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Stephen Hawkins dando la bienvenida a su fiesta a los viajantes del futuro

Ya se contó en otra ocasión que cada historia sobre viajes en el tiempo se inventa su propia mecánica de funcionamiento, ya que el conocimiento que se dispone sobre este ámbito es limitado. Para adentrarse en esos terrenos desconocidos sin caer en incoherencias llamativas, los autores han de imaginar supuestos partiendo tan solo de su imaginación y de su capacidad de observar fielmente la realidad. Por ello, puede resultar interesante jugar con el concepto, acercarse y observar con detenimiento y minuciosidad, de qué está hecha y el tiempo que transcurre por ella. Pero antes tal vez debamos averiguar algo más sobre él.

¿Existe el tiempo?

Desde la Teoría de la Relatividad el tiempo suele colocarse como una dimensión más al lado de las conocidas tres dimensiones físicas. Sin embargo, mientras que estas pueden ser recorridas en ambos sentidos, no ocurre así con el tiempo. Aunque esto sólo ocurre a nuestro nivel de percepción, ya que a nivel físico, las ecuaciones que definen la naturaleza pueden evolucionar tanto en un sentido como en otro. Es decir, sea lo que sea el tiempo, lo que nuestra mente percibe como tal en un único sentido del pasado al futuro, es una construcción creada por ella misma.
Nuestro trabajo muestra que el tiempo no existe como algo que esté allá afuera corriendo del pasado al futuro, sino que es una propiedad emergente que depende de la habilidad del observador de preservar información de los eventos experimentados
Robert Lanza,
director de Astellas Global Regenerative Medicine de la Universidad de Harvard

La naturaleza se muestra como tal una vez el mundo cuántico gobernado por probabilidades, adopta una forma final al interactuar entre sí siguiendo las leyes de la termodinámica. Nuestra mente y nuestra consciencia forman parte de ese mundo físico que en algún momento emerge, junto con el sentido del tiempo.

La lotería

Volviendo a nuestro mundo tangible y rutinario, exploremos pues cuál es el papel del tiempo. Empecemos por algo «fácil»: un bombo de lotería. Las probabilidades de que salga un número determinado al extraer una de las bolas es una fracción que depende del número de ellas en el bombo, de manera que cuantas más bolas, menos probable es que salga un número que hayamos elegido. La cuestión es: supongamos que en el momento justo después de haber extraído una de las bolas saltamos atrás en el tiempo y aparecemos de nuevo en el bombo de lotería girando y a punto de hacer la misma extracción, en ese mismo instante. Surgen al menos un par de preguntas a esta situación:

¿Volvería a salir el mismo número?

Si las bolas dentro del bombo siguen exactamente los mismos movimientos todo debería repetirse en las mismas condiciones. Aunque a nivel macroscópico las bolas repiten sus movimientos individuales, cada una de las interacciones posee una pequeñísima probabilidad de no ofrecer exactamente la misma trayectoria. En esta escala puede no ser un efecto observable, pero en el caso del clima atmosférico se puede entender mejor. Aun así, la duda de si nuestro mundo se repite siguiendo los mismos caminos trazados presenta una cuestión transcendente: ¿está establecido nuestro futuro?
  1. Si nuestro futuro no está establecido y es una evolución de nuestro presente que se va construyendo a cada instante, al volver atrás en el tiempo estaríamos irremediablemente transportándonos a una nueva realidad donde los sucesos vuelven a generarse en función de una probabilidad determinada ―como la de la lotería―.
  2. Por el contrario, si está establecido, todo se repetiría cual mecanismo de relojería extraordinariamente complicado. En este caso, la existencia del libre albedrio sería, en principio, una ilusión fruto de nuestra incapacidad para ver el tiempo más allá de la simple linealidad secuencial.
El espacio y el tiempo son constructos de nuestros sentidos biológicamente limitados

Ahora bien, esta manera de plantear las cosas de manera dicotómica, aunque es muy propia de nuestra especie, tal vez no sea la mejor de las aproximaciones a la realidad ¿Podría existir otra alternativa más flexible? Al fin y al cabo la mecánica cuántica que gobierna la naturaleza se basa en probabilidades, por lo que podría existir una línea preestablecida más probable que el resto, pero sin constituir un futuro irremediablemente escrito. Podría ser que la mayoría de las veces nuestras voluntades no sean más que automatismos que funcionan bajo reglas establecidas, gobernadas por la química de nuestros cuerpos y sujetas a la inexorable entropía universal. Pero quizás exista una Zona Muerta (Stephen King, 1979), un estrecho, pero posible margen de probabilidades, donde nuestro libre albedrío genere nuevos caminos que desafíen a la predestinación.

Pero no hemos respondido a la pregunta ¿Qué bola saldría? siendo todas las condiciones las mismas y suponiendo a esta escala un funcionamiento mecanicista, saldría la misma bola con una gran probabilidad ya que las condiciones eran las mismas... o casi. Existía una condición que no se daba en la primera iteración, algo que no estaba la primera vez que se ha relatado la extracción de la bola, antes de efectuar el salto atrás en el tiempo: el propio viajante temporal.

¿Dónde estaba el viajante del tiempo o crononauta?

Stephen Hawkins argumentaba que el viaje en el tiempo no era posible ya que, de serlo, estaríamos recibiendo visitantes del futuro. Dejando a un lado la cuestión de que tal vez es así pero no lo sabemos, en el ejemplo expuesto aquí, cuando se extrae por primera vez la bola solo había un «nosotros» contemplando girar el bombo, expectantes a verla salir. Es decir, no se trata —únicamente— si pueden existir o no dos versiones distintas de nosotros, sino que cualquiera que sea la persona que realiza el salto en el tiempo, no estaba allí —¿o sí? — antes de realizarse. Cuando la bola sale del bombo antes del salto, nadie había aparecido venido del futuro. Por tanto ¿Dónde está apareciendo nuestro crononauta? De nuevo surgiría la opción de una nueva realidad que emerge al realizar el salto temporal. Como se puede comprobar, al igual que con la teoría de los viajes Warp, el viaje en el tiempo parece implicar de una manera o de otra, una alteración traumática del propio entramado que conforma nuestra realidad.

Bucles temporales

Por lo visto hasta ahora, un viaje en el tiempo guarda cierto parecido con un bucle: un agente viaja hacia atrás en la «línea» temporal y causa con su irrupción un impacto cuyos efectos perduran en el transcurso de la línea temporal hasta alcanzar su origen. Estas alteraciones están limitadas por la propia naturaleza de nuestro universo y la necesidad de salvaguardar el principio de causa-efecto. Es decir, que no sería posible alterar los acontecimientos en la medida dichas modificaciones puedan impedir la causa que los provoca, lo que resultaría en una paradoja. De esta manera, la llamada línea temporal debería llamarse tal vez con mayor propiedad, línea de causalidad.


Gráfico 01: bucle temporal en el supuesto de creación de nuevas líneas de causa-efecto (Fuente: elaboración propia)

En el gráfico 01, A y B son las líneas de causalidad de dos realidades alternativas. T1 a T6 son los intervalos de tiempo equivalentes —no proporcionales— de ambas líneas temporales en función del punto de ruptura ocasionado por un viaje atrás en el tiempo y la creación de un bucle temporal. En T1, la única línea de causalidad conocida es la A. Si suponemos que al viajar atrás en el tiempo estamos creando una nueva línea de causalidad cuyos acontecimientos dependen de lo que hagamos a partir de ese momento —¿incluso no viajar atrás en el tiempo? — esta sería B. En T2 el crononauta venido del futuro y su yo del pasado, ambos, compartirían la misma línea de causalidad B. En T3 las cosas comienzan a complicarse: el crononauta de A decide volver a su tiempo original, donde le pertenece, y el originario de B, supuestamente una nueva realidad creada, está a punto de realizar el mismo viaje temporal que A llevó a cabo en su línea temporal ¿Se crearía una nueva realidad alternativa C? ¿Podrían convivir los crononautas de A y B indefinidamente si ninguno volviera a saltar en el tiempo? ¿Qué ocurriría con la línea temporal original de A, donde él ya no existiría? Puede que sea preferible asumir por aquello de la navaja de Occam, que no hay creación de nuevas realidades. Sí que podría considerarse que la línea de causalidad pueda verse modificada dentro de un cierto margen que como se comentaba, permita que la relación causa-efecto permanezca.


Gráfico 02: bucle temporal en el supuesto de modificación de una misma línea causa-efecto sin romper la causalidad (Fuente: elaboración propia)

En el gráfico 02, A y B son en esta ocasión dos versiones de la misma realidad que parece haberse visto modificada por el mero hecho de realizar un viaje en el tiempo. En T1 solo existe A, la original en este supuesto. En T2 es el momento crucial donde A ha viajado en el tiempo y aparece venido del futuro desde T5. Volvemos a la pregunta realizada ¿Dónde aparece el crononauta A si en T2 no se tenía constancia de la existencia de B? Si A no se encuentra con su versión B venida del futuro en T2 es porque este encuentro no llega a suceder, lo que no significa que el viaje no se haya realizado. A podría —debería— aparecer como B de manera que A —su yo del pasado— no sea consciente de su aparición (Primer Shane Carruth, 2004—). En el imaginario artefacto usado para realizar el salto temporal, se supone que habrá que establecer algún tipo de coordenada espaciotemporal. La precisión —o más bien la imposibilidad de establecerla hasta cierto punto— de este parámetro puede ser la clave que permita el margen necesario para que el viaje pueda ser realizado a un punto de destino que haga factible seguir una lógica de acontecimientos coherente. B aparecería en un momento y lugar tal que simplemente A, no se apercibirá de su existencia. La realidad y su trasfondo probabilístico gobernado por la mecánica cuántica, se encargaría del resto.

En T3, B podría decidir volver a su futuro. Pero según este postulado, desde que realiza el salto temporal de T5 a T2, su línea de acontecimientos deja de ser el patrón aparentemente estable y fijo al que creemos estar acostumbrados para pasar a ser una corriente o flujo fluctuante de estados superpuestos y sucesos por definir. Lo que se traduce en que una vez deja su línea temporal, esta ha dejado de ser la que era y ya nunca podrá volver a exactamente tal y como la recuerda. Aunque se trataría de la misma realidad física y con continuidad de la causalidad, existirían otras circunstancias posibles con probabilidades similares. Por tanto, al intentar volver al futuro mediante otro salto, podría encontrarse en T6 con esas sutiles diferencias y el mundo que él conocía en T5 habría dejado de existir.

Pero no acaban aquí las peculiaridades. Durante el intervalo en T2, A y B no han de tener un encuentro que contradiga la línea de acontecimientos —salvo que así hubiera sido para A durante el intervalo desde T2 hasta T5—. Es decir, al aparecer B en T2 venido desde T5, se encontrará con su yo desapercibido del pasado realizando todos los pasos que le han llevado hasta allí ¿Podría B encontrarse con A, incluso si no le interfiriera en su desempeño hasta realizar el salto temporal? ¿Qué efectos podría provocar en A y en sus recuerdos conscientes si B, su yo del futuro, logra aparecer abruptamente rompiendo la línea de acontecimientos, aunque no le impidan realizar el salto —lo que ocasionaría una paradoja—?

En este supuesto A y B son el mismo crononauta cuya diferencia consiste en que A es antes del salto temporal y B después. Es, por tanto, una misma consciencia. Sus recuerdos son los que son. De nuevo, surgen dos preguntas:
  1. ¿Puede B alterar la experiencia de A de alguna manera en la que este sea consiente?
  2. De ser así ¿Qué ocurriría con los recuerdos conscientes de B, que ya no serían los mismos? ¿Qué ocurriría con su mente? (Doce monosTery Gillian, 1995—)
De nuevo, la opción más abierta es suponer que existe un margen de posibilidades, estrecho, pero que permitiría alterar los acontecimientos dentro de ciertos límites: una sombra vista de reojo por parte de A viendo a su contrapartida B del futuro, o algún otro detalle del que no era consciente en su momento pero que a la luz de lo que descubre al realizar el salto y observarse a sí mismo, adquiere significado. Es decir, estaba ahí en efecto antes del salto, pero sin tener pleno conocimiento (CronocrimenesNacho Vigalondo, 2007—). Según este experimento mental, parece como si la consciencia humana del crononauta tuviera un papel en el viaje temporal: sólo él sería consciente de los cambios entre las líneas temporales entre cada punto de salto, tanto antes como después y al intentar volver a la que él creía su línea temporal personal original. En cierta forma, es como un ser tridimensional en el mundo de Planilandia (Edwin Abbott, 1884), pero en este caso la temporal. El crononauta tendría acceso consciente a una dimensión del tiempo que el resto ignoraría.

Otra fascinante pregunta que se puede plantear es la siguiente: si cuando A salta atrás en el tiempo de T5 a T2 se «crea» una nueva versión suya B, de manera similar ¿podría esperarse la creación de otra versión suya C al saltar a su futuro, o incluso, a cualquier otro momento? En un salto al pasado sabemos que existe allí una versión nuestra y que antes o después realizará el salto que nos lleva hasta ese instante, pero si saltamos al futuro desde ese pasado, no está nada claro qué versión nuestra vamos a encontrar, si es que encontramos alguna ya que, en todo caso, ese futuro ha de incluir el supuesto de que hemos vuelto a nuestra línea temporal y continuamos desde donde lo dejamos. Es decir, al contrario de un viaje al pasado en el que el crononauta es consciente de lo que ocurre, si se encuentra con una versión C de sí mismo en el futuro, este debería disponer de un conocimiento del que carece el crononauta B, ya que él recordaría un viaje que su yo del pasado todavía no ha recorrido. Tal vez lo más coherente es postular que un viaje a un futuro lejano resultaría en una desaparición de esa línea temporal del propio crononauta, mientras que el resto del universo continuaría su lento transcurrir por el espacio-tiempo a la manera habitual. Parece que el Regreso al Futuro (Robert Zemeckis, 1985) resulta todavía más paradójico.

Pero, si se ha de considerar nuestra línea temporal como algo flexible y modificable, aunque sea dentro de ciertos parámetros ¿Qué ocurre con todo lo que existe cuando dejamos esa línea temporal y alteramos las probabilidades del espacio-tiempo? ¿Cómo afecta a las consciencias que ven desaparecer al crononauta realizar el salto? ¿Cómo experimentarán esos cambios todos aquellos que se han quedado a expensas de sus actos? ¿Qué ocurre con nuestras consciencias?

Tiempo y Mente

La Física lleva desconcertada desde que con el experimento de la doble rendija descubriera que el hecho de observar conscientemente un experimento físico influía en el resultado —para el que acabe de aterrizar, comentar brevemente que en este experimento se da la extraordinaria circunstancia de que el resultado de emitir una pulsación de fotones a través de dos rendijas es diferente en función de si se está o no efectuando la detección de por donde pasa cada fotón, de manera que en un caso se tiene un patrón de interferencia (como onda) y en otro una agrupación aleatoria de los impactos en una placa sensible (como partícula). Esta sería en efecto una de las peculiaridades de la famosa dualidad onda-partícula del mundo subatómico—. Atónita, la Ciencia no ha tenido más remedio que aceptar la posibilidad de que la consciencia —sea lo que sea esto— tenga algún tipo de papel en la configuración de la realidad que nos rodea.

Como ya se comentó anteriormente, la mente es una parte más del mundo físico por lo que la alteración de ambos debido a una modificación de los acontecimientos pasados que afecten al momento presente, no puede descartarse. Hasta ahora se ha estado postulando en este artículo de manera un tanto libre e imaginativa, con un experimento mental en el que una consciencia y su cuerpo físico correspondiente —el ya conocido crononauta— entran en un bucle temporal y como consecuencia, los acontecimientos adquieren un determinismo líquido, en el sentido de que su resultado está sujeto a un fluctuar de probabilidades. El resultado sería un determinismo probabilístico, similar al del mundo cuántico que nuestra mente no percibiría ya que sería transformada junto con el mundo físico del que forma parte (Frequency Gregory Hoblit, 2000—). En cualquier caso, dejando a un lado la mera especulación, existen algunos estudios científicos que añadidos a este experimento mental proporcionan un escenario que es como poco, sorprendente.

Si empezamos por el presente, diversos estudios han encontrado evidencias de que nuestra mente no nos muestra la realidad tal cual, sino que está constantemente aplicando diversos filtros. Por un lado, por economía, para no tener que realizar un esfuerzo innecesario procesando información irrelevante, repetitiva o ya conocida, siempre a criterio de nuestro inconsciente. En este sentido es llamativo el experimento del disfraz de gorila en el que se evidencia que, si nuestra mente no está preparada para percibir algo previsible, no lo hace o le resulta difícil por simple ahorro de recursos. Además de esta sorprendente revelación sobre como nuestra consciencia maneja los acontecimientos que situamos en nuestro presente, otro estudio revela un funcionamiento no menos singular sobre los recuerdos, que normalmente situamos en el pasado. Nuestra mente no los almacena como una grabación en una cinta magnética, sino que accede a la memoria de los eventos pasados mediante una aproximación que incluye una reinterpretación de los mismos, según los conocimientos adquiridos posteriormente —ahora se entiende la gran afición de los humanos a reinterpretar la historia—. En definitiva, la naturaleza de la información almacenada no se corresponde «fotograma a fotograma» con lo ocurrido, más bien sería un archivo comprimido que se reconstruye con información del presente para adecuarse a él. Pero ¿acaso no es este el mismo mecanismo que se postulaba para un bucle temporal que conserve la causalidad?
Cada vez que recordamos algo, reconstruimos los eventos en nuestra mente e incluso los cambiamos para que encajen con cualquier información nueva que pueda haber salido a la luz
Elisabeth Loftus, psicóloga

Hipotéticamente, esa variabilidad de los recuerdos para ajustarse al presente podrían ser un reflejo de los reajustes que la realidad fundamentada en la probabilidad de la mecánica cuántica realiza para mantener la coherencia de la causalidad, de manera que esta preceda al efecto. Puede que lo que nosotros creemos que es la realidad como un transcurrir de sucesos de manera lineal no lo sea tanto y realmente sean flujos dinámicos de eventos probables que no adquieren presencia física hasta que es necesario que lo sea. Por ejemplo, ¿Qué ocurre con un vídeo que es grabado físicamente en un registro magnético o similar? Esos sucesos no podrían ser alterados ni, por tanto, la causa que los genera ¿Refuta pues el postulado? En absoluto, de la misma manera que en el experimento de la doble rendija, simplemente, esos sucesos ya habrían adquirido una forma definitiva por el mero hecho de efectuar un registro de ellos. Resulta fascinante la semblanza con las creencias de algunas tribus que no desean ser grabadas con cámara porque piensan que «les roba el alma».

¿Y qué hay del futuro? Por supuesto, la prospectiva que nuestra mente realiza hacía los acontecimientos venideros no es menos singular. La sorpresa es que cuando pensamos en lo que está por venir, la mente emplea los mismos mecanismos que para acceder a nuestra memoria del pasado, es decir, construye unos Recuerdos del Futuro (Erich von Däniken, 1968) con la información actualmente disponible. De alguna manera, nuestra mente a pesar de todo guarda esa simetría temporal que se comentaba al principio que el mundo tiene a nivel cuántico, pero que, a nivel macroscópico en nuestro día a día, está limitada por el segundo principio de la termodinámica. La cuestión es que, aunque nuestra consciencia forma parte del mundo físico, continúan existiendo esas dos incógnitas: ni se conoce qué es y cómo surge, ni se conoce cuál es ese misterioso tejido que forma nuestro universo en su nivel más básico, por lo que la relación entre ellas es también un intrigante misterio susceptible de ser fuente de fabulosos relatos.
Otro error que cometemos es asumir que imaginar el futuro es un proceso completamente diferente del de cómo pensamos sobre el pasado

Elisabeth Loftus, psicóloga  

El día de la marmota

Otra posibilidad de viaje temporal en la que la consciencia es la protagonista ha sido explorada en algunas obras de ciencia-ficción muy populares (Atrapado en el tiempo Harold Ramis, 1993—) hasta el punto de constituirse como un subgénero, es aquella en la que lo que viaja en el tiempo no es el cuerpo físico de un crononauta, sino únicamente su consciencia. En estos postulados la consciencia de un sujeto viaja a su propio cuerpo, pero en un tiempo anterior repitiéndose el proceso una y otra vez. La consciencia seguiría el patrón supuesto en el gráfico 02, siendo esta A y el cuerpo B, pero con una sorprendente variante: al no existir otra versión física del crononauta, las reglas de causalidad no podrían romperse, hiciera lo que hiciera el individuo en cuestión. El sujeto podría recrear en cada iteración del bucle una nueva realidad, ya que no habría otro cuerpo físico que crease alguna paradoja. Sería una consciencia del futuro que reescribe la línea temporal a su antojo, limitado por supuesto por sus propias posibilidades de interactuar con su entorno. Su consciencia sería la única en conservar los recuerdos de cada futuro de cada una de las iteraciones temporales. Quién sabe si nuestros propios sueños podrían ser origen de déjà vus, como resultado de viajes de nuestra consciencia al futuro y su regreso a nuestro cuerpo anclado en el presente. Un detalle de esta y otras obras similares como Palm Springs (Max Barbakow, 2020) o El mapa de las pequeñas cosas perfectas (Ian Samuels, 2021) es que el punto de retorno es precisamente el de la interrupción de la consciencia durante el sueño. Sin embargo, en Al filo del mañana (Doug Liman, 2014) son un poco más drásticos: el sujeto ha de fallecer para producirse el reinicio del bucle. Otro caso que destaca por su propuesta original es Código Fuente (Duncan Jones, 2011) donde la consciencia de una persona aparece en bucle durante ocho minutos en otra línea temporal... al menos en apariencia.

La ciencia

Aunque todavía hay mucho camino por conocer, la ciencia tiene algo definido sobre la posibilidad del viaje en el tiempo. El primer paso en este sentido fue dado como consecuencia de la Teoría de la Relatividad General del archiconocido Albert Einstein: las curvas cerradas temporales. Según esta teoría, existe una posibilidad de que las curvas temporales similares a las que se ha especulado en estas líneas puedan existir, teniendo como una de las consecuencias que un efecto pueda ser simultáneo con su causa, dicho de otra manera, que un efecto sea su propia causa (Todos ustedes, zombisRobert A. Heinlein, 1959—). Dentro de una curva cerrada temporal, la causalidad solo se mantiene a través de esta singularidad en la que cualquier cosa puede ser su causa. Esto significa que la aparición abrupta de algo nuevo no podría determinarse a partir de los sucesos anteriores, creando a partir de ese momento una línea temporal renovada. En cualquier caso, esta curva cerrada siempre habría existido (El Final de la Cuenta AtrásDon Taylor, 1980—), es decir, en el caso del bombo de lotería, este era realmente un bombo trucado que un viajante del futuro puso en lugar del correcto, proporcionando el resultado adecuado cuyo premio permitió financiar un proyecto para crear una máquina del tiempo y así, viajar al pasado y sustituir el bombo de lotería. Por ejemplo. Por supuesto, el propio Stephen Hawking propuso la conocida conjetura de protección cronológica por la que supuestamente las leyes del universo impedirían un viaje en el tiempo y también, el físico Novikov propuso en sentido favorable el principio de autoconsistencia, que sí permitía los viajes temporales pero establecía límites para mantener la coherencia.

Estudios posteriores coinciden en estas posibilidades. Por ejemplo, los investigadores Ben Tippet y David Tsang han desarrollado el modelo teórico que permitiría construir un bucle temporal, que, si bien sería matemáticamente posible, exige un uso de energías que lo hace inviable... de momento. En cuanto a las paradojas temporales que podría producir, otros dos investigadores, el estudiante Germain Tobar y el doctor Fabio Costa, han hallado en su estudio que la causalidad podría mantenerse gracias a «reajustes» que la propia realidad efectuaría que, si bien alterarían los acontecimientos, no así con la causa que los provoca. 

Exploradores del Tiempo

Puede que lo que escondan en el fondo todas estas historias sobre viajes en el tiempo, sea esa ensoñación que nos produce la posibilidad de volver a aquel momento de nuestras vidas y hacer las cosas de otra manera, reparar nuestros errores, aprovechar aquella oportunidad... o decidle a aquella chica lo que nunca te atreviste. Pero lo que nos acaban mostrando estos relatos es que el pasado es de cristal, si se rompe, ya no se vuelve a unir como antes, con resultados impredecibles. Que lo único que podemos cambiar es a nosotros mismos hablando con nuestro yo anterior. Son nuestras consciencias, en su caminar por la senda del tiempo, las que convierten los futuros posibles por explorar en pasados por recordar. De alguna manera, no solo somos exploradores del universo como Carl Sagan definía a nuestra especie, sino que también lo somos del tiempo, cuyo presente es su resultado. Somos en definitiva, constructores de presentes y soñadores de futuros.

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El Ministerio del Tiempo (Pablo y Javier Olivares, 2015) ha roto ciertos esquemas dentro de la producción cultural popular española. Según los parámetros de las cadenas «generalistas» las cifras de audiencias no son gran cosa, sin embargo, en Internet se ha convertido en un fenómeno inusual en España. Un público significativo al que no le satisfacía la producción propia —debiendo buscar otra de su agrado en proveedores web fuera del país— y que no era tenido en cuenta, se ha encontrado de repente con un panorama distinto. Sin ánimo de profundizar cuales son los factores de por qué pasaba esto y cómo ha ocurrido ahora, parece que ha sido la ilusión y empeño de sus creadores lo que lo ha hecho posible. El resultado es un fenómeno normal en otros países europeos —como Reino Unido y su Doctor Who— que parece que se ha iniciado también en España: una cadena pública mostrando un producto por el cual los personajes históricos son objeto de agitación en la red.

Gracias al uso de la ciencia-ficción como vehículo, esta producción ha logrado que la historia sea tratada con menos visceralidad, pudiéndose debatir sobre ella con mayor normalidad. No sólo en el ámbito de las Humanidades ha despertado una nueva corriente cultural, también ha suscitado artículos cuyo tema principal es el de la propia naturaleza del tiempo. Gracias a esta serie, se ha llevado al terreno de lo popular discusiones de asuntos propios de la física y la cosmología. Lo que tratándose de España, se puede decir que es ciencia-ficción «dura».

El origen de las puertas

Una de las criticas sobre la serie es la de la falta de rigor a la hora de dar explicaciones. En concreto, en determinado momento de la serie se alude a la «magia» de un rabino judío como explicación de la aparición de las puertas. Al parecer, no se tiene en cuenta que el momento de la historia de la que proviene la fuente es el Siglo XV, por lo que difícilmente se podría hablar de otra causa. Ocurre que en algunas ocasiones esta carencia es intencionada, bien por no desviar la atención del espectador o por no dar detalles que puedan ser usados en otro momento de la trama principal de la serie. En este caso, sirve también para que de nuevo, sean los aficionados los que especulen sobre la misma.

En películas como El final de la cuenta atrás (Don Taylor, 1980), Donnie Darko (Richard Kelly, 2001) o la serie española La chica de ayer (Antena 3, 2009) se muestra como el espacio-tiempo produce de forma espontánea rupturas a través de las cuales es posible acceder a otro lugar y/o otro tiempo —la serie española difiere de la original precisamente en este punto—, formando bucles temporales autoconsistentes. Dejando a un lado la posibilidad y probabilidad de que esto pueda suceder —en todo caso, seguro que muy poca— lo más parecido que hay en física que pueda explicar este tipo de portales recibe el nombre de agujero de gusano.

De cualquier manera, esta explicación es insuficiente para este caso ya que las puertas conducen a lugares bajo dominio del gobierno español en algún momento de la historia, por tanto, las puertas deberían haber sido construidas explícitamente. Según la web Cuentos Cuánticos unos seres de al menos cinco dimensiones serían capaces en teoría de acceder a la dimensión temporal y poder construir agujeros de gusano estables, que en la serie representan las puertas del tiempo. Son como unas Stargate de todo a cien ―de alguna manera, el formato de escaramuzas a través de las puertas forma un planteamiento similar a la conocida franquicia―.

El tiempo y las puertas

No hay obra sobre viajes en el tiempo que sea fácil de comprender. La mayoría esconden alguna que otra incoherencia si se las mira con lupa. Tampoco podemos exigir demasiado ya que ni siquiera la ciencia se pone de acuerdo en definir el Tiempo y mucho menos, establecer de forma concreta si es posible viajar por él y cuáles serían las formas de hacerlo. En todo caso, si bien no se puede exigir mucha precisión en cuanto a la física utilizada, sí que se debe esperar coherencia dentro del relato en cuanto a la solución escogida. En el caso que nos ocupa parece que hay algunas lagunas argumentales que resultan desconcertantes, como explican de forma original en el blog El profe de física. Pero lo importante de la cuestión es que inventar una historia sobre viajes en el tiempo, implica necesariamente tener una idea básica de cuál es el modelo temporal que se va a utilizar, al menos desde un punto de vista filosófico.

La principal diferencia y originalidad de la serie es que no se puede viajar al futuro. Como explica el subsecretario del ministerio Salvador Martí (Jaime Blanch) en el primer capítulo, «el tiempo es el que es». Es decir, no hay más tiempo que el construido en el pasado y que continúa construyéndose en el presente. En el blog Ciencias Mixtas dan una explicación más detallada de este modelo llamado universo de bloque creciente. También llamado presentismo, se diferencia del eternalismo —más habitual y aceptado por la comunidad científica— en que en este último existe teóricamente un futuro prescrito. Un futuro que sólo podemos ir conociendo a medida que nuestra mente navega por el flujo temporal, al estar sujetos a nuestras cuatro dimensiones.

Sin embargo, en el presentismo usado en la serie el tiempo se construye progresivamente a medida que transcurre. Se puede ir hacia atrás y volver al presente, pero no podemos acceder al desarrollo futuro. Algo así como un tren que va construyendo su propia vía férrea. Este modelo es el que más se ajusta intuitivamente con lo que nuestra mente observa. Si el universo está expandiéndose espacialmente y tiempo y espacio están inextricablemente unidos, esta expansión lo sería también del tiempo. Podríamos postular por tanto —con las zapatillas de ir por casa— que el tiempo está expandiéndose y que más allá de esta evolución, no es posible acceder de ninguna manera, porque no existe lugar ni tiempo a donde ir.

Los límites

Ambos modelos teóricos no acaban de dar respuesta a algunas incógnitas. Algunos científicos sospechan que no podría viajarse a un momento anterior al de la construcción de un hipotético dispositivo de viaje temporal. En la serie se observa como hay una puerta a través de la cual podemos asistir a la construcción del Acueducto de Segovia ¿cómo es posible si las puertas fueron creadas varios siglos más tarde? Una «explicación» es que las puertas ya existían, creadas por alguna otra inteligencia, y que fueron reveladas al rabino judío posteriormente.

La otra cuestión por resolver es la de si es posible alterar los acontecimientos pasados y en caso de ser así, cómo afectan al futuro —o al presente, según sea el punto de vista del observador—. En la serie no queda clara esta parte. Más bien parece que hubiera una protección cronológica de manera que la línea temporal mantiene su consistencia ¿Tal vez el principal secreto del Ministerio del Tiempo es que es innecesario?

Otro inquietante misterio es donde queda el libre albedrío. Parece que en el presentismo el futuro se va construyendo y una vez más coincide intuitivamente con lo que queremos creer, que somos libres. Pero ¿qué ocurre con el pasado? ¿Son nuestros yo del pasado unas meras marionetas movidas por el destino? ¿Cómo sabemos si somos nosotros una de esas marionetas con un escrito e inmutable futuro que no podemos cambiar? Por calmar algo la angustia de nuestra existencia, tal vez se trate de una cuestión de probabilidades. El destino del universo seguramente es inmutable, pero puede que nuestros propios destinos individuales tengan muchas posibilidades abiertas. Sugiero que en cualquier caso, aprovechemos el tiempo.

[Publicado posteriormente en El Sitio de ciencia-ficción]
[Publicado posteriormente en el blog Planetas Prohibidos]
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¿Qué ha pasado en España desde que Televisión Española estrenara El Ministerio del Tiempo? ¿Qué ha pasado antes, que no hayamos advertido? La nueva serie española de televisión de ciencia-ficción —se hace raro decirlo, o mejor dicho, se hacía—, nos ha dejado a mucha gente ciertamente sorprendidos. Y ha sido así porque está bien hecha.

Los capítulos son algo largos —la duración creo que es cosa de las productoras, por motivos que sólo ellos entienden—, en ocasiones se palpa en los exteriores que el presupuesto es reducido y no se aclaran con el funcionamiento de las puertas. Pero se nota en ambientación y vestuario que han cuidado algunos detalles importantes: por ejemplo, la ropa de las distintas épocas parece de verdad, es decir, castigada por el uso. Si fuera de otra manera  —con la ropa reluciente en plena época medieval, como en la serie Toledo, cruce de destinos (2012)— el resultado no es satisfactorio, siendo uno de esos momentos en los que la famosa frase «se nota que la serie es española» hace su incomoda aparición.

Pero en este caso, los hermanos Pablo —fallecido recientemente— y Javier Olivares han creado un buen guión con muchas posibilidades, en el que no es necesario algo como un D'Lorean como máquina del tiempo —la obra de referencia es Las puertas de Anubis (Tim Powers, 1983)—. De esta manera se ha logrado un ajuste equilibrado entre lo que se puede hacer, y lo que finalmente se hace, denotando que los creadores de Isabel (2012~2014) y Victor Ros (2014~2015), saben muy bien hasta donde pueden llegar.

En definitiva, El Ministerio del Tiempo (MdT) es una serie que cuando la ve el espectador español habitual de series anglosajonas, no le rechinan los dientes en exceso. Se ve con agrado. Se ve con normalidad e incluso, con genuina satisfacción en ocasiones. Pero lo mejor, lo que hace pensar que por fin la ciencia-ficción ha encontrado un camino en España, es lo que queda tras acabar el capítulo correspondiente. Durante el mismo no hay una gran acción, ni trepidantes persecuciones ni un gran despliegue de efectos, sino el pausado desarrollo de una historia, cercana, entretenida y sin renunciar a los recursos clásicos, pero que va generando en nuestro interior nuevas reflexiones. No es una serie trivial ni meramente juvenil. Tiene aspiraciones, sin ser pretenciosa.

El pasado que nos persigue

No es que no se note que, en cierta forma, se imite el estilo anglosajón, que diría que lo hacen. El arte de aprovechar el medio audiovisual para contar historias educativas o que hablen de problemas relevantes —que de otra manera serían aburridas— lo tienen ya muy practicado en Reino Unido o los EEUU —con sus innumerables películas sobre Vietnam, por ejemplo—. Aprender de los mejores es lo que toda persona honrada, humilde, digna e inteligente debe hacer. Hasta Isaac Newton admitió que caminaba «sobre hombros de gigantes».

De esta manera, MdT cumple un papel fundamental como lugar de encuentro común donde purgar nuestros pecados y nuestros errores históricos. Con un espíritu positivo, con un espíritu de construir, para aceptarnos como somos pero con el ánimo de poder cambiarnos en el futuro. Para ello, nada como una ciencia-ficción ligera utilizada como vehículo de forma similar a lo que Doctor Who —pero con otra fórmula completamente distinta— logra en el Reino Unido, reviviendo la memoria colectiva de forma mucho más entretenida y eficaz que aquella rancia, casposa y pretenciosa Memoria de España.

El personaje «español»

Pero a pesar de todo es una serie «nuestra». Es decir, las situaciones, el humor, los personajes, no son una mera transliteración de otros homólogos foráneos. El cambio más importante de la serie respecto a lo que hasta ahora era habitual, son el tipo de personajes. No porque no sean de aquí, sino porque no era costumbre darles voz y protagonismo. En el mundo anglosajón se dieron cuenta hace mucho tiempo que en ocasiones, las soluciones se encuentran precisamente donde nadie había mirado antes. De la mano de personas que quedaban fuera de la «norma» social, muchas veces inadaptados pero no por ello menos capaces en absoluto. De esta manera, piratas, bandoleros, contrabandistas, borrachines, frikis, mutantes, y «gente así», marginal, se han convertido en un arquetipo de protagonista característico de la cultura anglosajona. En la idiosincrasia española lo más cercano era la parodia de Torrente, el brazo corto de la ley. Aparte de esto, este tipo de personaje no existía en nuestra cultura. Hasta ahora.

Los protagonistas de MdT no son inventados. Existen o han existido a lo largo de los siglos, pero han sido cualquier cosa menos los líderes, los famosos o los populares. Al contrario, no los quieren ver ni en pintura. Esta es la razón en la serie por la que son usados como agentes para el MdT, una institución gubernamental que se limita a cumplir su función publica de mantener las cosas como están. Sin más oficio ni beneficio. Pero para el espectador el mensaje es sin embargo que en el fondo, el destino de un país entero está en manos de los que en cada época respectiva son considerados parias: un soldado con honor y leal a sus compañeros, que se enfrenta a la una autoridad carente de legitimidad —Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda)—. Una mujer mucho más inteligente que sus compañeros masculinos, pero que no es considerada como es debido por su condición femenina —Amelia Folch (Aura Garrido)—. Un trabajador especializado válido, eficaz y entregado a su trabajo, pero cuya dedicación no gusta ni a sus propios compañeros, que piensan más en la juerga y el «jurgol» —Julián Martínez (Rodolfo Sancho)—. Los que sólo por ser distintos al resto de los de su época, la sociedad no llega a apreciar sus grandes aptitudes, perdiendo un capital humano que podría ser usado en beneficio de la misma sociedad que les rechaza. En definitiva, el futuro, que ha de construirse a cada instante, sólo puede lograrse con ideas nuevas. De otra manera, se permanece anclado en glorias pasadas, perdidas hace mucho, debido a unos garrafales errores que ya no se pueden reparar. Es el presente, el momento que nos debe preocupar y por el que hay que luchar.

De El Barco a El Ministerio del Tiempo

¿Ha sido repentino este cambio de paradigma en la ciencia-ficción española? Seguramente no. Este ha sido gradual, aunque es su manifestación la que tal vez nos ha pillado a todos algo descolocados. Fuera de la ciencia-ficción, hay varias obras cinematográficas que vistas ahora podían ser algunas de esas señales que avisaban del cambio que poco a poco parece que se está dando, por fin, en la producción audiovisual española: Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014), La Isla Mínima (Alberto Rodríguez, 2014) y Magical Girl (Carlos Vermut, 2014) —tres películas notables todas en el mismo año—. ¿Que tienen estas obras que no tuvieran otras anteriores? No soy critico de cine. Hablo de películas pero como un medio para difundir la ciencia-ficción, que es el tema principal. Lo que puedo decir es que la primera de ellas ha batido todos los records de taquilla —como obra española— y que la valoración de los espectadores es completamente homóloga a la de cualquier otra película, por no decir que mejor en la mayoría de los casos. Algo que no había ocurrido a este nivel anteriormente. Algo similar puede decirse de las otras dos mencionadas, recibiendo aún mejores criticas por parte de sectores especializados en el séptimo arte.

En lo que a ciencia-ficción se refiere, es inevitable mencionar a Autómata (Gabe Ibañez, 2014), producida por Antonio Banderas. A pesar de haber sido peor valorada en España que fuera de ella —uno de los defectos clásicos nuestros que todavía nos queda por superar— ha sido debido en parte a la incomprensión de un público que todavía no acepta a la ciencia-ficción española como un género al mismo nivel que el resto. Un público que la ha comparado erróneamente con Blade Runner al limitarse a lo estético y superficial, el mismo público que piensa que MdT es una mera imitación de Doctor Who por similares motivos. En cualquier caso, que una película española haya sido puesta en comparación con la mismísima obra de Ridley Scott, es ya de por sí, un fenómeno sin precedentes.

En definitiva, me atrevo a afirmar que esta situación en la que tanto por el nivel ofrecido — homologo a la de cualquier otra producción audiovisual internacional— como por sobre todo, por su coincidencia en el tiempo, no había ocurrido anteriormente. Esto puede ser síntoma de un cambio importante que ahora, con esta nueva serie de Televisión Española —en la que se muestra una forma de ver la ciencia-ficción inédita en este país y por el uso que se hace de ella— se hace más patente.

Pero para llegar hasta ahí, para que se puedan producir series propias de ciencia-ficción, se ha debido demostrar con cifras de audiencia de por medio ―o cualquiera que sea el lenguaje que entienden los que tiene la pasta― que la inversión va a servir para algo. El precedente que puede haber encendido la chispa es una serie española que empezó con un planteamiento interesante y con posibilidades, pero que acabó quedándose en una imitación barata de series anglosajonas de alcance masivo como Lost. Para llegar a algo como MdT, puede que haya sido necesario pasar primero por El Barco (2011~2013). La cuestión que cabe preguntarse es, qué vendrá ahora.

El siguiente paso

El riesgo que se corre en estos momentos, emborrachados de éxito como cuando se ganó el mundial de fútbol ―perdón por el ejemplo―, es el conformismo. En el entorno todo lo cercano que pueda considerarse un país europeo como Suecia, han creado la magnífica serie Real Humans (2012~). Para su producción no es necesario ningún presupuesto adicional más que el de cualquier otra tele-serie del montón, pero en este caso, logrando una gran complejidad de guión y profundidad de personajes. No cabe duda que El Ministerio del Tiempo es un caso singular y esperanzador, pero no es ni mucho menos un final del camino ¿que vendrá después? Naturalmente, sólo el tiempo tiene la respuesta.

[Publicado posteriormente en el blog Planetas Prohibidos y en El Sitio de ciencia-ficción]
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Naturalmente que nos referimos a la famosa novela de I. Asimov, la cual será adaptada próximamente si todo va como se espera, a la gran pantalla.

El director escocés Kevin MacdonaldNo es este el primer intento de llevar adelante este proyecto. Fue la Paramount la primera productora interesada, contando en principio con Ridley Scott (Alien, el octavo pasajero, Blade Runner) y Tom Cruise (Minority Report). En esta ocasión es New Regency la que ha llegado a un acuerdo con el director de origen escocés Kevin Macdonald, para llevar a cabo el proyecto.

La primera impresión con la elección de este director es algo desconcertante dada su escasa experiencia con la Ciencia-Ficción, siendo su último trabajo La sombra del poder(2009), pero supongo que algún día hay que empezar. De momento no hay noticias de qué actores encarnaran las aventuras del agente Andrew Harlan, Noys Lambent y compañía. Para estar al corriente de los últimos cambios y del resto de personas que intervienen (e intervendrán) en el proyecto, se puede visitar The Movie Insider.

Para los que no conocen aún esta obra, decirles que El Fin de la Eternidad (Asimov, 1955) es una Time Opera que trata el tema de los viajes en el tiempo de forma muy singular en comparación a lo que otras las productoras nos tienen acostumbrados en el mundo del cine, con la coherencia habitual en el preciso y riguroso estilo de Isaac Asimov, desafiando al mismísimo Stephen Hawkins y su conjetura de protección cronológica, con la solución empleada en esta obra para resolver el problema de las paradojas temporales, y como no, originando un interesante debate sobre el libre albedrío.

Logotipo de la productora «New Regency»Esperemos que el encargado de adaptar el guión todavía por conocer, sepa recoger estos matices y presentarlos a los espectadores haciendo honor a la obra en la que se basa, cosa complicada después de ver Yo Robot (Alex Proyas, 2004), que si bien el producto final no es desmerecedor del todo, las patadas que le dan a la obra del buen doctor son notables.

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¿Qué me llevo para un viaje en el tiempo?
El viaje en el tiempo constituye una materia científica de estudio para la que no se han encontrado todavía explicaciones satisfactorias. Es probable que sea este el motivo por el cual, el tiempo y el inescrutable misterio y fascinación que encierra la posibilidad de volver a otras épocas, es utilizado en el género de la ciencia-ficción con bastante asiduidad, llegando a constituir todo un subgénero como la Time Opera

Especular con la posibilidad de viajar al pasado genera todo un abanico de posibilidades no cubiertas por la ciencia. Por este motivo es posible crear historias sin caer ―en principio― en graves errores científicos, ya que no se tiene certeza en este ámbito cultural, de lo que realmente ocurriría en caso de que fuera posible regresar al pasado, y se llevara a cabo tal hazaña.

En las obras de este género, las concesiones científicas que nuestros queridos escritores han de utilizar para mantener la coherencia ―además naturalmente de la propia que toda obra literaria ha de tener― y tratar de esquivar las limitaciones impuestas por lo que la ciencia conoce hasta ahora, están relacionadas principalmente con dos aspectos:

La flecha del tiempo 

Con esta expresión se pretende realzar el teórico carácter de irreversibilidad del tiempo, con la idea de que la «flecha», solo puede viajar en una dirección. El principio básico en el que se basan algunos científicos y divulgadores como Paul Davies, Stephen Hawking o Roger Penrose para explicar la posibilidad de que esto sea así es el de la Termodinámica, en concreto, su Segunda Ley:
La cantidad de entropía de cualquier sistema aislado termodinámicamente tiende a incrementarse con el tiempo, hasta alcanzar un valor máximo

Receación gráfica de una supuesta forma de atraversar el «espacio-tiempo» Según este principio físico, la entropía o nivel de desorganización en un sistema dado solo puede aumentar, salvo acción externa. Por este motivo a priori, si se considera el sistema formado por el universo mismo, sólo puede aumentar, ya que el esperar una acción «externa» al mismo entraña el considerar otros problemas no resueltos como agujeros negros y otro tipo de fenómenos. Aunque afortunadamente, estos si pueden ser útiles para nuestro propósito: justificar una violación de la física en una obra de ciencia-ficción.

Un «condensador de fluzo», conocido por su aparición en la trilogía de «Regreso al Futuro» Si la entropía a nivel universal sólo puede ir en una dirección, entonces dicha situación marca un antes y después ―nunca mejor dicho― en todo escenario dado, con lo que para un viaje en el tiempo hacía otra época ―anterior― en nuestro universo, sería necesario que la entropía disminuyese, en todo el mismo. Tal vez sea por esto por lo que los viajes realizados fuera del universo cruzando agujeros de gusano o a través del hiperespacio, son algunos de los recursos empleados por los autores para salvar el «engorroso y molesto» detalle de las leyes de la física y poder continuar con los relatos, utilizándose para ello todo tipo de artefactos, desde naves espaciales, máquinas del tiempo, hasta el maravilloso y genial condensador de fluzo (Regreso al Futuro, 1985).

Un caso especial sería la Puerta Estelar (Stargate, 1994), de la franquicia cinematográfica y televisiva con el mismo nombre. En esta serie, es utilizada para realizar viajes instantáneos en el espacio, pero en muy pocas ocasiones se ha utilizado para hacerlo a través del tiempo. Ya puestos, nada les habría impedido considerar más a menudo esta posibilidad, al fin y al cabo tan solo es una dimensión más. Claro que el aumento tremendo de complejidad del guión hubiera sido un grave escollo dado el nivel de «profundidad» que los guionistas de esta serie decidieron darle. Y la cosa no está como para ir jugando.

Una «Stargate» particular, compuesta por piezas de «Lego»

Paradojas temporales

El otro problema al que hay que enfrentarse en las obras de nuestro género preferido, y que al mismo tiempo sirve de fuente para no pocos guiones y argumentos literarios, es el de la Paradoja del viaje en el tiempo en la Ciencia-Ficción.

¿Que ocurre si viajas atrás en el tiempo y matas a tu abuelo? esta es la pregunta planteada en la citada paradoja. Dejando aparte la cuestión de que seguramente si cualquiera de nosotros pudiera ir atrás en el tiempo tendría cosas mucho más interesantes para hacer que semejante cometido, lo cierto es que el que una entidad como es en este caso una persona, aparezca de pronto en un escenario rompiendo la línea temporal normal por el mero e inevitable hecho de interactuar con su entorno, parece claro que ha de provocar unas alteraciones cuyo alcance es difícilmente evaluable, pero que intuitivamente se deduce que cuanto más atrás en el tiempo serán mayores al existir un mayor número de sucesos posteriores que dependen de ese momento dado (El Sonido del Trueno, 2005). Además, si estas alteraciones afectan a la causa que las origina, es cuando se producen las paradojas o los conocidos bucles espacio-temporales. Algo así como la Pantera Rosa absorbiéndose a si misma y al aspirador con el que lo hace.

Sin ir más lejos, si en lugar de su abuelo es su bisabuelo el objeto del homicidio, no solo resultaría igualmente afectado al provocar la paradoja, también lo sería su abuelo el cuál ya no podría ser objeto de su criminalidad, y toda la línea genealógica se vería afectada. Las consecuencias o efectos de la paradoja son los que marcan las diferencias en cuanto a la solución empleada para permitirla. Estas se basan en que si el universo en la línea temporal del causante de las alteraciones no puede ser el mismo debido a que estas le afectan hasta el punto de no poder realizarlas, o bien se crea una nueva línea temporal, o bien la acción transcurre en un universo paralelo, o realmente lo que se está gestando es un futuro distinto ―al viajar al pasado, modificas tu propio futuro (Regreso al Futuro II, 1989)―. En algunos casos se recurre a la imposibilidad de viajar físicamente al pasado, de forma que los crononautas aparecen en forma de espectros incapaces de interactuar con su entorno e invisibles a los ojos de los habitantes del pasado.

Otra opción, que salva la opinión de algunos investigadores como el ya citado Stephen Hawkins que piensa que el viaje en el tiempo no es posible debido a estas paradojas, es considerar que estas no pueden suceder. De alguna forma, las leyes físicas o de la naturaleza, modifican las condiciones para que no se creen sucesos imposibles o que invaliden la causa que las origina. Esta opción llamada en la Wikipedia Conjetura de protección cronológica o de la autoconsistencia, es la utilizada en El Fin de la Eternidad (Isaac Asimov, 1955), en donde el protagonista vive una situación en la que presencia como podría haberse dado la paradoja pero... bueno, mejor es que ustedes mismos lo comprueben leyendo la obra.


Artículo publicado posteriormente en :
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Una de las primeras cosas que habrá que aclarar es precisamente que demonios es la Ciencia-Ficción. Por lo menos, a qué nos referimos cuando en este blog se hace mención a ella. En todo caso, será necesario distinguir entre algunas obras, ya que como veremos en algunos casos, la Ciencia-Ficción no es más que un pretexto para hacer ... otra cosa.

Este género tiene como principal característica, que su argumento principal gira alrededor de algún supuesto científico, normalmente ficticio. En la medida en la que se aleje de esta definición, empieza a entrar en algún subgénero de la Ciencia-Ficción, en algún otro género literario, o en ambas cosas. Por ejemplo, La Guerra de Las Galaxias (George Lucas, 1977), considerada dentro de la Space Opera, también puede pertenecer al género de aventuras (se le ha llegado a llamar «Western Galáctico»). En realidad, La Guerra de Las Galaxias, difícilmente se puede considerar más que de refilón, Ciencia-Ficción.

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En estos subgéneros, existen en ocasiones algunas incoherencias, que pueden ser de diversos tipos: por regla general, las propias de tipo científico y las de tipo literario. Desde un punto de vista literario, no debe tener ninguna. Desde el punto de vista científico debe tenerlas dentro de unos límites, como veremos.

Este es uno de los aspectos menos comprendidos por el público en general, el cuál, espoleado por algunas obras sobre todo series de TV, acaban confundiendo con el género de Fantasía, que no tiene nada que ver. En este género, el autor da rienda suelta a su imaginación, sin poner ningún límite, más que el de la estética que desee darle a su obra. Por ejemplo, en El Señor de Los Anillos (J. R. R. Tolkien, 1954), vemos que cuando los protagonistas se encuentran casi sin posibilidades y perdidos dentro de un bosque, los árboles de este se convierten de repente en unos perfectos aliados, pudiendo así continuar el relato. Sin pensárselo dos veces.

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Como en cualquier obra, el argumento debe ser coherente y estar bien estructurado. En el caso de la Ciencia-Ficción, esto se hace más difícil ya que según el supuesto científico en cuestión, se ha de tener algunos conocimientos sobre el tema. Es por esto que muchos escritores de este género son científicos o profesores de universidad en alguna especialidad científica.

Esto también representa un handicap. El de la calidad literaria. Uno de los tópicos habituales para menospreciar la Ciencia-Ficción es el de atribuir poca calidad al no ser «auténticos» escritores, los autores habituales de estas obras. Esto es un prejuicio, ya que la calidad literaria puede llegar a ser la misma, independientemente de la profesión del que la escribe.

En resumen, en una obra de Ciencia-Ficción pueden existir incoherencias, siempre y cuando no excedan cierto límite. Al existir un supuesto científico, el universo de alrededor no puede ser el mismo y se ha de recrear. La habilidad del autor en este campo, es lo que define la calidad de una obra de Ciencia-Ficción como tal. A estas incoherencias «permisibles» se las llama concesiones científicas. Como el avezado lector habrá deducido, el supuesto científico alrededor del cual gira el argumento de la obra, es también una concesión científica.

En El Fin De La Eternidad (Isaac Asimov, 1955), el argumento principal, así como el título, giran completamente alrededor del viaje en el tiempo, es decir, el supuesto científico de ficción. Es por lo tanto una novela plena de Ciencia-Ficción, y además como buena time opera, de aventuras y romanticismo.


Artículo publicado posteriormente en el blog Planetas Prohibidos el 22 de octubre de 2010
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El-fin-de-la-eternidad-BOLSILLO_libro_image_big El fin de la Eternidad es para mi una estupenda novela de I. Asimov. Es original en su desarrollo y conclusiones, así como en las concesiones científicas que toda buena obra de Ciencia-Ficción debe tener, estudiadas y coherentes, aún siendo ficticias. El bueno de Asimov era un experto en esto. Esta novela podría encuadrarse dentro del subgénero de la Ciencia-Ficción llamado: Time Opera. Recibe este nombre porque, al igual que la Space Opera es una obra de aventuras en el espacio, estas lo son en una trama de viajes en el tiempo.

Estas obras de la ciencia-ficción suelen estar plagadas de paradojas y sucesos de difícil explicación, que en el caso de El fin de la Eternidad quedan más que aceptablemente explicados. Es por esto principalmente, por lo que dedico esta bitácora como un sencillo homenaje a esta novela, y aprovecho para dar mi visión de la Ciencia-Ficción, la cual en España, está completamente menospreciada e incomprendida.

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Las novelas de Asimov no han sido propicias por su complejidad para adaptaciones al cine o televisión. La última de Yo Robot (Alex Proyas, 2004) si bien aceptable, traicionaba el autentico espíritu de las fábulas robóticas de nuestro querido autor egocéntrico preferido.


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