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«Retrópolis, el futuro que nunca fue» (más claro, agua)
Foto: Arti-Facto
La ciencia-ficción actual está viviendo una peculiar época dorada caracterizada por numerosos estrenos cinematográficos. Sin embargo, además de que la gran mayoría de ellos son versiones adaptadas de otros estrenos anteriores o provenientes de otros medios de difusión —cómic o literatura—, un aspecto que se puede considerar característico de casi toda la producción de ciencia-ficción actual es que se basa en futuros apocalípticos —Soy Leyenda (2007), Elysium (2013), Oblivion (2013), etc.—. Circunstancia que se arrastra desde finales del siglo pasado —aproximadamente desde la década de los años setenta— con títulos como El Planeta de los Simios (1968), Mad Max (1979) o Blade Runner (1982).

Por el contrario, en la década anterior a la mencionada —la de la carrera espacial en la que dos superpotencias competían por alcanzar nuestro satélite— el Siglo XXI era imaginado como época de grandes y majestuosas ciudades, surcada por magníficos vehículos voladores. El hambre o la guerra no eran problemas, y el Ser Humano podría en breve atravesar la galaxia buscando nuevas fronteras del conocimiento. Sin entrar en los detalles de por qué la sociedad comenzó a fabricar una visión del futuro tan distinta, la cuestión es que de una manera u otra, así es como finalmente ha venido sucediendo en las últimas décadas.

Creo que la especulación con futuros en los que la especie humana ha llegado al borde de su extinción es un tema interesante, como tantos otros subgéneros de la ciencia-ficción. Proporcionan mucho juego imaginativo a la vez que pueden resultar didácticos, si se tratan como mecanismo preventivo. Pero desde un punto de vista más objetivo —independientemente de nuestros gustos por un género u otro—, se puede afirmar con relativa seguridad que además de la prevención, es también necesario explorar otros campos, si se desea estimular la creatividad —entre otros motivos más o menos evidentes—. El afán por insistir una y otra vez con el mismo tema, comienza a resultar preocupante por monopolizar casi todos los ámbitos de creación cinematográfica y literaria de carácter más popular —además de por la aparente obsesión sobre el asunto—.

Parece lógico pensar que una vez la advertencia está ya suficientemente planteada, lo siguiente debería ser avanzar hacía nuevas experiencias, nuevos temas argumentales basados en nuevos descubrimientos, que a su vez, puedan inspirar a nuevas investigaciones científicas. Anclarse permanentemente en el pesimismo del futuro, sin trabajar en el presente sobre cómo puede labrarse la sociedad uno mejor, puede provocar —paradójicamente— que los malos augurios se cumplan.

Aunque el viaje en el tiempo es un tema fascinante, intentar solucionar las equivocaciones cometidas en el pasado mediante este método se puede descartar completamente. No sólo por desconocer la viabilidad de dicho logro, sino por las paradojas que podría acarrear también. Con esta pequeña broma quiero significar que si bien el pasado no se puede cambiar, si que es posible ocuparse del presente para lograr un futuro que, aunque no cumpla las expectativas más fantasiosas, si al menos sea lo mejor que se haya podido conseguir con empeño. Puede que la situación esté complicada, que hayan más equivocaciones, pero en cualquier caso —aunque parezca una perogrullada— el futuro depende de lo que se haga ahora.

Un error más habitual de lo que parece, es valorar —positiva o negativamente— a la ciencia-ficción por su capacidad de prospectiva. Es decir, por su acierto en la predicción del futuro. Independientemente de la sorprendente visión intuitiva que algunos autores han mostrado en este sentido, es necesario explicar que la prospectiva que se pueda realizar en una obra de ciencia-ficción no ha de interpretarse de forma literal. Esta proyección hacía el futuro no es más que una representación de los anhelos de una sociedad en una coyuntura determinada. Por tanto, es demasiado subjetiva como para considerarse una predicción válida. Realmente, pocas veces se hace con esta intención. Sí que es útil no obstante, precisamente para valorar el grado de optimismo y de esperanza de dicha sociedad, necesario para emprender esos grandes proyectos que antiguamente eran habitualmente mostrados en las obras de ciencia-ficción.

Si nuestras ciudades no son magníficas es porque los escritores no pudieron prever la burbuja inmobiliaria. Si no tenemos portentosas estaciones espaciales en órbita, es porque los recursos necesarios para su construcción son mayores de los que se suponía y las formas de obtenerlos no son tan eficaces como se esperaba. Sin embargo, cuando se imaginaban a unos exploradores del espacio interestelar hablando por un intercomunicador con su nave base —antecedente claro del teléfono móvil— no se imaginaron las tecnologías de almacenamiento en la nube, ni la capacidad de procesamiento de los terminales, que permiten realizar a nuestros teléfonos inteligentes verdaderas proezas que en los años 70 serían autentica ciencia-ficción —aun así, H.G.Wells imaginó la existencia de un cerebro mundial con todo el saber humano almacenado—.

En definitiva, si bien unas especulaciones se encontraron con problemas que no supieron o no pudieron prever, esto no ha de desembocar necesariamente en el derrotismo y el pesimismo, ya que otros caminos inicialmente imprevistos, han obtenido un mejor resultado. No debería ignorarse —sin embargo, así ocurre— algunos descubrimientos importantes que a pesar de no formar parte del imaginario popular en otras décadas anteriores, han superado satisfactoriamente las expectativas —pantallas de plasma de alta resolución, nanotecnología, impresión 3D o nuevos materiales como el grafeno—. Si se observan las discrepancias en lo negativo, también ha de hacerse en lo positivo.

Pero no seamos ilusos tampoco. Todos estos avances provocan otros problemas sobre todo en materia de seguridad y privacidad personal, o nuevas adicciones —como las redes sociales—. Pero nadie dijo que fueran perfectos. Siempre va a existir la posibilidad de fallo, el detalle que no acaba de convencer a todos, la contrapartida que habrá que continuar solucionando. Siempre habrá gente que no está conforme. Esto no es malo, el problema es cuando proyectamos en nuestra visión del futuro, un continúo y repetitivo pesimismo del presente.


Artículo publicado posteriormente en El Sitio de ciencia-ficción el 12 de enero de 2014 (Especial Decimoséptimo Aniversario)
Artículo publicado posteriormente en el blog Planetas Prohibidos el 7 de septiembre de 2014

2 comentarios:



) Elwin Álvarez Fuentes dijo...

Como siempre formidable tu ensayo, el cual invita a la reflexión acerca de varios puntos y entre ellos la razón de tanta película apocalíptica. A mi humilde parecer, creo que ello se debe más a mero marketing que a un verdadero pesimismo, ya que hace rato que Hollywood lleva creando producciones al gusto de la masa (que para otro tipo de historias, está el cine independiente y en especial el animé).



) Lino Moinelo dijo...

Hola Elwin, gracias. Hoy me pillas justo en el momento.

Ese es un tema muy interesante, el de qué va primero, si el público y sus tendencias cambiantes en los gustos, o ciertas practicas mercantilistas que aprovechan de forma un tanto abusiva ciertas 'fisuras' o debilidades en la sociedad. No se cuál es la que lo origina, pero en cualquier caso, alguien, aun sea por ética personal, por una decisión de principios, o nosotros mismo advirtiéndolo, creo que tanto pesimismo, sea 'artificial o genuino', no es recomendable.

¡Saludos!

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