había ocurrido a este nivel anteriormente. Algo similar puede decirse de las otras dos mencionadas, recibiendo aún mejores criticas por parte de sectores especializados en el séptimo arte.

En lo que a ciencia-ficción se refiere, es inevitable mencionar a Autómata (Gabe Ibañez, 2014), producida por Antonio Banderas. A pesar de haber sido peor valorada en España que fuera de ella —uno de los defectos clásicos nuestros que todavía nos queda por superar— ha sido debido en parte a la incomprensión de un público que todavía no acepta a la ciencia-ficción española como un género al mismo nivel que el resto. Un público que la ha comparado erróneamente con Blade Runner al limitarse a lo estético y superficial, el mismo público que piensa que MdT es una mera imitación de Doctor Who por similares motivos. En cualquier caso, que una película española haya sido puesta en comparación con la mismísima obra de Ridley Scott, es ya de por sí, un fenómeno sin precedentes.

En definitiva, me atrevo a afirmar que esta situación en la que tanto por el nivel ofrecido — homologo a la de cualquier otra producción audiovisual internacional— como por sobre todo, por su coincidencia en el tiempo, no había ocurrido anteriormente. Esto puede ser síntoma de un cambio importante que ahora, con esta nueva serie de Televisión Española —en la que se muestra una forma de ver la ciencia-ficción inédita en este país y por el uso que se hace de ella— se hace más patente.

Pero para llegar hasta ahí, para que se puedan producir series propias de ciencia-ficción, se ha debido demostrar con cifras de audiencia de por medio ―o cualquiera que sea el lenguaje que entienden los que tiene la pasta― que la inversión va a servir para algo. El precedente que puede haber encendido la chispa es una serie española que empezó con un planteamiento interesante y con posibilidades, pero que acabó quedándose en una imitación barata de series anglosajonas de alcance masivo como Lost. Para llegar a algo como MdT, puede que haya sido necesario pasar primero por El Barco (2011~2013). La cuestión que cabe preguntarse es, qué vendrá ahora.

El siguiente paso

El riesgo que se corre en estos momentos, emborrachados de éxito como cuando se ganó el mundial de fútbol ―perdón por el ejemplo―, es el conformismo. En el entorno todo lo cercano que pueda considerarse un país europeo como Suecia, han creado la magnífica serie Real Humans (2012~). Para su producción no es necesario ningún presupuesto adicional más que el de cualquier otra tele-serie del montón, pero en este caso, logrando una gran complejidad de guión y profundidad de personajes. No cabe duda que El Ministerio del Tiempo es un caso singular y esperanzador, pero no es ni mucho menos un final del camino ¿que vendrá después? Naturalmente, sólo el tiempo tiene la respuesta.

[Publicado posteriormente en el blog Planetas Prohibidos y en El Sitio de ciencia-ficción]
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Un año antes de la cancelación de la Star Trek Original se estrenó 2001: Una Odisea del Espacio (1968), asombrando a la audiencia con su precisa y espectacular recreación del espacio. Nueve años después, en el polo opuesto de la ciencia-ficción pero compartiendo una magnificencia similar en el apartado visual, se estreno Star Wars (1977). Tras estos hitos cinematográficos, uno se preguntaba cómo hubiera sido aquella Star Trek de mediados de los 60 si hubieran dispuesto de recursos similares para contar su fascinante y emocionante aventura a través de las estrellas. Finalmente, la respuesta vino diez años después con el estreno en la gran pantalla de Star Trek: the motion picture (Robert Wise, 1979)

Con esta película se reunían las generaciones de dos épocas: por un lado, la de la Odisea Espacial, que vio nacer la serie original y asistió a su conversión en fenómeno social. Por otro, con la generación del surgir de la posmodernidad de comienzos de los 80, acostumbrada a pomposas producciones como la mencionada de Star Wars, Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg, 1977) o Superman: la película (Richard Donner, 1978). define así el resultado de la primera versión cinematográfica de Star Trek
La primera, la original, la irrepetible, es también la más imaginativa, audaz y visionaria de la saga

Para este logro se contó con la participación de monstruos de la talla de Isaac Asimov como asesor científico, Douglas TrumbullEncuentros en la tercera fase— y John DykstraStar Wars— para los efectos y a un inconmensurable Jerry Golsdmith que compuso la mejor banda sonora de la franquicia, de las mejores de todo el panorama cinematográfico.


Sin embargo, la película tuvo una fría acogida por parte del público. Ansiosa por imitar el éxito de Star Wars, la Paramount prometió una space opera divertida y llena de acción, pero lo que ofreció fue más 2001: Una Odisea del Espacio. Al publico no le suele gustar que les ofrezcan algo distinto a lo anunciado, salvo que te engatusen muy bien —¿alguien dijo James Cameron?—. Como consecuencia, el rendimiento en taquilla fue aceptable, pero no pasó de un aprobado justo. Lo suficiente para continuar con la franquicia en el cine, pero teniendo que pasar por algunos ajustes.

Uno de ellos fue del guión, que provocó la disputa entre el creador Rodenberry y la productora. Algunos argumentaban que era demasiado humanista y trascendente, sin recordar que Star Trek trataba precisamente de eso. Puede que el error fuera rebajar en exceso el humor, también característico de la serie. No se supo equilibrar la calidad del guión, con el atractivo para el público.

Tal vez lo que ocurría es que una nueva forma de entender el cine y el entretenimiento se estaba gestando. Las franquicias iban a acompañarnos durante mucho tiempo y para ello debían ser rentables. Pero lograr contentar al público exigente, a la vez que convertirlo en un fenómeno de masas, es uno de los retos más complicados a los que el cine se ha enfrentado y que continúa sin resolver completamente.

La Star Trek original fue cancelada por no captar la suficiente audiencia del tipo de público genérico que requería la hora en la que era emitida. La redifusión actual en los EEUU que hace rentables a las series aunque su publico objetivo sea restringido, aún no había llegado. Reunir a numerosos y grandes aficionados, pero circunscritos en sus ámbitos concretos, no es lo que hace rentable a una franquicia. Sí que lo es el convertirla en entretenimiento para el mayor rango transversal posible de espectadores, sin que sea necesario que estos se conviertan en seguidores habituales —esto sería un efecto secundario, pero no necesario—. Por tanto, todo apuntaba que los cambios para la nueva franquicia del universo Trekkie  iban a significar un distanciamiento del original.

Star Trek en el cine

En la gran pantalla, las diferencias respecto al guión de la primera película provocaron que Roddenberry —en principio, más fiel a la idea original— quedara apartado de la franquicia cinematográfica. En su lugar apareció un tal Harve Bennett cuyo lema era:
Cuando uno va a donde ningún Hombre ha ido antes, tiene que construir cosas, por lo que empieza a volverse caro

Todo un «filósofo». Parece que la necesidad de ajustes económicos fue lo que predominó para escoger a Bennett. Este productor tenía experiencia en la televisión y estaba acostumbrado a trabajar con presupuestos reducidos. Por tanto, llegó a Star Trek con el objetivo de gastarse la menor cantidad posible de dinero. El problema de presupuesto no era nuevo, pero lo que en sus inicios se solucionó con creatividad, se arregló posteriormente con experiencia y ahorro. Si se añade a esta situación que la legión de aficionados previamente formada de la serie se conformaba con todo lo que llevara su nombre, se dio forma así a la franquicia que conocemos. En palabras de Ángel Luis Sucasas (ScifiWorld):
su influencia [Bennett] se nota muchísimo en la serie clásica de películas Trek, porque todas tienen ese aire de cutredad y de serie B de la que carecen otros productos que sí parecen superproducciones, como Star Wars

Star Trek en la televisión

Mientras tanto, aunque relegado a la pequeña pantalla, Gene Roddenberry fue el amo y señor de la franquicia. Para renovar la serie, pensó que había que contratar actores completamente distintos, tanto en rol como en apariencia. Para él, era necesario evitar cualquier identificación con la tripulación original. Su idea era crear personajes más homogéneos con la intención de lograr mayores posibilidades dramáticas. Pero el resultado fue un conjunto de actores faltos de carisma, con una carga interpretativa demasiado repartida y monótona. Colocar a un «actor shakesperiano inglés calvo de mediana edad» —el esplendido Patrick Stewart— al frente de la Enterprise, no era mala idea y sí muy acorde con el espíritu trekkie, pero no suficiente como para sostener en él todo el atractivo de la saga.

Los guiones

Roddenberry se había endiosado tanto que retocaba todos los guiones e hizo que su  «biblia» —o la guía que suelen tener los productores— fuera seguida de forma escrupulosa. Su presencia y la obsesión por controlar la «fidelidad» de los contenidos con la idea original, provocó que algunos escritores colaboradores «huyeran», quedando guionistas de series de TV como Falcon Crest (Katharyn Powers) o series animadas (Michael Reaves), destacando tal vez Joseph Stefano (The Outer Limits). Es decir, alejaron a los artistas y se quedaron los profesionales.

¡Vivan los novios!
Lo que había sido uno de los elementos diferenciadores en la serie original por su calidad, innovación y atrevimiento, en Star Trek: la nueva generación (TNG) consistieron en guiones muy convencionales, donde predominaban las relaciones entre los miembros de la tripulación. Con unos roles que en el fondo eran un remedo de la serie original, entre los cuales siempre aparecía uno para ocupar un rol spockiano —el androide Data, homenaje a Asimov y principal aportación de TNG al universo Trek (junto con la Holocubierta y el dispensador de alimentos)—. El resto consistía en una imitación superficial de la critica social y convivencia entre razas, pero lo que en aquel entonces era rompedor, un par de décadas después no pasaba de tópicos didácticos políticamente correctos, que acentuaba el ya de por si aire juvenil de las series de finales del siglo XX.

La estética

Que duda cabe que las camisetas de colores chillones configuran una estética muy definida que, más de cuarenta años después de que aparecieran en las pocas televisiones en color de la época «kistch», resultan excesivas y hasta cierto punto ridículas —sobre todo ahora en la era de la «oscuridad»—. Pero en aquella época, ademas de evidenciar el carácter multidisciplinario de la expedición, la ropa informal, alegre y cómoda, intentaba representar una crítica hacía el exceso formalismo y rigidez de la sociedad —entroncando con los movimientos de protesta de finales de los 60—.

Algo así debieron entender los responsables de la primera adaptación cinematográfica cuando decidieron darle su característica estética futurista, pero sobria y moderada. El motivo no es que la estética imperante de cuando se estrenó fuera así —nada más lejos de la realidad en la época del techno y del punk—, pero siguiendo en cierta manera con la idea de fondo de la Star Trek Original, así es como imaginaban que El Futuro sería, con la Humanidad en su madurez y sin necesidad de autoafirmarse mediante el exceso visual.

Las eternas cuestiones de la humanidad: ¿quienes somos, hacia donde vamos y qué modelito será el siguiente?

Pero por algún motivo, alguien decidió que no. Star Trek no debía ser así, había que ser más hortera. Vinieron las casacas rojas —siendo honestos, no estaban mal del todo— que se notaba que estaban diseñadas para disimular las barrigas incipientes de los ya mayorcitos héroes de la Enterprise. Se acabó de arreglar con TNG donde de los «pijamas» de colores se pasó a los «chándal de diseño» con hombreras en plan «fashion», «informales, pero arreglados».

Esta pretendida «modernización» basada en la superficialidad pone la «guinda» en los navíos espaciales. Lo de cambiar la antena de comunicaciones de la NCC-1701 por un óvalo con colorines, es un despropósito. Al igual que darle a todo un aire más redondeado, en plan «aerodinámico».

La manía en imitar la estética kistch en su momento tenía justificación, pero décadas después resulta anacrónica y tal vez sea la culpable de que cierto sector del público cargado de prejuicios, relacione a Star Trek con el «frikismo» hortera y chillón.

En general, uno tiene la impresión de que toda la franquicia tras el estreno de la película, ha sido una manera de aprovechar el seguimiento incondicional de una legión de espectadores, como una vía en la que todo el que ha podido ha metido cabeza para poder «sentirse realizado»: actores que hacen de directores —Shatner, Nimoy o Frakes—, o productores que son actores —hasta el propio Harve Bennett llegó a intervenir en un episodio—.

Star Trek en la televisión ha disfrutado de un gran éxito. TNG se ha prolongado unas siete temporadas y han surgido un par de spin-offs, también con buen resultado —en términos de la Paramount— como Star Trek: Voyager y Star Trek: Espacio Profundo Nueve —esta última, la más madura, no en vano Ronald D. Moore es uno de sus guionistas—. Además, le han sido otorgados varios premios. Estos datos son difícilmente rebatibles, salvo que algunas veces, las meras y frías cifras no son lo único que importa.

Star Trek y Star Wars comparten entre otros aspectos, que en ambos casos su afición se divide en dos tipos principales: los más veteranos que añoramos el producto original y las «nuevas generaciones»,  acostumbradas a las producciones más modernas. A Rodenberry también le pasó como a George Lucas: tuvo una idea innovadora y deslumbrante que cambió el paradigma y que le encumbró, pero que se convirtió posteriormente en su obsesión, incapaz de llegar a la brillantez inicial.

De intentar volver a ser lo que en su día fue, para convertirse en un mero producto comercial estirado al máximo de sus posibilidades. De las aventuras de una tripulación que en cada capítulo se enfrentaba a un nuevo enigma completamente desconocido, a convertirse en todo lo convencional que puede ser una sit-com espacial futura, con toques de aventura y tramas sentimentales paralelas en las que actores y guionistas podían dar su talla en cuanto a lo profesional, pero aportando poco al significado cultural de la obra.

El lado bueno es que ha sido una manera de mantener el espíritu trekkie a lo largo del tiempo. Una vez agotado el filón de TNG, la Paramount que sabe que la nostalgia es un gran gancho para una parte importante del público, ha decidido retomar la tripulación original. ¿Volverán a explorar nuevos mundos y nuevas civilizaciones, a romper viejos prejuicios, a mostrar nuevos paradigmas?


[NOTA: mi gratitud hacía Elwin de El cubil del Cíclope, gran seguidor de TNG, a quien le debo algunas ideas del artículo] 


Artículo publicado posteriormente en :



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TOS Logo

La década de los sesenta, aquellos años sin computadores personales, sin teléfonos inteligentes y sin sondas explorando Marte. Con unos armatostes en blanco y negro en los que los avances que imaginaba la ciencia-ficción de la época parecían todavía más sorprendentes. En aquellos televisores sin mandos a distancia, sus aficionados pudieron emocionarse con aquella mítica locución inicial del comandante Kirk, que les llevaba al otro confín de la galaxia en busca del conocimiento, explorando la última frontera de la Humanidad.

Star Trek fue concebida como un serial, pero logró transcender su concepción original y convertirse en una obra de culto: por primera vez una serie de televisión tenía como eje fundamental una expedición científica en lugar de militar. Por primera vez, una mujer ocupaba un puesto de oficial en el puente de mando de dicha expedición. Por primera vez, el resto de la tripulación que la acompañaba estaba formada por individuos escogidos por motivos que no tenían nada que ver con su sexo o raza, color, forma o tamaño. Además, fue de las primeras series de televisión en cuyos guiones participaron importantes escritores de ciencia-ficción del momento.

Este contexto en el que surgió Star Trek tenía unas características especiales que no se han vuelto a dar: una convulsa época cargada de cambios sociales y logros tecnológicos cuya sociedad, a pesar de las tensiones políticas entre las grandes potencias, miraba al futuro con optimismo. La serie creada por Gene Roddenberry se vio influida por una época de tecnología incipiente y estética «kistch» que la definió visualmente, pero que a su vez le debe a Star Trek una buena parte de su propia definición como tal y de influencia en las décadas posteriores.

Se dice que Star Trek se inspiró en el concepto de frontera y «lejano oeste» característico de la cultura norteamericana, pero es difícil explicar toda la serie con tan solo esta idea. Es inevitable suponer que para dotarla de suficiente consistencia se recurriese a la literatura de ciencia-ficción de la reciente época dorada. Una de esas obras —cuyo parecido es más que evidente— pudo ser El viaje del Beagle Espacial (Alfred. B. van Vogt, 1950), donde una tripulación multidisciplinar viaja a bordo de una magnífica astronave a través del cosmos, en una misión que durará varios años y con el objeto de avanzar en el conocimiento

En la obra de van Vogt se especula imaginando a la Especie Humana explorando el Cosmos y enfrentándose a los insondables misterios que —supuestamente— esconde. Para ello, se argumenta que será necesario utilizar nuevos paradigmas de conocimiento para comprenderlos. Salvo la ausencia de mujeres en la tripulación del Beagle Espacial —toda obra es hija de su tiempo— ambas obras comparten ese mismo mensaje que en el caso de Star Trek quedaba visualmente evidente clasificando a la tripulación por los colores de sus camisetas, integrando de esta manera a oficiales, ingenieros y científicos como un todo, trabajando en cooperación. De esta manera, todo en la serie tenía su justificación y explicación, por llamativo, exótico o pintoresco que pareciera. De hecho, se trataba  precisamente de romper viejos prejuicios.

La escasez de presupuesto que la siempre reticente Paramount destinaba a la serie, y la precariedad tecnológica que contrastaba con las necesidades de efectos visuales de una serie avanzada a su tiempo, tuvieron como resultado unos escenarios de cartón piedra y escasez de escenas con efectos especiales que hoy en día se ven muy pobres. Sin embargo, su visionado es soportable gracias a los buenos guiones y a la imaginación con la que se supo suplir la falta de recursos.

Teniendo en cuenta que han pasado ya más de cuarenta y cinco años, si se compara el aspecto de la serie con la tendencia estética en la ciencia-ficción del momento —trajes con hombreras sicodélicas y trompetillas en orejas o nariz—, se le puede dar un aprobado con claridad. Incluso el interior de la Enterprise ha sido recreado en series modernas, sin resultar demasiado anacrónico.

El resultado tal vez inesperado de este esfuerzo creativo fue el de la aparición en la pantalla de una serie de artilugios que han perdurado notablemente en el imaginario del género. Destaca especialmente el «teletransportador» —artefacto que algunos lectores hispanos pudieron conocer gracias a Pascual Enguidanos en su «Saga de los Aznar»— usado para evitarse las escenas de aterrizaje y despegue las cuales consumían gran parte del presupuesto. No sólo en la ficción, otros dispositivos que aparecen en la serie se diría que han sido inspiración para sus equivalentes de hoy en día: comunicadores y teléfonos móviles, memorias de almacenamiento y unidades USB, el «tricorder» y dispositivos telemétricos actuales. Incluso se pudo observar a un antecedente —lejano— de los Tablet.

Star Trek representa a la ciencia-ficción clásica optimista de los 60 y 70. Una ciencia-ficción de futuros lejanos, en la que el público debía poner de su parte el sentido de la maravilla. Futuros diferentes a los inmediatos y pesimistas del postmodernismo que vendrían décadas después, cuando los efectos especiales dejan muy poco trabajo para la imaginación.

En definitiva, Star Trek fue una revolución en todos los sentidos. Generó un colectivo de aficionados que no se vería hasta el estreno ocho años después de la cancelación de la serie, con Star Wars. Las franquicias audiovisuales le deben su existencia a este fenómeno. Aunque William Shatner (James T. Kirk en la serie) intentaba convencer a los aficionados de que «sólo era una serie de TV», la verdad es que era mucho más que eso.


La locución inicial cumplía la función de situar al espectador, con una Enterprise surcando el espacio interestelar que en pocas ocasiones se vería luego durante la serie, seguramente debido a limitaciones presupuestarias
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galactica_1978Durante la época en la que surgió Galáctica (Glen A. Larson, 1978), el mundo de la ciencia-ficción y gran parte del cinematográfico, se encontraba experimentando el resultado de toda una revolución cultural. El nombre de este fenómeno se llamaba La Guerra de las Galaxias, o Star Wars (George Lucas, 1977)

Esta revolución cultural modificó sustancialmente los parámetros habituales con los que el género de la ciencia-ficción era entendido por el gran publico, circunstancia que había sido iniciada por la famosa serie de televisión de los años 60, Star Trek (Gene Roddenberry, 1966). Unos efectos especiales innovadores para la época, al servicio de una historia que, a pesar de ser absolutamente clásica (princesas, héroes, imperios del mal, «fuerzas» y monjes caballeros que las manejan, etc.) no había sido importada hasta ese momento a una película de estas características, y que crearon el subgénero de la ciencia-ficción de la space-opera. Además, se logró definitivamente lo que otras producciones no alcanzaron: convertir la ciencia-ficción en un fenómeno de masas, expandir el universo imaginado en la obra hasta límites insospechados, y dar pie a lo que se le vendría a llamar franquicias cinematográficas.

En esta coyuntura y dado el éxito de esta fórmula, no es de extrañar que comenzaran a surgir imitaciones. Tal vez la primera de ellas es de la que trata este artículo.
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