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El no-lugar: gente de paso, libre y anónima

«Vivimos en una España de ciencia ficción»
Miguel Bosé en el año 2015

Hay muchas distopías. Tantas que, de hecho, en algunas ocasiones cuando se habla de ciencia-ficción se asocia de inmediato con estos escenarios donde los actuales defectos que vemos en las sociedades se han llevado al extremo. Como si imaginar escenarios futuros implicase de manera irremediable que sean peores. Hay variantes como escenarios postapocalípticos que pueden tener, sin embargo, cierto grado de optimismo, de mirada esperanzadora al futuro como la serie de televisión Estación 11. Esta es al parecer una de las pocas maneras en las que se transmite un mensaje positivo en una obra de ficción que pretenda mostrar un escenario alternativo partiendo de la realidad que conocemos. De cualquier manera, incluso en estos casos el resultado mostrado es siempre peor que la realidad actual. En definitiva, parece existir una barrera psicológica a la posibilidad de imaginar de manera realista un escenario mejor, una realidad mejor, una situación mejor, que pretenda ser una evolución, aunque ficticia e imperfecta, de la situación en la que nos encontramos. Este bloqueo se manifiesta de manera que en cuanto se muestra un escenario de estas características se define como «utópico», que suele conllevar paradójicamente un significado negativo, por asociarse con lo irrealizable. En ocasiones incluso se asocia con lo inimaginable, como si fuera una tarea imposible imaginar algo mejor que la situación actual, fuera de la mera fantasía «poco adulta» o de evasión. A menudo, la utopía resulta ser poco más que una tapadera de un oscuro y siniestro sistema con el que poco tiene que ver, de nuevo, asimilando que si algo es tan aparentemente ideal es que, en efecto, es falso, dificultando otra vez el mostrar escenarios evolucionados y realistas que se presenten como una mejora del mundo que nos rodea.

Afortunadamente —o no, según como se mire— esta situación se da sobre todo en las corrientes principales de cultura popular —o mainstream— que cuentan con el apoyo del poder establecido —establishment— ya que fuera de este ámbito, existen otras tendencias culturales que circulan en sentidos diferentes, incluso contrarios. Una de ellas es el cada vez más conocido Solar Punk. Sin ánimo de entrar en detalles que pueden encontrarse en Internet, decir que en este subgénero la tecnología avanzada no lleva el estigma de simbolizar la degradación humana amplificando sus vicios y defectos como en el Ciberpunk, sino al contrario, proveernos de los mismos servicios fundamentales que nos hagan más cómoda la vida, pero de una manera en la que se prioriza la llamada sostenibilidad, es decir, que además de cumplir con su función lo haga dentro de unos parámetros de durabilidad, eficiencia energética y emisión de residuos mínima, antes que otros como rentabilidad comercial o facilidad de fabricación para abaratar costes, sin importar a qué coste. En definitiva, usar la tecnología para hacer que la propia tecnología sea mejor desde un punto de vista de utilidad social, sin caer fácilmente en la utilidad inmediata, pero creadora a la larga de más problemas.

¿Cuál puede ser el origen de ese filtro mediático? Bien, el principal lugar donde hay que buscar es en aquellos ámbitos para los que una sociedad que imagina lugares y épocas futuras donde la mayoría de los problemas actuales no existen o están reducidos a su mínima expresión, les resulta una amenaza o un inconveniente. Efectivamente, una ciencia-ficción «utópica», o simplemente aquella que intenta trazar una ruta mental hacía un mundo mejor que el actual, emerge como una amenaza política para los responsables de dicho ámbito, sea o no su intención, al sembrar en la sociedad una esperanza realista, sólida, donde los autores han realizado un verdadero esfuerzo de especulación aun siendo en escenarios ficticios, lejos de la mera fantasía de unicornios, arco iris y gente con túnicas y flores en la cabeza. No por tener nada en contra de ellos, pero sí cuando se ofrecen como única opción frente a la distopía. Precisamente, en la serie Moonhaven especulan con un proyecto de sociedad donde se han corregido la mayoría de los problemas que han llevado a la Tierra a una situación insostenible, con la idea de aplicar dicho modelo en nuestro planeta. La serie muestra ideas interesantes, pero cae en una estética hippie estereotipada.

¿Existe esa corriente cultural centrada en la construcción de futuros viables? Sí, aunque no debe sorprendernos si no la vemos en los principales escaparates ni anunciada en los grandes medios. No se trata tampoco de la literatura utópica clásica basada en la idealización, sino de cómo se ha comentado, ejercicios de especulación elaborados. Puede que todo empezara en el 2011 con Neal Stephenson y su artículo Innovation Starvation, donde apuntaba precisamente al papel que la ciencia-ficción tiene en la construcción de esos escenarios futuristas elaborados y la paulatina pérdida del empuje creativo en ese sentido. En el artículo, Stephenson relata su participación en el foro Future Tense de la Universidad de Arizona donde a día de hoy se continúa compartiendo ideas sobre el futuro de una manera constructiva, no fatalista. En la obra Twelve Tomorrows, varios autores de ciencia-ficción se esfuerzan por mostrar distintos escenarios futuristas también alejados del catastrofismo. En España, una iniciativa similar ha surgido llamada Tecnofuturos, pero en nuestro ámbito cultural. En cuanto a literatura, la iniciativa Tiempo de Utopías, promovida por Fundación Asimov, en su 1er Premio Pragma ha logrado agrupar cuatro relatos de estas características.

Etimológicamente, utopía es el no-lugar, lo que significa que es aquello que no puede darse, que no puede existir. Efectivamente, esta definición no es muy esperanzadora y de alguna manera se configura como una de las principales trabas a la hora de imaginar un futuro mejor que el actual, no un futuro donde el principal cambio es el desarrollo tecnológico, en lugar del humano o el social. Sin embargo, un estudio antropológico ha encontrado otra definición para el no-lugar, alejada del concepto idealizado de la utopía. Un no-lugar real y visitable, donde las personas conviven de manera anónima, donde están de paso. Son también lugares sin banderas, sin fronteras y sin jerarquías. Lugares, a pesar de todo, donde las nuevas generaciones se encuentran. Tal vez el error es el intentar buscar un lugar perfectamente definido con una hoja de ruta y unas normas rígidas a seguir para mantener ese lugar soñado. Puede que la solución no sea buscar un lugar donde ir, sino un no-lugar donde estar. No imaginar lugares lejanos, para en su lugar, convertir cualquier lugar en lo que queremos. Tal vez no haya que pensar siquiera en un lugar, sino cambiarnos a nosotros para convertir allá donde estemos, en ese no-lugar que suponíamos que no podía existir.



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Lino (Al final de la Eternidad)
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