La arquitectura del sistema: definiendo los Tres Cuerpos
Para entender con algo más de detalle cómo funciona este sistema, primero debemos definir sus componentes y como influyen al resto, es decir, la naturaleza de su «gravedad».
El Público (el gran atractor): este es el cuerpo central del sistema, el de mayor masa. Su «poder de atracción» son las normas culturales de una época, las expectativas del mercado, los gustos dominantes, la demanda de lo familiar y sus capacidades lectoras. Ejerce una atracción poderosa, tendiendo a mantener las obras y los autores en órbitas seguras y comercialmente viables. Su fuerza explica por qué ciertos temas o estilos dominan una era y por qué las desviaciones a menudo son castigadas con la indiferencia.
El Autor (la masa visionaria): emergiendo de entre el público, el autor es un cuerpo activo que ha adquirido su propia masa, compuesta por su talento, su visión del mundo, sus ideas y su capacidad para la innovación. Un autor con una gran «masa» —un genio visionario como Mary Shelley o un constructor de mundos como Frank Herbert— puede ejercer una fuerza gravitatoria propia, capaz de desviar las órbitas establecidas, crear nuevas trayectorias e incluso perturbar el movimiento del propio Público, alterando sus expectativas para siempre.
La Obra (el cuerpo orbital): la obra, una vez lanzada por el autor, adquiere su propia masa e inercia. No es un objeto pasivo. Su impacto cultural, su éxito —o fracaso—, su legado, le otorgan una fuerza gravitatoria. Una obra de una masa inmensa, como Frankenstein o Fundación, deja de ser un simple satélite en la órbita de su autor o su público: su influencia provoca la aparición de nuevos autores que adquieren «su propia masa» al cristalizar nuevos conceptos. Igualmente, influye al resto alterando las «órbitas» del sistema, redefiniendo lo que el público espera del género.
La energía que fluye entre estos tres cuerpos, la fuerza fundamental del sistema, sería lo que en este blog se le llamó la concesión científica. El crítico Darko Suvin lo definió con mayor precisión como extrañamiento cognitivo: la presentación de un mundo reconocible pero fundamentalmente alterado por una innovación, forzando al lector a un esfuerzo intelectual para comprenderlo y, por contraste, entender mejor su propia realidad. La ciencia-ficción se constituye así como un género cultural capaz de dar sentido a las propias masas de los cuerpos. Es el «campo de Higgs» de las interacciones culturales.









