¿Cuándo no ha vivido la humanidad tiempos difíciles? Se ha acabado convirtiendo en un tópico expresar lo duros que son los tiempos y lo bien que se vivía antes. Porque cada época ha tenido sus problemas, y sus respectivas sociedades han padecido el sesgo de percibir que todo se reducía a lo que ocurría en aquel momento. Sin embargo, parece claro que han habido épocas peores que otras. La humanidad ha dado muchos tumbos de un lado para otro, con cambios culturales, religiones y revoluciones políticas con resultados diversos. Pero desde cierto momento de la historia de la humanidad y su turbulento deambular, algo podría haber cambiado respecto a épocas anteriores. 

Un momento de cambio

El método científico brindó a la humanidad una herramienta para avanzar en el conocimiento de manera prácticamente constante. Es cierto que cegados por un exceso de optimismo que devenía en prepotencia, se han llevado algunas premisas demasiado lejosla teoría mecanicista del universo, que lo concebía como un sistema de engranajes predecible, fue desafiada por la mecánica cuántica. De manera similar, los intentos por crear un sistema axiomático matemático completo fueron descartados gracias a las investigaciones de Russell y Gödel, al demostrar que era una meta inalcanzable— Sin embargo, estos episodios ocasionados por el ansia humana de certezas, lejos de ser retrocesos, demuestran la capacidad de la ciencia para autocorregirse y avanzar hacia una comprensión más profunda de la realidad.

Teniendo en cuenta todos estos factores, puede aventurarse afirmar que desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad, el progreso tecnológico protagonizado sobre todo por Occidente, no lo ha sido tanto en los ámbitos morales, éticos, sociales o simplemente, humanos: guerras mundiales, desigualdad, polarización, desinformación, problemas educativos, adiciones tecnológicas, consumismo, cortoplacismo económico —obsolescencia programada, errores de previsión logísticos de alcance mundial— cortoplacismo político —falta de un plan económico que reduzca el paro o los actuales retos de transición ecológica— problemas medioambientales y problemas de salud ocasionados por el estrés que produce la incertidumbre y la falta de propósito laboral o los ocasionados por una vida sedentaria.

El estancamiento de lo humano

Es decir, mientras la ciencia y la tecnología avanzan de manera imparable, el ser humano no parece que aplique estos conocimientos en la construcción de mejores sociedades. El resultado de esta tendencia asimétrica es que la producción cultural y la sociedad, en su habitual círculo de mutua influencia, han reaccionado con unas preferencias culturales en la que la distopía ha ocupado un papel preponderante. Hasta ahora todo normal, pero se podría decir que el trasfondo destructivo de la distopía ha generado una singularidad en la que la generación de nuevas ideas ha quedado estancada. No hay más que echar un vistazo a lo que ha ocurrido desde que el pesimismo del ciberpunk hizo su aparición a finales del siglo pasado: si bien tuvo un pico de creatividad en la década final del siglo, los inicios de este dejan claro que algo ha cambiado profundamente. Y no a mejor.

Sin embargo, sobre todo este desolador panorama, coexiste desde hace décadas una producción cultural que ha resistido todos los envites de la distopía. Una producción audiovisual que se originó en el contexto de las reivindicaciones políticas de finales de la década de los 60, tal vez el último periodo de optimismo reciente. Desde entonces, ha pretendido ser el eje vehicular de la lucha contra la discriminación, contra la rigidez de ideas, contra los prejuicios, a favor de la colaboración, del trabajo en equipo, del mérito personal, sin que el ruido de las clases sociales o de la diferente biología interfieran en su reconocimiento. Efectivamente, esta serie es Star Trek.

Lamentablemente, su intento por mostrar un futuro más esperanzador para nuestra peculiar especie no ha logrado la repercusión equivalente que, en el ámbito de la cultura popular, ha cosechado esta obra de ciencia-ficción. O puede que hayamos caído también en señalar el lado negativo y no reconocer la influencia de esta serie, precursora junto a Star Wars de las franquicias mediáticas. No obstante, es inevitable señalar que esta producción parece haber divergido en relación al resto del panorama cultural, hasta el punto de ser considerada una excentricidad, una frikada, objeto de burla y menosprecio por sus colores chillones, jerga tecnológica y, especialmente, su visión optimista de la organización humana

El optimismo como desafío

Star Trek ha vuelto al medio audiovisual, sobre todo el de la televisión, gracias al fenómeno del streaming. Sin embargo, continúa sin deshacerse de su «halo friki» a pesar de haber mejorado mucho en estética, carácter aventurero y mayor énfasis en el humor, como en la serie Star Trek: Strange New Worlds, sin descuidar temas filosóficos o humanistas. El mayor problema de la serie para cierto sector de la población no es otro, al parecer, que el optimismo. En esta producción televisiva, cuyo sistema político y económico ha sido objeto de largos y complejos estudios en los que no se va a profundizar, muestran una organización política centralizada basada en el mérito, en el que el protagonismo alcanzado es aprovechado para el propósito del colectivo al que representan, en lugar de para medrar en él.

La polarización política y el panorama que nos muestra la actualidad, hace complicado «imaginar» una situación como la que desde hace más de cincuenta años proponen en la obra creada por Gene Rodenberry, oponiéndose a dicho ruido mediático, lo que ha ocasionado que el mensaje llegue cada vez a un sector más específico de aficionados y menos al «público general», ávido consumidor de distopías. Es en esta situación donde se puede observar otra «singularidad»: ¿Acaso la ciencia-ficción no consiste en imaginar caminos alternativos por improbables que parezcan? Parafraseando a Fredric Jameson, nos resulta más fácil imaginar a un replicante con sentimientos o a la Nostromo surcando el Cosmos, que la existencia de políticos decentes o que actúen en un sistema que fomente el que lo sean.

¿Hasta qué punto los prejuicios de la sociedad en un momento o época determinada permiten que los postulados en las obras de ciencia-ficción se consideren «posibles»? La política no debería estar exenta de postular con una posibilidad así. Naturalmente, no se trata de que un sistema «ideal» consista en modificar genéticamente nuestra condición o imponer sistemas políticos que castiguen ciertos aspectos de nuestra naturaleza para que seamos menos «volubles». Algo así devendría rápidamente en una distopía en la que una «élite» decidiría, qué, cómo y a quién vetar los sentimientos o libertades que nos definen como personas.

El humanismo de Star Trek

Entonces ¿Qué postulan en Star Trek? Se puede decir que proponen justamente lo contrario a la deshumanización que suele ser habitual en las distopías: promover el espíritu humano en la mejor versión posible de nosotros. Cierto es que en la serie no se especifica en detalle cuál sería ese hipotético sistema en el que primase la colaboración y el mérito ¿Pero acaso se explican en las obras de ciencia-ficción distópica cómo las élites transfieren sus consciencias a cuerpos jóvenes o como una Matrix recrea un universo virtual en nuestras mentes dormidas? La serie no pretender tomar parte en la imposición de un modelo político concreto, sino acometer la necesidad de llegar a una solución y explorar la posibilidad de lo que se podría conseguir, especulando con su resultado. 

La sociedad en Star Trek ha dejado atrás todos los vicios de hoy en día que nos lastran como la avaricia, la acumulación y el beneficio inmediato, lo que puede recordar a algunos sistemas políticos conocidos —se habla de un socialismo europeo proto-post-escasez—. No obstante, aunque en otras series y capítulos de la extensa saga se menciona que es una sociedad meritocrática a la que se ha llegado tras una guerra traumática de la que surgió un nuevo humanismo cosmológico, parece claro que es un modelo que todavía no conocemos, de la misma manera que las tribus del Paleolítico no conocían la democracia o el concepto de Estado. Porque en eso consiste la ciencia-ficción, en imaginar escenarios sin importar lo poco probables que puedan parecer en un determinado momento de la historia.

El espectador atrapado en la vorágine distópica se preguntará qué motivaciones pueden impulsar a los individuos de dicha sociedad más allá del placer inmediato que nos brinda la actualidad. Y cierto es que si los seres humanos no pueden aprender a encontrarlas en el amor, el arte, la ciencia, la literatura, el deporte y en definitiva, en descubrir nuevos mundos y nuevas civilizaciones y llegar a donde nadie ha llegado antes, pues entonces ya todo daría igual. 

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