Más allá de la materia
Si es posible definir completamente un objeto incluyendo todas las partículas que lo forman y su posición en el espacio, se puede postular con la posibilidad de convertir cualquier objeto físico en un patrón de información equivalente que puede ser contenido en diversos soportes o transmitido a distancia como cualquier otra información. Igualmente, con la tecnología adecuada podría ser factible restituir dicha información a su estado físico original. Este concepto ya ha sido usado en algunas obras de ciencia-ficción, donde tal vez pueda ilustrarse mejor.
Replicador
De manera similar a la impresión 3D de hoy en día, partiendo del adecuado patrón de información almacenado en un soporte informático junto con la posible —aunque extraordinariamente costosa— capacidad de convertir la energía en su equivalente en materia, no habría motivo que impidiese lograr tal hazaña. Aunque la saga Star Trek es la principal obra que ha hecho uso del concepto, en las tiras diarias del Flash Gordon de Dan Barry representan un dispositivo al que denominan cornucopiak, el cual puede convertir tanto en un sentido como en otro, la energía en cualquier tipo de objeto. En cualquiera de los casos, no satisfechos por completo con ello, se propusieron continuar a lo grande.
Entornos «reales»
Asistentes
El teletransporte
Uno de los iconos tecnológicos más reconocibles y de los que poco se puede añadir, es el conocido «teletransporte» de Star Trek. Aunque es sin lugar a dudas la obra que más lo ha popularizado, lo cierto es que el concepto genérico de transmitir materia de una manera similar a como se hace con el sonido sobre ondas de radio fue imaginado con anterioridad en varias obras de ciencia-ficción. Una de ellas es la creada por Pascual Enguídanos en La Saga de los Aznar (1953), donde se hace uso del karendon, un dispositivo ficticio que puede realizar lo comentado, llevado por el autor a unas posibilidades apenas limitadas por su gran imaginación y por las fronteras que caracterizan a una buena obra de ciencia-ficción. Así mismo, en las tiras de cómic de Flash Gordon de Dan Barry (1951) hacían uso de un «transmisor de materia», que como su nombre evidencia venía a ser lo mismo.
Muchas son las posibilidades que uno se puede imaginar si se pudiera mover la energía y la materia de un punto a otro materializando lo que hiciera falta. Un ejemplo más que se puede añadir se encuentra de nuevo en Star Trek: Aquel país desconocido (Nicholas Meyer, 1991), con un sencillo pero potente e ingenioso recolector de muestras. El dispositivo enfoca un punto y teletransporta una pequeña cantidad de la materia existente allí para guardarla y ser analizada.
Muchas son las posibilidades que uno se puede imaginar si se pudiera mover la energía y la materia de un punto a otro materializando lo que hiciera falta. Un ejemplo más que se puede añadir se encuentra de nuevo en Star Trek: Aquel país desconocido (Nicholas Meyer, 1991), con un sencillo pero potente e ingenioso recolector de muestras. El dispositivo enfoca un punto y teletransporta una pequeña cantidad de la materia existente allí para guardarla y ser analizada.
La cuestión es que si bien este recurso en su momento no fuera tal vez más que la típica solución imaginativa para resolver una complicación en la trama —o una carencia de presupuesto—, el potencial que albergaba junto con el paso del tiempo, han acabado dando como fruto todo un universo de posibilidades. Postulados que son hoy ficticios, pero muestran que en definitiva, si la humanidad lograra semejante control sobre la energía tendría bajo su mano un poder asombroso. Falta que la aprenda a manejar adecuadamente sin destruirse a sí misma.
La cabina del suicidio
Hasta ahora se ha hablado de conceptos como la materia, la información o la energía, cuya dimensión es mensurable, localizada y restringida a ubicaciones conocidas. Pero existe un lugar que todavía se resiste hoy en día a ser tratado de esa manera: la consciencia. ¿Qué ocurriría con ella si es un ser humano el que se somete al teletransporte? Por la ciencia-ficción en la que me había educado en los lejanos años setenta las desintegraciones las catalogaba con la etiqueta de «malo». Por eso, recuerdo con cierto pánico cuando los tripulantes de la Enterprise en la Star Trek original, se colocaban en la plataforma y se desintegraban poco a poco con la intención de teletransportarse a otro lugar. Aunque parecían no sufrir ningún dolor en absoluto, me resultaba retorcido observar cómo se entregaban a una descomposición molécula a molécula de sus cuerpos mientras sus rostros no mostraban la más mínima preocupación. Aquella absoluta confianza en la ciencia y la tecnología mostrada en la serie, dominadas y al servicio de la humanidad, hizo estallar algo en mi cabeza de lo que no me he recuperado aún. Pero la cuestión clave aquí es si descomponer y volver a componer molécula a molécula nuestro cuerpo tiene efecto alguno sobre nuestra consciencia, sobre lo que nos define nuestro ser. Es decir, lo que durante cientos de años se le ha llamado «alma».
En teoría, aunque no se sabe a «ciencia cierta» dónde reside nuestra consciencia, es bastante razonable suponer —por aquello de la navaja de Occam— que reside o bien en alguna parte de nuestro cuerpo o de manera distribuida en él. En cualquier caso, una copia «exacta» del mismo debería suponer la aparición de nuestra consciencia y sus recuerdos, tal y como estaban en el cuerpo original. Aquí surgen en principio varias importantes cuestiones:
La Paradoja de Teseo
Cuenta la leyenda que Teseo, el héroe griego, tuvo que cambiar todas las piezas de su barco durante una travesía. Los filósofos de la época se preguntaban si era al volver el mismo barco con el que había zarpado. Este es uno de los problemas filosóficos más famosos que se han planteado y todo apunta a lo que unos siglos más tarde dijo Carl Sagan, que el ser humano es algo más que un conjunto de moléculas. Es decir, una vez se construye algo con un significado y una función, es esta la que perdura más allá de sus piezas iniciales. Otra manera de decirlo sería que el conjunto es algo más que la suma de sus partes. En definitiva, lo que nos define como personas no son nuestras moléculas, sino la relación entre ellas, cómo están dispuestas, interactúan y dependen unas de otras. Sin ir más lejos, nuestros cuerpos, al igual que el barco de Teseo, han cambiado todas sus moléculas varias veces durante la travesía de nuestra existencia.
Las almas no se clonan
Otra peliaguda cuestión que surge de la hipótesis de reconstruir «copias» de nuestro ser es, qué es lo que ocurre con el original. Es decir ¿podría existir otra versión de nosotros? Ya sabemos que el cuerpo se puede clonar, pero ¿puede clonarse nuestra consciencia, nuestros recuerdos, nuestro ser? Afortunadamente la ciencia ―sí, la ciencia― viene en nuestra ayuda y nos marca el camino.
La mecánica cuántica tiene algunas sorprendentes características y una de ellas es el llamado entrelazamiento cuántico. Según esta propiedad, dos partículas entrelazadas intercambian información sobre su estado, de manera que el cambio en una de ellas afecta a la partícula asociada. Algo que los creadores de Star Trek no tuvieron en cuenta pero a pesar de ello acertaron, fue una tecnología desarrollada décadas después llamada precisamente, teleportación cuántica. Esta tecnología permite transmitir el estado cuántico entre dos partículas, situadas en sendos puntos alejados entre los cuales se haya establecido un canal de comunicación ―físico, óptico, etc.―. Es decir, se pueden obtener copias de partículas que han sido entrelazadas, con la particularidad que hay una cosa llamada teorema de la no clonación que impide que dichas partículas tengan el mismo estado, de manera que al hacer la copia el de la original se destruye. Así que sin saberlo, los creadores de Star Trek acertaron de lleno.
Moldeando la materia
El teletransporte usado en las obras de ciencia-ficción definido en estas líneas comparte con el igualmente ficticio replicador la fase de reconstrucción del objeto partiendo de la información correspondiente sobre su constitución. La diferencia nada trivial es el vínculo entre el original y el replicado en destino, que como se ha indicado, podría relacionarse con el concepto real usado en física cuántica del entrelazamiento y que implica la destrucción del original e impide la creación de copias de seres conscientes. Sin embargo, en las publicaciones sobre el concepto científico de la teleportación cuántica ―verificado ya actualmente en la práctica― suelen advertir que no se trata de «auténtica» teleportación de materia, sino que únicamente se teletransporta la información sobre su estado. Sin embargo, resulta llamativa esta apreciación ya que aunque originalmente el teletransporte usado en la ficción se definiese como un «transmisor de materia», analizado con algo de detenimiento esto podría ser simplemente una manera rápida de nombrarlo. Es decir, tal y como se ha visto, no es necesario transmitir exactamente los mismos átomos uno por uno, es suficiente con la información que los relaciona y define su estado a nivel subatómico ―quedaría reconstruir en destino la materia a partir de la conversión de la energía requerida―. En realidad, en un transmisor de radio tampoco se transmite el sonido, sino que éste se reconstruye en destino convirtiendo la información modulada de origen ―proceso llamado demodulación― en la señal original.
Interrupción de la consciencia
Por rápido que sea el proceso, parece claro que vamos a ser reconstruidos con nuevo material y en otro lugar. Nuestra consciencia original es hipotéticamente aniquilada y otra emergerá una vez nuestro cuerpo, organismo y cerebro sea restituido usando la información teletransportada. Además de este ejercicio de imaginación, se puede también teorizar sobre cuál será la vivencia del proceso. Sobre este aspecto de nuevo se puede echar mano de interrupciones reales de nuestras consciencias que sufrimos, además, muy a menudo: el sueño. Cuando dormimos, nuestra consciencia sufre una interrupción temporal y pasa a vagar por un mundo onírico. De manera similar, estar inconsciente por un golpe o a causa de la anestesia, son otras maneras de hacer hibernar a nuestra consciencia. Salir del teletransporte sería pues, algo así como despertar de un letargo.
Pero lo más inquietante de todos estos ejercicios mentales es considerar la posibilidad de que nuestra consciencia no esté sujeta a un cuerpo necesariamente. Que pueda desprenderse y reconstruirse en otro «lugar». ¿Cómo se vería afectada nuestra experiencia si dejáramos de pertenecer al cuerpo que habitamos? ¿Podríamos tal vez, desprendernos de nuestro cuerpo y vivir para siempre?
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Lino (Al final de la Eternidad)
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