Del Big Bang al Colapso

En la primera parte de este ensayo, se propuso un modelo teórico para entender la ciencia-ficción no como una línea temporal, sino como un sistema complejo cuyos elementos constituyentes se influyen mutuamente en todo momento. Para ello, se usó un símil orbital definido por el «problema de tres cuerpos» donde el Autor, la Obra y el Público interactúan bajo la influencia de sus propias masas y gravedades. Vimos también cómo el género actúa como un «campo de Higgs» cultural, otorgando peso a las ideas y permitiendo que estas influyan en la realidad.

Pero la física teórica solo nos lleva hasta cierto punto. Para validar un modelo, debemos observar el universo observable. A continuación, analizaremos cómo este sistema ha ejecutado su danza orbital a lo largo de la historia a través de cuatro momentos estelares, para finalmente preguntarnos si, en la actualidad, nuestro sistema se dirige hacia una estabilidad duradera o hacia un peligroso colapso.

Cuatro momentos del sistema en acción

1. El Big Bang: la singularidad de Frankenstein

Si bien existen precursores, ninguno supuso un «evento cósmico» de la magnitud necesaria para encender el sistema. En 1818, una autora de apenas veinte años, Mary Shelley, lanzó al universo una obra de una masa conceptual sin precedentes. Frankenstein no fue solo una novela; fue una singularidad. Shelley (el Autor), condensando la soberbia de la ciencia de su tiempo y el peso de la responsabilidad del creador, generó una Obra cuya gravedad ha demostrado ser casi infinita.

Su idea central —la tragedia de la vida creada artificialmente— se convirtió en un tema fundacional que ha atraído hacia su órbita a incontables obras posteriores. El propio Isaac Asimov, una masa gravitatoria por derecho propio, reconoció esta influencia al acuñar el «complejo de Frankenstein» para describir el miedo irracional de la humanidad a sus creaciones robóticas. Frankenstein es el ejemplo perfecto de cómo un Autor, a través de una Obra, establece las condiciones iniciales del espacio-tiempo literario del género.

2. El impulso de la inercia: Verne y la Revolución Industrial 

A veces, la masa del Público y su contexto histórico es tan inmensa que el Autor no puede escapar de ella, sino que debe utilizar su fuerza para impulsarse. En física, esto se asemeja a utilizar la gravedad de un planeta masivo para ganar velocidad sin esfuerzo propio. Esto ocurrió durante la Revolución Industrial.

En el siglo XIX, la fe ciega del Público en el progreso y la máquina de vapor generó un campo de atracción ineludible. Julio Verne, en lugar de luchar contra esta fuerza o intentar desviarse, aprovechó el impulso. Sus Viajes Extraordinarios no desafiaban la física conocida ni las expectativas sociales; se alineaban perfectamente con la inercia de su época para llegar más lejos. Verne orbitó en resonancia con el optimismo industrial, proyectando esas fuerzas hacia el futuro. Esto demuestra que, cuando la gravedad de la realidad social es máxima, las Obras más exitosas son aquellas que logran sincronizar su trayectoria con la dirección en la que ya viaja la sociedad.

3. Estabilidad frente a ruptura: La Edad de Oro y la New Wave

Todo sistema tiende a estabilizarse hasta volverse rígido. A mediados del siglo XX, autores como Isaac Asimov, Robert Heinlein o Arthur C. Clarke acumularon tal cantidad de masa que fijaron las órbitas del género durante décadas. Asimov no fue un rebelde, sino el gran legislador: con Fundación o sus leyes de la robótica, estableció una ciencia-ficción lógica, cerebral y ordenada. Creó un «pozo gravitatorio» cómodo y seguro donde el género logró florecer tanto comercial como culturalmente.

Sin embargo, ninguna órbita es eterna. En los años 60, un grupo de autores (la New Wave) sintió que esa estabilidad «asimoviana» se había convertido en una cárcel. Para huir de ella, forzaron una maniobra brusca, una ruptura de la órbita. Autores como Ursula K. Le Guin, Theodore Sturgeon o Harlan Ellison no querían viajar a las estrellas de Asimov, sino caer hacia el espacio interior de la condición humana. Aplicaron la energía necesaria para escapar de la gravedad de la «Edad de Oro», introduciendo el caos, la sexualidad y la duda. Demostraron que, para avanzar, a veces es necesario romper las leyes físicas que los gigantes anteriores habían escrito.

4. Cuando la Obra se convierte en Sol: el efecto Dune

En ocasiones, una Obra es tan masiva que su lanzamiento reconfigura todo el sistema. En 1965, Frank Herbert publicó Dune. La novela era un gigante gravitatorio: una mezcla de ecología, política, religión y misticismo de una densidad inaudita. Dune no encajaba en ninguna órbita existente; creó la suya propia.

Su éxito fue tan colosal que se convirtió en un sol, generando su propio sistema planetario de secuelas, imitadores y un subgénero entero de space opera compleja. Alteró permanentemente las expectativas del Público, demostrando que existía un mercado masivo para una ciencia-ficción adulta, literaria y filosóficamente ambiciosa.

Conclusión: ¿hacia el colapso?

El modelo de los tres cuerpos nos permite ver la historia del género como un sistema vivo y dinámico, cuya belleza ha residido siempre en su imprevisibilidad. Sin embargo, como cualquier sistema físico, este equilibrio no está garantizado para siempre. Hoy podríamos estar asistiendo a una peligrosa fase de desequilibrio: un colapso provocado por una inversión de las fuerzas fundamentales.

Observamos un aumento desproporcionado en la masa del Público —entendido ahora bajo su faceta de Mercado global—. Este «gran atractor» ejerce hoy una fuerza casi irresistible, exigiendo Obras de consumo inmediato, estéticamente deslumbrantes y sometidas a una dictadura de la literalidad que anula cualquier misterio. Frente a esta gravedad inmensa, notamos una alarmante debilidad en los Autores, que parecen tener dificultades para escapar de esa órbita comercial y proponer rutas nuevas. En su lugar asistimos a una lluvia de meteoritos en forma de secuelas, remakes y franquicias.

Esta inversión de valores coincide con lo que David Mamet ha definido recientemente como The Disenlightenment (La Des-ilustración): un estado cultural donde los mitos ya no sirven para elevarnos, sino para domesticarnos. Si la masa del Autor no logra generar la suficiente energía para romper esta atracción fatal, nos enfrentamos a dos consecuencias inevitables. Por un lado, el fin del pensamiento científico, donde la capacidad de asombro es sustituida por el miedo al futuro; y por otro, la mutación de la ciencia-ficción: un estado donde la exploración de lo desconocido ha sido sustituida por la esclavitud de lo familiar.

El problema de los tres cuerpos es fascinante mientras los tres cuerpos están en movimiento. Si uno de ellos absorbe a los otros dos, la danza termina y el sistema colapsa en una repetitiva singularidad estática de clichés.



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Lino (Al final de la Eternidad)
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